Estanislao Bachrach: “El cerebro no tiene ningún interés en que seas feliz”

El doctor en biología molecular y destacado divulgador de las neurociencias, el autoconocimiento y el manejo de las emociones explica por qué se confunde placer con felicidad en esta entrevista con Infobae Leamos.

Estanislao Bachrach, reconocido por su actividad académica y científica, publica long-sellers desde 2012: sus libros se reeditan continuamente.

Razón y emoción. Placer y felicidad. Abandonar la queja y empezar a conocerse. Darse cuenta y pensar distinto. Cambiar. De todo esto tratan los libros de Estanislao Bachrach: Ágilmente, En Cambio (ambos publicados por Sudamericana) y En el limbo (Penguin Random House), todos best-seller y en permanente reedición en español, también traducidos al inglés, italiano, ruso. Los escribió –hace diez años el primero, ocho el segundo y dos el tercero– para explicar el funcionamiento del cerebro, cómo regular las emociones, cómo tomar mejores decisiones, en definitiva, cómo alcanzar un mayor bienestar.

Dice que sus publicaciones van camino a convertirse en long-seller, libros que se venden y se mantienen a lo largo del tiempo, “en gran parte gracias al boca a boca de la gente”. Y apunta que “cualquiera puede leer cualquiera de los tres sin ningún orden particular”.

“Los tres libros –señala en conversación con Infobae Leamos– están relacionados con mis curiosidades en determinados momentos de mi vida. Ágilmente trata sobre la creatividad, En Cambio, trata sobre la capacidad que tenemos de cambiar y En el limbo el tema principal son las emociones. Siempre escribo para mí, es como un acto un poco de egoísta. Me tomo uno o dos años de investigación y después es como que vomito todo lo que me dio ganas de escribir”.

Bachrach es doctor en biología molecular, se especializó en Francia y Estados Unidos, y es uno de los más destacados divulgadores de las neurociencias, el autoconocimiento y el manejo de las emociones. En total, escribió cuatro libros porque en 2016 también publicó la novela Random (Penguin Random House) en la que narra cómo la ciencia le cambió la vida.

A poco de empezar la charla con Infobae Leamos aclara: “No soy neurocientífico, ni neurólogo, ni terapeuta, ni neuro nada. Lo mío es investigar qué sabe la biología del cerebro, cómo funciona la creatividad, qué son las emociones y cómo podemos cambiar”.

–En un mundo tan difícil e incierto ¿alcanza con la voluntad para cambiar?

–Cuando estás en un nivel de incertidumbre y estrés como el que, en general, se vive en Argentina –para algunos, no para todos– a medida que vas tomando pequeñas decisiones en la semana y esas decisiones que tomás con respecto a tu trabajo, a tu familia, a tus cosas cotidianas, tienen sentido para vos, eso hace que el estrés sea mucho menor.

–Algo así como si no puedo con todo, voy por partes, voy paso a paso, día a día…

–Es salir del piloto automático, de la queja constante, de culpar al otro, de repetir frases como “en este país no se puede, así es imposible”. Atención que es un modo que también sucede en Finlandia, en Manhattan o en Corea del Sur. Es un modo que tiende a ponernos ansiosos, a angustiarnos, a hacernos sentir mal. Cuando uno no puede controlar o gestionar lo que pasa afuera, por lo menos puede gestionar lo que pasa dentro de uno. Es la invitación que hago en mis libros.

–En tus libros brindás herramientas y técnicas para estar mejor, en armonía, feliz y hacés también mucho hincapié en que no hay que confundir placer con felicidad. ¿Por qué?

–Cuando nos quejamos, fabricamos dopamina y generamos un momento de mucho placer para el cerebro, que no es lo mismo que ser feliz, es justamente lo opuesto.

–¿Cómo es eso? ¿Cuál es la diferencia?

–La felicidad o los estados de armonía o de bienestar no tienen nada que ver con el placer. Porque la felicidad tiene que ver con la serotonina. La gente confunde placer con felicidad. Esto sucede en cualquier país del mundo, y le pasa a cualquier humano, multimillonario, de clase media o baja.

-¿La queja le da mucho placer al cerebro?

–Sí, tu vida es un desastre, pero tu cerebro está re contento, la está pasando bárbaro. La culpa es del país, del jefe, del marido, del calor; no soy yo. La queja te quita responsabilidad de tu propia vida. El cerebro está cumpliendo su misión número uno que es estar vivo. El cerebro es pura supervivencia.

–¿No es responsable de nada?

–No, no es responsable de nada, no toma riesgos. Tu cerebro dice: estoy cumpliendo mi función que tengo hace dos millones de años. El cerebro no tiene ningún tipo de interés en que seas feliz, no busca tu bienestar. Simplemente busca que estés vivo. Y para eso aprendió que cuanto más placer tengas, mejor.

