No quería escribir “sobre chicas” pero el éxito de “Mujercitas” la obligó a seguir: leé gratis la saga de Louisa May Alcott

La estadounidense fue una de las primeras escritoras profesionales de la historia. Publicó “Hombrecitos”, “Aquellas mujercitas” y “Los muchachos de Jo”, que pueden leerse en Bajalibros.

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Louisa May Alcott se debatió entre enseñar, limpiar casas y escribir: apostó por la literatura. (Shutterstock)
Louisa May Alcott se debatió entre enseñar, limpiar casas y escribir: apostó por la literatura. (Shutterstock)

La historia de Louisa May Alcott –que en estos días estaría cumpliendo 190 años - es más o menos conocida: nació el 29 de noviembre de 1832 en Pensilvania, zona pujante de un Estados Unidos prometedor, pleno de entusiasmo e ideas democráticas, capitalismo en auge y algunas tensiones políticas y filosóficas que agregaban pimienta a la cuestión: racismo, desigualdad económica, esclavitud, patriarcado. Temas y tensiones para nada ajenos a la vida de la escritora, que creció en un ambiente de lecturas y circulación de ideas, frecuentado por los filósofos y escritores reconocidos.

Louisa (a quien llamaremos Luisa) fue la hermana de tres hermanas, una de ellas artista plástica bastante reconocida (Abigail May Alcott Nieriker), y un hermano fallecido de niño (Dapper). Sí: cualquier parecido con Mujercitas no es casual. Luisa May Alcott tomó de su realidad cotidiana los temas, personajes, dichos y conflictos de su familia y su entorno para armar el universo de la novela. La crítica denomina autoficción a este género. También puede considerarse ficción pura y dura: como casi todos los escritores, Luisa tomó lo conocido para proyectar e imaginar historias, personajes y vínculos, mundos posibles.

Pero ¿por qué escribía Luisa? ¿Acaso la musa loca del feminismo (que luego recayó sobre Simone de Beauvoir, una de las promotoras de May Alcott) andaba por el noreste americano en aquella época? Pues no: Luisa escribía porque necesitaba dinero para aportar a una casa de muchas hermanas y un padre poco hábil para los negocios.

Ocurre que Amos Bronson Alcott prefería la lectura al comercio y la filosofía a la productividad. Míster Alcott era un maestro audaz (practicaba la pedagogía del autoconocimiento), miembro activo de un grupo de escritores y filósofos conocidos como “trascendentalistas”, entre los que se destacan Thoreau, Emerson y Hawthorne. Los trascendentalistas sostenían su retórica en los beneficios vigorosos de la naturaleza sobre el espíritu y criticaban duramente al capitalismo que destrozaba campos, animales y personas en pos de generar bienes comerciables. (¡Si Míster Amos nos viera ahora!).

A fines de 1840, los Alcott y otras familias trascendentalistas fundaron una sociedad que sostenía en la práctica esas ideas preciosas. Se instalaron en un campo compartido y se dedicaron al trabajo agrícola: no usaban algodón ni comían animales (ambos productos implicaban sufrimiento en su elaboración), vivían de los frutos que daba la tierra “siempre que salieran de abajo hacia arriba” (nunca papas, ni zanahorias, ni otro tipo de tubérculos) y no comían dulces ni golosinas.

Los trascendentalistas compartieron estas tareas, sus beneficios, relatos y fogones nocturnos durante siete meses, entre febrero y noviembre de 1840, hasta que llegó el invierno y las fuertes nevadas atentaron contra las cosechas y congelaron los ideales. La comunidad se disolvió y los Alcott tuvieron que reinventarse. Algo bastante frecuente en la vida familiar: Luisa registra más de 30 mudanzas durante su adolescencia y juventud, tras los pasos erráticos de un padre tan adorable como inoperante para generar el sustento.

Fue por estos desencuentros con el dinero y el bienestar que Luisa se planteó a los 17 años trabajar y ganar dinero para no pasar necesidades y poder mantener a su familia. Trabajaría de “costurera, limpiando casas o escribiendo, lo que mejor se diera”, dice en una de las entradas de su diario. Y así fue.

Para ordenar este sucinto relato de su vida, vamos a decir que la primera publicación de Alcott ocurrió en 1851 y fue en la revista Peterson’s Magazine, que publicó un poema de amor olvidable. Sin embargo, Luisa siguió escribiendo y en 1854 dio a conocer sus Fábulas de flores, un libro de relatos escritos para la hija de Emerson, de quien era maestra y cuidadora. Por la misma época empezó a colaborar regularmente con The Atlantic Monthly.

