¿Es posible que un beso apasionado lo arruine todo? Alexa siempre soñó con ser actuar en telenovelas, pero durante el casting más importante de su vida, el galán del momento le dice lo que ella ni en sueños hubiera deseado escuchar: “Eres mala actriz”. Por su culpa, no la contratan, así que decide odiarlo para siempre. Sin embargo, el destino vuelve a juntarlos para protagonizar una nueva telenovela. Y aunque ella lo odie en la vida real, se verá obligada a amarlo o, mejor dicho, a actuar como si lo hiciera.
Mientras dure la ficción, de la escritora argentina Karen Delorbe, bien podría ser una telenovela. En pleno auge de las comedias románticas con temática enemies to lovers (de enemigos a amantes), el libro de Delorbe encaja perfectamente en esta definición. En su último trabajo, la autora crea ficciones internas que se desenvuelven con el transcurso de la historia, las cuales funcionan como herramientas narrativas que ayudan a mantener la tensión de la trama principal.
Por momentos, los protagonistas se meten tanto en sus papeles que terminan asimilando conductas o reacciones propias de los personajes que interpretan. Es una ficción que tiene dentro de su narrativa central, otra forma de ficción: la película donde el personaje principal actúa. Como en una mamushka o un juego de cajas chinas, hay ficción dentro de la ficción.
En Mientras dure la ficción, publicado por V&R Editoras, Delorbe profundiza en el concepto del perdón y en el poder sanador del amor: amor por los demás, por lo que se hace y por lo que se es. Pero sobre todo, el amor hacia uno mismo que impulsa el deseo de superarse y de ser feliz.
Así empieza “Mientras dure la ficción”
Miami, agosto de 2015.
Esperaba en una sala atestada de gente desde las ocho de la mañana. Me latía la cabeza, la espalda me mataba y seguro que se me habían atrofiado las nalgas de tanto estar sentada. Esa noche, necesitaría un baño caliente y una botella de vino para descontracturar mi alma.
Me levanté y todos los huesos de mi cuerpo crujieron. Emití un quejido.
–Pareces la abuela –bromeó Tabi.
Con una mueca de disgusto, estiré la espalda cual gato montés para demostrarle que aún podía moverme como cuando tenía veinte. Necesitaría dos botellas de vino, no una. Volví a tomar asiento al lado de mi hermana. En su lugar, yo me habría vuelto a casa después de la primera hora.
Una mujer vestida con un sobrio traje del color de la brea salió de una habitación portando una lista. Crucé los dedos. Tabi también los cruzó. Era hora de que mi momento llegara. Era hora de que se cumpliera el destino para el que había nacido. La doña leyó un nombre en voz alta. No era el mío. La afortunada ganadora del turno saltó de la silla y acudió a su encuentro.
Ojalá que se equivoque, pensé. Según mi abuela, “no debes desearle el mal al prójimo”. Pero cuando te beneficiaba que a los demás les fuese peor que a ti, la cosa se percibía con otros ojos. Todas las mujeres en esa sala eran mi competencia. Ellas pensarían lo mismo de mí.
Al cabo de veinte minutos, la mujer del traje volvió a salir y la misma escena se repitió. La sala de espera se fue vaciando. ¿Cuánto más tendría que esperar a que pronunciara mi nombre? Mis piernas se sacudían sin control. Después de varias horas, se acababan las formas de pasar el tiempo y las ganas de seguir esperando.
No podía morderme las uñas porque mi prima Dalia (mi manicura) se enojaría conmigo, así que decidí jugar con un papel de caramelo que encontré en un bolsillo. Me negaba a extraer el teléfono y meterme en las redes sociales. En mi mente solo existía sitio para las líneas que había aprendido y repetía como loro a modo de mantra, una y otra vez.
–Relájate, me estás volviendo loca –exclamó Tábatha–. Sabes el libreto de memoria. Lo ensayaste un millón de veces. Hasta yo me lo sé y ni siquiera lo leí. Quédate tranquila, Alexa. Lo harás bien.
Traté de tranquilizarme y visualicé, como siempre, el escenario de mis fantasías telenovelescas, en el cual soñaba con actuar algún día: el muelle de una islita paradisíaca en el que mi galán ficticio perfecto me proponía matrimonio.
Cubrí mi boca al descubrir un temor que no había tenido en cuenta: si conseguía el papel, tendría que besuquearme con un desconocido e, incluso, hacer escenas no aptas para niños delante de muchas personas. ¡¿Y si me pedían que hiciera un desnudo?!
No te adelantes, Alexa, me dije en un tono maternal. Cuando llegue el momento, estarás preparada. Primero, pasa la audición. Enfócate en una cosa a la vez. Ommm.
