El libro más reciente en librerías que los lectores encontrarán con el nombre de Alma Guillermoprieto en el lomo no es otra de las excelentes muestras periodísticas a las que nos tiene acostumbrados la periodista y escritora mexicana. Bueno, sí lo es, pero de manera distinta, pues ella no escribe ninguno de los textos al interior de este libro, salvo el prólogo, pues la novedad no es suya, propiamente, ella obra como cuidadora, editora, antologadora.
La vida toda es el título de la antología de nuevos cronistas estadounidenses que ha trabajado recientemente la mexicana y que el grupo editorial Penguin Random House ha publicado, a través de su sello Debate. En alrededor de 400 páginas, Guillermoprieto recopila y presenta trece textos de no ficción, doce de ellos reportajes, seis escritos por mujeres, que se publicaron todos, en su momento, justo después de dos eventos en particular que marcaron la historia norteamericana: la tragedia del 11 de septiembre de 2001 y la aparición de las redes sociales, durante la primera década del siglo XXI.
La selección no representa necesariamente a los doce mayores referentes de la crónica contemporánea en Estados Unidos, obedece a un criterio de la autora por querer buscar, entre tantos buenos narradores, las voces de aquellos que proponen algo nuevo en cuanto a temáticas, enfoques y estilos, que más allá de haber concebido prodigios de reportería, consiguen estremecer y asombrar a los lectores.
Entre los nombres que los lectores podrán encontrar en esta antología destacan los de George Saunders, el autor de Lincoln en el bardo; Ginger Thomas, cuyo texto en este libro sirvió de base para el guion de la serie ‘Somos’, disponible en Netflix; David Remnick, uno de los referentes indiscutidos del género en estos años; y Emily Witt, autora de Sexo futuro: El amor en el siglo XXI.
“En este siglo ansioso hay una categoría explosiva de adictos que necesita consumir información por medio de un bombardeo constante de cápsulas informativas, correspondan estas a la verdad o no. Luego parecería fútil que nuestros autores se dedicaran a componer textos complicados, densos, extensos —crónicas, por ponerles algún nombre— que exigen cuidado y tiempo. Parecería ingenuo confiar en que habrá lectores que le dediquen una hora, o tres, a la lectura de un tema serio. Pero esos lectores existen por millones, porque la crónica de largo aliento es un remedio, un oasis en medio del desierto, un silencio en medio del caos. Pausamos, leemos, imaginamos lo que las palabras nos van contando, pensamos, asimilamos paisajes, personajes, ideas, tragedias, absurdos, maravillas, y al salir de ese espacio narrativo somos imperceptiblemente distintos. Es el milagro de la lectura, y sostengo que, sin ella, la civilización se desmorona. Por eso hacemos falta nosotros, los cronistas” - (Fragmento).
Con el correr de las páginas, es posible descifrar que la mayoría de estos textos, de manera directa o no, hacen referencia a la muerte, al mundo post 11S, al post Bombay, al post Atocha, al que vive el cambio climático con desesperación, el de las pandemias, la migración, el cosmopolitismo, las nuevas olas del feminismo, las reuniones en Zoom, el de la época de la cancelación, del anhelo por lo que fue, ese mundo que se une a partir del terror y sostiene la sociedad actual.
Texto a texto, da la sensación de que sus autores escriben con el afán de que hay que conocer el mundo antes de que se acabe. Esa es, quizá, una de las lecciones que deja esta antología que da cuenta del estado actual de la crónica, de la forma en que vemos el mundo.
“La crónica es veraz, pero también es literatura”, escribe Alma Guillermoprieto, “al igual que la ficción usa recursos de contador de historias para alarmar, indignar, emocionar, cuestionar, conmover. Queremos provocar estos sentimientos y reflexiones en los lectores, sin que se den cuenta, leyendo como si respiraran”.
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