Abuso sexual y literatura: trabajó quince años en el cuento que le permitió disfrazar la verdad para aliviarla

La argentina Luz Vítolo acaba de publicar “Fruta de verano”, su segundo libro de cuentos. Un abuso sexual que un grupo de amigas adolescentes tuvo que padecer y procesar, en el centro de su historia.

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Luz Vítolo nació en 1987
Luz Vítolo nació en 1987 en Buenos Aires.

En el espacio “Cómo lo escribí” de Infobae Leamos autores y autoras cuentan el detrás de escena de los libros que acaban de publicar. Por qué eligieron los temas o historias que terminaron en sus páginas, cómo organizaron su trabajo, qué revelaciones aparecieron en el proceso de escritura, qué sensaciones hubo a medida que ese proceso ocurría o qué objetivo se propusieron.

Esta vez, quien cuenta en primera persona su experiencia de escritura es la argentina Luz Vítolo, que acaba de publicar su segundo libro de relatos. Fruta de verano, editado por el sello Tusquets, es el resultado de un largo trabajo y de varios talleres de escritura creativa: justamente el cuento que se llama como el libro le llevó unos quince años de borradores hasta llegar a la versión final. Y no sólo esos quince años, sino todo lo que vino antes de eso en la vida personal de la autora, que, como dirá, tuvo que esconderse en la ficción.

En el centro de su libro, en ese cuento que le llevó más de una década, un grupo de amigas adolescentes hace como puede para procesar la violación de la que una de ellas es víctima. En otros cuentos hay juventud, tortura, culpa, parejas apacibles, una muñeca sexual de alquiler, miserias cotidianas y tan chiquitas que son casi imperceptibles. Hasta que aparecen y desencadenan su potencia.

Cómo escribí “Fruta de verano”

Los cuentos comienzan a escribirse mucho antes de que aparezca la primera palabra en el procesador de texto, una anotación sucinta en la libreta, antes incluso de saber que una imagen, una experiencia o una idea tiene algo dentro de sí que vale la pena ser contado. Hay veces que el proceso es opaco y no es hasta que reviso la galera que entiendo la dirección de la búsqueda. Otras, sé perfectamente cuándo empezó a gestarse el cuento.

Me pasé más de quince años tratando de escribir Fruta de verano, el texto que da título a mi segunda colección de relatos. Es el más largo en varios sentidos. Empecé a escribir ese cuento mucho antes de imaginarme que podía ser escritora, que habría oportunidades para ponerlo a circular en el mundo, antes de saber siquiera que podía hacer cosas con palabras.

Fruta de verano está basado en una experiencia personal y por momentos se acerca tanto a la verdad que me da pudor. La ficción es un gran lugar para esconderse. No hay necesidad de hacer públicas ciertas cosas. Y si bien la ficción no es el lugar de la verdad, sí es el lugar de lo verdadero. Al menos este es un axioma que me ayuda a guiar el proceso.

Durante años le di vueltas a la cuestión de cómo contar lo verdadero sin admitir esa verdad a la que refiere el cuento. Esbocé ensayos y probé distintas maneras de abordarla. Expuse mis borradores en la intimidad de los talleres, textos inconclusos que no sabía cómo encarar. Reboté en mis compañeros, en diferentes docentes, con mi material incompleto en busca de alguna clave que me permitiera encontrar el camino para llegar a algo real. Era una empresa condenada al fracaso: no se puede tener discusiones estilísticas sobre el trauma.

No sé cuántas versiones de ese texto guardo en mis cuadernos o mi computadora, cuántos recursos probé. Una tarde caí a la mesa del taller con un borrador nuevo de esa historia que no me soltaba. Como siempre, llevé un comienzo que se cortaba abruptamente. Dije que no había alcanzado a terminarlo; esperaba encontrar mi final en la ronda de devoluciones. Aguanté la ronda con la garganta cerrada y la espalda pegada al respaldo para que no se notara mi actitud defensiva. La última devolución ese día era la de Federico Falco.

El cuento no trataba sobre lo que yo creía, sentenció. No trataba del trauma, no trataba de una violación. Versaba sobre algo más rebuscado. Dijo algo que sentí como una afrenta. Casi una acusación. Si tuviera otra personalidad me hubiera ido con un portazo. Volví a mi casa masticando el mensaje con el que abandonaría el taller.

A los pocos días, revisando mi libreta encontré una anotación de hacía un tiempo atrás. Era una idea para un cuento, expresada en una sola línea. El resumen de lo que me había sugerido Falco. Seguía sin estar completamente de acuerdo. Todavía creía que el texto que había llevado no se trataba de eso. Pero la idea era interesante. La propuesta se me figuró brillante. El cuento podía convertirse en eso. Era la llave que lo destrababa todo: abrazar la ficción para desligarme de mi compromiso con la verdad, para quebrar mi apego a ese verano terrible, a la temporada en la que se pudrió todo.

Me arrimé a la verdad por un flanco. Escribí lo que pasó disfrazado de otra cosa. Fruta de verano es tan cercano a la verdad como traidor. Es, además, el texto que me enfrentó, por primera vez, a la necesidad de buscar algún tipo de autorización. Parte de escribir es correr el límite; cuando es posible, eliminarlo. Sin embargo, con la inminente publicación surgieron ciertas preguntas. Por suerte, la escritura no tiene nada que ver con publicar. Todo tiene que poder ser escrito, incluso lo que parece que nunca podrá ser articulado.

