Una de las lecturas imprescindibles para cada fin de año es el clásico de Charles Dickens, que tantas veces ha sido adaptado a la pantalla, tanto chica como grande; al que han reeditado, imitado y estudiado. El libro que se ha convertido en una referencia popular en casi todo el mundo para esta época: “Canción de Navidad”.
Probablemente, el libro más icónico de esta fiesta, cuya historia, ya sea porque lo han leído o han visto alguna de las series animadas o películas, todos conocen.
Están Ebenezer Scrooge y su avaricia, el cadáver de Jacob Marley y sus revelaciones paranormales, y el pequeño Tim, con su esperanza intacta a pesar de su terrible condición.
Una historia navideña o un relato de fantasmas. “Canción de Navidad” puede ser ambas cosas y, en mi opinión, lo es. Un inquietante encuentro con la crudeza de nuestras decisiones y la confirmación de que, tarde o temprano, recibimos lo que damos.
El libro fue originalmente publicado en 1843, por la editorial Chapman & Hall, durante la época victoriana. Para ese momento, Dickens ya era un autor afamado en el Reino Unido, con seis títulos publicados. Desde la salida de este, como casi todos sus libros, no ha parado de leerse y traducirse a diversas lenguas.
Puede que esta sea una de las grandes piezas de la literatura universal con más ediciones en el mundo. Y, precisamente, una nueva se le suma en esta recta final del 2022.
Para el cierre del año, Panamericana Editorial, en Colombia, ha publicado una de las más recientes, con la traducción de Santiago Ochoa Cadavid, quien ya ha trabajado antes con clásicos de la literatura como Herman Melville o Michael Cunningham, y las ilustraciones originales de Arthur Rackham (que por original no quiere decir necesariamente que fue el encargado de ilustrar la primera edición de la novela), en un formato ideal para regalar a cualquier lector ya iniciado en la obra del británico, o cualquier otro que esté buscando adentrarse en ella.
De tapa dura y muy práctico de llevar, esta nueva versión del libro es una de las más bellas que se han producido en lengua española en el último año. El trabajo de Ochoa Cadavid con la traducción es impecable. Nada que envidiarle, pienso yo, a las traducciones de Miguel Ángel Pérez Pérez, una de las más pulcras, o José C. Vales, que ha enfocado la historia para el público más joven.
Para abordar este libro, el traductor pasó semanas adentrándose en el universo de Dickens, no solo en esta historia. Riguroso como es, debió entender primer al autor, antes que a su obra. El resultado fue impecable.
“El empleado prometió que lo haría y Scrooge salió con un gruñido. La oficina se cerró en un instante y el empleado, con los largos extremos de su bufanda blanca colgando por debajo de la cintura (pues no podía ufanarse de tener un abrigo), se puso en la fila de un grupo de chicos en Cornhill para deslizarse por una bajada cubierta de hielo, unas veinte veces, en honor de la Nochebuena, y luego corrió hacia su casa, en Camden Town, lo más rápido que pudo, para jugar a la gallina ciega. Scrooge cenó melancólicamente en su melancólica taberna habitual y, después de leer todos los periódicos y de entretenerse el resto de la noche con su libro de cuentas, se fue a casa a dormir. Vivía en las habitaciones que habían pertenecido a su difunto socio. Se trataba de un lúgubre conjunto de cuartos en un edificio bajo con patio, en el que la actividad era tan poca que podría decirse que debió esconderse allí cuando era una casa pequeña, que jugaba al escondite con las otras casas y que había terminado por olvidar el camino de salida. Ahora se había convertido en un edificio viejo y tan inhóspito que nadie vivía en él, excepto Scrooge, puesto que las demás habitaciones estaban alquiladas como oficinas” - (Fragmento).
Respecto al proceso de traducción y el reto que supuso el mismo, Ochoa Cadavid conversó con Infobae:
— ¿Qué supuso para usted enfrentarse a la traducción de este libro? Estamos hablando de un clásico de la literatura.
— Ya antes había traducido a “Oliver Twist”, otro libro de Dickens, mucho más complejo que “Canción de Navidad”, por lo que no me vi inmerso en un ámbito literario que fuera totalmente desconocido para mí. Debe hacerse también la salvedad de que este libro se inscribe entre la obra menor de Dickens. En la traducción de clásicos de la literatura es imperativo cotejar diversas traducciones existentes, no solamente en la lengua del traductor, sino también en otras, de ser posible. Por lo demás, procuro abordar toda traducción con el mayor respeto posible, independientemente de su naturaleza; respeto por el autor, por el lector, por el sello editorial y finalmente por el oficio de traductor.
