De Florencia Etcheves no hay que decir mucho en Argentina para que, inmediatamente, se sepa quién es. Probablemente, es una de las escritoras más conocidas del panorama contemporáneo y una de las principales representantes del género policiaco en los últimos años en Hispanoamérica. Lleva buen tiempo cultivando el género en sus novelas y varias de ellas han sido adaptadas a la pantalla.
Etcheves es también periodista. Durante tres años consecutivos recibió en su país el Premio Martín Fierro, por su labor, especialmente, en cuanto al empoderamiento femenino se refiere. Su actividad literaria inició en 2007, pero no fue sino hasta el 2012 cuando comenzó a hacerse realmente conocida entre los lectores, con la publicación de su novela “La virgen en tus ojos”.
Su trabajo más reciente, sin embargo, es un libro completamente diferente. Bebe de la tradición del género, sí, pero toma distancia en cuanto a su tratamiento. Etcheves decide probar suerte con la novela histórica y, hasta el momento, parece haber acertado. Frida Kahlo y Diego Rivera, la Casa Azul, México y Buenos Aires son los cimientos de este nuevo libro de la escritora argentina, el cual terminó de tomar forma durante los confinamientos por la pandemia del COVID-19, cuando ya tenía tras de sí un acervo bastante amplio de lecturas al respecto y la investigación alrededor de estos personajes ya había cumplido su propósito.
Cuando empezó a escribir, Etcheves tenía claro que no quería hacer una novela sobre Frida Kahlo y Diego Rivera, que de por sí son personajes que no requieren de mucho tratamiento. Son tan complejos e interesantes en sí mismos que, cualquier ejercicio de ficción que los acoja, tan solo tendrá que dejarlos ser. Su objetivo era tomarlos como referencia y darle el protagonismo a otra figura que le permitiera moldear la ficción a su antojo.
Nayeli es una joven tehuana que ha huido de su hogar y un día llega completamente desamparada a la Ciudad de México. Es muy buena en la cocina y gracias a sus dotes consigue trabajo en la Casa Azul, donde vive Frida Kahlo. Sin proponérselo, termina haciéndose muy cercana a la artista. Su amistad llega a ser muy profunda. El tiempo pasa y ya no es México sino Argentina la tierra que acoge a Nayeli, allí se ha asentado y construido una familia. Frida ha muerto unos años antes. La nieta de la cocinera descubre un día que alguien ha pintado un cuadro en el que su abuela parece ser la protagonista. El autor de la obra es desconocido, pero todo indica que habría sido la misma Frida. ¿Habrá pintado a su cocinera y nunca nadie se dio cuenta?
Esa es la trama detrás de “La cocinera de Frida”, una novela en la que la intriga, la historia, la fuerza de lo femenino, los amores contrariados y las envidias flotan como hojas secas sobre el río. Una pieza que supuso un reto grandísimo para Etcheves, pues, fiel a su oficio como periodista, no podía dejarle todo a la ficción. Había que contrastar datos, ser fiel a la realidad y, al tiempo, conseguir que la verosimilitud en lo imaginado llegara a tocar tanto que, al final, el lector no pudiera darse cuenta de qué es real en la novela y qué no.
El libro ha traído a la autora hasta Colombia para presentarlo en Bogotá, como antesala a su participación en la FILGuadalajara de este año. Su presencia fue la excusa para conversar, no solo alrededor de la construcción de esta novela, que puede ser una de las piezas más ambiciosas que ha concebido hasta ahora, sino también sobre ella y sus lecturas, sobre la maldición del tsundoku y lo bueno que es el café que ambos tomamos mientras hablamos.
Le pregunto a Florencia por los retos a nivel estético que se presentaron en la escritura de esta novela en relación con el resto de su obra.
— La investigación alrededor de los personajes se me presentó, más que como un desafío, como una aventura —responde—. Tuve que adentrarme en un país que no es el mío, costumbres que no son las mías, una época que no es la mía, y un par de personajes (Frida Kahlo y Diego Rivera) de los que yo no conocía demasiado, pero sí sabía que eran unos personajes en sí mismos y muy arraigados en la cultura mexicana. Empecé a trabajar la novela en México y en un momento me di cuenta de que necesitaba un personaje “elástico” para contar lo que yo quería contar. Siempre en mis libros los personajes son inventados. Yo hago y deshago con ellos lo que quiero, pero en este libro no podía hacer eso. Tenía a dos personajes que existieron realmente y que, además, estaban totalmente construidos. Ningún escritor podría hacerlos mejor de lo que en realidad fueron. Son fascinantes. Lo que hice, entonces, fue introducir a un personaje al cual yo pudiera “estirar” en el recorrido de la ficción y ahí es cuando apareció Nayeli Cruz. Construir el arco narrativo para ella fue uno de los retos más exigentes de esta novela, porque ante un personaje como el de Frida, cualquier otro termina invisibilizado.Tomé la decisión de tirarla a Frida muy adelante.
