“El hombre a los diez años es conducido por cualquier bagatela; a los veinte por una amante; a los treinta por los placeres; a los cuarenta por la ambición; desde los cincuenta en adelante, por la avaricia, pero rara vez por la razón y la sabiduría”. Quien escribió esta reflexión, sorpresa, es Juan Manuel de Rosas, uno de los personajes más controvertidos de la Historia Argentina. Lo hizo en una libreta junto a muchas otras ideas, incluyendo la crítica al fusilamiento de Manuel Dorrego, como veremos más adelante. Este es uno de los aspectos que se rescatan en La divisa punzó, un libro que María Kodama escribió con Claudia Farías Gómez.
María Kodama emprendió junto a su amiga Farías Gómez, abogada y especialista en Filosofía del Derecho, una exploración sobre la figura y la época de Juan Manuel de Rosas que busca matizar los desencuentros entre unitarios y federales con el propósito de desarticular las posiciones extremas que aun dominan los diálogos políticos contemporáneos
Corría 1984 cuando los cines porteños estrenaban Camila. La película recreaba la historia de amor e injusticia entre Camila O’Gorman y el cura Ladislao Gutiérrez, bajo el gobierno de Juan Manuel de Rosas. Dirigida por María Luisa Bemberg, marcaba el fin de una etapa censura, con el retorno de la democracia y la libertad de expresión.
Poco más de cien años antes Adolfo Saldías, egresado de la Facultad de Derecho, viajaba a Londres para convertirse en el primer historiador en investigar los documentos del archivo personal del Rosas. El estudio derivó en una obra fundacional, Historia de la Confederación Argentina, cuyas páginas incluyen la historia de los jóvenes amantes, que culmina en 1848 con el fusilamiento de ambos, a pesar de que la muchacha estaba embarazada.
El autor señala que la ejecución indignó incluso a los “amigos y parciales” del gobernador de Buenos Aires en una época “en que los antiguos enemigos estaban tranquilos en sus hogares” y que esta circunstancia fue lo que anunció “a los que sabían ver más lejos”, que su poder “se minaba lentamente y que su gobierno tocaba a su término”.
A partir del ya clásico texto de Saldías, María Kodama y Claudia Farías Gómez produjeron una extensa investigación sobre Juan Manuel de Rosas y publican su estudio como La divisa punzó, un esfuerzo académico que el historiador y analista político Rosendo Fraga calificó de “sorprendente” en su exposición el viernes último durante la presentación del libro en la cúpula del CCK. También ofició de presentador el Ministro de Cultura de la Nación Tristán Bauer, quien subrayó la seriedad y precisión del ensayo. Moderó el sociólogo, periodista y vicepresidente de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, Fernando Flores Maio.
Las autoras subrayan que Saldías fue un hombre de la generación del ‘80 de origen unitario que supo sin embargo producir una obra profunda y objetiva sobre su adversario político. Con las referencias a su texto y a muchos otros que presenta el estudio, La divisa punzó propone “eludir la matriz de bandos opuestos e irreconciliables, para matizar desencuentros… y fomentar el diálogo en la interpretación” –informa la editorial–.
Kodama y Farías reúnen fuentes y testimonios diversos, a través de los cuales generan una nueva mirada sobre los enfrentamientos entre unitarios y federales, encontrando en su recorrido “el despliegue de las interpretaciones más contradictorias e inesperadas”, a la vez que advierten “sobre los riesgos de los puntos de vista extremos”.
El título proviene de la divisa o distintivo político utilizada por los partidarios de Rosas durante su segundo mandato (1829-1852), una cinta de color rojo que también era llevada “por temor, por muchos otros nativos que no aprueban ni al hombre ni los principios de su partido” –agregaba Charles Hamilton, a cargo de la representación de Gran Bretaña, en un informe de 1835–.
