“Tenía veinte años cuando me perdí. Estuve por la ciudad proclamando el fin de los tiempos. Como esa gente que uno encuentra en las plazas y dan risa o espanto”, cuenta el director, guionista, escritor y dramaturgo argentino Santiago Loza en su último trabajo, Diario inconsciente, un libro que intenta poner en palabras las crisis mentales e internaciones (una domiciliaria y otra en una clínica) que padeció tres décadas atrás.
Sobre esos primeros tambaleos por fuera del rígido y rectilíneo camino de la cordura, el autor de libros como El hombre que duerme a mi lado y director de películas como Breve historia del planeta verde aclara: “En ese trayecto, mi ropa se fue rompiendo. Usaba unas alpargatas de yute y la suela se fue desmembrando, las tiré. Seguí descalzo. Sentía terror, pero también libertad y una plenitud que no alcancé nunca más”.
Y es que este libro, el primero de la nueva editorial argentina Bosque Energético -dedicada exclusivamente a la publicación de diarios íntimos de escritores-, no traza el camino habitual que suelen seguir aquellos textos que abordan la locura: “Cuando se exponen historias de crisis personales se suele destacar la superación del conflicto. Hay algo ejemplificador en quienes pudieron atravesarlo. No es mi caso. La cosa sigue ahí. Cuando se escribe algo se despeja, pero sigue acechando siempre como una sombra. Se vive con temor a volver a ese estado. Se descree de la propia cordura, nunca se deja de estar un poco loco”.
Alejado del diario tradicional, en el que la sucesión cronológica de días es el cauce de la narración, Loza optó por un formato fragmentario que traduce con mayor fidelidad ese estado caótico, volátil e inenarrable que es la locura. Ninguna de las entradas está fechada y los acontecimientos se presentan, más que como una línea recta, como atisbos a un abismo al que ninguna mirada puede abarcar por completo.
Escribe Loza: “Hay en la locura una línea difusa entre simulación y verdad. Se han perdido las barreras que contienen las normas y el pudor (...). Si hay un laberinto cotidiano que atravesar, el loco ha saltado sobre los andariveles posibles y señala que no hay salida. Por eso se le teme”.
Locura, cordura y escritura
“La locura no arma relato, lo desintegra”, afirma Loza en Diario inconsciente. Entonces, ¿cómo escribir sobre algo que se le escapa a las posibilidades de la narración? ¿Cómo poner en palabras algo que que se desvanece?
“Esto es un diario incompleto sobre algo que no puedo recordar del todo”, escribe a la distancia. Y es que, tras una primera internación domiciliaria, al momento de ingresar a una clínica después de otra crisis, Loza decidió llevarse un diario para apuntar su paso por la institución psiquiátrica, diario que, de todos modos, quedó en blanco.
“Llevé un cuaderno a la internación, pero no escribí nada. Pasé tres años o más sin escribir. En el medio tuve depresión y sobrepeso. Pasé más de ciento veinte kilos. Había ingresado al hospital con treinta y nueve kilos. No solo se tienen varias vidas en esta vida, también se pueden tener incontables cuerpos. No recuerdo cuándo volver a escribir, tampoco cuándo dejé de hacerlo. Siempre llevé cuadernos, por las dudas”, cuenta.
Y aclara: “Estoy escribiendo en aquel cuaderno que había quedado vacío (...). Pasé años o décadas intentando comprender qué ocurrió. Buscando alguna lógica que pudiera explicar aquello. Se suele escribir para encontrar un sentido. No podía escribir porque no había sentido posible. Tampoco deseo. Miento, solo quería irme. Salir y tener una vida normal. Error, la normalidad no existe”.
El sostén familiar
La historia que cuenta Santiago Loza en Diario inconsciente no sería la misma de no haber tenido detrás a una familia, que incluye tanto a parientes como a amigos, y que, a pesar del susto y la preocupación ante lo desconocido, supo actuar a tiempo.
Loza recuerda a todas aquellas personas que, en la clínica, quedaron para siempre “del otro lado”, pacientes sin los recursos anímicos ni económicos como para hacerle frente al abismo insondable de la locura. Y es que la salud mental es cara, excesiva y excluyentemente cara. Incluso hoy en día, tres décadas más tarde, el autor continúa gastando gran parte de lo que gana en medicina.
