La chilena María José Navia y los cuentos angustiosos de Una música futura: “No tengo idea de qué estoy haciendo hasta que termino de hacerlo”

En su visita a Colombia, la escritora chilena conversó con Infobae acerca de la concepción de los cuentos al interior de este libro y sus visiones alrededor de la ficción corta.

María José Navia, autora de "Una música futura". (Foto: Jimena Cortés)

La literatura chilena de hoy tiene entre sus más destacados representantes a un buen grupo de escritoras que resaltan por sus propuestas en materia estética y estilística, por las temáticas que abordan y su coraje para desafiar al canon. Entre ellas, porque son muchas, pueden mencionarse a Alejandra Costamagna, Lina Meruane, Nona Fernández, Alia Trabucco Zerán, Montserrat Martorell y Constanza Gutiérrez, por el buen presente que viven y la consolidación y proyección de sus obras, en los casos que corresponde.

A este listado de nombres se pueden sumar muchos más, como el de María José Navia, la joven autora de títulos como “Las variaciones de Dorothy” (2013), “Kintsugi” (2018) y “Lugar” (2017), entre otros.

La escritora nacida en Santiago, en julio de 1982, fue una de las finalistas de la edición más reciente del Premio Ribera del Duero, que terminó ganando finalmente la boliviana Liliana Colanzi, con su libro “Ustedes brillan en lo oscuro”. La también profesora de literatura en la Facultad de Letras de la Pontificia Universidad Católica de Chile, se doctoró en Literatura y Estudios Culturales por la Universidad de Georgetown y relatos suyos han sido traducidos al inglés, al francés y al ruso, entre otras lenguas. Su trabajo ha formado parte de antologías en Chile, España, México, Bolivia y Estados Unidos.

Su libro más reciente, “Una música futura”, le permitió en su momento ser la ganadora del concurso Mejores Obras Literarias del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile, y quedar entre las autoras finalistas del Premio Municipal de Literatura.

Son siete relatos en los que la autora trata temas como la pérdida, el deseo, el amor, la soledad y la tensión que subyace en las relaciones, en donde los personajes intentan escapar al rumbo ya trazado que toman sus vidas. ‘Cuidado’, ‘Los tíos’, ‘Panda’, ‘Una música futura’, ‘Vueltas’, ‘Tiempo compartido’ y ‘Todo incluido’ son los títulos, y alrededor de 140 páginas en las que los lectores podrán detenerse ante la habilidad narrativa de una autora que consigue acentuar los detalles más simples de las escenas más cotidianas que componen el presente.

Aquí, ha escrito el reseñista y escritor Pablo Concha, la mayoría de personajes atraviesa momentos difíciles y muy oscuros, aunque a medida que avanzan las historias aprendemos que sus vidas nunca han sido fáciles o felices. “Da la impresión”, dice, “de que resulta más sencillo narrar historias desde esas vidas que están tratando de recoger los pedazos que desde alguien que se encuentre en su plenitud, así suene contradictorio”.

Por esa misma vía, el periodista e investigador literario, Juan Camilo Rincón, señala que sin temor al temor, “Navia nos invita a recorrer un conjunto de cuentos que deja expuestas las dudas e insinuadas las angustias, siempre punzantes y atravesadas por la tecnología imparable, para que cada lector decida qué hacer con ellas”.

En la contratapa del libro, el escritor Alejandro Zambra, una de las voces más interesantes del panorama actual de la literatura latinoamericana, dice que los relatos de este libro provienen de una melancolía nueva, reconocible pero también muy personal, escurridiza. “Cuando cerramos el libro algunas frases o espacios o personajes se niegan a desaparecer, y de tanto recordarlos entendemos que no los habíamos entendido del todo: que en su aparente sencillez, en su elegancia, y en su indiscutible y sobria belleza, laten múltiples sentidos que —como sucede con las mejores canciones— seguiremos descifrando y discutiendo en la relectura”, escribe.

(Cortesía, Himpar Editores).

Recientemente, la autora estuvo de gira por Colombia y conversó con Infobae, en su paso por Bogotá, acerca de la concepción de los cuentos al interior de este libro y sus visiones alrededor de la ficción corta.

— Su estilo parece estar cimentado en fotogramas. Las imágenes en las historias marcan un ritmo particular, una musicalidad. ¿Esto se da de manera consciente o surge de repente al terminar cada uno de los cuentos?

