El encierro que obligó a millones de personas en el mundo confinarse durante 2020 no solo dejó secuelas psicológicas asociadas a la claustrofobia y otros trastornos, también despertó el proceso creativo de unos y reforzó el de otros. Decenas de ensayos, crónicas y novelas nacieron de ese aislamiento, que a veces se vuelve tan necesario para aventurarse en el pedregoso y siempre observado género de la novela, sobre el cual quiso aventurarse Juan Manuel Cuéllar.
Producto de seis años de dedicación, aislamiento y mucho ensimismamiento, el bogotano se empecinó en realizar su primera novela, “Cuando los colores cantan”, la cual le plantea al lector entrar en un estado de emotividad de principio a fin.
— ¿Qué títulos o autores fueron el detonante para la creación de su primera novela?
— Yo creo que uno es producto de lo que lee y de lo que vive, ¿No? Uno termina siendo una esponja y desde el periodismo yo lo viví por mucho tiempo, ejerciéndolo; empecé a escribir un poco tarde en la vida, diría yo, pero más vale de que nunca. Hay muchas inspiraciones, muchas cosas que uno lee o vive y que abren un poco la imaginación y la dejan fluir hacia diferentes campos. Por ejemplo, cuando era chiquito los autores latinoamericanos que más me gustaban eran Jorge Isaacs, con “La María” o los poemas que nos llegaban al alma, como “Nocturno”, y, obviamente, las lecturas obligadas del colegio, como “La Vorágine”, o autores como Juan Rulfo abrieron campos especiales. También uno se metía con autores que son de toda la vida como García Márquez y que como colombianos nos inspiraban cosas bonitas y diversas formas de ver la vida.
Ya cuando un crece va encontrando otros autores y temas que lo van llevando de la mano. Tal vez me pueda referir inicialmente a Julio Verne, me fascina, porque a través de él hemos descubierto temas interesantes... Miles de libros que ahí están, no precisamente en español ,pero que nos llevaron de la mano a lo que somos hoy y a lo que escribimos.
— El título es acorde al desarrollo del texto: es muy colorido, pero la historia también se centra en el desamor. ¿Esto no sería ambiguo para el lector?
— No. Yo creo que uno termina encontrándose de golpe con el tema, con los colores y que los colores cantan. Hay dos personajes a través de los cuales gira la trama de la novela. Ambos comienzan en el mismo colegio y, cuando llega el momento de graduarse, toman caminos opuestos. Uno se vuelve monje y otro se casa temprano en la vida, pero ambos están mediados por la música. La música, de alguna manera, los impacta, los conmueve; el monje tiene un componente adicional y es que tiene una obsesión por la música y los colores. Entonces, esa especie de sinestesia que tiene el monje, que muchos de nosotros la tenemos también pero que no nos damos cuenta, como cuando vemos un atardecer y, de repente, empezamos a escuchar música en nuestro cerebro.
Ya no vemos los rojos de los atardeceres en la isla de Providencia o Cartagena o los Llanos Orientales, sino que empezamos a oír música; nuestro cerebro empieza a escuchar esa música y a veces no sabemos por qué. Entonces la novela se trata de eso también, y a través de la novela yo trato de incorporar la música dentro de la literatura, así que hay algo novedoso; en cada uno de los capítulos tú encuentras códigos de Spotify que te llevan a las canciones que están cantando los personajes en ese momento.
— ¿Y en qué momento usted empieza a percibir la música, más allá de las composiciones, a través de los colores?
— Esa es una muy buena pregunta. Estaba yo sentado en la pandemia escribiendo el libro, es que lleva seis años de construcción o de deconstrucción, porque uno termina escribiendo y publicando una cosa completamente diferente a la que empezó, por ese proceso de cambiar el párrafo y demás. Yo lo hice a través de un amigo, Luis Carlos Aljure, es melómano, su familia es de origen libanés, y adora la música. Entonces le pedí clases y me las dio. Durante la pandemia me enseñó a través de una clase la historia de la música a entenderla, desde una perspectiva diferente, no la del usuario normal y eso permeó profundamente mi corazón, mis sentimientos, la manera como escucho lo que oigo y cambió completamente mi manera de percibir el mundo. Creo que eso quedó plasmado también dentro de la novela.
— La novela se centra en la Bogotá ochentera pero usted la escribió en Madrid. Varios escritores hacen ese ejercicio, ¿a usted le costó escribir sobre una ciudad en la que no estaba de cuerpo presente?
— Uno cuando sale de su entorno, de su zona de confort, empieza a ver las cosas de otra manera, le hacen falta unas y empieza a entender otras. Con mi familia nos fuimos a vivir a España por cinco años y fue ahí lque a novela empezó a cuajarse y también desde una perspectiva de la reminiscencia y de las cosas que le hacen falta a uno. Yo me acuerdo que empecé a ver esa época de los 80, cuando nosotros estábamos de 18, 20 años y salíamos a la Bogotá caminable, la de los parques, donde eran las 11 de la noche y podíamos caminar perfectamente por las vías y no había el tráfico que vemos hoy.
Esa reminiscencia o esa capacidad de volver un poco a lo que uno deja atrás, creo que da la oportunidad de ver su país, su ciudad, desde una perspectiva diferente. Obviamente, ahí quedan marcadas ciertas cosas en la novela que sucedieron en ese momento, como el hecho de que había quienes se saltaban los peajes y los mataban. De hecho, una niña del Gimnasio Femenino murió porque le pegaron un tiro por volarse de un retén militar; había otras niñas que se ponían a saltarse los semáforos en rojo con sus carros a ver qué pasaba, y también se murieron. También la bomba en el centro comercial de la 93, los narcos con las ametralladoras metidas debajo de las gabardinas en los bares. Esa fue la Bogotá que yo viví y la que se refleja a través de los personajes que justamente nacieron y crecieron en un colegio de la ciudad.
— ¿De dónde le salió la idea del recurso multimedia?
— Realmente tengo que decir que yo me metí dentro de mí mismo y que no hay un ejemplo o algo parecido que haya retomado de alguien. Sí creo que hay muchas personas haciendo y pensando lo mismo, pero yo lo que quiero mostrar con eso es que cada canción nos trae recuerdos que, para mí, están en colores y también en notas musicales. Entonces, cuando, por ejemplo, yo estoy oyendo una canción que escuchaban mi papás, o que evoca a una novia o algún otro momento específico de mi vida, me traen recuerdos que no solo son enriquecidos con la literatura sino que van de la mano justamente con esos sonidos.
Estoy seguro de que no solo quienes vayan a leer la novela van a recrear algún tiempo sino que el hecho de tener la canción y volverla a oír, va a recrear en el lector cosas lindas, tristes o quizás trágicas; en esa simbiosis que puede haber entre la literatura, la música, los colores y el lector que quedó atrapado en ese preciso momento de la novela, es que yo quiero que haya, por lo menos, un rasgo de felicidad, llegar al alma del lector y hacerle entender que estamos vivos, tenemos el mundo por delante y podemos leer y oír y estar en contacto con esa literatura. Si eso pasa, yo estaré feliz.
— ¿Queda con ganas de escribir un segundo título dado que la construcción de una novela implica muchas veces el aislamiento y el encierro?
— [Risas]... No, es imposible ya suprimir una idea. Una vez nos dejamos llevar por este cauce, tratar de pararlo es imposible. Usted debe saberlo, ya que también trabaja con las letras: uno empieza con el primer párrafo y después vienen otras ideas y nos asaltan otras. Sí, falta mucho para que sea un gran escritor y dominar este tema, pero creo que ya no hay marcha atrás y vendrán muchos libros.
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