En una de las entradas más conmovedoras del Diario, Loza repone un fragmento de una carta en la que su padre le explica a su hermanito menor la situación por la que el autor estaba atravesando: “Todas las personas tienen dentro de sí una zona salvaje y misteriosa a la que se accede con un puente cuando se sueña. En el caso de tu hermano, ese puente se ha roto. Es probable que no vuelva del lugar donde está. Tenemos que tratarlo con cariño. Tu hermano está perdido dentro de sí. Tenemos que ayudarlo, ser pacientes, por si algún día, algo de él regresa”.
La vida, finalmente, se impuso. El puente derrumbado se recompuso y, no por suerte sino por pura fuerza de voluntad, Loza regresó.
“Hay en otro tiempo parecido a este un chico que camina contra los vientos proclamando el final de todo. Es parte de los extraviados en la calle, los que hablan solos o con sus demonios, los que sacuden las manos y discuten con lo invisible. Se puede dejarse ir. Abandonarse. Pero no lo hice. Volví. Quise quedarme en el mundo de los vivos”.
“Diario inconsciente” (fragmentos)
La primera internación fue domiciliaria. Estuve encerrado en el cuarto de mi hermana durante unos meses. La segunda fue en la clínica. Me cuesta ordenar. No lo voy a intentar. No puedo. Arranco por la clínica. Donde ya todo había sucedido. Después voy mezclando. Tomo de aquí, de allá, voy mechando, invento, hago revoltijo. Así fue todo.
***
Antes de la internación me resistí, me puse demasiado bravo.
Una tía que se había pasado años acostada por la depresión me llamó por teléfono y me dijo que yo estaba cumpliendo su sueño.
Dijo que el lugar donde me iban a internar era precioso, que ella hubiese querido pasar allí una temporada. Me pidió que al regresar le cuente todo. Por supuesto, nunca lo hice.
***
A veces no tomo la pastilla de la noche, la que me obliga a dormir. La escondo debajo de la lengua y cuando se retira la enfermera la escupo. Camino por el hospital como un fantasma, saludo a los guardias, a los médicos nocturnos, entro a la sala de proyecciones donde pasan el continuado de películas bíblicas, miro un rato, me aburro y sigo caminando hacia el parque, prendo un cigarrillo y otro y otro más. Al día siguiente tengo mucho cansancio porque dormí poco, pero no me arrepiento. Pocas veces me arrepentí.
Llevé un cuaderno a la internación, pero no escribí nada. Pasé tres años o más sin escribir. En el medio tuve depresión y sobrepeso. Pesé más de ciento veinte kilos. Había ingresado al hospital con treinta y nueve kilos. No solo se tienen varias vidas en esta vida, también se pueden tener incontables cuerpos. No recuerdo cuándo volví a escribir, tampoco cuándo dejé de hacerlo. Siempre llevé cuadernos, por las dudas.
Estoy escribiendo en ese cuaderno que había quedado vacío.
***
Hay algo vergonzante en nombrar una crisis mental. Mencionarla produce de inmediato un silencio incómodo.
La psicosis viene a cortar la narrativa vital, es una interrupción.
Se vive y se narra. Se vive para contar, poner un orden a los acontecimientos.
La crisis viene a desordenar o a decretar que no hay orden posible y todo intento es vano.
El paciente mental es débil, no ha podido sostener el pacto que lo une a la realidad y se ha salido.
Si hay un laberinto cotidiano que atravesar, el loco ha saltado sobre los andariveles posibles y señala que no hay salida. Por eso se le teme.
Hay en la locura una línea difusa entre simulación y verdad. Se han perdido las barreras que contienen las normas y el pudor.
Las marcas que quedan son invisibles, lo que genera más espanto todavía. Cuando las señales de una enfermedad están a la vista, pueden generar piedad o respeto; las señales de la mente producen incomodidad, temor de contagio, parálisis, nadie sabe cómo comportarse frente a lo invisible.
Cuando la crisis pasa, queda sobre el paciente una especie de arrepentimiento. Cree que podría haber evitado ese corrimiento, el estallido de imágenes, la furia.
Durante años dejé de escribir. No tenía nada para decir, casi no hablaba. Escribir es un diálogo, un cauce, un desahogo. La crisis había arrasado las palabras, quedaron secuelas, escombros.
La recuperación fue lenta, movimientos pequeños, imperceptibles al principio.