–¿Qué es el placer?

–El placer es corto plazo, es adictivo, son sustancias, dulce de leche o paracaidismo. Y cuanta más dopamina fabricás, es decir, cuanto más te quejas o cuanto más placer buscás, la dopamina inhibe la serotonina, entonces, a mayor búsqueda de espacios de placer, menos feliz sos en la vida. Está químicamente demostrado.

–Estamos súper estimulados por la publicidad, la imagen, tener cada vez más cosas materiales… placer y felicidad, todo junto.

–Exacto. El 99% es placer. La publicidad y el marketing en la sociedad capitalista -lo digo con cariño- confunde placer con felicidad. Cuando vos te comprás un par de zapatos para ir a una fiesta, eso es placer, no es felicidad, porque los zapatos los usaste esa noche y después quizá no los uses más. Y cuando los uses por segunda vez ya no te va a dar la misma sensación.

–¿Y qué es la felicidad?

–Tiene que ver más con las experiencias de uno con los demás y con el mundo. Nadie puede ser adicto a la felicidad. Es esa charla que tenés con tu grupo de amigos en una plaza; estar con tu perro, acariciarlo. Para ser feliz no necesitás tener, tomar o comer determinada cosa. A la felicidad hay que sostenerla en el tiempo con la forma de pensar. No digo que el placer sea malo, simplemente que no es lo mismo que la felicidad. Después cada uno puede elegir: estoy en búsqueda de placer o estoy tratando de ser feliz. No es la misma búsqueda.

Instinto, emoción y razón

Curioso e inquieto, Bachrach cuenta que hace un año y medio comenzó una nueva investigación: la relación del cuerpo y el cerebro, cómo el cerebro se distribuye por todo el cuerpo, cómo son esas interacciones y qué impactos tienen el cuerpo y el movimiento en quiénes somos y cómo nos sentimos y cómo decidimos.

“En estos últimos años viví del cuello para arriba, pero la cuarentena y la pandemia me empujaron mucho a percibir mi cuerpo, a empezar a hacer distintas actividades, experiencias o técnicas para conocer mi propio cuerpo. Tengo 50 años y me di cuenta de que no me conocía”, confiesa.

–¿Qué experiencias?

–Desde yoga, pilates, meditación o 5 ritmos, una especie de biodanza. Nadar en la pileta y ver qué me pasaba en el cuerpo antes, durante y después. Todas las actividades no tienen que ver con la estética, ni con lo físico, sino con el autoconocimiento: qué les pasa a mis pulmones cuando nado, qué le pasa a mis cuádriceps cuando estoy en la clase de pilates, qué le pasa a mi cuello cuando estoy bailando. Estar más atento a lo qué le pasa a mi cuerpo cuando lo pongo en movimiento.

Explica este profesor de la Universidad Torcuato Di Tella y conferencista internacional que, según la biología y de acuerdo a cómo ha evolucionado, el cerebro tiene tres áreas interconectadas y de edades evolutivamente diferentes: instinto, emoción y razón. Dice luego -desplegando sus dotes de docente y divulgador- que, en el momento de tomar una decisión, en los últimos años la tecnología ayudó a determinar que el área emocional es la gran responsable de la mayor cantidad de decisiones que tomamos en el día. “Es decir, -sintetiza- nosotros podemos estar pensando algo que tenemos que decidir, pero siempre vamos a estar influenciados y sesgados por algo que tiene que ver con la emoción”.

Autoconocimiento, el punto de partida

En la visión de este científico argentino, el autoconocimiento es el punto de partida del proceso de cambio que propone.

“Es que no se puede cambiar lo que no se conoce y no se puede mejorar lo que no se conoce y no se puede entender lo que a uno le pasa si no se conoce”, asegura. Sigue: “Ahora, si vos te querés autoconocer haciendo terapia, yendo a la iglesia, leyendo, meditando o tomándote una ayahuaska, es un tema muy personal. No soy fanático del autoconocimiento científico: yo propongo conocerse a partir de la biología, de la evidencia científica, porque es el autoconocimiento que estudié, el que me gusta, pero no necesariamente es el único ni el mejor”, dice.

–¿Cómo y con qué recursos aprende uno de chico a autoconocerse?

