Entrar a la casa de Magda Tagtachian es iniciar un viaje. La música armenia se escucha suave, nos anticipa que vamos a tomar café oriental, ese que, nos cuenta, tiene tres hervores y le enseñó su abuela a preparar —con lectura de borra incluida—. También nos muestra un cuadro pequeño del Padre Nuestro del año 301 y nos ofrece baklava y halvá para comer. El viaje que nos propone nos lleva directamente a Armenia, a esas raíces que hoy venera con su nueva novela, Artsaj.
En su cuartp libro —con la segunda edición en librerías y que próximamente contará con su traducción al armenio—, la periodista y escritora argentina pone como protagonista a uno de sus personajes femeninos más conocidos por sus lectores: Alma Parsehyan. Esta vez, el dolor en su pecho y en el vientre se convierten en un tormento constante. La herencia y el peso de los sobrevivientes del genocidio armenio se hacen carne en el cuerpo Alma. El dolor ancestral pasa factura. Tagtachian usa, orgullosa, un broche con dos espadas de su abuela. El origen también es lucha para ella.
“Estoy seguro de que conectando con el origen podrás curarte. Hay algo no resuelto”, le dice Sherry, un doctor que ya había conocido antes y que sabía de su adicción a los calmantes. Y así, ambos emprenden un viaje a Artsaj, una zona de frontera caliente, en guerra, en la que las cosas no son fáciles. Alma se transforma en el recorrido de las casi 350 páginas de la novela, baja la guardia y se conecta con el amor. “Esta es mi novela más romántica”, dice la autora a Infobae Leamos, y nos muestra unas muñecas con un traje de novia armenia, típico de esta zona. “Cuanto más guerra, más hay que amarse”, señala. La tensión sexual y el erotismo también tienen lugar en esta historia.
Mientras el mundo mira atento la invasión de Rusia a Ucrania, Tagtachian sitúa a su nueva novela en 2020 y pone el foco en otros conflictos de Medio Oriente, más específicamente en la región del Cáucaso sur: el de la República Artsaj, también conocido como Nagorno Karabaj. Con descripciones detalladas de la situación geopolítica, Arstaj es la continuación de Alma armenia y Rojava (se pueden leer de forma independiente). Una voz, a través de la ficción, narra cómo las tropas turcas y azeríes pretenden aniquilar al pueblo armenio.
Tagtachian es tercera generación de armenios en Argentina y su obra, que se completa con Nomeolvides Armenuhi, indica el viaje que inició la propia autora hace unos años: el de una lucha en la que el teclado es su fusil. “La literatura es una gran herramienta para hacer política”, dice y sigue, encendida: “Tengo sangre combativa, yo misma soy un tanque de guerra”.
“Y cuando dos de ellos se encuentren en cualquier lugar del mundo vean si no vuelven a crear una nueva Armenia”, dice el poema de William Saroyan. Eso es lo que Tagtachian nos ofrece en su casa: un viaje poético y perfecto a la tierra que “huele a comino, a chemen y a nostalgia”.
—Uno de los temas fundamentales del libro es el viaje que hace Alma, la protagonista de esta novela, de manera real y simbólica. A medida que el lector avanza en la lectura, Alma se afloja, deja de estar a la defensiva y se habilita a no hacer todo sola y que la cuiden, ¿cuál es el precio que tenemos las mujeres cuando hacemos todo solas?
—Acorazarse, planchar y anular el deseo. El ser humano no es un ser solitario. Llegamos a este mundo para amar, para fundirnos, para tener relaciones. El precio es alejarse del propio deseo.
— Después de Rojava, un libro en el que expones a los ejércitos femeninos, ¿cuáles fueron los disparadores para escribir Artsaj?
—Una amiga que me hablaba de telenovelas turcas me dio el hilo. Cuando viví la guerra de Artsaj en directo, por amigos y colegas, empecé a ver a las parejas con el uniforme militar y las novias con el vestido casándose en la Catedral de Shushi. Ahí me acordé que en medio de la guerra se casan y piden los permisos especiales. Cuanta más guerra, más hay que amarse, más fusión y más relaciones sexuales. Cuanta más pulsión de muerte haya, más amor y más “te amo” va a haber, más pasión. Es lo que equilibra la balanza. Somos tan falsos y tan zorros con nosotros mismos que ocultamos eso.
—Un modo de resistencia
—El amor y la ristra de balas son eso. Todos tenemos nuestras trincheras todos los días y, sin banalizar ninguna guerra, el sexo es una manera de resistencia.
—¿Cuál es la noción de amor en el libro?
