La vida discreta de Reinhold Duschka en “La cuerda invisible”, una de las novelas más recientes de Erich Hackl

El escritor austriaco se adentra en la vida de uno de los héroes menos conocidos de la Segunda Guerra Mundial.

"La cuerda invisible", la novela en la que el escritor austriaco Erich Hackl recrea la vida de Reinhold Duschka.

Si de héroes de la Segunda Guerra Mundial hablamos, por la manera en que han permeado la cultura pop, los nombres de Irena Sendler y Oskar Schindler aparecen como dos de los más conocidos, pero lo cierto es que el listado es demasiado amplio y no alcanzan los dedos de las manos para contarlos a todos. Entre ellos, uno de los de más bajo perfil, pero igual de importante, es Reinhold Duschka. ¿Les suena el nombre?

Duschka, un hombre callado, muy reservado, cuya pasión es el alpinismo y se pasa los días en un taller realizando distintos trabajos con hierro y metal. Un herrero, para ser exactos. Oriundo de Austria, se hace muy amigo de Regina Steinig y su esposo Rudolf Kraus, la afamada química judía. Cuando estalla el Holocausto se las lleva a ella y a su hija Lucia a su taller para esconderlas, con el ánimo de salvarles la vida, al menos por un tiempo.

Contra todo pronóstico, al interior de ese edificio industrial llamado Werkstättenhof, en el centro de Viena, las vidas de Regina y Lucia no correrán la misma suerte que la gran cantidad de judíos que fallecen en los campos de concentración en toda Europa. Ellas vivirán, y todo gracias a Duschka.

Antes del Anschluss, la anexión de Austria a la Alemania nazi de Hitler, Regina y Lucia vivían comodamente en la capital del vals. Eran vecinas de Sigmund Freud. Todo iba bien, pero pasó lo que pasó y, de repente, madre e hija judías tuvieron que hacerle frente al horror durante años. Regina perdió su trabajo y Lucia fue expulsada de la escuela, mientras que su abuelo era arrestado y deportado a Buchenwald, en donde terminaría falleciendo; a Regina, las autoridades le exigieron un matrimonio ario para continuar viviendo la ciudad, pero como no había manera de arreglar un casamiento, terminaron confiscando su casa y confinándolas a las dos en un apartamento diminuto repleto de judíos que son obligados a lucir la estrella de David en el brazo y a hacer los oficios que nadie quería en favor de los arios.

Habiendo superado todo esto, la esperanza aparecía como un nube cargada de tormenta. El siguiente paso seguro era la deportación a los campos de concentración. Era una época turbulenta en donde nadie se podía fiar de nadie. El vecino podía ser judío y estarla pasando igual de mal, o algún vienés acomodado que no dudaría en abrir la boca para alertar a las autoridades. Regina y Lucia se escondían como podían y en donde conseguían hacerlo. Una vez, el edificio en el que se encontraban cayó destruido por un bombardeo.

Entre 1941 y 1944 permanecen cautivas, sobreviviendo a todo tipo de crueldades. Con el desplazamiento de los miles de judíos hacia otras partes de Europa e, incluso, del mundo, y la deportación de tantos otros a los campos de concentración, Regina y Lucia ven la oportunidad de ocultarse, mientras la ciudad arde en llamas. En los últimos meses de la guerra, permanecen refugiadas al cuidado de Reinhold Duschka y consiguen salvarse.

Muchos años después, Lucia Kraus recuerda cómo durante esos años en el sótano del taller de Duschka perdió el habla a causa del miedo y la incertidumbre, pero le reconforta la manera en que este herrero hizo todo lo posible por salvarla a ella y a su madre. Ella misma no entiende cómo, pero lo agradece infinitamente.

Durante décadas, Reinhold Duschka se resistió a recibir algún reconocimiento por su gesto con estas dos mujeres. Después de la guerra, continuó con su vida, o lo intentó, con la misma discreción de siempre. Tan solo cuando tuvo noventa años pudo aceptar una de las tantas distinciones que a lo largo de su vida quisieron otorgarle. Yad Vashem, en el Centro Mundial de Conmemoración del Holocausto, en Jerusalén, le dio a Duschka la distinción de Justo de las Naciones, por sus acciones durante los años más turbios de la guerra.