— La verdad es que yo no planifico mucho. Escribo las cosas como van saliendo y luego sí dedico varios días, meses incluso, a corregirlos, pero no es que me siente y diga que voy a escribir un cuento usando frases cortas. Lo que sí pasa es que la forma me la va dictando la historia misma. En el caso de algunos de los cuentos de este libro, traté de utilizar oraciones largas para darle otro movimiento a la narración. Por lo general, intento que la forma esté muy relacionada con el fondo de lo que yo voy a contar.

A mí me gusta mucho abrirle ventanas al lector para que pueda sumarse y participar de la historia con sus expectativas, con sus impresiones. A veces, uno se encuentra autores o autoras que escriben largas parrafadas y lo dicen todo ahí, se siente que se está recibiendo mucha información, pero no hay interacción. Entonces, me gusta abrir esas ventanas, pero todo depende de lo que se va a contar. La forma no viene primero ni después, sino en la medida en que la historia se va construyendo.

— Los relatos de este libro continúan por una línea de inquietudes y observaciones que como autora ha venido trabajando en sus libros. ¿Qué obsesiones marcan el ritmo de estas historias? ¿Cómo terminan caracterizados los personajes?

— No tengo idea de qué es lo que estoy haciendo hasta que termino de hacerlo. Yo trabajo siempre a partir de una primera línea. Tengo el comienzo del cuento o de una novela y lo voy trabajando. Creo que escribir es como conducir un automóvil bajo la neblina. Vas avanzando de a poquito. Entonces, yo solo veo esa primera línea y, tal vez, en esa línea aparece un personaje o un escenario. Yo voy dando paso. A medida que la historia se va desarrollando y que van apareciendo estos personajes que se dirigen lentamente hacia ninguna parte, voy descubriendo de qué se trata todo. Nunca sé, con certeza, hacia dónde va lo que estoy escribiendo. Para mí, eso hace parte de la gracia de todo esto.

— ¿Qué tanto cambian sus cuentos en la fase editorial? Lo pregunto porque su prosa da la impresión de ser muy limpia.

— Una parte siempre va a depender de la escritora, pero la otra recae en el editor y es muy importante. He tenido la posibilidad de publicar en diferentes sellos y me ha tocado trabajar con editores que no reparan mucho en el texto, lo publican así sin más. Por respeto o lo que sea, toman la decisión de no intervenir mucho. Y he tenido también que trabajar con otras personas, como mi editora en Chile, que imprime el manuscrito y página por página nos sentamos a discutirlo, a tomar decisiones en torno al libro. Todo es cuestión de negociar, de cuánto está dispuesto el escritor a ceder y cuánto el editor a aportar. En mi caso, me gusta que haya intervención en mis textos, que haya más de una lectura, pero soy muy maniática con las palabras, los sonidos. No planifico tanto, pero una vez que ya está el texto, lo trabajo obsesivamente. Entonces, muchos cambios no hay en lo que escribo cuando está en manos de los editores en cuanto a forma o fondo, solo detalles del tipo si debe ir un cuento o no, si el título ha de ser así o de esta otra forma.

— A manera de cierre, porque si hablamos de ficción corta, la entrevista debe ser también corta: ¿Cuál es su opinión respecto al curso actual del género del cuento en el mercado editorial? No es el más comercial, pero resiste en medio de tanto.

— Yo escribo cuento porque leo cuento. Si me preguntan por cuál es mi sueño como escritora diré que aspiro a ser una gran cuentista.

— Que su epitafio diga entonces que fue una gran cuentista.

— Claro. Me gusta mucho el género. Creo que se pueden hacer muchas cosas. Los cuentos te permiten poner diferentes piezas para construir universos distintos que, al final, terminan ensamblándose todos. Me parece que en Hispanoamérica tenemos una gran tradición del género, pero la que más me alimenta a mí es la del cuento corto norteamericano. Allí existe todo un sistema que reconoce el cuento, en la prensa, en las editoriales, entre los lectores. En Latinoamérica no sucede así, pero de igual modo se mantiene fuerte y eso que no solo en términos de mercado se ve afectado. Nuestro propio comportamiento respecto al género termina desplazándolo. Cuando alguien nos pide que le recomendemos un libro, o vamos a obsequiar alguno, por lo general, siempre pensamos en novelas. Nos hemos encargado de darle un lugar limítrofe al cuento y sí, no venderá lo mismo que otros géneros, pero no cabe duda de que es el género rey.

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