En los últimos años, una serie de publicaciones, antologías y documentales han rescatado la figura de la escritora viajera inglesa del siglo XIX. En la pantalla también podemos ver la vida de la mujer viajera adaptada a personajes de ficción neo-victoriana.
Generalmente, estas protagonistas son tildadas de “rebeldes”, “intrépidas”, “ambiciosas”, “valientes”, “reinas” o incluso “aventureras”. Sus vidas sirven como inspiración para guionistas y artistas actuales que, por alguna razón, están deseosos de enseñarnos una versión distinta de la historia de las mujeres. Para muchas, sus historias son inspiradoras; para otras, casi inverosímiles. ¿Acaso no estaban las victorianas muy reprimidas?
En general, los escritos de estas viajeras recogen las experiencias de escritoras de diversa índole y clase social, aunque se tiende a mostrar las vivencias de mujeres de clase acomodada. Esto se debe a la disponibilidad de estos textos y a la huella que estas mujeres han dejado en archivos historiográficos y en nosotros mismos.
Es importante recordar que nuestras interpretaciones de sus viajes y experiencias pueden verse influidas por un sesgo cultural y social, por lo que es necesario tomar un poco de distancia cuando leemos relatos de viajes escritos por mujeres decimonónicas. No debemos olvidar que cuando leemos a escritoras viajeras nos estamos asomando a las vivencias y el mundo interior de “una sola” mujer, innegablemente condicionada por su entorno, su cultura y su propia historia.
Escritura de viajes en la época victoriana
Durante el siglo XIX, Inglaterra era parte del Imperio Británico. Fue una época en la que el viaje no se realizaba solo por placer, sino que también tenía tintes de conquista o exploración. Los viajes coloniales quedaban reservados para los hombres, quienes tenían un papel más activo en la difusión del Imperio. Ellos debían combatir o participar en misiones diplomáticas fuera de casa.
Sin embargo, solemos olvidar que las mujeres británicas también jugaban un papel decisivo en estos deseos de conquista. En muchas ocasiones viajaban a las colonias junto a sus maridos, sus padres o sus hermanos para intentar replicar la sociedad inglesa en los asentamientos coloniales. Allí crearían esos núcleos familiares, rodeadas de sus hijos e hijas, sus sirvientes (en el caso de las clases acomodadas) y sus eventos sociales.
Por supuesto, muchas de ellas también sentían deseos de relatar sus experiencias en primera persona. Estos escritos, quizá por la novedad de ver a una mujer fuera del entorno hogareño tradicional, suscitaban mucho interés en el país y a menudo se publicaban en periódicos y revistas. Probablemente, los lectores y las lectoras se preguntaban: “¿A qué pintoresco suceso se habrá tenido que enfrentar esta semana nuestra narradora?”.
Cuando hablamos de escritura de viajes en el siglo XIX, solemos distinguir entre dos tipos de textos: por un lado, textos de rigor científico, que se ocupan normalmente de temas socio-políticos y tienen tintes antropológicos. Por otro, textos más “ligeros” y observacionales, quizá de carácter anecdótico. Reflejaban una experiencia alternativa y trataban sobre el estilo de vida, las gentes y, en general, temas mundanos.
Los que descubren y los que observan
Como podemos imaginar, era común clasificar los escritos de las mujeres viajeras en ese último apartado. En Celebrated Women Travellers of the Nineteenth Century (Celebradas viajeras del siglo XIX) (1882), una de las principales antologías sobre mujeres viajeras del siglo XIX, el escritor William H. D. Adams diferencia dos grandes categorías de viajeros: los que descubren y los que observan.
Los que descubren, según Adams, se adentran en regiones previamente desconocidas por la civilización, añadiendo nuevas tierras a los mapas. En cambio, los que observan simplemente siguen la senda de sus atrevidos predecesores, recopilando información más precisa. Para Adams, las mujeres viajeras de la época pertenecían a esta última categoría y no se podían comparar con grandes nombres de la exploración como David Livingstone, Heinrich Barth, John Franklin o Charles Sturt.
La impresión de Adams ilustra muy bien la tendencia a desestimar la labor de las escritoras viajeras decimonónicas. Como hemos visto, sus relatos se tachan de poco novedosos: son seguidoras, no pioneras. La ideología de género del XIX situaba a las mujeres en el ámbito privado, en el hogar, y hacía complicado ver la relación entre mujer y asuntos científicos, políticos o económicos. De esta manera, se perpetúa una imagen infantilizada o poco seria de todo lo producido por ellas.
Además, debemos recordar que el acceso que tenían muchas mujeres a la “cultura de élite” era bastante limitado. No todas podían recibir una educación más allá de la elemental ni podían disponer del tiempo y recursos necesarios para desarrollar su interés por lo científico.
“Solo una mujer”
Es común leer en las introducciones de los textos de las mujeres viajeras o en su correspondencia privada frases expresando modestia o disculpa ante su “atrevimiento” a inmiscuirse en temas masculinos. Muchas de ellas exageraban su condición de mujer y se encargaban de recordar al lector que ellas eran “solo” mujeres. Por supuesto, esto no era más que un recurso para evitar la censura de sus coetáneos.
Un ejemplo destacable es el de Mary Kingsley quien, haciendo gala de su mordaz sentido del humor, se describe así en una de sus cartas: “Yo soy solo una mujer y nosotras, aunque somos grandes en los detalles y las concepciones concretas, nunca somos capaces de sentir devoción por las cosas que sé lo suficientemente bien que son grandes, a saber, las cosas abstractas”.
De manera similar, Anna Forbes se escuda tras su condición de mujer para evitar ser criticada por dedicarse a la escritura. Forbes se autonombra como “una mujer pequeña y muy femenina” en su Unbeaten Tracks in Islands of the Far East (1887), recordándole al lector su estatus de mujer respetable.
Algunas de las escritoras viajeras llegaron, con mucho esfuerzo, a ganarse el respeto de sus compatriotas. Uno de los ejemplos más reconocidos es el de Isabella Bird, viajera decimonónica por antonomasia.
Fue la primera mujer en ser aceptada por la prestigiosa Royal Geographical Society de Londres en 1891, después de haberlo intentado durante muchos años. Su manera de escribir, honesta y descriptiva, levantaba sospechas entre sus lectores por ser a menudo demasiado explícita (entre otros, se suele comentar la cantidad de dobles sentidos de carácter sexual en su escritura).
Bird viajaba sola, pero a menudo contaba con guías locales, hombres que conocían el terreno que ella exploraba. No es difícil imaginar por qué esto podía resultar incómodo para el público más conservador. Además de escribir, Isabella Bird tomó fotografías de las gentes que encontró en sus viajes por Persia, Japón, Corea o Manchuria.
Bird, Forbes y Kingsley son solo algunos ejemplos que nos demuestran que no existe una sola “escritora viajera”: hay tantas como queramos (y podamos) rescatar del olvido. Con suerte, las adaptaciones y versiones de ellas que vemos en la cultura popular nos ayudarán a sentir algo de curiosidad por sus vidas, muy reales y por tanto, muy posibles.
Este artículo fue originalmente publicado por The Conversation.
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