José Asunción Silva nació en Bogotá, Colombia, el 26 de noviembre de 1865 y se suicidó el 24 de mayo de 1896 en la misma ciudad. Tenía sólo treinta años pero, como dijo Rubén Darío, fue “entre los modernos de lengua española, uno de los primeros que han iniciado la innovación métrica”. A pesar de pertenecer a una familia acomodada de la sociedad bogotana —su padre era un acaudalado empresario—, su vida estuvo signada por los fracasos económicos. Algunos de sus biógrafos señalan este hecho como la causa del suicidio. Además de poeta, fue también narrador, y dejó una novela inédita: De sobremesa.
Más allá de su famoso Nocturno, donde se observan con claridad las innovaciones de las que habla Darío, Silva escribió varios poemas notables y con otro tipo de innovaciones, como, por ejemplo, el titulado simplemente Un poema, que constituye un ars poética en el que, con gran sentido del humor, trata de explicarle al lector el modo en que un poeta asume la escritura y las discusiones internas al momento de intentar una obra novedosa y audaz.
Este poema está compuesto en versos pareados alejandrinos, es decir: versos de catorce sílabas que riman de a pares. El lector verá que ese juego métrico y rímico es adecuado al fin que persigue el poeta y comprenderá con una sonrisa, ya desde el inicio, que Silva ironiza sobre las dudas que suelen atormentar a los creadores que se aventuran más allá de la estética de su tiempo. Pero el poeta no se conforma con tomarse humorísticamente su oficio sino que también la emprende contra otro oficio que comenzaba a tomar fuerza, prestigio y poder político en la sociedad: el de crítico de arte en la prensa, en este caso, crítico de poesía y literatura.
El caso del Nocturno es diferente. Se trata de un poema trágico, que algunos estudiosos de la obra de Silva atribuyen al dolor del poeta por la muerte de su hermana. La sensualidad de la obra muestra la sublimación que la muerte provoca en el amor: no es la tristeza —que la hay— lo que prima en el poema, sino la evocación de los momentos de cercanía amorosa.
El Nocturno es un poema quizá único en la historia de la poesía latinoamericana. Está compuesto por versos de muy diferente medida: baste decir que algunos versos tienen cuatro sílabas y otros, veinticuatro, que alternan con versos de seis, ocho, diez, doce, dieciséis, etc. En general, la base de cuatro se multiplica para lograr la cantidad de los otros versos, de modo que el poema mantenga una música que se alarga o se acorta, pero casi siempre en medidas proporcionales.
La experiencia del descubrimiento del Nocturno a mis catorce años de edad marcó mi gusto por la poesía y fue una de las huellas que acuñó de algún modo mi estética. Esas sombras que se buscan y se juntan vagan por mis sueños, bajo la luna pálida, junto al canto de las ranas. Y son ellas, enlazadas, las que apuran su regreso, ya no con su difusa nostalgia adolescente, sino como emoción que espera ser nombrada.
Un poema
Soñaba en ese entonces en forjar un poema,
de arte nervioso y nuevo obra audaz y suprema,
escogí entre un asunto grotesco y otro trágico,
llamé a todos los ritmos con un conjuro mágico,
y los ritmos indóciles vinieron acercándose,
juntándose en las sombras, huyéndose y buscándose;
ritmos sonoros, ritmos potentes, ritmos graves,
unos cual choques de armas, otros cual cantos de aves.
De Oriente hasta Occidente, desde el Sur hasta el Norte,
de metros y de formas se presentó la corte.
Tascando frenos áureos bajo las riendas frágiles
cruzaron los tercetos, como corceles ágiles;
abriéndose ancho paso por entre aquella grey
vestido de oro y púrpura llegó el soneto rey,
y allí cantaron todos… Entre la algarabía,
me fascinó el espíritu, por su coquetería,
alguna estrofa aguda que excitó mi deseo,
con el retintín claro de su campanilleo.
Y la escogí entre todas… Por regalo nupcial
le di unas rimas ricas, de plata y de cristal.
En ella conté un cuento, que huyendo lo servil
tomó un carácter trágico, fantástico y sutil:
era la historia triste, desprestigiada y cierta
de una mujer hermosa, idolatrada y muerta;
y para que sintieran la amargura, ex profeso,
junté sílabas dulces como el sabor de un beso;
bordé las frases de oro, les di música extraña
como de mandolinas que un laúd acompaña;
dejé en una luz vaga las hondas lejanías,
llenas de nieblas húmedas y de melancolías;
y por el fondo oscuro, como en mundana fiesta,
cruzan ágiles máscaras al compás de la orquesta,
envueltas en palabras que ocultan como un velo,
y con caretas negras de raso y terciopelo;
cruzar hice en el fondo las vagas sugestiones
de sentimientos místicos y humanas tentaciones…
Complacido en mis versos, con orgullo de artista,
les di olor de heliotropos y color de amatista…
Le mostré mi poema a un crítico estupendo…
Y lo leyó seis veces y me dijo… “¡No entiendo!”.
Nocturno
Una noche
una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de älas,
Una noche
en que ardían en la sombra nupcial y húmeda, las luciérnagas fantásticas,
a mi lado, lentamente, contra mí ceñida, toda,
muda y pálida
como si un presentimiento de amarguras infinitas,
hasta el fondo más secreto de tus fibras te agitara,
por la senda que atraviesa la llanura florecida
caminabas,
y la luna llena
por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,
y tu sombra
fina y lánguida
y mi sombra
por los rayos de la luna proyectada
sobre las arenas tristes
de la senda se juntaban.
Y eran una
y eran una
¡y eran una sola sombra larga!
¡y eran una sola sombra larga!
¡y eran una sola sombra larga!
Esta noche
solo, el alma
llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
separado de ti misma, por la sombra, por el tiempo y la distancia,
por el infinito negro,
donde nuestra voz no alcanza,
solo y mudo
por la senda caminaba,
y se oían los ladridos de los perros a la luna,
a la luna pálida
y el chillido
de las ranas,
sentí frío, era el frío que tenían en la alcoba
tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
¡entre las blancuras níveas
de las mortüorias sábanas!
Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte,
Era el frío de la nada...
Y mi sombra
por los rayos de la luna proyectada,
iba sola,
iba sola
¡iba sola por la estepa solitaria!
Y tu sombra esbelta y ágil
fina y lánguida,
como en esa noche tibia de la muerta primavera,
como en esa noche llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella... ¡Oh las sombras enlazadas!
¡Oh las sombras que se buscan y se juntan en las noches de negruras y de lágrimas!...
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