En la educación formal no hay espacios de autoconocimiento. Puede haber un maestro o una maestra entusiastas que te brinde herramientas o que te haga escucharte, sentirte, ver qué cosas te pasan, por qué te pasan; también padres que son sensibles a esto y creen que son recursos importantes para el desarrollo del niño y su posterior formación como adulto. Mi fantasía es una educación formal donde se puedan atravesar los 12 años de formación de un chico en la escuela con estos temas contados desde distintas disciplinas: hoy vamos a ver el autoconocimiento a través del budismo, otro día a través de la meditación, la semana que viene a través de la ciencia, así después el niño/adulto puede escoger y elegir. Me da mucho miedo la gente que dice tener la verdad, que las cosas son así. Por mi experiencia personal y profesional las cosas no son de una manera, siempre hay distintas perspectivas y formas de entender lo que nos está pasando.

–Sería extraordinario. Me animo a imaginar que seríamos una sociedad muy distinta, mucho mejor, más abierta, más empática.

–Sí, porque finalmente lo que nos hace diferentes son nuestras relaciones con los otros. Y eso nos enseñan un poquito de costado. La buena noticia es que uno puede hacerlo a cualquier edad y en cualquier momento. Eso sí, requiere un aprendizaje, requiere esfuerzo, atención y disciplina.

“Autoengaño” (fragmento de “En el limbo”)

Ya vimos que la función principal de tu cerebro, para poder sobrevivir, es predecir. Recordá que estas predicciones son siempre una interpretación cerebral de la realidad. Una interpretación imaginada, anticipada, de lo que pudiera suceder. Piel, ojos, oídos, nariz y los demás sentidos se limitan a recoger datos en tiempo real.

No ves más allá de tu nariz, pero sea lo que suceda en el momento, tu imaginación cerebral valorará las probabilidades —por ejemplo, de peligro— y preparará a tu organismo para afrontar la situación —por ejemplo, de una amenaza teórica—. Esta predicción errónea o correcta produce una serie de modificaciones físicas y mentales que son las que vos percibís. Muchas veces estas predicciones se tratarán tan solo de tus emociones.

Nosotros, Homo sapiens, junto con nuestros genes tenemos una historia épica, heroica y también angustiosa. Somos una especie migratoria y hemos tenido que buscarnos la vida comiendo lo que encontrábamos sin perder de vista a nuestros depredadores —incluso algunos miembros de nuestra especie con mucha hambre—.

No somos rápidos, ni tenemos reflejos ni garras, ni fabricamos venenos. Tampoco ágiles ni fuertes. Carecemos de alas, y ya se nos olvidó trepar a los árboles. Somos frágiles, pero tenemos la tecnología y la socialización, nos agrupábamos en pequeñas tribus y ahora lo hacemos en grandes masas globalizadas. Sin embargo, tu biología es similar a la de otras especies. Por ejemplo, en la forma en que tus células resisten a virus o bacterias, quemaduras, desgarros y compresiones. Tus tejidos se reparan y recomponen con la misma eficacia.

Serotoninas, endorfinas, dopaminas y otros neurotransmisores son iguales a los de animales “inferiores”. Como los lobos dieron lugar a los perros domésticos actuales, los primitivos Homo sapiens nos dieron lugar a nosotros, hombres y mujeres actuales y un poco domesticados también.

A pesar de que tu cabeza es robusta y protege tu interior, ese interior, tu cerebro, es muy sensible a lo que te cuentan —tu cultura, tu contexto— y a lo que te contás —tu diálogo interno, tu narrativa—. Es decir que, además de las experiencias que vas viviendo, como te mencioné en el capítulo anterior, tu cultura también tiene un impacto enorme en cómo se estructura y como funciona tu cerebro.

Bachrach en una charla en la Feria del Libro de Buenos Aires.

En nuestra fórmula de las emociones la cultura es la que influye al contexto para así impactar también en lo que sentís y cómo te sentís. Una vez más: Emociones = Interocepción (que son las interpretaciones de las áreas interoceptivas de tus estados de placer bajo/alto y energía baja/alta) + Experiencias pasadas + Contexto (cultura).

Si compartís entonces tu química neuronal con la de un ratón, o incluso un gusano, ¿qué te diferencia de los otros seres vivos? Básicamente la información, la historia e historias que mueven esa química. Cada ser vivo tiene un libro diferente, pero el alfabeto es bastante parecido. No tiene sentido analizar el libro contando la proporción de letras concretas que lo conforman ya que los libros no son solo letras. Estas últimas por sí solas no nos revelan los significados. Necesitás conocer cómo se agrupan en palabras y frases y muchas otras cosas más.

Los avances en neurociencia no se nutren solo de la comprensión de la química neuronal sino, especialmente, de entender el modo en que tus neuronas reciben y procesan la información y construyen con ella el conocimiento que te permite evaluar la probabilidad de que algo suceda antes de que lo confirmen o desmientan tus sentidos. O sea, no es solo el contenido concreto de la información sino también su procesamiento.

