Esta serie, que ya va por su quinta entrega, se trata de preguntarnos si el español es un idioma o una cultura. Preferimos pensarlo, en este contexto, como una cultura construida a través de distintas expresiones que se dieron en Hispanoamérica y que, a lo largo y a lo ancho de todos estos rincones del mundo, han logrado construir un sistema propio de metáforas.
La serie explora algunas de esas imágenes. En entregas anteriores, por ejemplo, se ocupó de la Ninfa, el Héroe y la Serpiente. También exploró las representaciones del amor de pareja. Esta vez, el tema será el cielo estrellado, a través de distintas maneras de mostrarlo.
El cielo estrellado
¿Es el Cielo, el espíritu, el destino del amor?
Nos referimos a un Cielo que está acá, en la existencia, al alcance de la mano. Al Cielo que deriva del amor puro, acá durante nuestra vida que evoca al otro Cielo, al Cielo incomprobable, inasible, al Cielo que –más allá de las pretensiones de la ciencia– representa el Misterio.
A la felicidad de amar y sentirse amado, algo que trasciende el entendimiento, que no se puede asir con la razón.
Pero al Cielo no se llega en un instante. Dante nos enseña en la Divina Commedia que habrá que transitar antes todos los círculos del Infierno y del Purgatorio, salir de la “selva oscura” de la vida contaminada y materialista y entregarse al amor verdadero, a encontrarse con Beatrice, la que da la felicidad en el alma.
Y si como en nuestro caso, nos referimos a dos culturas que se unen, ese Cielo será una nueva cultura, un hijo de ambas, diferente de ambas, con un lenguaje propio en la imagen y en la palabra. Una poesía nueva que nace.
Un mensaje que baja desde los dioses
Remedios Varo nació en España en 1908 y tempranamente tomó contacto con el neoromanticismo y sus derivas: el surrealismo, el medievalismo, la resurrección del cristianismo, y sobre todo Gurdjieff y su misticismo, Ouspensky y el Tertium Organon.
Emigró primero a Francia y más tarde en 1941 a México, adonde se radicó para el resto de su vida. Su obra, como la de Xul Solar, tiene un profundo sentido simbólico, inspirado en el mundo esotérico de su cultura.
Las interpretaciones sobre el simbolismo de Ícono son variadas. Está en primer plano la torre, símbolo de la vanidad de Babel pero también del deseo de acercarse al Cielo. “Me hallaba en una torre, tan honda en sus cimientos, hundidos en la tierra, y tan alta en su vértice, aguja del cielo, que ya toda mi existencia parecía obligada a consumirse en subir y bajar”. La torre también expresa la conciencia vertical de la creación y el simbolismo axial como centro del mundo.
La carta del tarot denominada “La Torre”, fecundada por un rayo celeste, está relacionada con lo femenino. Recibe la fecundación del Cielo, como la Virgen María y como Dánae, fecundada en una torre por el rayo de Zeus.
La torre de Ícono es un camino de ascensión, está como elemento preponderante la escalera, símbolo del camino hacia el misterio del espíritu. Y las lunas que normalmente representan el poder femenino, la Diosa Madre, también la luz de la intuición y el renacer, por su cambio de tamaño creciente y decreciente.
Preside la imagen en el cielo un círculo con un triángulo inscripto. El triángulo simboliza a Dios, es el primer número del movimiento por oposición al dos que simboliza la estabilidad, el reposo. El tres es el desequilibrio, la energía necesaria para la creación.
El círculo es la figura de la eternidad, del tiempo sin fin ni principio. Ícono representa el Misterio que fecunda la Torre, generando el Hijo, el tercero, la vida. Podríamos continuar con la interpretación simbólica de Ícono. Sin embargo creemos que es más pertinente señalar el sentido sagrado y complejo que deriva del nombre de la obra.
Como sabemos, los íconos del cristianismo bizantino y ortodoxo han tenido una alta veneración, que llegó a ser acusada de idolatría en los siglos VII y VIII en Bizancio, originando guerras entre iconoclastas e iconódulos. Finalmente las imágenes fueron permitidas, bajo una transacción: a los íconos se los venera, pero la veneración viene de Aquél a quien representan. No obstante, los artistas ejecutores realizaban un designio divino, de modo tal que los íconos eran “acheiropoieten”, es decir, dictados por la divinidad como la Biblia, llegados a existir milagrosamente.
De modo tal que la obra de Remedios Varo pretende una existencia icónica en la cual la artista sería una intérprete de designios misteriosos, como sucede en la escritura automática y en otras manifestaciones del romanticismo tardío del siglo XX.
En el cielo de esta obra se cifra la pareja sagrada de tantas mitologías y religiones, formada por Dios y la Luna que dan lugar al Hijo, al tres, al número inestable que origina la vida.
Mirar el cielo para mirar la eternidad
Daniel García, un artista argentino, representa en su obra Ad astra per aspera el puro cielo nocturno y enigmático. Ya no hay parejas, ni tampoco figura alguna. La única referencia es el misterio de amor, tan insondable como el vacío del cielo.
Ad astra per aspera significa “por el duro sendero hacia las estrellas”, el recorrido de un camino mundano de duro sacrificio destinado a las estrellas. Mientras tanto, desde la infancia más temprana contemplamos el cielo estrellado, la evidencia más potente de que nuestro conocimiento es una pura ilusión.
Porque la medida del tiempo es falsa, el tiempo no puede medirse, en el cielo brillan las estrellas que hace millones de años que ya no están más, es solamente la luz que nos llega como estertor de lo perdido. ¿Desde dónde? Desde la eternidad.
Y que el espacio geometrizado tampoco es real, es una invención, un consuelo que usamos para sobrevivir en el infinito. Pero quizás porque el cielo pone en evidencia la falsedad de la razón, es también la sede del amor, como nos enseña Dante. Porque el amor y el cielo son inexplicables, indescriptibles, porque están más allá del entendimiento.
Ad astra per aspera, recorrer el duro camino para llegar al misterio. Partir de la “selva oscura” de nuestro deseo terrenal e internarnos en los infiernos y el purgatorio, hasta despojarnos también de la razón. Sólo así llegaremos a ver lejana, desde la distancia, a Beatrice, símbolo del misterioso amor verdadero.
La formación de una imagen común, la pasión del encuentro, produjeron el “descubrimiento de lo que no puede aparecer, la alétheia de lo que no pudo ser visto”, la pintura como expresión del espíritu, según explicaba el escritor francés Pascal Quignard.
En nuestro caso, el de Hispanoamérica, más de cinco siglos de historia, de luchas, de guerras y de amores, de ninfas y de héroes, de serpientes que unen y que forman parejas, dieron nacimiento a un hijo sagrado, a un lenguaje único, a un cielo estrellado, tan inexplicable como la cultura hispanoamericana que simboliza.
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