En lo que respecta a la escritura, se puede volver a comenzar haciendo ejercicios muy sencillos, palotes, luego intentar una oración y después un párrafo y así.
Tarde o temprano la vida termina por imponerse.
Yo tenía una necesidad muy grande de vivir en el mundo (esto lo escribí varias veces). Me lo sigo repitiendo.
Pregunta si escucho voces. Le respondo que no, pero no estoy seguro.
Pregunta si quiero volver a mi casa. Le respondo que sí, pero tampoco estoy seguro. Pregunta si tengo planes. “Escribir y hacer cine”, le respondo.
“Con voluntad vas a poder hacer todo lo que te propongas”, me dice.
“Claro”, respondo, pero no estoy seguro.
Unos meses antes de la internación vivía en un departamento. Llamé a la madrugada a un amigo y le dije que estaba volviendo a pasar. Preguntó “qué cosa”, pero no supe qué responder. No podía ni sabía cómo nombrar eso que me arrastraba. Y esa parte mía que se dejaba ir, cortaba las amarras con lo tangible. Llamé para despedirme o para dar aviso, como quien hace un largo e imprevisto viaje y necesita dejar alguna señal para no perderse del todo.
Después de la llamada recuerdo poco, hasta la internación. O lo que recuerdo no se puede escribir, tiene que ver con el espanto y la belleza. También con un silencio ensordecedor. Un pozo, una caída, un aturdimiento.
***
¿Sabés por qué estás acá?, preguntó la terapeuta.
“No”, le respondí.
“Entonces vas a tener que averiguarlo”.
Asentí.
“Hay respuestas que solo las tenés vos”.
Asentí de nuevo, pero simulando.
No entendía, nunca entendí del todo.
***
La locura es algo a lo que uno se entrega por completo. Es un estado que se abraza como una pasión. La locura es insaciable.
Se está loco de manera total. No hay un estar medio loco.
Es un torrente que arrastra, no hay dónde sujetarse.
La caída es abismal, produce pánico y al mismo tiempo euforia.
La locura insume una energía que deja al cuerpo exhausto.
Pasaron veinticinco años y todavía estoy cansado.
***
¿Escuchás voces?
No.
¿Seguro?
Es un aturdimiento.
¿Hay voces que te digan algo?
No sé.
¿Querés que te llevemos al hospital?
Sí.
...
Es mejor que te quedes acá. Una internación domiciliaria.
¿Si no se detiene?
Tarde o temprano va a parar. Ahora tenés que estar tranquilo.
Tengo miedo.
¿De qué?
De todo.
La primera vez usaron algo a lo que llaman chaleco químico. Un conjunto de psicofármacos que aplaca de manera inmediata los delirios. Una sedación extrema. Tenía veinte años y casi no tomaba medicamentos. Miento, a veces Coca-Cola con aspirinas, no mucho más.
De repente todo ese químico entró en mi cuerpo y envejecí.
Después volví a la cordura, pero viejo. No lo noté al principio. Es gradual, sobreviene una depresión, sobrepeso, hastío, vergüenza.
***
No me hicieron electroshock.
No practicaron exorcismos.
No estuve encerrado en lugares sórdidos.
Tuve quien me cuidara siempre.
Amigos que acompañaron, esperando a que volviera.
Mis padres estaban asustados, pero actuaron con rapidez e hicieron todo lo posible.
En los hospitales psiquiátricos había visto gente que se quedaba ahí, del otro lado; supongo que la mayoría no tenía recursos anímicos ni económicos.
El cuidado de mi salud mental costó una fortuna.
Sigo gastando en medicina gran parte de lo que gano.
Era un buen paciente. Dócil. Lo sigo siendo, hago caso en todo.
Tenía una necesidad enorme de seguir.
Y un día comenzó a actuar la vida que había en mí. Se impuso.
También estaba la vocación. A veces me olvido de nombrarla.
La vocación desde siempre ahí, latiendo.
Y el amor, claro, en todas sus formas.
Quién es Santiago Loza
♦ Nació en Córdoba, Argentina en 1971.
♦ Es director y guionista de cine y televisión, escritor y dramaturgo.
♦ Dirigió películas como Edición limitada, Breve historia del planeta verde, El asombro, La Paz y Los labios.
♦ Escribió libros como La primera casa, El hombre que duerme a mi lado y Diario inconsciente.
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