Juan Diego Mejía es uno de los escritores más destacados de la literatura colombiana en los últimos cincuenta años. Ha escrito, durante largo tiempo, toda una obra que ha sabido captar con eficacia la condición humana de una época y una tierra, su natal Medellín.
Desde que consiguió el Premio Nacional de Novela en 1996, con El cine era mejor que la vida, no ha parado de darle rienda suelta a los pasados que fueron, resguardado tras el más bajo perfil de quien trabaja con la palabra y lo hace bien. “Las suyas son ficciones que se construyen desde ciertos hechos que nos han atravesado como sociedad, pero su gracia es que están tamizados por conflictos entre personajes que, de manera oblicua, viven la historia y su propio drama”, ha dicho recién el editor Juan David Correa.
En este 2022, el grupo Planeta anunció la llegada del escritor al catálogo, con la publicación de sus novelas Camila Todoslosfuegos y El dedo índice de Mao, las cuales vieron la luz originalmente en 2001 y 2003. Ambas como antesala a lo que será la salida de su ‘Biblioteca de autor’, que reunirá por primera vez toda su obra narrativa en un mismo sello: Tusquets.
La primera narra la historia de un grupo de amigos cuya vida cambiará para siempre. Tras la demolición del teatro Junín, en Medellín, y la puesta en marcha del edificio Coltejer, los sueños parecen ir hacia lugares insospechados. Como si se tratara de una historia del neorrealismo italiano, esta novela de Juan Diego Mejía, invita a descubrir una ciudad, un mundo que iba a cambiar para siempre al final de la década del setenta, y el amor que atraviesa el corazón de la juventud.
La segunda, que también ocurre en los años setenta, muestra a una Medellín en la que se escuchan gritos de libertad que vienen de otros lugares del mundo. El movimiento estudiantil colombiano está en un punto de gran agitación. Las ideas llenan los auditorios de las universidades y se muestran en las paredes de toda la ciudad. Los jóvenes militantes alzan los brazos, empuñan las manos, muestran los dedos que señalan y juzgan. La sociedad cruje. Mientras tanto, el Gordo mira a través de la ventana de su casa, le parece ver pasar la vida que no pudo vivir. Sabe que es lento, demasiado lento para ese vértigo que se mueve afuera. Y Juancho, su hermano, se siente atrapado entre esas dos dimensiones, como si estuviera viviendo de nuevo el drama de George y Lennie, los protagonistas de la novela de Steinbeck De ratones y hombres.
A propósito de la ocasión, el escritor, en entrevista con Infobae, habló acerca de la concepción inicial de estas dos novelas, los temas en su interior, la vigencia de los mismos, y su llegada al tradicional sello español.
— Cada libro suyo da la sensación de que conecta con otro, como si cada uno fuera un punto en un mapa de época, de ciudad. Medellín es el espacio protagonista, en donde todo se da. La ciudad que en su momento retrató en estas dos novelas, ¿qué tanto ha cambiado en relación con la actual?
— Ha cambiado mucho Medellín y han cambiado mucho los lectores. En el momento en que comenzamos a trabajar estas nuevas ediciones, lo que hice fue escanear las primeras publicadas y repasar línea por línea las novelas. Eso me permitió pensar de nuevo cada cosa y confirmar que el mundo ha cambiado, incluso en lo referente al lenguaje. Ya no se tilda el adverbio “solo”, excepto cuando es absolutamente necesario, por ejemplo. Con eso en mente, es claro que también ha cambiado la forma en que la gente percibe lo escrito.
Hace 20 años, cuando se publicaron estos libros, yo intenté presentar la visión de los años 70. Medellín en ese momento estaba viviendo una transición. Pasaba de ser una aldea a una ciudad de características industriales. Era una realidad que se abría paso a las patadas, destruyendo, incluso, espacios que considerábamos parte de nosotros, como el teatro Junín, que era uno de los espacios más emblemáticos para los cinéfilos en esa época. El sitio fue destruido y en su lugar construyeron el edificio de Coltejer. Aquello representaba un cambio simbólico que le hablaba a toda la gente, le dejaba en claro que la ciudad estaba cambiando.
Los jóvenes que estaban presenciando todos estos cambios son los que se encuentran retratados en estas dos novelas. En el caso de Camila Todoslosfuegos, a través del personaje de Camila, que es esta mujer que los sorprende a todos por su encanto, su misterio y el lugar del que procede. Ella viene de un barrio popular y para estos muchachos, que vienen de un colegio de clase media alta, supone un atractivo. Ellos quieren tenerla, entrar en su mundo. Es con las motos como resuelven el asunto. Todo se trata del honor, más que de la pasión. Ella es la que más lo demuestra. Y releyendo la novela, me da la sensación de que loq ue se cuenta ahí es una especie de arqueología, pero que, de igual manera, sigue teniendo validez. Tanto este libro como El dedo índice de Mao representan un punto de quiebre en la vida de Medellín.