Entre 1862 y 1863, Alcott trabajó como enfermera en la Guerra de Secesión, de donde tomaría luego el material para la escritura de Escenas de la vida de un hospital, publicado en 1863. En estas escenas aparece el tono ágil y cinematográfico (mucho antes del cine, por supuesto) propio de la escritura que desarrollaría en Mujercitas y toda la saga. Un año más tarde, publica Moods (Estados de ánimo) que fue reconocida por la crítica y un gran número de lectores. La escritora Alcott está trabajando y ganando plata con su escritura. ¡Adelante!

Pero hay una zona oscura en esta escritora tan luminosa. Entre 1863 y 1867, bajo el seudónimo de A. M. Barnard (¿hombre o mujer?), Alcott publica Cacería de amor larga y fatal, El crimen y castigo de Pauline, Tras la máscara o el poder de una mujer y El fantasma del abad o la tentación de Maurice Treherne, cuatro novelas románticas conocidas en la época como relatos melodramáticos o sensation novels, en los que las protagonistas (siempre mujeres) son pertinaces y despiadadas, y avanzan dispuestas a matar o morir en pos de sus objetivos. Venganzas, amargas frustraciones, humillaciones y otras delicias en textos escritos para ganar dinero. ¡Vamos Luisa!

Entre novelas y notas periodísticas, el asunto de escribir venía bastante rentable, hasta que un día su editor, que se llamaba Thomas Nile, le pidió que escribiera una novela para chicas. Luisa le dijo que a ella no le gustaban las chicas, ni ese mundo rosa de puntillas, dulces caseros y charlas de moda, pero de alguna manera recogió el guante y, desde ese lugar distante y disruptivo escribió Mujercitas.

Las lectoras y lectores devoraron la novela al toque. Entre el 1 de octubre de 1868, que salió a la venta, y el 30 del mismo mes, Mujercitas vendió los 2.000 ejemplares de la primera tirada y Thomas Nile sugirió a Alcott ciertas correcciones para una nueva vuelta de imprenta.

Por su parte, la crítica dijo “interesante, audaz, ágil, novedosa y más”. Luisa dijo “¡bingo!”. Y el editor retrucó: “Quiero la saga”.

Entonces continuará

Pero Luisa no era afecta a sostener un tema o un ambiente de una novela a otra y tampoco quería estar sujeta a la demanda de los lectores. “No me gustan las secuelas, y no creo que la segunda parte sea tan popular como la primera”, le escribió a su tío, “pero los editores son perversos y no dejan que los autores se salgan con la suya, así que mis mujercitas deben casarse en un estilo muy estúpido”, declaró Luisa y luego protestó: “Muchas de mis lectoras me escriben para preguntarme con quién se casan las mujercitas, como si ese fuera el fin y objetivo de la vida de una mujer”.

Para la segunda edición de Mujercitas, Luisa no estaba dispuesta a cambiar ni una coma, aunque había recibido algunas críticas quisquillosas de “ciertos pacatos religiosos” por las escenas en que las chicas ensayan las representaciones teatrales navideñas. Sin embargo, entre queja y queja, la autora se puso a escribir “como una máquina de vapor”, según consta en sus cartas, la continuación de la historia.

Y entonces Jo se casa. Y Meg también se casa. A pesar de Luisa: “Jo debería haber sido una solterona literata”, dijo en alguna carta la autora, que le encontró “la vuelta” al matrimonio de Jo y algunas piruetas nuevas para los personajes: todo eso se cuenta en Aquellas mujercitas.

Aquellas mujercitas, que suele presentarse como la segunda parte de la novela, comienza pasados tres años del final de Mujercitas. Es el momento en que las chicas se hacen grandes, hay bodas, Amy madura como artista y Beth… bueno, no vamos a contar lo que pasa con Beth.

Las mujercitas adultas han dejado de ser ingenuas. Meg está claramente instalada en el mundo –sabe que el matrimonio es un trabajo duro y que no cuentan con un pasar económico holgado, sino al contrario, austero. Jo sabe que deberá trabajar duro con la escritura para que su nombre sea (re)conocido, y Amy madura cada día entre clases de pintura y una tía excesivamente generosa.

Aquellas mujercitas es una mirada por fuera de los estereotipos y modelos pre-fabricados de las mujeres del siglo XIX. Una comunidad familiar que lejos de sostener formas vacías y rituales sin sentido creía profundamente en sus deberes y, sobre todo, en sus elecciones y decisiones personales. En este sentido, Jo, la protagonista y narradora de la saga, elige no casarse con Laurie (lo que hubiera dado en un final feliz y con confites, un tanto demodé y estereotipado) y sí elige a un profesor serio, algo mayor, introvertido y lo suficientemente modesto como para dejar el protagonismo a Jo en la continuación de la saga.

