“¿Cree que yo podía decirle a mi madre ‘sal de mi cuarto con tu puto teléfono?’”: Delphine de Vigan en la distopía pavota de las redes sociales

En su nueva novela, “Los reyes de la casa”, la escritora francesa se mete con el uso de los niños en un mundo de likes y seguidores. ¿Hay algún derecho a la intimidad de los más chicos o están condenados a este “porno familiar”?

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Delphine de Vigan y su
Delphine de Vigan y su novela "Los reyes de la casa"

Hay toda una generación que no termina de ver lo que implica el compartir constante en redes. El supuesto mimo al ego del like se fue disfrazando de solidaridad y apoyo para desterrar la idea fea del amor propio desmesurado como motor. La publicidad se puso ropas de consejo desinteresado en manos de influencers que pretenden ser naturales, se muestran con honestidad, dicen, y aclaran a cada paso “esto no es canje”.

Hace ya una década que decirle a alguien que no puede subir la foto de un niño a las redes sociales se toma casi como una ofensa. Aunque el hijo sea propio y el documentalista, el tío. La vida es generar contenido, atraer followers. Como en una distopia, el que ve el punto en cuestión pasa a ser el bicho raro, el excluido, el peligro. Esta es la era de compartir todo, de mostrar belleza y los niños son lindos, cuántos likes y comentarios adorables traen al posteo, no mostrarlo sería ¿egoísta? Flor de paradoja que lleva a una exhibición de porno familiar constante.

Feeds repletos con siestas de bebés, primeras palabras, dientes que faltan en caritas divinas, risas en las playas cuando conocen el mar, el primer y último día de clases, la visita de la abuela, la ocurrencia infantil, cómo canta, el modo en el que abre un regalo, hace unboxing en su cumple. Todo queda para siempre en un portarretrato público, indeleble. ¿Qué pasa con esas infancias, constantemente trasmitidas al mundo? Se ven los gestos de hartazgo detrás de tanto show, la frase “no me filmes” pasó a ser parte del vocabulario de los más jóvenes de las casas.

Pronto habrá niños que tengan
Pronto habrá niños que tengan toda su vida mostrada en las redes. (EFE)

“¿Usted cree que yo podía decirle a mi madre ‘sal de mi cuarto con tu puto teléfono y tus putos seguidores, incluidos esos que se hacen pajas mirando las imágenes que compartes con todo el mundo’? No, claro que no, una niña no habla así”. Ese parlamento podría suceder en 2031, estar en boca de una veinteañera criada a pulso de like y así lo imagina Delphine de Vigan en Los reyes de la casa (Anagrama, 2022).

En 1984, George Orwell construyó una distopia aterradora que, de tan cierta, dio la vuelta y se hizo chiste (es gracioso porque es cierto). “El Gran Hermano se encarnaría en una potencia exterior, totalitaria, autoritaria, contra la cual imponerse. El Gran Hermano había sido acogido con los brazos abiertos y el corazón ávido de likes, y cada cual había aceptado ser su propio verdugo”, dice Delphine de Vigan en su última novela. Se tenía que decir y se dijo (otra frase de las redes, que viene más que al caso).

La masa anónima, con acceso a cámaras en los teléfonos y medios para trasmitir online, democratizó la fama. Eso es bueno. ¿Cómo será ser un adulto que tiene toda su vida registrada online? Al alcance de un clic. De cualquiera. Para siempre. Eso les va a pasar en breve a las infancias actuales. “Pic or it didn’t happen” (si no hay foto, no sucedió) dice la masa crítica de la web a modo de humorada y otra vez, es un chiste que es gracioso porque es cierto. Comenzó en los foros, a inicios de este siglo, para reclamar pruebas a alguien que pavoneaba algún hito cotidiano propio (beber mucho, un encuentro estrambótico, por ejemplo). Ahora es el modo de vida. Una distopía pavota, exhibicionista, que sucede en tiempo presente.

