“Debía explicar inmediatamente que yo no pertenecía a ese lugar. Pero no es necesario ni decirlo, nadie pertenecía a ese lugar”. Una mañana de 1968, la escritora y crítica literaria estadounidense Bette Howland (1937-2017) se despertó aturdida. Aún no sabía que estaba en un hospital psiquiátrico de Chicago, su ciudad. Hacía tres días que había intentado quitarse la vida ingiriendo un frasco de pastillas para dormir.
Al igual que muchas mujeres a lo largo de la Historia, Howland —que tenía entonces 31 años y era una madre soltera de clase trabajadora— se sintió agobiada por la crianza de dos niños, un trabajo a media jornada con el que no llegaba a fin de mes, una ciudad que describe como cruel y la imposibilidad de dedicarse a lo que de verdad quería hacer: escribir.
S-3 Una memoria (Eterna Cadencia) es una radiografía del lugar en el que pasó casi un año y donde convivió con doctores y enfermeras que no escuchaban a nadie más que a sí mismos, así como con otros pacientes que habían caído en el mismo pozo y con los que rápidamente sintió tener algo en común: las ganas de terminar con todo.
Publicada originalmente en 1974 y editada ahora en español por primera vez en una versión traducida por Inés Garland, la obra bucea en los límites de la locura, con la intención de mostrar que son mucho más difusos de lo que pensamos.
Si bien se trata del relato de la estancia en la sala y la crisis de la escritora, Howland no mira a la enfermedad mental desde el romanticismo, desde el yo, lo que hace es ponerse en el lugar de una cámara fija y mostrar la vida de las personas que la acompañan en la sala psiquiátrica, que parecen irse fundiendo hasta ser uno solo, uno que podría ser cualquiera. Howland percibe la enfermedad mental como una experiencia común y construye una narración que, sin llegar a ser distante, no es para nada íntima.
Contundente y cruda, pero muy alejada de la estructura tradicional de una memoria, la escritora cuenta los hechos que la llevaron a esta situación solo de forma intermitente y superficial, y deja ver muy poco de sus propios traumas, asumiendo el papel de observadora y no permitiendo que su dolor inunde el texto. Para ella, todos los habitantes de la sala parecen ser la misma persona, y esa persona podríamos ser todos. “Historias como la mía de enfermedad larga y debilitadora, síntomas vagos pero recurrentes, eran comunes en la sala 3″, escribe.
Al leer, uno no tiene la impresión de estar escuchando a la escritora, sino de estar viendo una grabación de la asfixiante sala, por donde deambulan personajes como Iris, que se describe a sí misma como “una maníaco-depresiva de veintisiete años, en pie”, o Guz, que tras cortarse las muñecas camina por la sala con las medias ensangrentadas.
“Has vuelto a nacer”, susurra una voz imaginaria en el oído de Howland cuando despierta. El latido de un corazón es lo único que oye. No es el suyo, es el de la paciente que yace en la cama de al lado enchufada a una máquina. “He conseguido lo que buscaba”, escribe, “que es estar donde quiero estar. No en el hospital en sí mismo, sino libre; libre de mi personalidad, de mi historia personal (...) Odio hablar sobre mí misma, estoy harta de mi vida”.
Se trata de una visión de la locura como liberación, de dejar de esperar que todo mejore. Se trata de abandonarse y asumir: “Durante mucho tiempo me parecía que la vida estaba a punto de empezar. La vida real. Pero siempre había algún obstáculo en el camino. Al final me he dado cuenta de que esos obstáculos eran mi vida”, sentencia.
Es así como, al final del libro, escrito con una prosa directa y sin adornos, uno comprende que no es la empatía del lector lo que la autora está buscando, sino la ausencia de intimidad. Para ella, tanto su enfermedad como el tratamiento son una forma de escapar de su propia vida, en la que ya no quiere tener que pensar. “El sentido de todas las charlas es que te puedas ayudar a ti mismo”, dice, “pero ¿y si llega el momento en que no puedes? Ese es el momento para el que hay que estar preparado”.
¿Cómo es ser Bette Howland? Le preguntaron una vez a la autora. Su respuesta fue “Bette Howland murió hace mucho”.
“S-3. Una memoria” (Fragmento)
Iris se había instalado en la sala de espera con sus cigarrillos, limas de uñas, papeles y sobre, vestida con su pijama de seda, a escribir cartas apoyando los papeles en su rodilla. Hacía aletear una mano abierta en abanico para secar el esmalte de uñas.
Era nueva en S-3; llamativamente alta, de cara blanca, con un flequillo gris mate y una chaqueta Nehru abotonada hasta la pera. Pero su maquillaje de ojos estaba corrido; sus pestañas postizas despegadas.
En otras palabras, como el resto de nosotros, parecía zarrapastrosa. Buscábamos esas señales, por supuesto: ¿a ella qué le pasa? ¿Por qué está aquí? ‘Aquí’ era esa pequeña sala psiquiátrica en el hospital en expansión de la universidad.
Quién es Bette Howland
♦ Nació en 1937 en Chicago y murió en 2017 en Tulsa. Fue escritora y crítica literaria.
♦ El texto autobiográfico S-3 fue su primer libro (1974). También es autora de los libros de relatos Blue in Chicago (1978) y Things to Come and Go (1983, de próxima aparición en Eterna Cadencia).
♦ Recibió las becas Guggenheim (1978) y MacArthur (1984).
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