Palabra de Rosas
Bajo el título “Rosas Dixit”, el cuarto de los capítulos ofrece una selección de notas personales, citas y reflexiones apuntadas en una libreta, que las autoras buscan contextualizar, encontrando referencias, por ejemplo, a Maquiavelo y a Shakespeare.
En esa libreta, se cuenta, Rosas “reprodujo fragmentos de libros que llamaron su atención, así como pequeñas composiciones de su autoría”. Cuando se fue al destierro olvidó la libreta, pero pidió a su amigo Terrero que se la buscara y se la mandara. Esa libreta manuscrita, cuenta La divisa punzó, “fue ordenada y numerados sus párrafos del 1 al 458 por el historiador Fermín Chávez” .
Abarca además la famosa epístola a Facundo Quiroga, que el caudillo todavía llevaba consigo al momento de su asesinato en Barranca Yaco y que quedó manchada con su sangre para siempre. Allí dice cosas como:
“¿Quién forma un Ejército ordenado con grupos de hombres sin jefes, sin oficiales, sin disciplina, sin subordinación, y que no cesen un momento de acecharse y combatirse entre sí, envolviendo a los demás en sus desórdenes? ¿Quién forma un ser viviente y robusto, con miembros muertos o dilacerados y enfermos de la más corruptora gangrena, siendo así que la vida y robustez de este nuevo ser complejo no puede ser sino la que reciba de los propios miembros que se haya de componer? Obsérvese que una muy cara y dolorosa experiencia nos ha hecho ver prácticamente que es absolutamente necesario entre nosotros el sistema federal, porque entre otras razones de sólido poder, carecemos totalmente de elementos para un Gobierno de unidad”.
Un último apartado, “La protesta” compila las condenas en contra de Rosas y sus propias respuestas, además de algunas reacciones, no siempre desfavorables, provenientes de antiguos adversarios políticos como Juan Bautista Alberdi, por ejemplo.
Y es aquí donde habla de Dorrego:
“En uno de esos momentos de enajenación, en que el hombre no es dueño de sí mismo, mandó que fuese fusilado sin otra forma legal, que su cruel voluntad, su ambición y su envidia”.
Rosas escribe incluso sobre lo que dicen de él mismo y el terror:
“Él sabía bien que nunca hay seguridad fundada sobre la base del terror, que todos los momentos son peligrosos para el mismo que lo imprime, y que una sola mirada entre los oprimidos basta para concretar su destrucción. Y si esto no puede negarse, ¿cómo podría desconocerse en una época en que todos tenían las armas en su propias casas y en sus propias manos? ¿Cómo cuando así, ni el Gobierno ni el Gobernante tenían una guardia ni soldados para su respeto y custodia?”
Según las palabras de Fraga durante la presentación, este último capítulo constituye su sección más original, porque da a conocer aspectos menos explorados la personalidad del Restaurador, a través de, por ejemplo, raros fragmentos de un diccionario de lenguas autóctonas que testimonia su estrecha relación con las poblaciones originarias, y un relato romántico de su autoría, “Desespera y muere”, en que asume la perspectiva de una joven mujer enamorada, publicado originalmente en la revista El Hogar en julio de 1933.
Desde el comienzo
El libro dedica el primero de sus capítulos a tres historiografías fundacionales que lograron establecer una perspectiva analítica y escapar al sesgo antirrosista que prevaleció tras la derrota del gobernador de Buenos Aires en la batalla de Caseros. La sección abre con el comentario del ya mencionado trabajo de Saldías y continúa con La época de Rosas, su verdadero carácter histórico, publicado en 1898 por Ernesto Quesada, un escritor erudito, formado en Alemania, que tuvo la oportunidad de visitar al Rosas exiliado en su chacra de Southampton junto a su padre en 1873.
Cabe destacar que pertenecían a una familia unitaria que había sufrido la persecución de la Mazorca, pero prevalió en este caso su curiosidad por conocer personalmente al “coloso caído”.