— ¿De qué manera se da cuenta de que hay que separar a Frida del centro de la historia?
— El libro se llama “La cocinera de Frida”, por tanto no es un libro sobre Frida Kahlo, sino sobre Nayeli. Frida y su entorno tenían que ser un marco que me permitieran contar la vida de mi protagonista, no el centro, pero es que Frida como personaje es una figura tan potente que anula todo y eso terminó pasándome en varios pasajes. No podía permitir eso. Entonces, para que la historia no fuera injusta con la protagonista, tuve que construirle un arco narrativo al personaje. No podía ponerla a Frida en la primera página, tenía que ser Nayeli. El reto estuvo en lograr que el lector viera eso como yo.
Respecto a la manera en que consigue darle su lugar a lo que es ficción en relación con lo que es real, me dice que todo partió desde el momento en que concibió a Nayeli.
— Con eso, lo que tuve que hacer fue elegir qué partes de la vida de estos personajes contar— dice—. Lo primero que hice fue devorar todo lo que pude encontrar sobre la vida de Frida Kahlo para así poder ver qué elementos de esa vida me funcionaban a mí para darle forma a la trama que tenía en la cabeza. Hay cosas fascinantes, muchas, pero no todo me servía. Esto no es una biografía, por lo que esos datos tenían que estar siempre al servicio de lo que yo quería contar, y no al revés. Ahí empecé a hacerme muchas preguntas y lo que me facilitó mucho las elecciones es que tanto Frida como Diego son personajes bastante contemporáneos y tienen voz propia. Yo no tuve que inventar nada. Con lo cual, lo que hice fue tomar eso que ya estaba y ponerlo en función de la historia, usando como eje a Nayeli.
— ¿Cuáles fueron esos elementos narrativos que la novela policiaca provee y que se utilizaron, porque la novela así lo reclamaba, para darle forma a la trama?
— Lo que intenté hacer en esta novela fue seguir usando el mismo estilo, que es el que a mí me divierte al momento de escribir. Siento que si cambió eso, me aburriré, y el lector también. En todas mis novelas se repite bastante la narración en dos tiempos. Me gusta mucho la línea del pasado y la del presente en contraposición. En el caso de La cocinera de Frida es un pasado bastante anterior. Me gusta mucho que haya algo que los una, pero no acudo al flashback. En la trama policial, cuando usas ese recurso demasiado, la estructura comienza a flaquear, el candado, que es lo que interesa mantener oculto, pues se abre demasiado pronto. Por eso me gusta escribir en dos tiempos y que el uno dialogue con el otro. En esta novela, usé esa técnica que, me da la sensación de que estoy escribiendo dos libros al mismo tiempo.
— ¿De dónde surgió el interés de escribir sobre esto, de cambiar de orilla?
— Todo empezó por una propuesta editorial. Me dicen que quieren que escriba algo sobre Frida Kahlo y después de darle muchas vueltas, me lancé. La cuestión aquí era que yo podía hacer una trama policiaca con un personaje como este. Bueno, sí podía, pero no estaría bien. Sería algo raro, tipo Frida asesina serial, o espía del gobierno. No hay necesidad de hacer eso. Tomé la decisión, entonces, de enfocarme en un tema que a mí me interesa mucho, y que me interpela: los vínculos entre las mujeres. A partir de eso escribo y, en últimas, sobre eso va esta novela, más allá de los personajes que utilizo.
Por último, hablamos sobre los libros favoritos de Florencia. Se emociona al mencionar a Stephen King, Arturo Pérez Reverte, Gabriel García Márquez , Mario Vargas Llosa y Jorge Fernández Díaz. Nos detenemos para profundizar en su lectura de la obra de Laura Restrepo que, de alguna manera, ha terminado por influir su escritura. Le pregunto por las estrategias periodísticas que utiliza al interior de sus novelas.
— Me gusta muchísimo leer autoras y autores que en algún momento de su recorrido trabajaron como periodistas. Laura Restrepo hace parte de ese grupo, como tantos otros. Con ellos siento que en sus historias de ficción hay mucha verdad, porque, siento yo, los periodistas no terminamos de resignarnos a no trabajar con la verdad. Escribir una novela, al principio, es difícil, porque el dato ya no es lo primordial, después ya te vas resignando, pero no del todo. Eso me gusta de estos escritores, porque me permiten ver experiencias similares a la mía y, además, me hacen entrar más rápido con su forma de contar en esos mundos que están contando.
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