“Se puede entrar en la realidad por la puerta principal o escurrirse en ella -es más divertido- por una ventanita”, ha dicho Gianni Rodari al referir a la fantasía.
En esta época en la que algunas de las fantasías más convencionales de la tradición cristiana se ilumina en las ventanas de muchas casas, desde aquí les deseamos noches buenas de lecturas compartidas, ya sean susurros, cantos o declamaciones, pero que sea ficción, juego, fantasía.
Si es arrullo para bebés que sea Mientras vos nadás, de Melina Pogorelsky y Paula Paganini (edición de autor), un libro de espera y de voces que se dicen con las manos, las caricias. Poesía que es canción y que es nana para el niño que nada, que duerme, que chilla y reclama. Una invitación a probar todo por primera vez, como bien dice uno de sus poemas:
Abrir el libro con vos:
Pasto / cielo / dos limones
atardecer de elefante.
Se mira,
se toca
y después…
directo a la boca.
Un imprescindible para los primeros meses de vida es Nidos que arrullan, de Cintia Roberts y Laura Varsky, que tiene música de Teresa Usandivaras y cuenta con Laura Devetach como voz invitada. Es un libro que suena; un disco que cuenta: un diálogo entre lo escrito y lo musical. Nidos que arrullan (Ojoreja) reúne cantos y nanas tradicionales de América Latina y se gestó como una forma de colaborar de la crianza con un objeto poético que pudiera estar en el regazo de los adultos, pero que al mismo tiempo fuera capaz de deslumbrar a los bebés desde lo visual, lo sonoro, lo afectivo, lo táctil.
Si son juegos para pequeños preguntones, que sean libros-ventana, que lleven de la mano a lugares a los que de otro modo nunca se llegaría, que hagan soñar, desear, imaginar, que regalen “tiempo de jugar, que es el mejor”, y también, sí, que ametrallen a preguntas.
Libros como Qué sueñan los peces del mar. Preguntas para pensar en colores, un inventario de disparatados interrogantes multicolores creado por Pablo Picyk (Periplo) con preguntas como: “¿Qué siente el cielo cuando vuelan los pájaros? ¿A qué le tienen miedo los fantasmas? ¿Por qué los cerditos andan siempre de a tres?” El juego al que invita Picyk, se da en la ambigüedad entre el texto y la imagen, con los colores como excusa.
Cuando las luces bajan, el cuarto se queda más quieto y la respiración se vuelve acaso más pesada, es ahí cuando algo pincha y pide un ratito más. Justo antes de dormir se enciende un brillo, una pizca de absoluta lucidez por la que entran las preguntas, todas las preguntas que duermen de día, y que en ese borde viscoso se sueltan y caen como la lluvia de las tipas en noviembre. Así, la niña de Justo antes de dormir, de Laura Wittner y Natalia Bruno (Lecturita) hace pregunta tras pregunta y consigue que su madre se quede un rato más a su lado antes que la noche se instale en su párpados para animarla a soñar.
El pequeño de Algo grande, de Sylvie Neeman e Ingrid Godon (Amanuta) tiene también una pregunta, quiere saber cómo siendo él solo un pequeño podría alcanzar su deseo de hacer algo grande. El libro es una charla en la que el niño intenta que el adulto que lo acompaña comprenda el tamaño de su deseo y, como a menudo sólo sabemos lo que pensamos y lo que deseamos cuando lo ponemos en palabras. Pero lo maravilloso del libro no es el punto de llegada sino el paseo, ese ir y venir de las preguntas como las olas del mar, a veces tan cerca, a veces tan lejos. La fantástica ecuación de una charla sobre nada y sobre todo, un tiempo y una sensibilidad que se comparte.
En el álbum ¿Cuál existe?, Mauro Zoladz y Nella Gatica (Periplo) ponen bajo la lupa a insectos y animales reales e inventados. ¿Araña pollito o araña gallina? ¿Pájaro doctor o quizá carpintero? ¿Pez espada o pez pincel? Cualquiera puede ser cierto, ¿o no? Sin embargo, uno suena más disparatado que otro. El libro es de una lectura animada, participativa y repleta de guiños y señales que se habilitan en las expresivas ilustraciones de Gatica. Pero eso no es todo, también incluye un fichero a modo de enciclopedia en el que se describen los insectos y animales que sí existen y se cuenta por qué llevan esos nombres tan particulares.
Si fueran historias para los que ya han descubierto algunos secretos -esas chicas y chicos que miran a los adultos con los ojos entrecerrados como estudiándolos y la sonrisa fruncida en señal de displicencia-, historias para esos que ya saben muchas cosas, entre otras que los regalos de Navidad no salen del saco rojo y mágico de un viejo barrigón-, que sean libros que los muerdan con otras apuestas estéticas, otras fantasías, más mundos, otras sensibilidades.
Uno que tiene estatus de clásico pero al que siempre vale mencionar es Los misterios del señor Burdick, de Chris Van Allsburg (FCE), que reúne catorce obras en escala de grises, escenas a simple vista corrientes, pero con detalles que alertan sobre “algo” que está en las sombras, lo que no termina de verse pero que tampoco se oculta del todo. Las ilustraciones llevan a página opuesta un título y una brevísima bajada. Lo que queda por saber es cuál es la historia que le sigue, la que arranca el título e ilustra la obra: ¿cuántas historias caben entre página y página? Es tarea de cada lector imaginarlas. Un libro infinito.
