Del Maradona-hijo al Messi-padre: esta selección tiene una mística nueva y mejor

¿Cuál es la fantasía del fútbol hoy para los argentinos? Este equipo no tiene una mística guerrera: se muestran humanos y, a la vez, se presentan como padres que no son ídolos sino hombres capaces de fallar sin dejar de ser dignos de amor. La canción que los alienta es un himno y es bella porque es más profunda.

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Lionel Scaloni, técnico de la Selección argentina, con su hijo, en el Mundial de Qatar 2022.
Lionel Scaloni, técnico de la Selección argentina, con su hijo, en el Mundial de Qatar 2022.

Para algunos es solo un deporte. Para otros, son millonarios que corren detrás de una pelota. Podrían tener razón, pero ¿eso desmentiría que el fútbol es una pasión en la que miles de personas proyectan ilusiones?

El escollo del análisis material –que se pretende cierto porque se basa en una supuesta evidencia– es que apela a un desengaño; lo mismo se le podría decir a alguien respecto de la pareja con la que se pelea y por la que sufre cotidianamente, que no es más que una persona entre otras, que la deje porque le hace daño y que, seguro, hay muchas otras mejores; pero, ¿esto es realmente así? El análisis material, ¿no supone también un acto de fe?

Dicho de otra manera, el problema del desengaño como estrategia para librarse de una ilusión es que, a su vez, recurre a lo mismo de lo que quiere librarse: una ilusión, esto es, la de que es posible vivir sin ilusiones.

Dibu Martínez jugando a atajar con su hijo, en 2021
Dibu Martínez jugando a atajar con su hijo, en 2021

En una vieja película cómica, el protagonista retoma la idea marxista de que la religión es el opio de los pueblos. Vive en un régimen comunista totalitario, entre fachadas con caras del Líder; entonces mira alrededor y con temor se pregunta: “¿Nosotros somos los que no creemos en ilusiones?”.

De este modo, se puede creer con ilusión o se puede creer con desengaño –que es otro modo de vivir ilusionado, pero cínicamente.

Alguien podría decir que el fútbol es el opio de los pueblos. Tiene algo de religión, sin duda. En la cancha o frente a un televisor, los fieles de la pelota rezan, piden perdón y hacen promesas, están dispuestos a realizar sacrificios, proyectan sus ilusiones más íntimas.

Sin embargo, ¿es la proyección una forma de evadirse de uno mismo? En absoluto, este mecanismo es una vía para exponer aspectos de nuestro psiquismo de manera representada. Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando leemos o miramos una serie y nos conmovemos con determinados personajes.

Identificarse y sufrir. Así en la vida como en el fútbol. (REUTERS/Adrian Escandar)
Identificarse y sufrir. Así en la vida como en el fútbol. (REUTERS/Adrian Escandar)

El punto importante está en reconocer que a través de este mecanismo movilizamos una fantasía inconsciente. La pregunta que hago, entonces, es: ¿cuál es esa fantasía del fútbol, hoy, para miles de argentinos? En lugar de buscar hacer un análisis que quiera explicar la pasión a partir de un supuesto realismo desengañado, la cuestión es más bien preguntarnos si no hubo alguna transformación en lo que proyectamos en esta pasión.

No voy a proponer una interpretación psicoanalítica del fútbol. No sé tanto de fútbol ni de psicoanálisis como para algo así; pero sí como espectador me hice una pregunta a lo largo de lo que va de este mundial. De repente tuve la impresión de que los jugadores argentinos ya no juegan con una épica, no se piensan como guerreros y, al mismo tiempo, se muestran muy humanos y falibles.

El director técnico llora

Parto de una imagen para explicarme mejor. Una fresca, del final del partido con Países Bajos, que no es de un jugador sino del Director Técnico. Todavía con los jugadores en la cancha, en pleno festejo, Scaloni va hacia la tribuna y ayuda a que un niño atraviese el palco y, de la mano, lo lleva hasta el banco. Se sientan y el niño lo abraza. El Director Técnico llora y, entonces, el parecido físico se hace notable: es su hijo.

Unos días antes, se hizo viral una foto de Papu Gómez con su esposa, de cuando eran jóvenes y comían un sándwich en una vereda. Y así podría proponer un montón de escenas de intimidad que muestran a estos jugadores como personas sencillas y queribles; pero si tuviera que trazar una distancia con otra época pondría el ejemplo de la arenga de Messi en que dice que Dibu Martínez fue papá y no le pudo hacer upa (o “nolepudohaceupa” –como se volvió hashtag la frase) a su bebé.

La pasión filial está muy presente en esta Selección. Pienso que eso es algo de nosotros, que queremos ver y proyectar en los jugadores. Me resulta curioso: porque en la sociedad en que vivimos, la del padre es una figura cuestionada y criticable. ¿Será que tal vez, a través del fútbol, comenzamos a pensar colectivamente una nueva paternidad?

