Canibalismo, crímenes y anorexia: infierno grande en un pueblo chico del sur bonaerense

El reconocido escritor argentino Franco Vaccarini publicó su tercera novela dirigida al público adulto. Cómo una visita a un festival de literatura juvenil le sirvió de disparador para el policial que une delitos y maldiciones con una joven anoréxica, un cura deprimido y la locura.

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Franco Vaccarini y "El vendedor de libros".
Franco Vaccarini y "El vendedor de libros".

“Cada tanto siento la necesidad de abrir una puerta, llenarme de coraje y saltar al vacío”, dice el reconocido escritor argentino Franco Vaccarini para explicar por qué después de tantos éxitos en la literatura juvenil decide, por tercera vez, volver a construir una novela para el público adulto. El vendedor de libros es su nuevo libro, recientemente publicado por Buena Cosecha Editora.

En el espacio “Cómo lo escribí” de Infobae Leamos autores y autoras cuentan el detrás de escena de los libros que acaban de publicar. Por qué eligieron los temas o historias que terminaron en sus páginas, cómo organizaron su trabajo, qué revelaciones aparecieron en el proceso de escritura, qué sensaciones hubo a medida que ese proceso ocurría.

En esta ocasión, Vaccarini se nutre de un viaje a un festival literario en un pueblo del interior de Argentina el mismo día de su cumpleaños. Pero el trayecto recién comenzaba y al llegar al lugar toma contacto con hechos inquietantes: un crimen, pero no cualquiera: el canibalismo del caso hacía estremecer. También conoció el caso de una joven que padecía anorexia. Con estos elementos y otras lecturas construye la trama del libro en la que Julián, un vendedor de libros, se dirige a un pueblo en la llanura para cumplir con un encargo. Pero es forastero en pago chico y las amenazas comienzan.

El autor de Nunca estuve en la guerra, Los socios del Club de Pescadores y La editora, entre otros, cuenta en primera persona el proceso de escritura de su nueva novela para adultos, donde combina el género policial con el terror religioso.

"El vendedor de libros" (Buena Cosecha Editora).
"El vendedor de libros" (Buena Cosecha Editora).

Cómo escribí “El vendedor de libros”

En la vida real, no existen, para un pasajero, los destinos malditos; aunque algunos viajes parecen irradiar señales inquietantes y malos augurios desde el principio. Un caso extremo, en la literatura, sería el del joven abogado Jonathan Harker, en la novela Drácula, de Bram Stoker, que viaja de Londres al corazón de los Montes Cárpatos para cerrar unos negocios inmobiliarios con el mismísimo conde Drácula. ¿Qué podría salir mal?

Cuando recibí la invitación para visitar una escuela secundaria de una localidad del sur bonaerense “en octubre”, di por hecho que la fecha final sería negociable. Después de acordar las condiciones y mientras los jóvenes lectores ya leían alguna de mis novelas juveniles, recibí como un mazazo la noticia de que el Festival Literario Anual se hacía, según la tradición, el 4 de octubre, el día de mi nacimiento. La fecha era inamovible.

Otro cumpleaños lejos de casa, cuando me había propuesto lo contrario. Pero el deber llama: el 3 de octubre me tomé el ómnibus en la distópica terminal de Retiro y dediqué parte de los casi quinientos kilómetros a googlear sobre la localidad, que llamaremos Bonfils. Sorpresa. En Bonfils había ocurrido un crimen con un condimento inesperado: canibalismo. Un hombre, después de asesinar a su padre, había cocinado parte de sus órganos para comerlos. Otra referencia: una joven que había superado la anorexia y que hizo de su lucha contra la enfermedad, una bandera en las redes sociales y en algún programa de tele capitalino. Bien por ella.

Franco Vaccarini. (Uri Gordon)
Franco Vaccarini. (Uri Gordon)

La paciencia que impone la distancia y la monotonía de la llanura, me incitaron a imaginar una trama provisoria donde un personaje anoréxico muerde, en defensa propia, a un caníbal y sin querer ingiere algo de piel. Estaba influenciado por la lectura de un libro de Claude Lévi-Strauss, Todos somos caníbales, donde hace referencia a las diferentes formas en que la especie humana practicó el canibalismo, incluso de modo involuntario: a través de la medicina, por ejemplo. El gran antropólogo también pasaba revista al endocanibalismo de algunas culturas, —comer ritualmente partes de un ser querido muerto para así demostrarle respeto y amor —. Cosas que uno piensa en los viajes largos.

Entrada la noche, arribé a Bonfils. Tomé mi valija con rueditas cargadas de ropa y libros y caminé hasta el hotel. En el trayecto, de la nada, un chico de unos cuatro o cinco años, corrió hacia mí y me aplicó un certero cabezazo en la panza. Riéndose de su hazaña, se escabulló en el umbral de una casa. Perplejo, llegué al hotel sin más hostigamientos.

El antropólogo estructuralista Claude Lévi-Strauss.
El antropólogo estructuralista Claude Lévi-Strauss.

Al día siguiente se sucedieron las rutinas agradables: encuentro con las autoridades y docentes, charla con los alumnos, firma de libros. Al mediodía, una mala nueva: acababa de morir un ex alumno en un accidente de moto, al chocar contra la camioneta de un vecino. La consternación imperante hizo que se tomara la decisión de cerrar la escuela por duelo. Mi día se había quedado vacío. Volví al hotel, sin más que hacer, pero con un boleto de regreso para la madrugada. Entretanto, desde el celular, amigos, conocidos, parientes y desconocidos me deseaban feliz cumpleaños.