Las siete puertas de Sara Gallardo se publicó por primera vez en 1975, y casi cuarenta años después Planta editora lo recuperó en una edición ilustrada por Silvia Lenardón que también incluye al cuento “Dos amigos”. En Las siete puertas un chico se resiste a cumplir con el deseo de su madre de ir a tomar el té con su tía abuela. Una casa rara y vieja, una sala y siete puertas. Como se aburre, decide abrir una de las puertas y allí empieza la fantasía, ¿qué encontrará detrás de cada una? ¿podrá acaso abrirlas a todas? Una puerta lo lleva hasta un Papá Noel que da vueltas carnero y se peina la barba con un peine de bronce: “No le pregunté si podía ser hoy la Navidad. Ya era Navidad porque lo había encontrado”.
Y si de abrir puertas se trata, el álbum Universos fugaces, de Cintia Roberts, Ana Sagripanti, Sofía Chas y Pilar Centeno (Casitas de papel) suelta pedacitos de hilos de una madeja infinita: el tiempo, la distancia, lo hallado, lo perdido. Puertas desde las que volver a mirar la mesa de todos los días, las charlas de todos los días, el gesto de crecer, la lluvia que da vida, las tempestades, las minúsculas partículas de polvo del que estamos hechos, la magia de un brote, una semilla, una gota de agua en la que caben tantos mundos. Las ilustraciones de Pilar Centeno ponen en el libro los claros y los agujeros negros necesarios a cada clima, un libro que se disfruta en cada nueva lectura.
Para quienes prefieren la narrativa, Cuando llega un dragón, de la escritora cordobesa Maricel Palomeque, con ilustraciones de Mercedes González (Los Ríos) es un libro que se balancea entre la épica de la leyendas y la fantasía más clásica, tiene ecos claros de la literatura de Ítalo Calvino y Dino Buzzati. Juega en prosa como si hiciese poesía. Crea un mundo con reminiscencias de nuestro mundo pequeño y florido, con pociones mágicas que brinda la tierra, con sabedores que lanzan piedras para comprender algunas líneas de sus muchas sus preguntas. Un universo de sol, de lluvia, de hambruna y de muertos a los que se ofrenda en la siembra. Un pequeño trozo de selva, de río y de guayabos que dan comida y refugio al pueblo de los oderios, esta pequeña civilización que bienviene a un dragón y aprende de él y lo bendice.
En clave de juego y ánimos de coleccionista el Álbum de criaturas fantásticas, de Nicolás Schuff y Fábrica de Estampas (Galería Editorial) reúne un surtido repertorio de seres mitológicos a los que se les dedica -desde lo textual- un acróstico y desde la imagen, una xilografía. Aquellas lectoras y lectores más curiosos pueden salir a la busca de nuevos versos para Brujas, Lobisones, Minotauros o Sirenas y, por qué no, intentar reproducir de manera casera la técnica xilográfica para crear nuevas estampas.
Por último, una invitación: Pide un deseo/Make a wish, de Nadia Romero Marchesini (El Ateneo), un álbum en edición bilingüe que celebra la fuerza creativa de los anhelos, la imaginería que pone en marcha una ilusión. En épocas de cierre, de balance, de galletas de jengibre, luces de colores y cipreses de utilería, este libro nos invita a volver a creer, cerrar los ojos, mirar hacia adentro y pedir un deseo.
Si han de ser historias para quienes ya han visto, han oído, han creído y han vuelto a desafiar a la fantasía, que sea misterio, absurdo y, por qué no, nostalgia.
Salvaje (Global), del genial autor e ilustrador brasileño Roger Mello, que visitó la Argentina recientemente en el marco del Festival Filbita 2022, es un cuento silencioso en el que toda la acción transcurre en la ilustración. Hay que mirar bien hasta encontrar dónde sucede ese pequeño gesto que acciona el movimiento. El escenario está en estricto blanco y negro, pero en un rincón hay un color: el amarillo.
Una persona lee y toma una postal de un tigre en la mano, hay un ejemplar de El libro de la selva, de Kipling. El hombre toma la postal y la coloca en un marco, el tigre está en posición de descanso. El hombre, ¿es en realidad un cazador? Se calza su sombrero, toma las maletas y sale del plano. El tigre de la postal se pone de pie y abandona el marco. ¡Y sigue!
Así como Los misterios del señor Burdick de Chris Van Allsburg obliga a imaginar una historia detrás de cada una de las ilustraciones apenas tituladas, en Los pequeños macabros, Edward Gorey (Zorro Rojo) impone un abecedario completo de muertes absurdas, incomprensibles, delirantes, estremecedoramente graciosas : “La A es de AMY, que rodó por las escaleras”; La F es de FANNY, vaciada por una sanguijuela”; “La I es IDA, que se ahogó en un lago”; “La J es JAMES, que tomó lejía por error”. Todo con el delicado trazo de Gorey, esas tintas delgadas, esas niñas y niños gráciles y tiernos hasta la ebullición que pinzan la cuerda del cinismo que todas y todes llevamos dentro, más aún en la preadolescencia.
Pero ¡alto! que es una selección de libros para regalar en Navidad. Cerremos con esa nostalgia feliz de las cosas buenas, de los tiempos compartidos, de la belleza y la poesía de pisar el jardín recién regado con los pies descalzos. Para eso, para llenarnos el pecho vaya este Jardín del aire, poesía de Laura Escudero Tobler e ilustraciones de Tomás Olivos (Portacultura) que empieza diciendo así:
Algunas mañanas mi abuelo y yo
salimos de la casa
sobre la vereda
caen las hojas
como estrellas de los árboles
o del cielo
por las dudas
pedimos un deseo.
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