En la imagen de Scaloni, no solo estaban las lágrimas del DT, sino que también lloraba el hijo. ¿Puede haber algo más injusto que un hijo tenga que llorar por su padre? En la escena social actual, de humillación pública de los padres, esta imagen moviliza un aspecto sensible para muchos varones que buscan en el fútbol un reconocimiento para un dolor.

Quisiera pensar que esta es la Selección de los padres que sufren por el sufrimiento de los hijos. No son héroes.

Un hijo. Diego Maradona con sus padres.
Un hijo. Diego Maradona con sus padres.

Durante mucho tiempo, Messi cargó con el fantasma de Maradona. La comparación siempre estuvo en la punta de la lengua y su fundamento no es futbolístico.

Maradona fue, sobre todo, un hijo. Ahí tenemos el audio de la conversación telefónica con Doña Tota en el Mundial ‘86: “Andá a descansar, mi hijo, que me hiciste la madre más feliz del Mundo”. Diego responde: “Yo juego para vos, mamá”.

Messi no es un hijo, es más bien un padre agobiado. En la tribuna, sus hijos ven a Paulo Londra y le piden una foto. Messi no es el ídolo de sus hijos. Es su padre.

Paulo Londra se sacó una foto con los hijos de Lionel Messi en el entretiempo del partido de Argentina-Polonia (Foto: Instagram)
Paulo Londra se sacó una foto con los hijos de Lionel Messi en el entretiempo del partido de Argentina-Polonia (Foto: Instagram)

La de Maradona fue la pasión de un hijo, muerto y resucitado en diferentes ocasiones, enfrentado a los poderosos, con el amor de un Pueblo detrás. “Yo no soy Maradona. Yo soy El Diego para la gente. Y estoy orgulloso de eso. Porque yo soy popular”, dijo alguna vez el hijo que murió por nosotros y que, en la tribuna, le agradeció al Padre un gol y un rayo de sol cuando parecía que nos había abandonado.

De Maradona nunca se dejó de recordar su origen en Fiorito. A Messi se lo juzgaba con la idea de que no cantaba el himno. El fútbol no es una ficción, es un mito y, como tal, porta las más diversas significaciones –que hablan de esa parte nuestra que se transforma y apenas conocemos.

Otra escena. La arenga del partido contra Inglaterra en México, en la que se cuenta que Maradona hizo referencia a los “pibes de Malvinas”. Hoy los recordamos en una de las letras que más se canta en este Mundial, pero ¿no implicaría un paso de madurez colectiva ir más allá de la malvinización del fútbol?

Por un lado, para que la causa de Malvinas tenga su justo lugar como reclamo soberano, pero también, para que el fútbol sea un espacio de memoria y no de venganza: “De los pibes de Malvinas que jamás olvidaré”, dice la canción que, ante todo, pide no olvidar.

Todos los jugadores de esta Selección son post-Malvinas; por lo tanto, no es a partir de una identificación con el lugar de hijos que se ofrecen. Nuevamente es un valor paternal, de reconocimiento de los hijos de una Nación, el que se afirma en una canción que, si es mucho más bella que las otras, es porque consiguió tener profundidad y contenido, sin recaer en agresiones y chicanas típicas de los cantos futboleros.

Esta canción es un Himno y da gusto cantarla, porque muestra una transición y el placer de renunciar al fútbol como una gesta reivindicativa, revanchista, para darle lugar una nueva mística, la del padre derrotado (“las finales que perdimos cuantos años las lloré”) que igual es digno de amor.

Lionel Messi, el líder de la selección argentina. (REUTERS/Kai Pfaffenbach)
Lionel Messi, el líder de la selección argentina. (REUTERS/Kai Pfaffenbach)

Quizá soy un poco ingenuo al creer que con esta experiencia mundialista los argentinos nos vamos a curar de la fantasía de creernos los mejores y que nos deben algo. Lugar del hijo caprichoso y narcisista: el argentino como niño tirano. Tal vez soy un poco exagerado. Es que soy uno más de los 45 millones que está detrás del Dibu –como él ya lo dijo varias veces.

“Lo hablé con mi psicólogo y por suerte nos sacamos ese peso”, dijo el arquero en una entrevista. Primero había dicho que los 45 millones estábamos “sobre” su espalda, luego que estábamos “detrás”. A veces la distinción de una pequeña palabra puede ser la raíz del alivio y la causa de una nueva oportunidad.

Así funciona el psicoanálisis, una práctica que no es para convertirse en el amo y señor de la propia vida, única y excepcional, sino para atravesar situaciones difíciles, pero sin ceder al encanto por la tragedia y para descubrir que sufrimos por motivos más comunes de lo que pensamos.

Como en el fútbol.

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