(Bogotá) Hace 40 años, en el frío diciembre de 1982, Gabriel García Márquez recibía en Estocolmo el Premio Nobel de Literatura, un reconocimiento a su genialidad para plasmar en novelas a “todo un continente”, recuerda el escritor colombiano Gonzalo Mallarino Flórez, que fue testigo de ese momento histórico.
En ese entonces hubo tres días de actividades por el Nobel. Una de ellas fue el célebre discurso de aceptación del premio, titulado “La soledad de América Latina”, donde García Márquez puso a la región en lo más alto de las letras universales. Dijo así:
Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda.
Y señalaba algunos datos concretos:
De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 10 por ciento de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América latina, tendría una población más numerosa que Noruega.
Mallarino tiene algo que decir sobre estas palabras de Gabo:
“El discurso de Gabo, que es precioso y es tremendamente político, es un discurso en el que se exige respeto por la autonomía de América Latina, por su esfuerzo en salir en busca de su destino histórico con todos los males y las cosas que habían sufrido del primer mundo y de las grandes potencias. Es inmensamente bello y lleno de realismo mágico”.
El escritor señala que el Viejo Mundo pudo ver a la “nueva América Latina” en el trabajo del escritor colombiano, que se había exiliado en México por su ideología política de izquierda, que era amigo de Fidel Castro y que para ese entonces ya estaba comprometido con la causa de la paz del país.
“El pedido de América Latina de que no nos golpearán más, de que no nos saquearan más, de que no intervinieran más (...) Ese es el sentido que tiene todo eso”, añade Mallarino, pensando en esa intervención ante la Academia Sueca.
Más que realismo mágico
Para ese entonces, García Márquez ya era un escritor consagrado por el realismo mágico de sus novelas, comenzando por Cien años de soledad, publicada por primera vez en 1967 y que para 1982 ya había sido traducida a decenas de lenguas y aclamada en todo el planeta.
“El Nobel no hizo universal a Gabo; Gabo era universal antes del Nobel”, afirmó el escritor nicaragüense Sergio Ramírez al intervenir en octubre pasado en Bogotá en el Festival Gabo, que estuvo dedicado a los 40 años del premio.
Y es que García Márquez supo darles a las historias locales que le contaba su abuela en Aracataca un toque universal por su forma de escribir y su “castellano de inmensa belleza y también de gran precisión”, en palabras de Mallarino.
“Por eso pudo pintar a los hombres y a las mujeres de todo un continente. Cien años de soledad es la novela de América Latina y del Caribe, de todo un continente (...) García Márquez nos ha dibujado un poco a todos, es de una importancia universal e histórica”, afirma.
Colombianos en Estocolmo
Gonzalo Mallarino y su padre, del mismo nombre y amigo de Gabo desde la juventud, fueron invitados por el Nobel a integrar la comitiva que lo acompañó a la capital sueca a recibir el premio en el invierno de 1982. Mallarino incluyó este recuerdo en su libro El día que Gabo ganó el Nobel, en el que cuenta el contexto político de Colombia en ese entonces y anécdotas de aquella experiencia.
El autor recuerda “con intensa emoción” esa expedición que desembarcó en Estocolmo con más de 120 personas entre músicos de vallenato y otros ritmos colombianos, cantantes y bailarines de distintas regiones del país para asombro de la sociedad sueca.
“Fue un acto un poco desmesurado pero sobre todo cándido, noble, decente, bello”, dice, y explica que el presidente de la época, Belisario Betancur, amante de la cultura, quiso que fuera “una cosa monumental, una celebración inmensa de todo el país”.
Con ese fin embarcaron en un avión de Avianca, entre otros, el compositor Rafael Escalona, también amigo del Nobel; el conjunto de los hermanos Poncho y Emiliano Zuleta; Totó la Momposina y Leonor González Mina, “La Negra Grande de Colombia”. El viaje duró 22 horas , con escalas en Puerto Rico y Madrid y fue, sobre todo, una fiesta.
“El presidente Betancur mandó una muestra del Museo de Oro y eso los dejó flipando (a los suecos), y mandó una muestra de arte contemporáneo, de pintura nuestra, de (Alejandro) Obregón, (Fernando) Botero, (Eduardo) Ramírez Villamizar”, evoca con emoción.
La presentación tuvo lugar en el banquete real, “en el cuál, por las inmensas escaleras bajaron las ciento y pico de mujeres con las faldas cumbiamberas y los acordeones y la música. Sí, ahí ocurre esa cosa tan especial en que, ante el pasmo y el asombro de todo el mundo, la reina Silvia de Suecia empieza a aplaudir. Es una vaina de una belleza inconmensurable”, dice.
Para Mallarino, el Nobel a García Márquez cambió la manera como el mundo veía la literatura latinoamericana, que “se volvió una cosa que interesaba a los europeos, a los estadounidenses y a los asiáticos”.
“Después dejarían de interesar (estos autores) y se impondrían otras cosas, pero durante muchos años, un par de décadas por lo menos, América Latina era como el reservorio de lo vital, de la candidez, de la fuerza, sí de la poesía misma frente a esa novela europea tan dura”.
(Fuente: EFE)
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