Tu sistema nervioso es una formidable red de adquisición de conocimiento a través del aprendizaje. Este aprendizaje no es infalible. No está garantizado por sus moléculas, ni tampoco impedido de déficits o exceso de ellas. No depende solo de las moléculas, sino de los datos disponibles y de la forma en que son procesados para predecir, anticipar y corregir errores.

Me gusta pensar al cerebro como un genio del engaño. Crea experiencias y dirige acciones como un mago, sin revelar nunca cómo lo hace y haciéndote sentir una falsa confianza de que lo que produce —tus experiencias de todos los días— devela tu funcionamiento interno. Alegría, miedo, tristeza, enojo parecen emociones tan distintivas y se sienten tan claras que asumís que están separadas dentro tuyo. Pero no es así.

Las emociones son parte de tu “ser” biológico cerebral y corporal, pero no por tener circuitos neuronales exclusivos para cada una de ellas. Las emociones son parte de nuestra evolución, pero no productos del pasaje recibido de nuestros animales ancestros. Experimentás emociones sin esfuerzo consciente, pero eso no significa que sos un receptor pasivo de estas experiencias. Percibís emociones sin una instrucción formal, pero eso no significa que sean innatas.

Lo que es innato es que vos y yo usamos conceptos para construir nuestra realidad social, y es nuestra realidad social la que hace que se cableen nuestros cerebros. Sos una colección de fuerzas internas, especializadas y esculpidas por la evolución, que tratan de controlar tus acciones. Tu cerebro batalla con tu cuerpo, la razón pelea con la emoción y fuerzas externas lo hacen con fuerzas dentro tuyo. Con un cerebro animal envuelto de un córtex racional se supone que sos diferente al resto de los animales en la naturaleza, pero no por tener un alma, sino por estar en la cima de la evolución dotado de razón e ideas novedosas. Viniste al mundo listo para responder de formas muy específicas a eso que el mundo tiene para ofrecerte.

Nuevos descubrimientos sobre el cerebro han revolucionado la comprensión de lo que significa ser humano. Tu mente, tus pensamientos y tus emociones son producto sin lugar a dudas de la evolución, pero, como te conté, no están esculpidos solo por tus genes. Recordá que ese moldeado cerebral está influenciado también por tus experiencias pasadas y tu cultura.

Tu cerebro está hecho de cables y redes neuronales, pero ese es solo uno de los factores de una mente humana en crecimiento. Tu mente no es un campo de batalla entre fuerzas internas opuestas, pasión y razón, que determinan cuán responsable sos de tus comportamientos. Vimos que tu mente son momentos computacionales de predicciones constantes de tu cerebro.

Según Bachrach, el placer de la queja nutre al cerebro, y no tiene nada que ver con la felicidad. (Getty Images)

Tu cerebro predice con sus conceptos, y mientras algunos científicos debaten si esos conceptos son innatos o aprendidos, es incuestionable que vos aprendés muchísimos de ellos mientras tu cerebro se va cableando dado lo que le sucede física y socialmente a su alrededor. En síntesis, el cerebro humano evoluciona en el contexto de la cultura humana logrando así la creación de diferentes tipos de mentes. Por ejemplo, las personas en Occidente solemos experimentar pensamientos y emociones como diferentes y muchas veces en conflicto, sin embargo, sobre todo las guiadas por la filosofía budista, no hacen distinciones entre pensar y sentir.

Yo creo que hoy hemos llegado a un momento de nuestra historia donde lo viejo no se termina de ir y lo nuevo no termina de llegar. Una especie de limbo del tiempo donde navegamos, la mayoría, sin rumbo.

Muchas veces me incluyo en esa lista. Sin embargo, gracias a este momento bisagra de la humanidad el nivel de insatisfacción de muchas personas hoy es superior al de su miedo al cambio. Esto sucede cuando dentro tuyo sentís un ruido, un insight, un clic, un llamado interno que te da lo que te falta para salir de tu zona de confort en la que estás anestesiado. Es cuando sentís que tenés mucho por ganar y poco por perder. Es cuando, con dolor, reconocés que estás perdido. Pero es un dolor liberador, porque darte cuenta de que estás perdido es tu primer paso para encontrarte.

Quién es Estanislao Bachrach

♦ Nació en Buenos Aires en 1971. Es doctor en Biología Molecular de la UBA y de la Universidad de Montpellier en Francia.

♦ Enseño e investigó durante cinco años en la Universidad de Harvard, en Estados Unidos.

♦ Es conferencista internacional y uno de los referentes en creatividad, cambio educativo y empresarial más reconocidos.

♦ Publicó cuatro libros: Ágilmente (2012); En Cambio (2014); Random (2016); En el Limbo (2020). Excepto Random, todos con reediciones permanentes en español y traducidos al inglés, italiano y ruso, entre otros idiomas.

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