El enorme salón de actos de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires fue el escenario de la presentación del libro La hermandad de los astronautas (Sudamericana), de Ricardo Gil Lavedra. Se trata de un texto que –en primera persona– narra los acontecimientos que dieron lugar al llamado Juicio a las Juntas, un hecho de características históricas que cuando el gobierno de Raúl Alfonsín todavía no había cumplido dos años (había transcurrido un año y medio, en rigor) y en medio de movilizaciones populares que exigían juicio, castigo y verdad, puso en el banquillo de los acusados a los jefes de la dictadura llamada a sí misma Proceso de Reorganización Nacional.
El juicio condenó a Videla y Massera, los máximos líderes dictatoriales y, sobre todo, se convirtió en una tribuna en la que día a día los exiliados por los militares, los reprimidos, los encarcelados y los ex detenidos desaparecidos –sobrevivientes de los campos de concentración en todo el país– contaron a los argentinos y al mundo el horror infringido por el gobierno castrense. Frente a ellos, día a día seis jueces escucharon los testimonios, la acusación dirigida por el fiscal Julio César Strassera y su adjunto Luis Moreno Ocampo, y las defensas de los jefes de las tres armas, responsables de un genocidio sistemático y cuya acusación en los estrados judiciales prosigue hoy.
Gil Lavedra desarrolla con pluma ágil los hechos según fueron vividos por aquel grupo de magistrados que se dio en llamar “La hermandad de los astronautas” ya que, como los exploradores del cosmos, tenían un objetivo al que llegar y debían encapsularse de las presiones que recibían de todos lados para cumplir sus tareas. La película Argentina, 1985 retrata la odisea desde el punto de vista del fiscal. La voz de Gil Lavedra aporta otra mirada (la suya y la de sus compañeros de tribunal) sobre este acontecimiento.
Para la presentación, a la que asistió una gran concurrencia, se convocó a los cuatro jueces de la Cámara Federal que llevaron adelante el proceso a las Juntas: Carlos Arslanian, Guillermo Ledesma, Jorge Valerga Aráoz y el propio Gil Lavedra, para que sean entrevistados por el periodista Carlos Pagni. No se dejó de mencionar a los otros dos “astronautas”, Andrés D’Alessio y Jorge Edwin Torlasco, fallecidos.
Antes de comenzar la presentación, tomó la palabra el anfitrión Leandro Vergara, decano de la facultad de Derecho, y Juan Ignacio Boido, director de Penguin Random House, conglomerado editorial que publicó el libro de Gil Lavedra. Luego, un video de diez minutos de testimonios de las víctimas del terror de Estado y también de los terroristas, ya que se pudo ver al marino Emilio Eduardo Massera realizar una defensa del accionar de la dictadura al decir ”estamos aquí porque ganamos la guerra de las armas y perdimos la guerra psicológica”, todas imágenes compaginadas por el cineasta Nicolás Gil Lavedra.
A continuación, algunos pasajes de las intervenciones de los jueces de aquel momento, presentes en el escenario, en diálogo con el periodista que moderó la conversación.
Carlos Pagni comenzó señalando que una virtud del libro es que “no se trata una elegía de lo realizado sino que muestra los alcances de una tarea humana. Muestra qué les pasa a seres humanos juzgando las atrocidades de otros seres humanos”.
Ricardo Gil Lavedra recordó al dirigente radical César Jaroslavsky, que en una reunión les recordó esa cualidad de humanidad, que no habían puesto en duda, con las palabras: “¿Ustedes no se dan cuenta de que esto se puede ir al demonio? ¿Qué tomaron, bronce?´”.
El autor de La hermandad de los astronautas quiso remarcar que su intención fue señalar “cómo fue posible realizar en 15 meses un juicio nunca antes realizado en la historia, con papel carbónico, con máquinas de escribir, con aquellos elementos propios de los años ochenta. El juicio no puede ser explicado sin entender a ese grupo humano que tuve el honor de integrar”.
Gil Lavedra señaló que de mutuo acuerdo los jueces habían decidido hacer gala de “lealtad absoluta” y agregó “entre otras cosas para no ser operados por nadie. Y unanimidad. Decidimos que íbamos a discutir los días que fuera necesario hasta lograr la unanimidad”.
Carlos Arslanian recordó que “el juicio iba a ser realizado por el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas. Pero tenía demoras, desvíos, se empeñaba en juzgar a los guerrilleros y de ningún modo a los comandantes. Eso provocó que tomáramos el juicio en nuestras manos”. También recordó que en el ámbito político “la Multipartidaria no planteaba el Juicio a las Juntas. Solo los organismos de derechos humanos planteaban la cuestión. Ítalo Luder tenía la postura de no hacer nada, reconciliación y adelante. Quien salió de esa normalidad fue Alfonsín que tomó la decisión de mantener al “juez natural”, que era el Consejo, y ponernos como control civil a la Cámara Federal. En un contexto difícil, el propio Jefe de Estado Mayor de Alfonsín decía que había que premiar a los militares”.
