Recién me enteré del nuevo libro de Hugo Chaparro Valderrama, salí a buscarlo a la brevedad. De lo último que se había sabido sobre el escritor colombiano era que había publicado una novela, tan distinta como todas las suyas, sobre un hombre de tamaño desmedido que trabaja cuidando tumbas en un cementerio y al que todos llaman “buey”, por su exagerada complexión.
Leí algunas partes de “El buey descalzo”, recién salido al mercado, pero no pude continuar por el azar de los días. El libro sigue estando sobre mi mesa de noche, señalado en la misma página, y el buey sigue diciendo lo mismo, una y otra vez, como en un bucle.
La sorpresa estuvo declarada en cuanto supe que este nuevo libro del también autor de “Los elogios de la tribu”, no era novela o reunión de cuentos, tampoco ensayos sobre cine o crónicas, sino poemas.
Desde hacía mucho que Chaparro Valderrama no publicaba poesía. Además de novedad, entonces, este libro era novedoso. Y sí, vale la redundancia, porque es necesario ahondar en este aspecto. Desde 1998, y puede que mi conocimiento me traicione, el autor no revelaba verso alguno. Tan solo dos libros del género, bajo su autoría, vieron la luz: “Imágenes de un viaje” (1993) y “Para un fantasma lejano” (1998). Con ambos consiguió el Premio Nacional de Poesía otorgado por el Ministerio de Cultura de Colombia.
Parecía que esos dos títulos habían bastado para el autor y que no iba a seguir explorando, pero esta nueva publicación indica otra cosa: que Chaparro Valderrama siguió siendo poeta aun cuando se dedicó casi de lleno al oficio de novelista.
Este libro es un homenaje a la literatura en todas sus dimensiones, reza la contraportada. La literatura es la memoria posible, parece decirnos el autor, que los autores son amigos imaginarios con quienes se mantiene un diálogo poético, y que nuestra biblioteca guarda libros como tiempo condensado y la lectura es una forma de apropiárselo y así de invocar la muerte y el olvido.
Es el número 29 de la colección de poesía de la editorial de la Pontificia Universidad Javeriana, lleva por título “Escrito en el tiempo” y evoca aquellos días en que, ya no el novelista, sino el poeta Chaparro Valderrama, escribía versos como los del poema ‘Fantasmas en la sombra’: “Si cayera otra vez la lluvia generosa/vería en este bosque/la imagen secreta de mi infancia”.
Dice Juan Felipe Robledo, el editor de la colección, que “el gran asunto del libro es el poder de la palabra para ofrecerle al lector, en la memoria, un mundo recuperado o reinventado en versos extensos, que convocan un mundo misterioso o vuelto a visitar con delicadeza y elegancia”.
Y en el prólogo, la poeta María Paz Guerrero, escribe: “La poesía de Chaparro revela la opacidad de la memoria. El lenguaje poético capta lo difuso, las superficies porosas”. Y celebra que, “por fin podemos ingresar en el terreno de lo que se desvanece”.
Mientras tanto, el tiempo avanza,
y con él, algo irónico, nosotros,
a un ritmo que nos hace historia
y deja -o no- su huella.
Un asunto de ficción.
No interesa.
Lo que importa, según los cronistas, es la aventura
-y que esté, al menos, bien escrita.
La poesía aquí contenida es transgresora, como el resto de su obra, no se amolda, no se acoge. La escribe Chaparro Valderrama siempre como peleando con la forma, con la estructura, pero consciente, hasta la medula, de que existe tradición, herencia, en sus versos.
Grata alegría es leerlo a Chaparro Valderrama de nuevo en esta faceta, y aún más grato saber que todo esto que ha sido en el tiempo, su escritura, reconfirma aquello de que el paso de los días no es más que una invención y tan solo las palabras consiguen condensar toda su complejidad.
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