Federico Falco, el escritor que
Federico Falco, el escritor que con una intervención en un taller de escritura movió el rumbo del libro de Vítolo.

La ficción disfraza y dota de impunidad. Pero en su margen inferior, en ese gris en el que se mezcla con la realidad, surge la pregunta de cómo contar una verdad que involucra a otras personas. ¿Cómo se juega con la confusión, con el despiste? ¿Cómo se convence a alguien de que algo no solo no es verdad, sino que tampoco es una verdad? ¿Cómo armo y desarmo ese recuerdo, cómo desafío los hechos sin que los demás se sientan traicionados?

Hay quienes son inmunes a estas preguntas. Yo quisiera serlo también; si los que más te conocen, menos te leen. La obra viene primero, repito esa frase que le escuché a otra escritora para empezar a creerla. Finalmente, arribé a un punto medio. Mostré una versión anterior de Fruta de verano, la que tenía en ese momento, no para pedir autorización sino para avisar. Ofrecí la posibilidad de discutir o cambiar cualquier detalle que se sintiera más verdad que verdadero.

Tiempo después de este episodio, ya en la etapa de corrección de galeras, le anticipé el libro a una única persona. Faltaban un par de meses para el turno de imprenta y me entusiasmaba tener una lectura de libro terminado. Recibí un comentario escrito por cada cuento. Por Fruta de verano recibí una llamada. En las hojas, mi lector se había encontrado con una historia que ya conocía. Habían pasado varios años, pero lo recordaba bien: la escuela, la chica, la historia susurrada por lo bajo. La semejanza en los detalles, en las historias mellizas, nos dejó recalculando. Supe en ese momento que me había alejado de la verdad lo suficiente. Había logrado esconderme, ya no como un acto cobarde, sino como un acto necesario.

Luz Vítolo presentará “Fruta de verano” este miércoles 14 a las 19. Será en Librería del Fondo (Costa Rica 4568, CABA), junto a Tomás Downey.

“Fruta de verano” (fragmento)

Cuando atendió el teléfono el jueves a la noche, Rosario pensó que Vanesa la llamaba tan tarde para invitarla a pasar el día siguiente en su club. Apreciaba cualquier invitación que la sacara de la rutina de diciembre: días de siestas intermitentes, vasitos de helado chorreados y alguna salida por el barrio después de las cinco de la tarde.

No conocía a nadie que tuviera una casa con pileta. Casi todas sus amigas vivían en departamentos en el centro, bastante cerca del colegio. Si bien Vanesa no pertenecía a su grupo, habían sido vecinas durante toda la primaria. Solían ir y venir del colegio juntas; primero, acompañadas por una de sus madres; después, solas.

Rosario le pidió a Vanesa que no colgara y corrió al cuartito de servicio. La atendió en el fax. Mientras charlaban, prendió el cpu con el dedo gordo del pie. El cuartito tenía una ventana pequeña que daba al lavadero, casi no corría el aire. Con la computadora prendida, la temperatura escalaba hasta hacerse insoportable. Veinte minutos ahí alcanzaban para que empezara a transpirar la remera de algodón pesado que usaba de camisón.

Hablaron de esa semana que había pasado desde el final de las clases. Vanesa le contó de las otras compañeras que se habían llevado materias y cosas graciosas acerca de los profesores. A la mayoría, Rosario no las vería hasta el año siguiente. El repaso no les llevó tanto; chateaban seguido. Después de una pausa, Vanesa preguntó:

—Rochi, ¿es verdad lo que le pasó a ­Pao?

La voz era de preocupación. Que Rosario supiera, no había sucedido nada digno de ser informado. Probablemente, Paola estuviera bañada y empiyamada viendo televisión, como ella. Aunque no hubiesen arreglado nada, estimaba que la iba a ver en algún momento de la semana. Pero la pregunta indicaba que Vanesa sabía algo que ella no. Le dio un poco de celos. Ella era mucho más amiga de Paola que ­Vanesa.

—¿Es verdad que la violaron? —preguntó Vanesa.

Más que extraña, la pregunta le pareció absurda.

—No, ¿qué? No es verdad eso. ¿Quién te dijo?

—Mi prima que va con la hermana de ­Paola.

—Es mentira —le aseguró ­Rosario.

Esas cosas no les pasaban a ellas. Eran historias del diario, de otras chicas, de otros colegios. Rosario escuchó un ruido en la línea:

—Ignacio, cortá. Estoy hablando yo.

"La lógica del daño", el
"La lógica del daño", el primer libro de relatos de Vítolo.

Le dijo a Vanesa que hablaran más tarde, que si se enteraba de algo más la llamara. Buscó a Melania en la computadora. No estaba conectada. Llamó a Solange. Cada dedo de la mano guardaba en la memoria el número de una mejor amiga. Atendió el padre con voz seca.

—¿Con lo de Sáenz? ¿Está ­Solange?

Como Rosario no se animaba a preguntar, charlaron de generalidades. Hizo como Vanesa había hecho con ella: círculos concéntricos alrededor de Paola. Quizás Solange no supiera nada y Rosario no quería ser la que sugiriera la posibilidad. Preguntar se le hacía parecido a acusar.

Quién es Luz Vítolo

♦ Nació en Buenos Aires en 1987.

♦ Es escritora, licenciada en Letras y docente.

♦ Publicó dos libros de cuentos: Fruta de verano y La lógica del daño.

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