En Lo que quiero decir, uno de sus últimos libros publicados, la escritora estadounidense Joan Didion ofrece reflexiones históricas sobre el oficio, así como se sumerge en los recuerdos de su juventud, cuando ya gozaba de un éxito inusitado.
En El año del pensamiento mágico -libro ganador del Premio Pulitzer en 2006 y que despachó 88 días después de haberse sentado frente al teclado-, cuenta el duelo que atravesó tras la sorpresiva muerte de su esposo, John Gregory Dunne, con quien compartió la vida durante cuarenta años.
El libro arranca así: “La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba.”
Como Didion -que fue editora de Vogue y colaboradora habitual de The New York Review of Books- también escribía sobre todo aquello que no entendía, allí los datos duros se combinan con las formas que asumen la perplejidad y la negación: el título del libro refiere a que, durante un año, ella se resistió a deshacerse los zapatos del marido muerto porque esperaba que él volviera a buscarlos.
En Noches azules hablaba de lo que le había tocado vivir tras la muerte de su única hija; otra muerte inesperada. Didion no se resignó la soledad ni cuando le tocó atravesar sus duelos más íntimos.
Así, las crónicas del dolor, por las que ganaría celebridad mundial, sirvieron de corolario a una carrera en la que también dio cuenta de la vida en California -acaso la gran protagonista de su obra novelística, por fuera de ella misma-: la ciudad situada en la bahía de San Francisco en la que había nacido el 5 de diciembre de 1934 y con los años se convirtió en el escenario de su trabajo literario.
En esos relatos también exploraba —entre la ficción y el ensayo— la historia, la moral, y las contradicciones de los Estados Unidos. Y la farsa del Sueño Americano, que por detrás del glamour -y del propio glamour de Didion, que murió hace casi un año- escondía otros muchos dramas.
Es que hay que decir que parte de la originalidad indiscutible de esta autora obedece a que en sus crónicas, novelas y artículos combina esquelas de sus búsquedas personales como novelista y periodista con una visión intransigente de la vida política de su país: un pulpo cuyos tentáculos influyen, indefectiblemente, el devenir del resto del mundo, y por tanto terminan teniendo trascendencia universal.
Su visión de la contracultura hippie, que también encontró su epicentro en California, apareció en Los que sueñan el sueño dorado, de 1968 (el ensayo que le da título a este libro, es considerado uno de los retratos más fieles y más críticos de ese hecho histórico).
La situación de las mujeres en los años 60 se toca en su novela Según venga el juego: la protagonista, Maria Wyeth, se enfrenta, en un largo recorrido, con la decadencia del sueño norteamericano.
Mientras tanto, la fuerte influencia de la cultura de masas en la sociedad norteamericana, una vez finalizada la década del 60 la trató en The White Album: ahí la vemos, a lo largo de los diversos ensayos y crónicas, siguiendo a The Doors, el mítico grupo liderado por Jim Morrison; al movimiento civil y afroamericano de las Panteras Negras y hasta el juicio a Linda Kasabian, integrante de la banda de Charles Manson y cómplice en el asesinato de Sharon Tate, en 1969.
Ese libro arranca con esta frase, tan cierta: “Nos contamos historias a nosotros mismos para poder vivir”.
En estos días en que Didion hubiese cumplido 88 años y mientras escribimos viñetas dispersas que seguramente también intentan responder esa pregunta-, acaso quepa preguntarse ¿qué es, en definitiva, un periodista?
Alguien que siente urgencia por contar -compartir- lo que sabe, lo que pasa allá afuera. Alguien que encuentra intimidad en su relación con los lectores.
Alguien que, también, necesita entender -su entorno, su país, época- y por eso escribe, porque escribir es la forma que mejor conoce de pensar.
Y cuando el periodismo no alcance, siempre quedará la literatura: los escritores de no ficción viven en ese límite fronterizo entre las licencias que otorga la imaginación y la necesidad o el deseo de narrar los hechos reales.
Los libros de Didion son su legado vivo y seguramente seremos muchos los que en estas horas estaremos lamentando su ausencia. Nos quedan los libros: guardaremos tus zapatos, Joan.
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