Auxilio, likeame

Delphine de Vigan es una de las autoras francesas más celebradas de la literatura actual. Tiene 56 años y no creció fotografiada o filmada. No tiene su vida online. Tampoco es de la generación que cree que hay que mostrarlo todo. Internet llegó cuando salía de la adolescencia, las redes sociales, en plena adultez. En Los reyes de la casa fotografía el mundo actual como una distopia. Y en este caso es terrible (no gracioso) porque es cierto. La toma es directa, sin filtros. En lugar de poner el objetivo de la cámara en su plato de comida que se enfría, se alimenta de realitys para disparar. Su clic muestra con crudeza la dictadura del ego que dirige el mundo.

En 2001, cuando tenía 35 años, publicó su primera novela, Días sin hambre, bajo el seudónimo de Lou Delvig, una historia en gran parte autobiográfica en la que relata su juventud con anorexia. Ya con su nombre, en 2007, salió No y yo, sobre las incertidumbres de la adolescencia. Traducida a veinte idiomas y con una adaptación cinematográfica realizada en 2010 por la directora Zabou Breitman, fue su primer éxito internacional. Además ganó, entre otros premios, el prestigioso Prix des libraires.

En Nada se opone a la noche, de 2011, vuelve a su propia historia para contar su trama familiar frente a la bipolaridad de su madre. Ganó más premios, fue best seller y se publicó en más de 20 países. Basada en hechos reales, de 2016 (que tuvo película dirigida por Roman Polanski en 2018), es un juego que inicia el en título, porque la narradora se llama Delphine y es una escritora muy reconocida. También es un thriller en el que la protagonista, que tiene un bloqueo creativo después de haber publicado un gran éxito, conoce a una nueva amiga, fan, confidente, que la termina desquiciando “profunda, lenta, firme, insidiosamente”.

Entre otras de sus obras publicadas y traducidas al español están las celebradas Las lealtades (2018), donde cuestiona a una sociedad que elige no ver las violencias, y Las gratitudes (2019), una reflexión triste y hermosa sobre la vejez, la soledad y la importancia de las palabras. Más cerca de su vida, diametralmente lejos o en esa interesante línea en el medio, Delphine de Vigan siempre logra disolver los límites de lo que es verdad y lo que es mentira para hacer literatura. Todo eso junto, aunque parezca imposible, es la materia prima con la que arma Los reyes de la casa, un thriller que bordea por momentos el ensayo sociológico y logra un género de-generado con una trama distopico-policial repleta de suspenso.

Los reyes de la casa no cuenta hechos de la vida de Delphine de Vigan, pero igual está llena de verdad, cruda, intima, bestial. Siempre consciente de todo, la autora abre la última parte de la novela (la más distópica) con una cita de Los años (2008), de la francesa Annie Ernaux —reina Nobel de la autoficción— que dice: “Presentíamos que en el tiempo de una vida surgirían cosas inimaginables a las que la gente se acostumbraría como lo había hecho en tan poco tiempo con el móvil, el ordenador, el iPod y el GPS”.

La novela está armada en el presente pre pandemia, entre los puntos de vista de una joven madre influencer y la detective analógica que investiga el caso del secuestro de su hija, estrella de Youtube. Las vidas en paralelo y contrapunto se van narrando mientras avanza el suspenso, intercalado de informes policiales que transcriben imágenes de las redes sociales, un lenguaje neutro que, extrañado y distanciado, logra el efecto bestial: mostrar brutalmente lo que se da por tácito, el modo en que lo privado se expone al mundo.

Por un lado está Mélanie Claux, estrella frustrada de reality show en su primera juventud que se reinventó como creadora del canal de YouTube Happy Break, donde sus hijos de seis y ocho años, Kimmy y Sammy, son celebridades online. Los ingresos millonarios, pero también la autoestima de la madre, dependen de la comunidad que ve, día a día, el contenido de sus redes que pasaron por Facebook y se expandieron a Instagram.

Por el otro lado está Clara Roussel, una agente de policía solitaria, criada por “dos militantes enamorados”, activistas socioambientales, a la que sus compañeros de trabajo le dicen burlona y cariñosamente “la académica”. Alejada de las redes sociales, ingresa a la realidad virtual, un mundo ajeno en “donde todo se había vuelto mercancía, gobernado por el culto al ego”, dice.

Los reyes de la casa relata, en primer y segundo plano, en la anécdota y en lo sutil, la explotación infantil en redes llevada adelante por sus padres y madres. También, habla del peligro de la sobreexposición digital que corren los niños actuales, aunque la sociedad, algorítmicamente, esquive ver.