No había sitios turísticos para conocer. El orgullo del pueblo era el moderno gimnasio municipal. Una anomalía: la iglesia no estaba ubicada enfrente de la plaza, como en la mayoría casi absoluta de ciudades y pueblos, sino en una calle cualquiera. No podía decir que Bonfils no me gustara: nací en el campo, crecí en pequeñas localidades, y el paisaje, no por familiar deja de fascinarme. La pampa, más que tiempo, es puro espacio. No hay obstáculos entre los ojos y la línea del horizonte.

En un bar frente a la plaza, abrí un archivo en mi notebook con el nombre del pueblo. Ese fue el comienzo de El vendedor de libros. Recuerdo que me inspiraba cierta antropofagia metafórica (“Este es mi cuerpo. Esta es mi sangre”), la idea del autoengaño como modo de comprobar que uno está vivo porque, como pensó San Agustín “El que no existe, no puede engañarse en nada”. Dos o tres meses después, una oportuna y casual lectura de la novela Bosque, de Antonio Dal Massetto me indicaron: es por acá. No sé qué subyace de aquellas primeras imágenes, porque fueron dos años de versiones y reversiones.

Algo quedó, estoy seguro. Es lo más inaprensible de mi propia historia: la búsqueda intuitiva, porfiada, de un sentido superior al artificio de la trama. Y queda un librero y su algo indecente Club de Lectura; queda un cura deprimido; queda una madre soltera, rica, heredera de campos, con su hija anoréxica; queda un vendedor de libros que teme a la paternidad, policías echados por asuntos internos que siguen haciendo de las suyas, un pueblo que parece tener varias maldiciones encima, un flechazo súbito, un crimen, un loco que se escapa del Instituto Psiquiátrico. Bonfils, como dije, es el nombre imaginario de mi pueblo. Buen hijo, en francés. Y todo lo malo que pueda ocurrir, ocurrirá; y también algo bueno.

Cada tanto siento la necesidad de abrir una puerta, llenarme de coraje y saltar al vacío. Alguna vez lo hice practicando el paracaidismo; ahora lo hago con algunos libros y la sensación aterradora es la misma. ¿Qué hago aquí, a mil metros de altura, a punto de arrojarme? ¿Quién me mandó? ¿Qué necesito demostrar? ¿Llegaré vivo abajo? Esa podría ser una de las maneras de definir por qué escribo y cómo escribí El vendedor de libros.

"La editora", de Franco Vaccarini.
"La editora", de Franco Vaccarini.

“El vendedor de libros” (Fragmento)

La puerta principal del hotel, de madera con vidrio repartido, estaba en la esquina y al abrirla me encontré con otro bar, pero luminoso y agradable: una decena de mesas y sillas de madera clara, una heladera comercial repleta de bebidas sin alcohol y por encima un televisor plano, encendido, en un canal de noticias de la capital. En el mostrador estaba la conserje, el pelo corto y rubio y una sonrisa que a esa altura me parecía una bendición. Detrás de ella, sobre estanterías, una oferta de golosinas, galletitas y sándwiches. La chica lanzó una doble mirada nerviosa, a mí y al televisor. Después pareció avergonzarse.

Tardé en comprender. Había comparado mi cara con una imagen en blanco y negro de un hombre que aparecía en la pantalla: el Caníbal de Bonfils.

—Mi madre está loca de miedo. Cree que hay una epidemia de caníbales.

Estaba demasiado cansado por el viaje para hacer algún comentario.

Me tomó los datos y buscó la llave:

—Habitación 33. Lo acompaño porque la primera vez se puede confundir —intentaba ser agradable. Ahora la sonrisa me parecía excesiva, como si fuera parte de un tic nervioso.

Atravesamos un pasillo largo, después a una especie de túnel vidriado por el que se podía ver un jardín. El pasillo se extendió a una sala de estar, con silloncitos, rodeada de habitaciones. La primera puerta era la mía. Me señaló que había otra puerta para salir o entrar sin necesidad de pasar por la conserjería. Cosas de pueblo, pensé. No ven ni quién entra ni quién sale, están tranquilos porque estar tranquilos es un hábito, aunque últimamente hayan pasado algunas cosas malas, y la televisión recordara con sus noticieros que el mundo entero era una ordalía de crímenes, robos, guerras y desastres naturales, esto era la llanura, implacablemente predecible: uno se contagia del paisaje.

Quién es Franco Vaccarini

♦ Nació en Lincoln en 1963 y vive en Buenos Aires desde 1983.

♦ Entre sus más de cincuenta novelas para jóvenes lectores se destacan Nunca estuve en la guerra, Algo que domina el mundo, Los socios del Club de Pescadores, ¡Usted es el fantasma!, La isla de las mil vidas, El misterio del Holandés Errante, La noche del meteorito, Sin batería, y los cuentos Cómo bañar a un marciano y Doce pescadores.

♦ Diez de sus títulos se publicaron en Colombia, México, Brasil, España, Chile, Perú.

♦ Ejerció esporádicamente el periodismo cultural y la coordinación de colecciones juveniles. Su oficio de escritor viajero lo llevó a conocer todas las provincias argentinas.

♦ Para lectores adultos, además de cuentos en varias antologías, publicó el libro de poesía El culto de los puentes (1998) y las novelas Maldito vacío (2015) y La editora (2018). Su última novela es El vendedor de libros.

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