Porque después de Aquellas mujercitas –con las hermanas adultas y a la conquista de su propio mundo– el público sigue pidiendo más. Y Luisa escribe.

Y llegan los varones

Cuando Jo se casa con el profesor Friedrich Bhaer, se van a vivir a la mansión que recibieron como herencia de la tía March y convierten su casa en un hogar - escuela para niños huérfanos. Cuando empieza Hombrecitos (publicada en 1871) Jo y Bhaer tienen dos hijos, pero Luisa nos ha ahorrado el tema de la maternidad: interesante elipsis que quizá se deba a su inexperiencia en la materia (la escritora nunca se casó ni fue madre) pero sobre todo a su interés por contar el tránsito de la niñez a la madurez de un grupo de chicos de Norteamérica, devenidos de muy diversos recorridos, por encima de cualquier altercado de pañales.

De hecho, los hijos de Jo y Bhaer son dos niños más entre los hombrecitos, y todos crecen enmarcados en ciertos valores no negociables, entre los que se incluyen orden y disciplina, cruzados con momentos de desorden y juego libre (guerras de almohadas, lecturas, teatro, paseos) pero nunca, nunca, mentir ni robar.

En Hombrecitos los personajes aprenden más de la vida que de los libros, crecen, se transforman y son conscientes de sus cambios. Por supuesto que están en un contacto fluído y espontáneo con la naturaleza. Cada chico cuida a un animal: en la novela hay cerdos, ratones, gusanos, gallos y tortugas, entre otros bichos y entre la gente. Además, cada hombrecito tiene una porción de tierra para plantar lo que quiera, siempre que dé frutos. Y si alguno no es bueno para las matemáticas, no importa, porque eso (seguramente) se aprende, mientras tanto puede sentirse orgulloso de ser buena persona. Además, entre las obligaciones cotidianas de estos hombrecitos entran tareas hogareñas como barrer y acomodar la casa. ¡Bien ahí, Luisa!

Porque el tinte progresista, antipatriarcal y cuestionador de todo orden consumista se trasluce en cada uno de los capítulos de toda la saga. No olvidemos que al igual que sus padres, Louisa May Alcott fue una librepensadora, defensora del sufragismo universal y del movimiento abolicionista. Una voz que se enfrentó a una sociedad patriarcal para luchar en pos de un mundo igualitario.

Pero todavía queremos más

Instalada en un mundo de travesuras y conflictos varoniles, lejos de dulces caseros, cintas y puntillas y desvelos casamenteros, Luisa May Alcott publicó en 1886 Los muchachos de Jo, la continuación de Hombrecitos, una novela en la que los chicos del hogar - escuela se transforman en adultos.

Los muchachos de Jo empieza así:

-A cualquiera que me hubiera dicho que en estos diez últimos años tendríamos tantos y tan admirables cambios, hubiérale yo contestado que no le creía y que se burlaba de mí - dijo la señora Jo (tía Jo, como la llamaban los chicos) a la señora Meg, al sentarse un día en la plaza de Plumfield, mirándose mutuamente con las caras rebosando orgullo y alegría.

-Esta es la clase de magia que sólo se opera con el dinero y con los buenos corazones. Estoy segurísima de que el señor Laurence no podrá tener un monumento más noble que el colegio que tan generosamente fundó a sus expensas. Y la memoria de tía March se conservará en una casa como ésta tanto tiempo como la casa exista -contestó la señora Meg, que se complacía siempre en alabar a los ausentes.

-Recordarás que cuando éramos pequeñas acostumbrábamos a hablar de hadas y encantamientos, y decíamos que si se presentara una, le pediríamos tres cosas. ¿No te parece que por fin se cumplieron las tres cosas que yo deseaba? Dinero, fama y mucho amor -dijo la tía Jo, arreglándose cuidadosamente el pelo, en forma muy diversa de como lo hacía cuando era muchacha.

-También se cumplieron las mías y Amy está disfrutando con gran contento de las suyas. Si mamá, Juan y Beth estuvieran aquí quedaba la obra terminada y perfecta -añadió Meg con voz temblorosa-; porque el sitio de mamá está ahora vacío.

Jo puso su mano sobre la de su hermana y las dos guardaron silencio por un momento contemplando la agradable escena que tenían a la vista, mezclada de recuerdos tristes y agradables”.