Pagni preguntó: “¿Hasta que punto podían ser astronautas, estar encapsulados?”. Jorge Valerga contó: “Teníamos mujer, hijos, salidas con amigos, y nos preguntaban y surgía la cuestión, opiniones que luego compartíamos con los jueces”. Y ahondó: “Nos habían juntado a dos salas, la Primera y la Segunda. La Primera era conciliadora, creo que nunca tuvieron un fallo con diferencias. La segunda era bastante más discutidora. Y así aprendimos a discutir, ya nos conocíamos de antes, pero debíamos debatir para evaluar del mejor modo lo que sucedía en aquel juicio”.
Guillermo Ledesma recordó: “El testimonio de Adriana Calvo fue conmocionante. Nos empezó a mostrar el horror que se escondía detrás de todo. Su caso fue el primero que abrió una serie de testimonios terribles. Tener un hijo en un Falcon. tener que limpiarlo… No le hice preguntas a esa testigo, no tenía qué preguntar a un relato del horror”.
Gil Lavedra asintió: “El juez no es inmune. Nos enfrentábamos a lo terrible, lo inimaginable. Hemos llorado, hemos puteado. Cuando terminaban los testimonios y uno pensaba que se había endurecido hubo un testigo secuestrado en el Hospital Posadas que nos impactó a todos. No fuimos inmunes pero fuimos jueces. Y mal que nos pesara, si no había prueba no había caso. El criterio de discutir entre nosotros hasta el fin era lo que prevalecía”.
Arslanian contó: “Un gran acierto comunicacional fue El diario del juicio. Pero además de esos periodistas había más de 100 acreditados en la sala que reportaban para los medios más importantes del mundo. Luego del juicio fui con mi familia a Florianópolis. En la casa de enfrente a la que habíamos alquilado había una señora que me miraba. Luego al llegar de la playa ella salía y me sonreía. Al día siguiente lo mismo. Al tercero me para y sale de la casa, cruza con una revista, era un ejemplar de Veja y ahí estaba yo, con los otros jueces, en tapa”.
Ledesma dijo: “Después del juicio yo pensé que debíamos llevar la grabación en video de los testimonios a alguna otra parte. Pudimos conseguir que el Parlamento de Noruega nos recibiera los videocasetes en 1988. Los llevábamos. En esa época era tan grande la crisis y, éramos tan pobres, que los llevamos a Oslo y terminamos comiendo en McDonalds porque era más barato. Pero con las grabaciones a salvo”.
Gil Lavedra marcó sobre la actualidad de la Justicia: “Tenemos que volver a la conducta. Los jueces tienen que volver a ser jueces. La justicia es muy importante en democracia”.
Pagni, para cerrar, preguntó si habían visto la película Argentina, 1985 y qué pensaban de ella. Arslanian sostuvo: “Primero, dos generaciones desde aquella época no tuvieron noticia sobre los juicios. Y es tan potente ese juicio que su supervivencia se encuentra en los juicios penales a los represores de la actualidad. La película suscitó mucho interés y eso es destacable. Pasó ahora lo que pasó cuando nosotros cuando corrimos un telón y pusimos en existencia el drama que había sucedido en la dictadura. Luder había tenido un 48 por ciento de los votos y los juicios dieron vuelta esa percepción de que no había que revisar el pasado. Sólo pienso que esa intención al excluir hechos de aquel acontecimiento va en su desmedro”.
Gil Lavedra, por su parte, reflexionó: “Produjo un gran público, bienvenida. Pero es inaceptable lo que hicieron con Tróccoli. Y sin Alfonsín todo el juicio es inentendible”. A la vez, Valerga dijo: “Tuvo una gran valor. Pero es claro que falta Alfonsín, falta la Conadep”.
A su turno, Ledesma sostuvo: “A mí la película no me gustó. Cuando se hace ficción y se reproducen 3/4 partes de lo sucedido en la realidad, parecería ser una película de características históricas y parece una verdad. Y falta Alfonsín, falta la Conadep, faltamos nosotros. Para mí la hizo Moreno Ocampo para darse lustre él”. Una intervención que provocó risas. Pagni, para cerrar, agregó: “Tampoco hay una presencia de las organizaciones de Derechos Humanos”.
Entre las personalidades destacadas que formaron parte del auditorio se encontraron la escritora (y pareja de Gil Lavedra) Claudia Piñeiro, Graciela Fernández Meijide, Pablo Gerchunoff, Vilma Ibarra, Luis Brandoni, Enrique Avogadro, Facundo Suarez Lastra, José ignacio Lopez, Juan Manuel Casella, Antonio Hernández, Jesús Rodriguez, Emamuel Ferrario, Leandro Vergara, Martin Bohmer, Adolfo Rubinstein, Margarita Stolbizer, Eduardo Sacheri, Lorena Maciel, María O’Donnell, Nicolas Trotta, Gastón Manes, Diego Guelar, Claudio Avruj, Jorge Knoblovits, presidente de la DAIA, y Javier Gonzalez Fraga, ex presidente del Banco Central, entre otros.
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