Reinhold Duschka y Rudolf Kraus. (Foto tomada de: National Fund of the Republica of Austria for Victims of National Socialism).

Duschka falleció en 1993, poco después de haber recibido este reconocimiento. Para entonces, nunca habló demasiado sobre este episodio de su vida junto a Regina y Lucia. Él no consideraba su gesto como un acto de heroicidad sino como algo que era correcto hacer por un amigo. Su historia, como la de tantos otros héroes anónimos, pasó desapercibida por mucho tiempo.

De no ser por la propia Lucia, quien se resistió a que su historia y la de Duschka se olvidara, no estaríamos hablando de nada de esto, de ninguno de ellos. Ella se encargo de contactar a Erich Hackl, uno de los escritores más brillantes de Europa en los últimos años, para contarle todo y convencerlo de que escribiera un libro al respecto. ¿El resultado? La cuerda invisible.

"La cuerda invisible", de Erich Hackl. (Cortesía: Editorial Periferica).

En alrededor de 120 páginas, Hackl recrea la vida de Reinhold Duschka y su desesperado intento por salvar la vida de estas dos mujeres, al mismo tiempo que detalla una de las épocas más terribles del siglo XX.

La edición en español de la novela fue publicada en enero de 2022, con traducción de Jorge Seca, por la editorial Periferica, que ya nos ha dado grandes títulos durante varios años. La cuerda invisible es una pieza exquisita, una muestra de la gran capacidad narrativa de su autor para retratar los más profundos sentimientos humanos y a través de las palabras generar empatía en los lectores con una historia que nos revela, una vez más, la peor versión a la que podemos llegar los seres humanos, al mismo tiempo, logra saltarse la valla de “otra historia de la Segunda Guerra Mundial”.

“Él era amigo íntimo de su padre en una época en la que los hombres aún tenían amigos íntimos, y las mujeres, amigas íntimas, así que ya hace media eternidad de eso. Por aquel entonces, a mediados de los años veinte, debieron de conocerse Rudolf Kraus y Reinhold Duschka, tal vez casualmente después de una conferencia en el palacio Eschenbach, en una acampada en la Lobau o ya en la primera escalada de Duschka con el club alpinista al monte Peilstein, al sur de los Bosques de Viena, me imagino, y en el refugio o en el compartimento del vagón entre los vaivenes del viaje de vuelta, completamente destrozado, rendido de cansancio pero feliz por una experiencia nueva para la que no hallaba palabras; podría haber llegado a sentarse al lado de Kraus, que habría guiado o acompañado al grupo. Fue el sobrio desvelo de éste el que lo cautivó, pues coincidía con su manera de ser” - (Fragmento).

Antes de este libro, que en su versión original apareció en el año 2019, ni siquiera la familia de Duschka tenía idea de lo que había hecho por Regina y Lucia. Ahora, todo es distinto.

Lo que uno piensa en este punto es, a Dios gracias que no le pasó nada nunca a Duschka. Sin él, nada hubiese sido posible. Hay una anécdota de uno de sus compañeros en el club de alpinismo, que además también trabajaba en la Gestapo, en la que se cuenta la manera en que un día recibe una denuncia anónima que lo alerta sobre lo que está haciendo Duschka con estas dos mujeres en su taller. Años más tarde, el propio Duschka se entera y le pregunta por qué no lo delató, qué hizo con ese documento. “La tiré a la papelera”, dijo él. No cabe duda de que esta historia tenía que escribirse.

La novela, que se lee casi de una sentada, arranca de una forma un tanto extraña, pues la narración cambia de repente de una perspectiva a otra, como si fuera un diálogo. Una vez se agarra la idea, no es posible detenerse. Esta es una historia necesaria, no porque permite seguir reviviendo los horrores de este pasado, sino porque no había un libro igual antes. Eso es lo que lo hace tan bueno. Su proesa, más allá de lo que cuenta, está en ser una gran obra literaria.

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