—De todas las novelas que escribí, Artsaj es la más romántica. Creo que, en el fondo, todos tenemos la ilusión de perseguir el amor romántico. Es contradictorio pero confundimos los mandatos, el matrimonio y el deseo. Alma persigue esa idea de curarse y se encuentra con Sherry y construyen ese amor de menos a más. En la novela, como en la vida, damos batalla todos los días. Me permití en la novela construirle a Alma una casita romántica que habitar. El amor, en definitiva, es una construcción pero que no te asegura nada. La seguridad es sinónimo del fin del deseo. El deseo es una batalla que hay que ganar día a día. El amor crece con el tiempo, si hay terreno fértil. Y las dificultades unen si hay amor.
—Desde la tapa de Artsaj -luego al leer la historia-, el lector toma contacto con los conceptos de tradición, ritos y costumbres ¿cuál es la importancia de ellos? ¿Qué marcan?
—La identidad. Los ritos es lo que aprendí de chica, sin darme cuenta. A hacer el café oriental todos los domingos para servirle a mi papá. La importancia de los ritos en la imagen de la tapa es Alma con el traje tradicional de novia armenio —que se llama taraz—, que varía de acuerdo a la región y que son muy típicos de Artsaj. (Muestra muñeca armenia vestida de novia). En el café, en el halvá, en ir todos los domingos a la casa de mis abuelos, comíamos baklava que se pasaba toda la semana. En esas reuniones familiares, los ritos eran muy importantes.
—¿El matrimonio es un destino?
—En la Armenia histórica, sí y en la Armenia actual, también. Y hay una razón muy clara que es la perpetuación de la sangre. Me llamaba mucho la atención, mientras escribía Nomeolvides Armenuhi, que en ese escenario de genocidio, de matanza, de huida, se refugiaron; y mis bisabuelos seguían teniendo hijos. Cuando había una matanza sistemática y organizada por parte del Estado, se casaban porque había que perpetuar la sangre. El mandato era casarse y crecí con esto. El matrimonio te da un status pero es una institución totalmente perimida. Una cosa es el matrimonio, otra es el amor, otra el romanticismo. Vivimos en una hipocresía.
—¿Cambió algo?
—Cambió poco y no me parece mal. En el pueblo armenio hay una amenaza constante y nos siguen matando. El genocidio armenio quedó impune. Nadie duda en condenar a los nazis y al Holocausto, todo el mundo sabe, pero hablás del genocidio armenio y me preguntan quién tenía razón. No terminamos de tomar conciencia. Si hay impunidad, no hay justicia. Y sin memoria no hay justicia. Si se hubiera condenado el genocidio armenio quizá no habría existido el Holocausto.
—¿Qué relación tiene la literatura con la política?
—La literatura es una gran herramienta para hacer política. Es una herramienta para todo: para el autoconocimiento, para visibilizar. Mi novela es política, hago ficción con lo que sale en el diario hoy y me encanta que sea así. Escribo de guerras, de regímenes, de potencias enfrentadas y hay una mirada política.
-¿Cómo se relaciona el conflicto de Rusia y Ucrania con la novela?
-Cuando Azerbaiyán invade y ataca a Artsaj el 27 de septiembre de 2020, comienza la guerra de los 44 días a la que refiere mi novela. Turcos y azeríes se consideran una misma nación, según declararon públicamente. Armenia y Artsaj tienen que salir a defenderse de sus ataques, de visibilizar el tema del odio racial y la limpieza étnica contra el pueblo armenio. Hasta ese momento, Rusia no estaba en la región del Cáucaso.
—¿Entonces?
—Se firmó un acuerdo de paz -que nunca se respetó-, firmado por tres partes: Armenia, Azerbaiyan y Rusia, porque Artsaj es una república autónoma no reconocida por la ONU. Putin se erige como mediador entre las dos potencias y lo que logra es instalar sus fuerzas en el Cáucaso para “garantizar” la paz. Las banderas rusas se ven en Artsaj, al igual que empezar a enseñar ruso en las escuelas. Rusia siempre fue el “hermano mayor” de Armenia, para bien y para mal. Mientras el mundo estaba distraído por el Covid, Putin decide invadir Ucrania y se “olvida” de custodiar el corredor que unen Armenia y Artsaj y que las fuerzas de Azerbaiyan invadan nuevamente. Putin tiene la intención de instalar un “neo-zarismo”.
—¿Qué sucede con los varones y las mujeres que combaten en la línea de combate, en la frontera caliente?
