¿Sabía usted que cuando va a comprar un repuesto a Warnes camina cerca de un decapitado?

Buenos Aires está atravesada por historias de degüellos y verdugos. Desde la cabeza de Juan Duarte servida en una bandeja hasta la del coronel Dorrego, separada de su cuerpo fusilado, el libro “Cefaléutica de Buenos Aires” reconstruye esos episodios.

La guillotina, un método de decapitación históricamente asociado a la Revolución Francesa. Buenos Aires también ha sido escenario de numerosos degüellos.

En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires se vive entre decapitados y sus verdugos, pero nadie lo nota. No son fantasmas, pero están. Cortar cabezas fue un método adoptado desde el comienzo de la historia Argentina y la Capital Federal podría ser un lugar repleto de almas en pena. No hay nada sobrenatural, en realidad. Se hacen presentes en el catastro.

Los mapas son una gran herramienta para conocer el entorno. El porteño puede ser una lectura de barrios y calles, pero hay muchos modos de armarlo. Uno menos evidente es a través de la tragedia. Y esa tragedia es con degüello. Ruedan cabezas por las calles de la ciudad, como la luna lo hace por Callao.

La calle Estomba atraviesa los barrios de Paternal, Villa Ortuzar, Villa Urquiza, Coghlan y Saavedra. Es tranquila en toda su extensión y, en muchos tramos, arbolada. Trinan pájaros todo el año. Nada menos tétrico. En sus veredas podría ser siempre primavera. ¿Sabrán quienes viven ahí que su dirección postal honra a un loco peligroso que murió en el manicomio, después de hacer pasar por el filo de su hacha las cabezas de varios hombres? Y ese no es el único caso. La violencia del catastro porteño tiene una impactante cantidad de jinetes sin cabeza.

Enorme, tan hermosa como tenebrosa, la Ciudad siempre se puede narrar de una forma diferente y ser, a la vez, la misma. El investigador Vicente Mario Di Maggio encontró en el mapa una ruta descocada. El resultado fue Cefaléutica de Buenos Aires, un libro extraño y a la vez lógico que, como explica su subtítulo, es una “toponimia y guía histórica de los decapitados de la Capital Federal, más algunos apuntes sobre la cultura de la cabeza trofeo en el Río de la Plata”.

"Cefaléutica de Buenos Aires" acaba de reeditarse con al menos cien historias nuevas rodeadas de la "cabeza trofeo".

Publicado en 2016 por el Teatrito Rioplatense de Entidades (TRE), este libro-catálogo es un estudio minucioso que muestra cómo la ciudad de Buenos Aires es un mapa de cabezas sueltas. Ahora salió su segunda edición, ampliada, que agrega 100 casos a los 124 originales que, en muchos casos, se detallaron, profundizaron y ramificaron. Además de una introducción general al tema, que explica la gesta de este estudio, hay mapas señalizados de degollados y victimarios, un índice alfabético para encontrar todo con facilidad y, por supuesto, cada historia.

En el muro de Facebook de Vicente Mario Di Maggio, cerebro y corazón de TRE, hay debates en torno a diversas visiones históricas alrededor del Río de la Plata. Una tarde de 2015, en medio de un intercambio sobre la costumbre del degüello en la zona, el investigador notó el patrón claro de cabezas perdidas en el mapa actual. Entonces estudió, documentó, analizó todo y lo hizo libro.

“En los siete años que transcurrieron desde la primera publicación fue apareciendo más información que entrama las calles de la ciudad”, dice el autor, que también agregó a la nueva edición una sección de Misceláneas cefaleuticas, “que no necesariamente hablan de un degollado o un decapitador, sino que tienen que ver con el tema”, explica. El tema es amplio y la lista de calles, historias y casos, larga. Eso suma arriba de 250 trazos alrededor de cabezas sueltas, victimarios y, también, coleccionistas de calaveras enclavados en la cartografía rioplatense.

“Cefaleútica: del griego κέφαλος, cabeza y ευτικη, dar a luz. Dícese del arte de encontrar y señalar cabezas trofeo. El cefaleuta porteño encuentra decapitados donde no debería haberlos, y reconoce que el destino rioplatense le otorga a su empresa argumentos aún en situaciones donde el cefaleuta no los quiere ni los espera”. Con esa declaración Di Maggio abre el libro y explica su morbosa y alucinante tarea-obsesión.

La historia nacional está atravesada por el degüello y la exhibición del resultado. Muchas arterias que cortan la Capital Federal tienen su nombre en homenaje a personas que perdieron sus cabezas. Y cerca, casi siempre, están a quienes las cortaron. Sin que falten tampoco los que dieron la orden, aunque no hayan puesto las manos en el hacha, o hasta los que lo celebraron. La reunión infortunada no puede haber sido casual.

“A veces los ediles, o concejales, cuando deciden los homenajes, lo hacen en sábana. Por ejemplo, en la zona de Parque Centenario están las calles en honor a los héroes del Alto Perú. Entonces coinciden decapitados con asesinos”, explica el autor, que no deja de ver la paradoja siniestra y por eso la cartografió al detalle.

Los descocados del mapa porteño

Los pisteros que van por Warnes en busca de repuestos para su auto no saben que la cabeza del coronel por el que se nombró a la avenida terminó clavada en una pica. Por ahí cerca, en Villa Crespo, ruedan también las testas de Padilla, Camargo y Antezana. En Ciudadela, a pocas cuadras entre sí, están la Plaza Sarmiento y la cortada El Chacho. La jugarreta irónica deja al político y docente argentino, que celebró la decapitación del general Vicente Peñaloza, unido con su enemigo de final trágico en el mapa.

