Un prejuicio generalizado -que, como todos los prejuicios, tiene una base real-, es que los orientales son bastante amargos y no tienen mucho sentido del humor. Y cuando digo “orientales” no me estoy refiriendo a chinos, japoneses, coreanos o tailandeses, sino a los habitantes del más Cercano Oriente para la Argentina: la República Oriental del Uruguay.
Antes de que se eleven voces de protesta, debo enumerar algunas excepciones: Julio César Castro, Juceca, creador de las surrealistas historias gauchescas de Don Verídico, que se desarrollan en el improbable boliche “El resorte”; Julio E. Suárez, que firmó como “Peloduro” y “Jess”, autor de historietas publicadas en diversos medios y de los Comentarios internacionales de El Pulga, unas desopilantes crónicas sobre la actualidad del mundo de la época en la que aparecieron (él murió en 1965) que siempre terminaban autocuestionándose: “No sé, digo yo”, y Jorge y Daniel Scheck, libretistas del inolvidable programa cómico de televisión Telecataplúm, con sketches protagonizados por Raymundo Soto, Ricardo Espalter, Henny Trayles, Enrique Almada y otros.
Hasta el insospechable Mario Levrero incurrió en el humor con la historieta Santo varón, con dibujos de Lizán, un prodigio de humor absurdo que Leo Maslíah –otro humorista uruguayo brillante e innovador—trasladó a una canción: Levrero firmaba esas incursiones con su segundo nombre –Jorge- y su segundo apellido-Varlotta-, como para evitar la contaminación. Y el mismo Eduardo Galeano, la solemnidad en persona, incursionó en el dibujo humorístico en sus comienzos en el semanario socialista El Sol, donde firmaba Gius, una versión de Hughes, su apellido paterno, que postergó usando como escritor el de su madre. Y tenía la costumbre de firmar sus cartas personales con el esquemático dibujo de un simpático chanchito.
Seguramente para sorpresa de muchos, el propio Juan Carlos Onetti escribió un cuento con humor: “Matías, el telegrafista”, que se publicó originalmente en la revista Macedonio y se puede leer, con placer, en Internet.
Toda esta arqueología que practico para desmentir el prejuicio es solo para justificar el rescate de Arthur García Núñez, Wimpi, autor del inolvidable El gusano loco, que hoy puede conseguirse usado en la web y también leerse online. Lo publicó originalmente en 1952 la Editorial Borocaba y posteriormente lo reeditó Freeland, con cuyo sello aparecieron Los cuentos del viejo Varela -unos relatos gauchescos muy divertidos- y luego de la muerte de García Núñez en 1956, varios otros títulos que el escritor había desechado.
García Núñez nació en Montevideo en 1906 y se radicó en Buenos Aires en 1940. Trabajó como periodista en medios gráficos, pero se destacó especialmente con sus monólogos radiales. Se transmitían bajo el título “Ventana a la calle”, y muy a menudo eran protagonizados por un anónimo “el tipo” (los lectores que peinen canas o ya no peinen nada tal vez recuerden su voz apacible comenzando con “Porque el tipo, amigos…”).
El gusano loco reúne la reelaboración por Wimpi de algunos de esos monólogos y se abre con una radiografía del cráneo del autor, de la que dice en el epígrafe que es simplemente un “retrato a futuro” (algo que también argumentaba el brillante don Ramón Gómez de la Serna, quien, en su casa en Buenos Aires, exhibía enmarcada su placa).
El seudónimo Wimpi fue sin duda un homenaje al gordito Wimpy, comedor serial de hamburguesas, coprotagonista de las historietas y dibujos animados de Popeye el marino, el hombre de la espinaca fortalecedora.
El libro comienza con tres citas eruditas: la de Terencio (“Humano soy y nada de lo humano me es ajeno”); una de John Milton (“Siento que soy más feliz de lo que me parece”) y otra de Joubert (“Cuando mis amigos son tuertos, los miro de perfil”). Y a partir de ellas, cada crónica aborda con ironía -más propensa a la sonrisa permanente que a la carcajada- temas de actualidad del momento en que se redactaron, pero a las que el tiempo transcurrido no les quita eficacia.
Incluye una afirmación innegable que acostumbro citar a menudo: “Cuando nos agachamos movemos 465 articulaciones: el que pudiendo agacharse se queja, es un desagradecido”.
Exagera a partir de situaciones de la vida cotidiana, como en el relato del tipo que compra una heladera, la recibe estando solo e, intrigado por saber si realmente la lamparita interna se apaga al cerrar la puerta del artefacto, quita los estantes, se mete y la cierra desde adentro: su familia lo encuentra semicongelado al volver a la casa.
Pero también satiriza por el absurdo ideas que empezaban a circular en la época, como por ejemplo la teoría de los reflejos condicionados de Pávlov, que deriva en la historia de “Cuando se escuchen los tallarines”.
En Los cuentos del viejo Varela se toma en broma los saberes populares por lo general atribuidos a los gauchos. Por ejemplo, el protagonista refiere la historia de un gaucho ciego que se acercaba a un caballo, lo tocaba y decía si era alazán, tordillo o zaino. Y a la pregunta acerca de si acertaba, contestaba: “Nunca en su vida”.
Quienes disfrutaron de la sutileza de las “Noches cultas para usted”, con Raymundo Soto como ceremonioso maestro de ceremonias, o de las clases sobre cómo comportarse en sociedad que le daba Almada al renuente Toto Paniagua (interpretado por Ricardo Espalter en “Telecataplúm” y su continuación, “Hupumorpo”), seguramente se divertirán con las crónicas de Wimpi, que en este caso no estarán patrocinadas por “Siam Di Tella, el único auto con cuatro puertas a la calle”. Y los que no, se consolarán con la frase del “profesor” Almada: “Quien nació pa’ pito, no da pa’ corneta”.
Quién fue Arthur García Núñez, “Wimpi”
♦ Nació en Salto, Uruguay, en 1906. Murió en Buenos Aires, Argentina, en 1956.
♦ Fue periodista, humorista y narrador. La radio le hizo alcanzar la máxima difusión de su obra.
♦ Escribió libros como El gusano loco, Los cuentos del viejo Varela y Los cuentos de Claudio Machín.
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