“Está científicamente demostrado que es más fácil ganar cuando uno hace trampa”: es abogado y escribió una novela en la que la verdad no triunfa

Pablo Slonimsqui publica “La vereda impar del pasaje Rivarola”, un relatao amargo y humorístico en el que, de instituciones públicas a jueces y servicios de inteligencia, no queda títere con cabeza.

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Pablo Slonimsqui y "La vereda
Pablo Slonimsqui y "La vereda impar del pasaje Rivarola"

El humor -en su vertiente más astringente, es decir, la irónica- es el último recurso del hombre desvalido ante los atropellos de los poderosos. Por eso en la novela La vereda impar del pasaje Rivarola (editada por Planeta) -el nuevo libro del abogado y narrador Pablo Slonimsqui- su protagonista, un leguleyo indetectable doctorado en fracasos, no logra reprimir la tendencia de despellejar (metafóricamente) a todas las instituciones públicas, colegas, periodistas, servicios de inteligencia, jueces y amantes, con un discurso en el que casi no hay una sólo página donde su acidez no castigue la mediocridad ajena (y la propia), la indecencia de los funcionarios venales y los sanguinarios juegos de simulación que imperan en las sociedades contemporáneas percibidas como espectáculos circenses disfrazados de acontecimientos serios o transcendentes.

De este modo, trazando genealogías acaso arbitrarias, no es posible pensar esta novela sin la influencia, lateral o nítida, de cierta causticidad impiadosa detectable en autores como Rodolfo Fogwill, Juan José Becerra, Osvaldo Soriano, o los trabajos en colaboración de las versiones desatadas de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares bajo el seudónimo de Bustos Domecq, entre otros escritores argentinos.

Entonces está allí el abogado-narrador, un hombre que parece haber malvendido hace tiempo las cándidas ilusiones profesionales y que se regocija en el acto plañidero de reivindicarse como un perdedor que sabe que la verdad, la integridad y la justicia nunca triunfan. Lo dice, explícitamente, en el párrafo inaugural del libro: “Está científicamente demostrado que es más fácil ganar cuando uno hace trampa. Cuando tiene la posibilidad de salir de los laberintos por arriba. También es claro que las probabilidades de éxito aumentan cuando en la selva nos ponemos del lado de los leones. Y si el león además es tramposo, las oportunidades de triunfar se multiplican”.

El relato de una cadena de eventos derrotistas en la vida del protagonista -la suya es la experiencia de una degradación entrópica a repetición, una suerte de rey Midas que marchita todo lo que toca- encuentra un alivio módico y momentáneo al ingresar a trabajar en el estudio, ubicado en una zona de contornos míticos como el pasaje Rivarola, de los avispados e infalibles abogados Eliosoff & Rabinovich, mejor conocidos como Pepe y Bocho, que serán sus mentores y consejeros incluso, en modo fantasmático u oracular, después de muertos.

Shmutzike- apodo con el que rebautizan Bocho y Pepe al innominado protagonista- tiene vocación por los enredos rocambolescos y por transitar los subsuelos de la sordidez: su labor como abogado (y crítico ad honorem del resbaloso sistema judicial argentino) es una fachada que encubre su verdadero rol de agente secreto alistado en el área de asuntos legales de los servicios de inteligencia. Allí se le encomendará una misión y, en el cruce entre política y espionaje, encontrará la misma materia funesta de la que están hechos las contiendas que se dirimen en los tribunales, pero con el agregado de no estar exento de conseguir una mala muerte como cualquier hombre que sepa demasiado o se acerque en exceso a algún secreto lo bastante candente como para hacer temblar el suelo de los poderes políticos, judiciales o económicos.