En esta otra, pues, están los mismos jóvenes, no los mismos personajes, que ya se encuentran frente a un mundo más adulto que arrastra el eco de aquel año 68, en París y México. Ellos no tienen muy claro qué es lo que está pasando con el mundo. El protagonista de la novela asume esa vida del militante de izquierda con cierta sorna, dice en una ocasión que lo único que diferencia a los líderes de izquierda de los de derecha es la forma en que mueven las manos cuando dan un discurso. Los unos lo hacen con el puño cerrado y los otros con tres dedos estirados. Mao lo hace con el dedo índice apuntando al cielo. Esta broma interna suya se le convierte en algo serio porque la revolución termina tragándoselo.
Estos temas supusieron para mí, como escritor, un conflicto muy grande porque me interpelaban directamente y ahora, viendo las obras hoy, siento que me siguen representando, más allá de que he cambiado mucho, no sé si para bien o para mal. En todo caso, sigo siendo ese todavía. Mi obra no habla de grandes temas, como la de Pablo Montoya, por ejemplo. Yo escribo de cosas demasiado simples e intento hacer un registro, paso a paso, de lo que voy viendo a medida que lo voy viendo. Lo que queda es, justamente eso, el mapa de un hombre en construcción que seguirá estándolo hasta el día en que muera.
— Usted es un cartógrafo de lo cotidiano. Consigue enmarcar estos temas en apariencia sencillos, efímeros, alrededor de un retrato muy preciso de la condición humana. En estas dos novelas, más allá de la época, se siente que lo que les sucede a estos personajes nos pasa a nosotros hoy. Siguen existiendo dictadores, las guerras siguen surgiendo, está Putin, que acoge todo esto; el mundo intenta acabarnos y nos desesperamos por acelerar el acabose. Cambian los intérpretes, pero el curso del mundo parece ser el mismo.
— Pensar el mundo de manera cíclica nos puede llevar a la tristeza. Creo que si bien algunas cosas son parecidas, otras no lo son tanto. Mao, por ejemplo. En su momento, fue una especie de religión. Nuestra generación lo endiosaba. Pensábamos que se trataba de un ser especial. Consiguió atravesar el Río Amarillo a nado, recorrió distancias enormes con su ejército, buscando la unión, hermanó a tantas naciones diferentes que se encontraban dentro de un país tan grande como China. Creíamos que todo lo que hacía era perfecto, que sus poemas eran buenos. Mao era diferente, lo idealizábamos. Seguíamos sus ideas y queríamos seguirlas. No lo cuestionábamos. Pensábamos que todo era justificado porque lo había dicho él y que todo era posible porque su visión era superior.
Quienes fuimos maoistas en ese tiempo aprendimos una cosa muy importante: NO todo lo que un líder representa es bien interpretado por la sociedad. El discurso de Mao en Colombia caló muy bien en ciertas esferas de la derecha colombiana porque se oponía al socialimperialismo soviético. Se pecó al creer que todo lo que se le opusiera, pregonaba algo bueno. Aquí, las FARC, el partido comunista, los prosoviéticos estaban a favor. Los que se oponían venían de la derecha, del conservadurismo más vil, y eso llevó a que muchos líderes del maoismo terminaran aliados con el extremismo colombiano, representado en personajes como Álvaro Uribe, por ejemplo. Algo nefasto, una perversión total del maoismo.
Pensemos en Putin hoy. Es un personaje completamente diferente. Sus palabras no tienen una trascendencia en la mentalidad de las personas. Es un tipo meramente instrumental. Dirige en bloque y otro bloque se le opone. No tiene tras de sí esa doctrina que el maoismo preservaba. Los jóvenes de los años 70 y 80 éramos más doctrinarios. Estábamos dispuestos a dar la vida por una doctrina. Eso no ocurre ahora. Los líderes son otros y ninguno ha conseguido algo tan envolvente como los de antaño.
— La idea de la revolución está presente en ambos libros y, más allá del contexto y la época, quizá es eso lo que los conecta. ¿Qué de atractivo suponía escribir a partir de las ideas de estos personajes, por un lado Mao, y por el otro, Camilo Cienfuegos?