Intentar meditar me ponía más nerviosa, así que lo dejé.
–¿Y si me piden ahora que bese a alguien? –pregunté, al borde de un ataque de nervios–. ¿Qué hago, Tabi? Nunca besé a nadie en una actuación. ¿Y si me sale mal? ¿Si muerdo al actor sin querer?
–¿Por qué lo morderías? –Mi hermana rio.
–No sé, ¿porque tengo hambre? Ayúdame.
–No te pedirán un beso hoy –me tranquilizó–. Oí a un par de chicas hablando en el baño. Solo tendrás que decir lo que aprendiste y seguir alguna indicación del director.
Volví a respirar y agradecí que estuviera a mi lado. La próxima vez, le pediría que trajera unas bolsitas de papel, por si me daban ganas de vomitar. Sin su compañía, no hubiera sido capaz de soportar el nudo en mi estómago o las palpitaciones. Tal vez, ni siquiera hubiera tolerado la primera hora de espera. Era la única persona en el mundo que me tranquilizaba, la única que no quería asesinarme cuando me ponía histérica. ¿Quién más, sobre la faz de la Tierra, me hubiera sonreído después de pasar horas sentada conmigo?
No había estudiado actuación desde niña, como la mayoría de mis compañeros de teatro, sino desde los dieciocho, después de la repentina muerte de mis padres. Sin embargo, cuando comencé a actuar, invertí todo mi esfuerzo y dedicación para, algún día, vivir de ello. Había descubierto mi vocación hacía trece años, cuando me aficioné a las telenovelas gracias a mi abuela. Ella profesaba gran admiración hacia la actriz Cassandra James: una “diva” de la pantalla chica. En cuanto la vi en El largo beso del adiós, supe que ese era mi camino.
Nadie pegaba cachetadas como esa mujer, con tanto ruido. Dejaba rojas las mejillas de los actores. Y no podían llorar, pero en sus ojos se notaba que les había dolido. Además, lanzaba miradas furibundas como ninguna: parecía que se le iban a saltar los ojos para afuera o que, en cualquier momento, su cabeza reventaría. Y cuando besaba, su fogosidad me hacía creer, muchas veces, que terminaría devorando a su pareja. Actuaba como si no le temiera a nada ni a nadie; por eso, la admiraba. Quería ser ella.
Algún día, me decía siempre.
Yo sí tenía miedos, a diferencia de la mujer a la que idolatraba. La posibilidad de interpretar una escena amorosa me provocaba pánico. Sin embargo, estaba dispuesta a conquistar mis temores con tal de que el director del casting volviese a llamarme. Si tenía que besar a un total desconocido delante de una cámara, lo haría con pasión real.
Besaría al hombre como si se tratara de Caleb James, el hijo de Cassandra. Protagonizaba todas mis fantasías.
Me abaniqué. Había entrado en calor. No debía pensar en hombres hermosos, ni en nada que me quitara la concentración. Entraría a un importante casting; un casting del cual dependería mi futuro y mi vida entera. Los estudios de Telecursi buscaban una actriz desconocida que interpretara el papel protagónico femenino de su nueva telenovela. No podía dejar escapar la oportunidad de mis sueños por nada del mundo.
Había dejado de escuchar a mi hermana, pero ella seguía hablando con el objetivo de tranquilizarme. Solo capté lo último:
–... y no vas maquillada como Dalia, así que estarás bien.
Lo decía porque me había maquillado ella. Se levantó y alisó su vestido de seda pegado al cuerpo. Le quedaba bien. Tomó el teléfono de su bolso y se alejó de mí a paso rápido. El pánico me invadió.
–¿A dónde vas?
–Me llama André. Ahora vuelvo –respondió, caminando a la salida. Los constantes murmullos de la sala no la dejarían escuchar la melodiosa voz de su novio.
André era el único ente por el cual me dejaba plantada en medio de una crisis. Se me estrujó el estómago. ¿Qué tal si la mujer de negro me nombraba? ¿Qué tal si, por culpa del zoquete, tenía que enfrentarme sola a la primera gran y aterradora oportunidad de mi existencia?
Quién es Karen Delorbe
♦ Nació en Buenos Aires, Argentina en 1979.
♦ A los 28 escribió su primera novela de fantasía juvenil. Desde ese entonces, publicó nueve novelas de distintos géneros, como El ángel de la oscuridad, Legado de sangre y No soy un gatito salvaje.
♦ Ha practicado equitación, piano, arquería y taekwondo pero también, le gusta meditar y está aprendiendo a tocar el violín.
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