Alejandro Zambra: “Yo sentía que Chile era un país de mierda con una poesía maravillosa”

El celebrado autor chileno estuvo en la Argentina para participar de la feria Edita, de La Plata. Aquí reflexiona sobre su tierra, donde la estrella era un poeta, Pablo Neruda. También evalúa lo que va del gobierno de Gabriel Boric.

Alejandro Zambra en la Feria Edita de La Plata. (Feria Edita)

Alejandro Zambra es un gran conversador. Uno llega a la entrevista —que cumple con todas las características de una entrevista y es en un salón de un hotel de Palermo— y al poco tiempo se olvida de la situación, de los cuarenta minutos que le habían asignado, incluso de las cinco o seis preguntas que llevaba. Zambra piensa las respuestas. No son tantos los que piensan delante de un grabador. Tampoco los que devuelven una pregunta con otra pregunta, no para evadirla sino para construirla en conjunto.

Desde hace años vive en México —está casado con la mexicana Jazmina Barrera otra escritora exquisita, autora del inclasificable Cuaderno de faros—, pero nunca dejó de considerarse un “escritor chileno”. En un país signado por la poesía, hoy la narrativa encuentra una vitalidad asombrosa y Zambra es uno de los referentes más destacados.

Entre otros títulos, es autor de Formas de volver a casa, Bonsái, Facsímil y del celebradísimo Poeta chileno, que fue elegido por muchos como el libro del año. Zambra visitó la Argentina invitado por la Edita, la Feria del Libro de La Plata, y luego participó en varios eventos, como una entrevista pública en la librería Eterna Cadencia organizada por la Fundación Filba. Y entre estas actividades se hizo un tiempo para hablar con Infobae Leamos de sus libros, de las herencias culturales, las sombras de Bolaño y Neruda, y también de la situación política de Chile, que cierra el primer año de mandato de Gabriel Boric.

alejandro zamba

Hay una característica en tus novelas, que tiene que ver con cierto sentido del ritmo o de la musicalidad. ¿Cómo trabajás esa música?

—Estamos acostumbrados a considerar las novelas como si no tuvieran música. Pero, en realidad, los motivos para releer una novela son los mismos motivos que tienes para volver a escuchar una canción. En Poeta chileno funciona la música de la conversación, de las pausas, el intercambio, los silencios, de los momentos en que ambos interlocutores quieren hablar a la vez, pero no porque rivalicen, sino porque empatizan. Y creo se vincula con la conversación porque yo empezaba a perder el habla chilena. O empezaba a recuperarla, porque cuando pierdes tus palabras recién entonces sabes cuáles eran. El ejemplo que más me gusta es “de todas maneras”. En Chile decimos de todas maneras para decir .

En México, donde estás viviendo, usan mal el “hasta”. Dicen hasta para decir desde.

—Bueno, yo no diría que lo usan mal, pero es un ejemplo perfecto porque crea muchas confusiones de las que un hablante mexicano no es consciente.

Si uno se apropia de sus palabras al reconocer los equívocos que provoca, ¿la literatura, entonces, se compone de equívocos?

—Bueno, te lo pregunto yo a ti... [Hace unos segundos de silencio] Uno empieza a reconocer su ritmo. El ritmo chileno está hecho de aceleraciones y de frases sobreentendidas. Un diálogo chileno clásico podría ser: “Bueno, ¿y fuiste...?”, “Claro…”, “Y qué pasó...”, “Bueno…”. Es muy difícil de entender lo que están hablando. El coa, que es el lunfardo chileno, que estaba hablada para que no la entienda el policía, también es muy creativa, pero su característica principal es articulatoria. Se habla abriendo muy poco la boca. Por eso Chile es un país con grandes ventrílocuos… [Se ríe a carcajadas] ¡Bueno, pero podría ser!

¿Cómo pensabas el diálogo en Poeta chileno?

—Tenía dos modelos narrativos. Uno es cuando abres la puerta y alguien te viene a dejar algo y te empieza a contar una historia y estás ahí en el umbral mucho rato divertido por una historia que no anticipa bien su duración. Y el otro es el del anfitrión que todo el tiempo se ocupa de llenar la copa del invitado para que no se vaya.

Tus personajes me dan la idea de que tienen nostalgia de no haber sido héroes. Pienso en el chico de Formas de volver a casa.

—No sé si nostalgia. Yo siento que todos mis personajes, más allá de que las novelas estén en primera o tercera persona, hubieran elegido otro narrador. Uno que mostrara el otro lado. En Poeta chileno, lo que me interesaba era cómo el deseo de la poesía convive con lo cotidiano y con los desafíos familiares, con los desafíos inherentes a la experiencia del amor y de la crianza. En el fondo, se podría contar la misma historia omitiendo eso y quizá sería más heroica.

¿Bolaño forma parte de tus lecturas formativas?

—No fue tan formativo, porque lo leí a los 22, 23.

Yo siento que todos mis personajes, más allá de que las novelas estén en primera o tercera persona, hubieran elegido otro narrador

No deja de ser una edad formativa.

—Recuerdo la alegría de la comunidad cuando leí Los detectives salvajes. Era muy infrecuente leer novelas contemporáneas. A mí me interesaba la poesía y leía novelas, pero, en general, leía clásicos. Por muchos motivos, entre ellos, el económico: no teníamos plata y había mucha literatura en bibliotecas, en fotocopias y libros usados. Leíamos a Clarice Lispector, pero también a Heinrich Böll, Lawrence Durrell, por supuesto algunas cosas del Boom y, siento confesarlo [se ríe], mucha literatura argentina. Era el tiempo en que estábamos decidiendo qué tanto nos gustaba Borges.

¿También fue un problema en Chile?