Para mostrar eso, la autora desarrolla esta historia en tres tiempos cronológicos tan precisos como filosos: en la primera década del siglo, cuando explotaron formatos televisivos como Gran Hermano y surgieron celebridades que despertaron el interés público por dejarse ver en la nada misma de la cotidianeidad; la actualidad, atravesada por las redes sociales en donde todo el mundo muestra su día a día sin cuestionarlo; y el futuro inmediato, en el que los hijos criados frente a las cámaras sufrirán las consecuencias y/o buscarán justicia.

La privacidad de los chicos

Delphine de Vigan construye este thriller a partir de un cuestionamiento principal, que es la importancia de la privacidad de la infancia. Sean estrellas de un canal de YouTube (o cualquier otra plataforma) o no. En todos los casos, esos niños y niñas pierden su “derecho al olvido”, porque todo queda registrado por siempre en la web y entonces ¿qué?

Los reyes de la casa aventura una respuesta posible, imaginada pero no tan ficcionalizada. Y para eso planta antes el presente, casi documental, aunque avanza en la trama de suspenso policial, donde la simulación de autenticidad virtual invade lo analógico y todo se sostiene en un universo de ficción, cercano a la realidad, en el que un like reconforta igual o más que el amor de la pareja, la familia, los amigos.

Una característica de la autora es su escritura sencilla y contundente, sin firuletes, que pone el foco en la imagen y la idea más que en el adjetivo hojarasca. Nada nunca obstaculiza el desarrollo de la acción en las historias de Delphine de Vigan, ni siquiera la traducción de Pablo Martín Sánchez en Los reyes de la casa que, aunque es acertada, por momentos usa palabras imposibles de conocer fuera de España.

Son 339 páginas que fluyen como un zapping y se palpitan en el suspense de la trama. Se termina el libro en un suspiro. Y logra, como bonus fabuloso, cual charla que continúa al cerrarlo, que no haya tiempo de sacar fotos para compartir junto a un café en internet. Los reyes de la casa es una lectura sin red, un momento de intimidad con la novela, la autora y las ideas que desparrama, que se aceptan sin tiempo de montar la escena para el feed. Intimidad sin show. Like.

“Los reyes de la casa” (fragmento)

STORY 1

Difundida el 10 de noviembre, a las 16.35 h Duración: 65 segundos

El vídeo está grabado en una tienda de zapatos.

Voz de Mélanie: «Queridos, ¡acabamos de llegar al Run-Shop para comprarle a Kimmy unas zapatillas nuevas! ¿Verdad que necesitas unas zapatillas nuevas porque las que tenías empezaban a apretarte un poco, pichoncito? (La cámara del teléfono móvil se vuelve hacia la niña, que tarda varios segundos en asentir, sin demasiada convicción.) Pues aquí tenéis los tres pares de la talla 32 que Kimmy ha seleccionado. (En la imagen aparecen los tres pares alineados.) Os las enseño más de cerca: unas Nike Air doradas de la nueva colección, unas Adidas con sus tres rayitas y unas sin marca con la puntera roja... Vamos a tener que decidirnos y, como bien sabéis, Kimmy odia elegir. Así que, queridos, ¡contamos con vosotros!»

Sobreimpresionado en la pantalla aparece un minisondeo: «¿Cuáles debería escoger Kimmy?

A) Las Nike Air

B) Las Adidas

C) Las que tienen el mejor precio.»

Mélanie vuelve a dirigir la cámara hacia sí misma y concluye: «Ay, queridos, ¡menos mal que estáis ahí y sois vosotros quienes decidís!»

Quién es Delphine de Vigan

♦ Nació en Boulogne-Billancourt, cerca de París, en 1966.

♦ Estudió Ciencias de la Información y la Comunicación en la Sorbona.

♦ Se dedicó al análisis de encuestas y escribía después del horario de trabajo.

♦ En 2001 publica su primera novela Días sin hambre, sobre la anorexia. Tiene elementos autobiográficos.

♦ Su primer éxito fue No y yo, publicada en 2007. Ganó el premio Rotary International y el Premio de los libreros.

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