— Eran años de rebeldía en los que los jóvenes no entendíamos bien hacia dónde ir. Yo era una especie de nerd, estudiaba en un colegio en el que no debía estudiar, en donde se tenía que pagar mucho y mi papá hacía un esfuerzo tremendo para que yo estuviera ahí. Era un sitio de clase alta y nosotros no lo éramos. Él se colgaba con los pagos todos los meses y al final del año pagaba todo lo que debía. Yo me ganaba los premios de excelencia, pero no me los daban porque él no había pagado. Todo el tiempo yo andaba sintiendo que ese no era mi lugar. Eso me marcó. Siempre busqué en donde encajar y en todo intentaba encontrar rebeldía. Obviamente, la revolución cubana fue muy importante. Me parecía muy cool ser como estos personajes, como el Ché, Fidel, Camilo Cienfuegos. De manera que a los protagonistas de estas historias yo intenté dotarlos de este espíritu, esa búsqueda de su lugar en el mundo.
En el caso del narrador de Camila Todoslosfuegos, porque la protagonista es Camila, él intenta encajar, pero siempre está apartado. Lo único que consigue hacerlo sentir que pertenece a alguna parte es ella. Cuando la encuentra en el bar por primera vez, su forma de abordarla es particular. Se le acerca y de la nada le dice: “Usted se llama Camila”, porque ella también está buscando su lugar en el mundo.
Las referencias a la revolución se deben, entonces, en ambas novelas, a una insatisfacción con el mundo, a la búsqueda de un ícono del cual aferrarse. Estos jóvenes siempre están buscando un padre, una imagen que los sostenga. Es un mundo muy frágil el de ellos y ese era mi mundo de adolescente.
— La voz que suele escoger para narrar en sus novelas, presente en estos dos libros, ¿qué garantías estílisticas le permite en relación con otro tipo de narradores?
— He luchado mucho por darle versolimitud a las historias durante estos años. Un narrador omnisciente podría darme más facilidades decir muchas cosas y presentarme como autor ante los lectores, pero siento que eso me aleja de la historia, entonces prefiero limitar el lenguaje y mi visión del mundo ubicándome dentro de los hechos, haciendo más verosímil la narración. Todo apunta a eso, a crear una voz creíble, que el pacto que uno hace con el lector se manifieste más rápido.
— Cuando estaba concibiendo estos dos títulos, hace ya tanto, además de todo lo que ocurría en materia social y cultural en Colombia y en el mundo, ¿qué influyó esta escritura en materia creativa?
— Para cada libro hay algo que lo termina de desatar. En el caso de Camila Todoslosfuegos, la música es muy importante. Este libro suena a Blue Moon, a los Rolling Stones, los Everly Brothers. Es algo que quise transmitir con la prosa, esa cadencia, la forma en que suenan las calles y como hablan los personajes, lo que se puede ver por las ventanas, ese mundo distinto. También hay olores, destellos de luz, ruidos. Las atmósferas que construyo se alimentan de todo esto, permitiendo que los personajes emerjan de esa época que estoy contando.
En El dedo índice de Mao investigué mucho sobre la época de los movimientos estudiantiles y leí libros en los que encontré eso que yo quería contar y de la manera como pensaba hacerlo. Uno que me sirvió mucho fue el que escribió María Teresa Uribe de Hincapié sobre la historia de la Universidad de Antioquia en el que hace un análisis de todo lo que sucede en materia social en el campus. Me acuerdo que yo leía y en todo lo que decía había algo que yo había vivido, que conocía de cerca. A medida que iba leyendo, recuerdos míos se iban manifestando y al final, el texto y mi experiencia terminaron fundiéndose.
Estas son dos novelas que surgieron de manera muy natural y creo que hay una unidad en el pulso, en la voz, en el espacio y puede que hasta en los personajes. Uno podría pensar que el narrador de Camila Todoslosfuegos es el mismo de El dedo índice de Mao, pero en otra etapa de su vida. He estado pensando en eso que dijo una vez Roberto Calasso sobre que un editor está publicando siempre el mismo libro, pero desde la perspectiva del escritor. De manera que estos dos podrían ser el mismo.
— ¿Qué supone para usted la llegada a un sello como Tusquets?
— Hace poco cumplí 70 años y la efeméride coincidió con esta posibilidad de publicar toda mi obra bajo el mismo sello. Me pone a pensar en la oportunidad que tengo de, a esta edad, volver a empezar, corregir cosas, poner la casa en orden. No es un momento cualquiera el que estoy viviendo. Uno se hace preguntas sobre lo que ha hecho, si ha valido la pena. De repente llega la editorial y me da la respuesta. Esto es lo que he hecho. Me siento muy contento. No sé explicarlo todo en palabras todavía.
— Llegará a nuevos lectores, también.
— Eso espero, y seguir acompañando a los de antes.
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