La avenida Avellaneda, en la que se compra ropa al por mayor por la zona de Flores y atraviesa también los barrios de Vélez Sársfield, Floresta y Caballito, recibió su nombre por el Gobernador de Tucumán don Marco, padre de Nicolás, presidente de la Nación entre 1874 y 1880. A don Marco, la cabeza se la cortaron los federales en 1841 en el pueblo de Metán, que también tiene su calle en Parque Chacabuco. Mariano Acha, en Villa Urquiza, es en honor al comandante que terminó decapitado en la Batalla de Agnaco, que ahora es parte de la cartografía de Caballito. “Esta ciudad se llamará Capital Federal, pero claramente es unitaria en sus homenajes. O lo fue hasta 1990″, reflexiona el investigador.

Juan Duarte, hermano de Evita. Según la investigación de Di Maggio, su cabeza fue exhibida en una bandeja en el Congreso, donde se investigó su muerte.

Están también los 300 degollados federales en la masacre de Cañada de Gómez, que como calle queda en Liniers. Eso fue bajo la comandancia de Venancio Flores, que ahora es parte del mapa porteño y atraviesa Caballito, Floresta y Vélez Sarsfield. Quien hizo la vista gorda para la matanza fue Bartolomé Mitre, que en forma de arteria recorre el centro de la ciudad.

La avenida Dorrego, que bordea uno de los paredones del cementerio de Chacarita y zigzaguea entre los barrios de Paternal y Palermo, corta de cuajo algunas calles, que cambian de nombre cuando la cruzan. Esta arteria tiene su carga de degüello. Es otra de las historias en el libro de Di Maggio, que cuenta que la comisión que debió inhumar los restos del gobernador fusilado “encontró el cadáver entero, a excepción de la cabeza que estaba separada del cuerpo en parte, y dividida en varios pedazos, con un golpe de fusil, al parecer al lado izquierdo del pecho”.

Vilela y Quesada, en los barrios de Núñez y Saavedra, son calles en honor a dos decapitados. La coqueta Arenales en Barrio Norte, repleta de plazas y locales chic, se llama así por un militar argentino de origen español que murió entero, pero lo sepultaron sin la cabeza. El coronel José Manuel Pizarro se la quedó para entregársela a la hija del muerto. El macabro emisario tiene su calle entre los barrios de Mataderos y Villa Luro.

Hay muchas formas de mirar una ciudad. Vicente Mario Di Maggio reconstruye Buenos Aires a través de historias de decapitados y verdugos, con los mapas de las historias.

La nómina truculenta se arma así, también con coleccionistas de cabezas. Franz Joseph Gall creó la frenología, una pseudociencia que causo furor en pleno siglo XIX, con el comienzo del positivismo, y empezó a haber un frenesí por compilar cráneos de figuras notables. “Me puse a estudiar eso y aparecieron muchos nuevos casos, no solo de decapitados, sino también de la pulsión por la cabeza trofeo”, cuenta Di Maggio, que agregó estos extras a las Misceláneas cefaléuticas de la segunda edición.

Entonces ahí surgen historias increíbles, pero ciertas, como la que registra a Juan Domingo Perón en su infancia jugando —y asustando a vecinos y sirvientes— con la calavera de Juan Moreira. Es que su abuelo, Tomás Perón, la conservaba en una vitrina porque se la había regalado un intendente. Pero en esta nueva entrega, los casos más truculentos que engrosan la enciclopedia descabellada son los de Eva y Juan Duarte.

“De Evita no se puede decir estrictamente que le hayan cortado la cabeza. Pero para verlo desde la cefaléutica me baso en un comentario de su hermana, que dijo que cuando recuperaron el cuerpo, que tenía en custodia el comandante Carlos Eugenio Moori Koenig, aparte de notar que le habían roto la nariz de un culatazo y las otras execraciones, tenía marcas en el cuello, como si hubieran intentado aserrar o serruchar el cuello”, cuenta el investigador.

El caso de Juan Duarte supera lo tétrico. Después de la Revolución Libertadora, exhumaron el cadáver con la intención, supuesta por el Capitán Gandhi, de demostrar que el hermano de Eva no se había suicidado. Entre los peritajes para demostrar su asesinato se realizaron interrogatorios en el Congreso, que estaba cerrado, con la cabeza del muerto en una bandeja, tapada con un lienzo. En ese escenario tuvieron que declarar Cámpora y también Fanny Navarro, que había sido su amante. Ella se desmayó cuando levantaron la sábana. “Esto era para tratar de quebrarlos”, dice Di Magio, que agrega: “es tremendo, y ya no era el siglo XIX, estamos hablando de mediados del XX”.

El lector que consulte este libro podrá constatar que en el Río de La Plata existe una rica tradición de degollados, decapitadores y coleccionistas de cabezas. Hubo una gesta violenta de la Argentina en el siglo XIX que dejó su marca hasta hacerse casi invisible, pero no por eso inexistente. Perdura de diversas formas y una de las más sorprendentes es que está en los nombres de muchas calles porteñas por las que ahora transitan trabajadores, turistas y vecinos sin notar el morboso pero interesante entramado que traza el mapa.

Quién es Vicente Mario Di Maggio

♦ Nació en Bombay en 1969 y se especializó en Políticas Culturales Internacionales.

♦ En 2006 fundó en Buenos Aires el Teatrito Rioplatense de Entidades.

♦ Es autor de El che, chau y nuestro amor por la ch y Cefaléutica de Buenos Aires.

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