Slonimsqui, dueño de una prosa de ritmo vertiginoso, cuenta además con la no tan frecuente virtud de armar, con unas escuetas frases letales lanzadas como al pasar con cara de póker, personajes singulares que persisten en la memoria del lector incluso cuando la trama ha llegado a su punto de resolución: allí está la inefable Martita, atemporal secretaria del bufete de Pepe y Bocho que el protagonista hereda, empecinada en hacerle la vida imposible a su nuevo jefe, o la voluptuosa e inaccesible Ángela o el turbio espía Frozen, todos personajes secundarios pero acaso más esenciales de lo que podría suponerse a primera vista.

Un solo ejemplo del virtuosismo humorístico de Slonimsqui alcanza para medir su capacidad de contar una historia sin prescindir del ingrediente sardónico al que muchos autores pretendidamente serios (o solemnes) le tienen pavor: “Frozen era esa clase de persona que tiene en claro que para ser un ganador tiene que haber perdedores. Con sus sensores orientados a detectar cualquier ocasión que le permita ascender, ya sea un genocidio, un desastre natural o simplemente una casualidad. No generaba empatía inmediata, y por lo general tampoco en el mediano ni en el largo plazo. La ley lo estorbaba. Aún hoy no entiende para qué sirve. Tenía serias dificultades para distinguir el bien del mal. Podría ser juez sin ningún problema”.

Y tampoco elude la crítica de agudeza milimétrica que no busca la descarga de la risa sino la mueca amarga del desencanto nihilista: “Hoy casi nadie se acuerda, pero en una época los diarios publicaban noticias. Ahora las noticias vaya uno a saber quién las escribe. Los diarios ganan más con lo que esconden que con lo que muestran”.

Estamos, entonces, ante la llegada de un autor que ya en su primera novela ha encontrado el tono justo para hacerle comprender al lector que, condenados a revolcarnos todos en el mismo lodo discepoleano, al menos nos quedará siempre, como último recurso, reírnos de nuestros males circulares. Magro consuelo, desde ya, pero acaso única terapéutica para no sucumbir ante los esperpentos de lo real, asunto en el que la Argentina suele ser sumamente pródiga.

“La vereda impar del pasaje Rivarola” (Fragmento)

Está científicamente demostrado que es más fácil ganar cuando uno hace trampa. Cuando tiene la posibilidad de salir de los laberintos por arriba. También es claro que las probabilidades de éxito aumentan cuando en la selva nos ponemos del lado de los leones. Y si el león además es tramposo, las oportunidades de triunfar se multiplican.

Poco tengo para aportar al respecto. Esto se supo siempre, nadie discute lo verdadero de esta idea. Pero hoy el concepto de trampa está desdibujado hasta hacerse irreconocible y los leones se confunden entre la multitud a punto tal que cuesta distinguirlos, aun cuando van acompañados de serpientes y ratas.

El pasaje Rivarola. Ya tiene
El pasaje Rivarola. Ya tiene su novela.

Y acá es donde entro yo. Para dar certidumbre.

Si se tiene en cuenta lo escaso de mis posibilidades, seguramente podrá perdonarse la complacencia, la cobardía, la falta de profundidad y la poca convicción para poder revelar las complejidades que esconde lo que voy a contar.

Pero cuando llegue el momento indicado, se darán cuenta de que soy más inteligente de lo que creían. No presumo, pero estoy en forma. Donde hay errores hay experiencia.

Soy abogado, mediocre hasta la exasperación, y he ido más allá de donde necesitaba ir, obteniendo méritos más que suficientes para pasar la noche en un calabozo, aunque eso todavía no haya ocurrido.

Quién es Pablo Slonimsqui

Nació en Buenos Aires en 1969.

Es abogado por la Universidad de Buenos Aires. Entre 1996 y 1999 se desempeñó como secretario del Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional Federal nº 2 de Capital Federal.

Publicó los libros La ley antidiscriminatoria (2001), Derecho penal antidiscriminatorio (2002), Derecho de admisión (2006) y Forum Shopping (2008), entre otros títulos.

Su libro Forum shopping reloaded (2018), constituyó un éxito editorial sobre el detrás de escena del mundo judicial argentino.

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