La tercera parte se basa en Vindicación y memorias de Antonino Reyes, de Manuel Bilbao. De profundas convicciones liberales, Bilbao había escrito previamente Historia de Rosas, un libro que recogía todo lo dicho en contra del Restaurador hasta entonces. Su perspectiva dio un giro de 180 grados quince años más tarde al entrevistar a Reyes, el secretario y mano derecha del gobernador de Buenos Aires a partir de 1836 y hasta su caída en 1852; el libro se basa en sus conversaciones. Pero a Reyes se lo conocía sobre todo por haber estado al frente de la cárcel de Santos Lugares, escenario del fusilamiento O’Gorman y Gutiérrez. Fue él quien recibió la orden de Rosas al respecto, “no sin antes tratar de salvarlos enviando una carta a Manuela [Rosas], para que intermediara ante su padre” –dice Bilbao–, aunque, por algún motivo, la misiva nunca llegó a destino.
San Martín y Rosas
El segundo capítulo se enfoca en la relación entre “El Libertador y Rosas” y así se denomina. El general San Martín se había instalado en Francia a partir de 1824 y llegaba para una visita a las costas del Río de la Plata a fines de 1828, pero, ante conmoción política interna en aquel momento, prefirió no desembarcar. A pesar de estas tensiones, diez años más tarde, en cuanto supo del bloqueo que había establecido Francia contra la Confederación, inició una correspondencia con Rosas que se extendería hasta 1850.
Las cartas dan cuenta de la conexión entre ambos personajes y, sobre todo, de las dificultades debido a los conflictos con la Francia napoleónica que buscaba expandirse, a los que luego se sumó luego Inglaterra. El capítulo concluye con la decisión de San Martín de legar su legendaria espada al gobernador de Buenos Aires.
El tercero de los capítulos compila y analiza una serie de testimonios de ocho personajes de Inglaterra que han pasado por la Confederación Argentina, entre ellos el mencionado Hamilton, Charles Darwin y Guillermo Enrique Hudson. También se incluyen y comentan fragmentos del prefacio de la edición inglesa del Facundo de Sarmiento por Mary Tyler Peabody, esposa del famoso educador Horace Mann.
Otro apartado se dedica a comentar un libro curioso de 1933, Un argentino y un suramericano, que combina perspectivas similares desde argentina y japonesa sobre diferentes temáticas. Y se suma también el análisis geopolítico sobre los intereses expansionistas de Francia del historiador y diplomático mexicano Carlos Pereyra, cuyo testimonio data también del siglo XX. Cierra el capítulo un apartado dedicado a la figura del historiador napolitano Pietro de Angelis, que había llegado a Buenos Aires por invitación de Bernardino Rivadavia en 1827 para hacerse cargo de la Imprenta del Estado, pero que luego desempeñó un rol central en la constitución del discurso rosista.
A través de estoe libro emergen las facetas más sensibles de la personalidad de Juan Manuel de Rosas, distanciando su figura de la exaltación del autoritarismo y la caracterización de tirano que transmiten los viejos manuales de historia influidos por la historiografía liberal. La divisa punzó desplaza así su legado hacia terrenos más complejos y amplios que desdibujan los límites de la tajante división política.
“La divisa punzó” (Fragmento)
Algunas anotaciones muestran cierta admiración de Rosas por las mujeres fuertes:
“Llena de un valor heroico con que desmintió la flaqueza de su sexo”.
“Una mujer discreta al lado de un necio es uno de los seres que me inspira más comprensión”.
“Con varonil denuedo lo imitaba su consorte en esta lucha: Se había propuesto dividir con él la gloria y los peligros. Esta Señora, superior a todo elogio, tuvo a menos sobrevivir a un marido al que adoraba. Juntando todas las fuerzas de su alma, lo buscó por los puertos del honor, y lo acompañó por los caminos de la gloria y de la inmortalidad”.
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