— ¿De qué manera se aborda un texto como este, cuyo lenguaje, de repente, es distinto al de hoy?
— Se escribe y se traduce desde lo que uno es, desde la realidad en la que se está inmerso. Traducir es también una especie de malabarismo. En este caso, traducir a Dickens supone transitar por la cuerda floja que une al pasado con el presente: el desafío de encontrar la manera de conservar un equilibrio a medio camino entre la época victoriana inglesa y la latinoamericana del siglo XXI.
— Cada autor tiene su propia impronta ¿La tienen los traductores?
— Hay diversas maneras de abordar una traducción. Algunas pueden ser más libres, otras más literales; unas son también más acertadas que otras. Sin embargo, la labor del traductor también suele ser altamente invisible, como si se tratara de un escritor fantasma o de un agente neutro. De nuevo, el traductor es como malabarista que no puede desviarse de la cuerda floja, a riesgo de dar al traste con su cometido. No debería tergiversar ni traicionar el contenido original y, a un mismo tiempo, tiene que ser como un filtro que, paradójicamente, debe dejar pasar incluso las impurezas de la sustancia que tamiza, sin pasar por alto el ingrediente activo.
— ¿Cuál es la suya?
— Dejo eso en manos de cada lector. El traductor es también un heterónimo de sí mismo. No es lo mismo traducir a Faulkner que a Hemingway, ni los poemas de Alberto Caeiro que los de Ricardo Reis. Digamos que la literatura es un océano, y cada autor un mar distinto. Añadamos también que el traductor es un navegante. Y que este tiene que en encontrar la manera de sortear los mares de un modo diferente, según sus propiedades y características. No se navega el litoral comandando un trasatlántico, ni el altamar a bordo de una chalupa. Traducir es navegar entre icebergs y arenas movedizas.
— ¿Qué parte del libro le presentó más problemas al momento de trabajarla?
— Diría más bien que la mayor dificultad consiste en la complejidad del lenguaje dickensiano, que tiene varias peculiaridades. Dickens acuñó muchas nuevas expresiones y amplió enormemente el vocabulario de uso común. A menudo esto implicaba popularizar palabras que eran oscuras o que habían caído en desuso. Fue también uno de los primeros escritores en emplear la jerga popular. Otra característica del uso que Dickens hace del lenguaje es la forma en que utiliza palabras existentes para crear otras nuevas; es un resignificador del lenguaje. Convierte, por ejemplo, adjetivos en sustantivos y crea numerosos neologismos. Esto, para no extendernos más sobre el tema.
— ¿Cuál sería su parte favorita?
— Sacrifico la parte en aras del todo.
— ¿Qué opinión le merece el estado actual de la traducción literaria en Colombia?
— La traducción literaria es y ha sido aquí una ocupación menor, escasa, exigua y limitada, ya que Colombia ha tenido siempre un sector editorial vulnerable, fugaz, poco sólido, sujeto a fuertes movimientos sísmicos, y en continuo acomodamiento de placas tectónicas. En una sola empresa los cambios suelen sucederse con frecuencia casi anual: cada año se decretan nuevas prioridades o metas, recortes presupuestarios, incursiones en otros campos, limitación o cierre de actividades, y entre las víctimas y damnificados de estos cataclismos suelen encontrarse quienes se dedican a la traducción. No hay que olvidar que lejos de ser instituciones sin ánimo de lucro o iniciativas filantrópicas, las empresas editoriales, así como las de todos los demás sectores, se rigen básicamente por el afán de ser rentables. A esto hay que sumarle la creciente precarización laboral y la incertidumbre económica propia de estos tiempos, lo cual se siente con particular virulencia en estas latitudes. Y entonces la historia del traductor colombiano termina siendo como una novela de Balzac: Las ilusiones perdidas. En Colombia han nacido editoriales que parecen —o se ven abocadas— a tener aspiraciones de vida
La Navidad está a menos de una semana. De seguro, más de uno querrá obsequiarse esta edición del clásico de Dickens, porque dársela a alguien más, aunque buena idea, sería someterse a la tortura. Habría que comprar, en lugar de uno, dos ejemplares.
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