En 2009, cuando su nombre empezó a sonar con fuerza en el panorama editorial noruego, nadie hubiese imaginado, ni él mismo, el éxito de sus novelas autobiográficas. Al estilo de Proust, manteniendo las distancias, Karl Ove Knausgård decidió embarcarse entonces en la escritura de una serie de libros que pudieran dar cuenta del día a día en la vida de un hombre: él, y los reunió bajo el título de Mi lucha.
El primero en aparecer fue La muerte del padre, hacia 2016, en donde Knausgård deambula entre sus frustraciones presentes y la relación con su familia y su pasado, cuando su padre tenía la misma edad que él tenía entonces. Luego vinieron los otros cinco y el curioso fenómeno editorial a su alrededor.
Hoy, el afamado escritor noruego tiene 54 años y está cerca de cumplir la edad en la que muchos autores consiguen la consagración. Leído y discutido por lectores de todo el mundo, despierta amores y odios por igual, y es que no todos están dispuestos a leer alrededor de 3.500 páginas sobre la vida de una persona.
Para algunos de sus detractores, el caso de Knausgård es interesante por lo que precede a él mismo. Es un escritor con muy poca gracia para la ficción, que intenta publicar en más de una ocasión sin éxito alguno y cuando finalmente se da por vencido descubre que contar su vida es lo más interesante que puede hacer, y lo que mejor le sale, así que lo hace. No tiene nada que perder y decide intentarlo de nuevo, con algo completamente distinto. Envía el manuscrito a editores, dos o tres le dan el visto bueno, pero le dicen que siga trabajando en el concepto del libro y uno de ellos, que ya lo había rechazado antes, ni siquiera repara en su nombre y de la nada dice: “¡Es una obra maestra!”
¿Es tan buena la obra del noruego? Para el escritor Alberto Olmos, la duda debería primar entre los lectores. Su fenómeno es sospechoso. “Es como si Messi se hubiera convertido en un gran futbolista antes de pisar siquiera un campo de fútbol, y luego tuviéramos que aplaudirlo por saber sacar de banda”, escribió una vez. Su número de lectores, desde el día 0, ha sido absurdo. Pasó de ser un autor rechazado a uno de los más traducidos y leídos en el mundo, solo por hablar de sí mismo (?).
Quienes aseguran que su obra es una de las más interesantes de la literatura contemporánea hablan del trabajo del noruego como una odisea de características ‘proustianas’ cuya profundidad reside en el tratamiento que hace el autor de los temás más simples, las luchas cotidianas del día a día en la vida de un hombre que escribe como si su tiempo estuviera dependiendo de ello, y es literal.
La última y la más reciente entrega de Mi lucha apareció en junio de 2019, bajo el sencillo título de Fin. En ella, Knausgård intenta darle un cierre propicio a su obra, llevando al más alto de los términos aquellos artilugios de su narrativa: la libertad formal y expresiva, el maximalismo y la urgencia en escribir sin adorno alguno.
Pero, ¿qué contó antes de llegar al cierre y cómo mantuvo activo el interés de los lectores? En el primer libro, el escritor retornaba a los fantasmas del pasado, para así comprender ciertas cosas y dar un salto de la muerte a la vida en el segundo libro, Un hombre enamorado. Aquí, Knausgård pasa de ser hijo a convertirse en padre y relata el episodio de su separación. Deja a su esposa, su país y todo lo que conoce y se muda a Suecia, en donde se reencuentra con el pasado, una vez más. Linda, una hermosa poeta que lo ha mantenido embelezado desde tiempo atrás, se convierte en el centro de su vida.
En la tercera entrega, titulada La isla de la infancia, el relato inicia en Tromøya, en el verano de 1969, cuando el escritor es un bebé de tan solo ocho meses. Una vez más, hay un retroceso a los primeros años y a partir de ahí, empiezan los ires y venires de la obra. Las edades, los escenarios, los personajes, los episodios cotidianos corren a la par del tiempo mismo, que se va como el viento. Y este pasaje es, quizá, uno de los de mayor lucidez literaria de toda la serie. Le abre la puerta al cuarto libro, Bailando en la oscuridad.
Knausgård tiene 18 años y acaba de bajarse de un avión que lo ha llevado hasta Håfjord, un pueblecito del norte de Noruega en donde le espera un trabajo como maestro y el escenario ideal para hacer lo que siempre ha querido: escribir. Es la etapa del descubrimiento creativo.
Catorce años más tarde, ya en sus veintes, Knausgård es un joven estudiante de la Academia de Escritura. Ese es el tema del quinto libro, Tiene que llover. Si el anterior había sido el de la etapa del descubrimiento creativo, este es el del descubrimiento personal. El joven aspirante a escritor se encuentra vencido en todos los frentes de su vida: el amoroso, el profesional y el social.
Knausgård revela los detalles de cómo fue que inició su difícil camino hacia la vida de escritor y, de alguna forma, entrega a los lectores, y a sus editores, lo que todos estaban esperando: el verdadero inicio de todo. Con ello, ya solo queda una última cosa por contar y de eso es lo que se ocupa Fin, la sexta novela, que retorna al inicio y lo muestra al autor enfrentándose a la ansiedad de haber terminado su primer libro, La muerte del padre, mientras retrata todos los demonios que lo acogen, sus miedos y batallas, a la vez que condensa una época de guerras en Europa: el Holocausto, Hitler, la caída del muro de Berlín.
El fenómeno se detiene una vez el autor termina su ambiciosa tarea. Para algunos, la proeza estuvo más que lograda, pero para otros, lo de Knausgård fue solo un gasto de tiempo, papel y esfuerzos. Lo cierto es que su trabajo, más allá de que llegue un día a ser considerado como excesivamente luminoso, da cuenta de la osadía de un autor al elegir uno de los temas más triviales para darle rienda suelta a su literatura, permitiendo a los lectores entender que esa es, justamente, una de las razones de este arte: hablar de nosotros mismos. Lo atractivo de su obra reside ahí, en lo meramente cotidiano, en lo común, en lo que a nadie, aparentemente, parece importarle.
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