Los muchachos de Jo tiene lugar en el Massachussets de 1880. La escuela del matrimonio Bhaer se ha convertido en Laurence College, una universidad (financiada por Laurie) tan aventajada que hasta tiene una Facultad de Medicina donde estudia Nan, una chica moderna llena de conciencia social y preocupada por temas como higiene, nutrición y vida sana. Nan no tiene ningún interés en el matrimonio, a pesar de las pretensiones de Tom, devoto enamorado.

Mientras tanto, el college tiene que enfrentar una situación económica adversa y Jo necesita dinero. Entonces, si hasta entonces venía ocupándose del hogar - escuela y de sus hombrecitos, Jo recuerda que podía escribir y que podía ganar dinero de la escritura. Mrs. Baher a todo vapor escribe entonces una novela que rápidamente se convierte en best-seller y decenas de fans y periodistas llegan a la escuela para entrevistarla.

La multimaternidad desplegada en Hombrecitos se repliega en Los muchachos de Jo para devolver a la heroína a su lugar de intelectual independiente y proveedora de dinero. Sin duda esta versión madura de Jo es mucho más parecida a Luisa, que solo en la ficción y a través de su álter ego Jo logró compaginar matrimonio, hijos, docencia y literatura, en ese orden. ¿Reivindicación personal, Luisa?

Sin duda la escritora, a través de la autoficción, se permitió realizar sus propios deseos (im)posibles para dar finalmente con un personaje complejo y en permanente crecimiento, lleno de desafíos y contradicciones. Porque lo que se puede observar a lo largo de toda la saga es que Jo ha elegido sus prioridades, mientras que Luisa bregó toda su vida por el dinero (tuvo que mantener a su padre viudo y muy enfermo hasta 1888 y también en su edad madura adoptó a una sobrina).

También en Los muchachos de Jo, Luisa May Alcott se permite indagar en desafíos literarios. En esta cuarta entrega de la saga aparecen el relato del viaje (uno de los muchachos, Nat, se va a Europa) y entonces también aparece el mito del americano ingenuo; luego Emil –otro de los muchachos– se embarca y sufre un naufragio y las páginas recalan en la novela náutica (al estilo Moby Dick o Simbad, el marino); también Dan viaja al oeste y aparecen temas del Far West americano, género en auge en el siglo XIX.

Y entonces Luisa se enfrenta a un desafío profesional fuerte: ¿puede acaso jugar con los géneros y llevar a sus personajes a extremos y decisiones osadas cuando se espera que complete una saga cuyo tono (moralista, vamos a admitirlo, didáctico también) ya estaba marcado por tres tomos precedentes?

El límite de la publicación, de la crítica, del género hace retroceder o encorsetarse a los personajes en sus propias aventuras. Es decir que la saga cumple con las condiciones impuestas por la misma saga. Los personajes finalmente vuelven de sus aventuras, se recomponen, maduran honradamente, y, tal como se esperaba, se asientan en el mundo que se prescribía para cada uno.

Y entonces estamos en familia. Porque vivimos desde un lugar palpitante y bien cercano el devenir de cada personaje. Durante largas páginas y copiosas jornadas de lectura, lectoras y lectores de la saga pudimos alegrarnos con los aciertos y logros de mujercitas y hombrecitos, nos frustramos y preocupamos con sus errores, nos entristecimos hondamente cuando la familia estuvo de duelo.

Sin temor a tensionar el género, pero a la vez dentro de los límites (auto)impuestos por la preceptiva novelesca, en estos cuatro libros se expande la preciosa, única y salvaje vida de Jo. Mujercitas, Aquellas mujercitas, Hombrecitos y Los muchachos de Jo son clásicos imperdibles para todo lector o lectora que goce de la vida extra que implica la inmersión total en una saga (y quien nunca probó, que no se pierda esta oportunidad). La preciosa, única y salvaje vida del lector se multiplica y ensancha en las vivencias y sentimientos de esta gran familia tan normal y a la vez exótica (¿como casi todas las familias?) y en la simpleza magistral de una narradora que sigue dando más y más.

Quién fue Louisa May Alcott

♦ Nació en Pensilvania en 1832 y murió en Boston en 1888.

♦ Fue una escritora comprometida con el sufragismo y el abolicisonismo.

♦ Revolucionó la literatura estadounidense y del mundo con su libro Mujercitas. También publicó Hombrecitos, Aquellas mujercitas y Los muchachos de Jo.

♦ Bajo el seudónimo A.M. Barnard publicó novelas sobre temas tabú del momento, como el incesto y el adulterio.

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