—No como acá, claro, pero básicamente nuestro problema era Pinochet: qué hacíamos con la condecoración que recibió Borges de Pinochet. Pero no era habitual que leyéramos una novela que acaba de salir, como era el caso de Los detectives salvajes, que la leí en el 99 a los 24 años. Me acuerdo de haberla comentado con uno de mis mejores amigos, y llamarnos por teléfono fijo para ver en qué página íbamos. Hasta ese entonces teníamos una idea simplificada de una literatura contemporánea. Para qué leer una novela si en la poesía está todo.

Roberto Bolaño, el escritor que marcó un camino.

Muy en línea con la tradición chilena de la poesía.

—El gran personaje de mi país era Neruda, que, por supuesto, todos mirábamos con distancia, porque a todos los que escribíamos poemas en el último banco paródicamente nos habían llamado “el Neruda”. Tu Borges era mi Neruda. Creíamos haberlo superado, pero la mitología estaba ahí. Y yo creo que también forma parte de la mitología de Bolaño. La fama de Neruda era inmensa mucho antes de ganar el Nobel. Nos criamos en un país donde la superestrella era un poeta. Y también Gabriela Mistral estaba en el billete de 5.000 pesos. Por qué la dictadura de Pinochet eligió a una mujer lesbiana y poeta como la figura del billete más alto. De todas formas, para mí, el gran referente de los poetas jóvenes era Vicente Huidobro.

Nos criamos en un país donde la superestrella era un poeta

Los detectives salvajes tiene también muchos entrecruzamientos. Incluso está escrita como si el autor fuera mexicano.

—El caso de Bolaño es muy interesante. Casi no comete errores cuando va cambiando de registros de español y construyó una lengua que se nutría de los lugares en donde vivió. Yo no sé si predominaba un acento. Él se fue muy joven de Chile. Construyó un idiolecto, una lengua propia y era muy hábil al distribuir los acentos de los personajes.

Con estos puentes y herencias cruzadas, ¿sigue existiendo la identidad del escritor nacional?

—Por supuesto que sí. Hay algo argentinísimo en la literatura argentina, y viene de El escritor argentino y la tradición y que está en discusión permanente. Y hay algo chilenísimo en la literatura chilena, que está siendo discutido también. Raúl Ruiz lo captó muy bien en sus películas. Nicanor Parra también lo percibió muy bien. Tiene algo de desafío mezclado con amabilidad. Tiene una dimensión antideclarativa. Un chileno puede ser tu mejor amigo en la vida, pero suele haber un primer estudio que no es inmediato y que nos hace sufrir porque no es necesariamente algo que nos guste. Nosotros tenemos que tomarnos varios vasos de vino para empezar a bailar. Ustedes cuánto, ni media Quilmes.

El presidente de Chile visitó el Senado de la República en México (Twitter/@gabrielboric)

¿Cómo da cuenta tu literatura de los hechos políticos?

—Ah, no. Que eso lo diga un lector.

¿Pero es un objetivo que tu novela se pueda leer en clave política?

—Es que todas las lecturas son políticas. Aunque los textos no hablen de política. No trabajo con ingredientes. Un poco a tono con tu pregunta anterior: es importante la discusión de lo nacional. Formas de volver a casa era una novela sobre la infancia, pero para mi generación la infancia se confundía con la dictadura. Había experiencias de infancia que en rigor eran experiencias de la dictadura. Yo sentía que los adultos eran fomes, que no participaban de la vida como los niños. Nosotros estábamos en la calle, jugábamos a la pelota, y nuestros padres no eran amigos entre sí. Y luego te dabas cuenta que eso estaba mediado por la dictadura: tenían miedo, era mejor no hablar con los vecinos. Nunca me dije que iba a escribir sobre la dictadura, pero me doy cuenta de que todos los que teníamos esa edad llevábamos esa novela adentro.

Para mi generación, la infancia se confundía con la dictadura

¿Cómo evalúas el primer año de gobierno de Boric?

—No sé, no sé. Es un momento muy... Mi sensación es que recién estamos entendiendo qué significan los dos años de toque de queda. La nueva generación que está internalizando el poder tiene algunas virtudes muy claras, como, por ejemplo, que está muy lejos de la corrupción y del enriquecimiento personal. Del gobierno espero mucho. Todavía es el período inicial.

¿Se rompieron las expectativas con la caída de la Constitución?

—Yo también me lo pregunto. Para mí era el momento. Era una elección entre esta Constitución y la de Pinochet. Ese texto tenía muchas zonas discutibles que debían ser explicadas, debatidas y todo fue muy rápido, no hubo tiempo para detenerse. Evidentemente faltó una discusión más abierta. Que se hicieran cargo de la naturaleza del desacuerdo, porque el estallido no desapareció, sino que vino una pandemia. El texto de la Constitución era un ideal. Chile no era ni es lo que ese texto proclamaba: queríamos ser un país como el que esa Constitución pintaba. Y esa Constitución podría haber orientado las leyes futuras. Ahora no sabemos qué va a pasar.

¿Alguna vez integraste un partido político?

—No. No confiaba. Lo que hicieron las generaciones siguientes me parece muy inteligente. ¿Por qué irrumpe una generación como la de Gabriel Boric? Porque fundaron sus propios partidos. No hubo renovación en los viejos partidos, y quienes tenían liderazgo buscaron sus propios espacios, fundaron partidos, se pelearon, hicieron otros y así, con mucha discusión interna, se fue generando el mapa actual. A nivel descriptivo, nosotros… yo siento que pusimos nuestra energía en espacio alternativos como la poesía y la música. A mediados de los 90, lo que yo sentía era que Chile era un país de mierda con una poesía maravillosa.

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