—Se empezaron a sumar mujeres a la línea de combate. Armenia es un pueblo que se tuvo que defender siempre. El uniforme militar en Armenia significa la resistencia, morir por la patria porque la amenaza constante existe, nunca se fue. En los ataques de Azerbaiyán en septiembre a territorio soberano armenio, tomaron prisioneros de guerra, tomaron a cuatro mujeres como prisioneras y el ensañamiento con ellas es mucho mayor.
—El caso de Anoush Apetyan se hizo muy conocido este año
—Ella era francotiradora y fue torturada, mutilada, violada y asesinada por las fuerzas azerbaiyanas durante los enfrentamientos entre Armenia y Azerbaiyán de septiembre de este año, junto a otras tres mujeres que formaban parte del ejército. Ellas estaban defendiendo la frontera. Todos son crímenes de lesa humanidad pero su caso fue terrible y hay un ensañamiento mayor con las mujeres.
—En un pasaje de la novela, Alma y Sherry están frente a la pintura de “La chica gitana” y ella recuerda lo que le dijo su tía: “siempre hay que mirar para adelante”, ¿qué ves?
—Un camino de lucha y de amor. Me emociona porque quiero seguir construyendo. Me calcé mi propia bandera, mi propia espada y veo la lucha por liberarnos de los mandatos, la capacidad de seguir soñando y fantaseando con la ristra de balas y el fusil. Veo una Magda que espera algún día darle significado a los pañuelos que lleva atados en su cintura.
“Artsaj” (Fragmento)
Obsidiana
Massachusetts, Estados Unidos, verano de 2020
Se despertaba con dolor en el pecho y un agujero en el vientre. El vacío subía por el tronco hasta generarle náuseas. Después de los meses internada en el Massachusetts General Hospital y la odisea en Rojava, el dolor en la mandíbula se había desplazado hacia el chakra pélvico. Se extendía por todo el abdomen y se sumaba a la atrofia muscular por haber permanecido tanto tiempo en coma. Una pata de elefante le aprisionaba el pecho, como si los 5137 metros del monte Ararat se posaran sobre ella. Pero Alma Parsehyan no pisaba la montaña más alta de la Armenia Histórica y tampoco Rojava, donde su prima Nané se había batido a sangre y fuego. Menos Artsaj, donde Alma había vivido lo más lindo y lo más terrible de su paso por Armenia.
La periodista pestañeaba para entender. Paseaba los ojos por su departamento de Boston, frente al Public Garden. Intentaba reconocer ese piso donde se había instalado para terminar de recuperarse. Sus logros eran muchos, gracias a la persistencia de Lisa y de los médicos. Había regresado buena parte de su memoria, luego de que sus pulmones se magullaran al inducirla al coma. De a poco dimensionaba lo vivido. Aquel tiempo en el norte y este de Siria, territorio bajo control del pueblo kurdo y amenazado por Turquía y Estado Islámico, pero también donde Nané había encontrado el amor y con él un vuelco de 180 grados. Pero Alma...
El pecho oprimía más y el vientre se movía como un lago de aguas turbulentas. En esa marea, identificaba los rayos que irradiaba su tronco. Su cuerpo como su propio don y dron. Una fotocopia del picoteo incesante en la cabeza. Los tranquilizantes apenas mitigaban el dolor y la sensación de que le faltaba una parte del cuerpo alrededor del vientre. Lo sabía y lo negaba. Ingería los comprimidos cada vez con mayor urgencia. Y al hacerlo se le aparecía el rostro dulce y severo del doctor Sherry.
Concretamente, la tarde a fines del verano de 2019 en que se habían despedido en el aeropuerto de Alepo. El doctor la había hecho ruborizar al poner en descubierto sus mentiras, pero sin regañarla. Sherry se había fijado en su adicción con compasión. Se había fijado en ella. Aún recordaba la sonrisa en sus labios segundos antes de abordar el avión. El doctor había depositado un halvá con una orden entre las manos de Alma.
—Cómelo cuando te invada la angustia. También puedes llamarme.
Quién es Magda Tagtachian
♦ Nació en Buenos Aires y es tercera generación de armenios en Argentina.
♦ Es periodista y escritora. Trabajó en el diario Clarín durante veinte años y antes en las revistas Gente y Para Ti, de Editorial Atlántida.
♦ Es autora de Nomeolvides Armenuhi. La historia de mi abuela armenia (Sudamericana, 2016; P&J, 2021), Alma Armenia (VR Editoras, 2020), y Rojava (P&J, 2021).
♦ En 2018, recibió la distinción Hrant Dink, otorgada por el Consejo Nacional Armenio de Sudamérica, por su labor en derechos humanos.
♦ Hoy la autora mantiene una activa participación en la comunidad armenia de Argentina y del mundo y colabora en distintos medios periodísticos y ámbitos literarios.
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