El nuevo libro de Daniel Samper Pizano no podría ser más como él mismo. Desde que me abre la puerta de su apartamento en Bogotá ya está esbozando una sonrisa. Es jueves al mediodía y, para variar, no llueve. Se juega el Mundial de Fútbol en Catar y la selección de Portugal, con Cristiano Ronaldo en el campo, se mide ante Ghana.
A nuestra espalda, mejor dicho, a la mía, porque él la ve de frente, se encuentra la biblioteca. Es toda una pared que alberga las lecturas de cabecera del escritor. Le explico que vengo a hablar de su libro, pero también de otras cosas, a hacerle preguntas un poco más genéricas. Él me mira como quien se enfrenta por primera vez a un desconocido.
— Este libro es un homenaje a los amigos, pero está dedicado al padre” —le digo— “¿En qué momento comenzó a concebir estos textos? —pregunto.
— Hasta hace unos diez años, publicaba periódicamente textos de humor. He procurado hacer un mosaico de la Colombia que me ha tocado vivir. En cierto momento, me escandalicé por la ignorancia que existe en el país en lo que tiene que ver con nuestra propia historia, entonces me dediqué a escribir una serie de libros en los que pudiera acercarle a los lectores esta historia a través del humor. Son libros, sin embargo, mucho más sólidos, más trabajados. En total fueron alrededor de cinco títulos escritos con mucho fervor durante seis años.
Una vez doy por terminado este episodio, decido volver a esta orilla en la que siempre he estado. El nuevo libro recupera eso. Hay textos que ya habían sido publicados de forma somera en revistas y medios de otros países, pero también hay otros completamente inéditos, escritos específicamente para el libro. Lo cierto es que casi siempre mis libros son recopilaciones de textos que ya he escrito y publicado antes, más un par de cosas nuevas. Este, en particular, puede ser el que más material nuevo ha llegado a tener.
— Se hace humor con factura periodística. Lo que usted escribe hace reír, pero también hace pensar ¿En qué momento de su carrera entiende que el humor es el lenguaje que le permite decir las cosas como quiere?
—Desde que empecé a escribir —contesta—. Mis primeros textos los hice para la revista del colegio. El aguilucho es, quizá, la revista estudiantil más antigua de Latinoamérica, o una de las más antiguas. Fue fundada en 1927, en el Gimnasio Moderno, que fue el colegio donde yo estudié, estuve colaborando ahí y luego de un tiempo terminé dirigiendo la revista. Una vez alguien encontró el primer texto que escribí y publiqué. Era sobre el animal que a mí me gustaría ser. Curiosamente, escogí el elefante, cosa que a mí me da risa, pero a mi hermano Ernesto, seguramente, no le hace gracia. Yo mismo busqué después textos que escribí cuando tenía 10, 12, 14 años y en ellos ya había un acercamiento al humor. Eso no se fue nunca. Ahí estuvo. Ya adulto, empecé a trabajar en el periódico El Tiempo. Entré como reportero y luego me propusieron ser columnista. Muy pronto empecé a escribir con humor, pero con la seriedad del caso. Recuerdo un texto en el que le aconsejaba a los suicidas del Salto del Tequendama que no se arrojaran allí, porque no había agua. Así pues, a lo largo de todo mi recorrido como columnista siempre escribí con humor. Creo que es posible informar también de esa manera. Se puede tocar y bailar en la procesión. Siempre me ha interesado ensayar cosas distintas, no meterme en un solo riel y no salir de ahí.
A esta altura, Samper Pizano ya se ha soltado por completo. Me habla de Francisco de Quevedo, su poeta favorito; de Rubén Darío y de García Márquez. Confiesa que sus referencias están bien alejadas del catolicismo, pero no le presta importancia. Le pregunto por la razón de haber escogido el humor por encima de otros registros, siendo tan buen periodista, si lo ha hecho porque supone un reto para él o solo porque es allí donde se siente más cómodo.
—Creo que es un poco de ambas cosas —responde. Se recoge sobre el asiento y descruza los brazos.
Este nuevo libro suyo tiene lo mejor de ambos registros, el humorístico y el periodístico. Son crónicas y reportajes, y textos inclasificables, en los que Samper Pizano despliega todo su talento narrativo y su enorme jocosidad. No es un libro voluminoso. “La noche que humillaron a mi padre y otros golpes de humor”, así se titula, se lee con risa socarrona y admiración. En sus páginas, el autor rememora el episodio del Festival Vallenato junto a Álvaro Cepeda Samudio y Rafael Escalona; abre la ventana del recuerdo para traer a cuento a Joaquín Sabina y Juan Gossaín, entre muchos otros; habla sobre la maldición de Bochica, las ruidosas madrugadas del Arca de Noé, la era de los excusados atómicos, el elogio de los malos polvos, los sabios consejos para no dejarse retocar y un montón de cosas más.
— El humor es algo que siempre me ha gustado y eso me viene de familia. Crecí en una en la cual, cada vez que nos reuníamos, en lugar de ponernos a hablar de política y esas cosas, nos dedicábamos a burlarnos los unos de los otros, nos tomábamos del pelo entre todos. Con mis amigos las cosas tampoco fueron muy distintas. Nos dedicamos siempre a mamar gallo, a acordarnos de tal cosa o tal persona. El humor siempre me ha permitido sobrevivir en este mundo que, a veces, es tan horrible y tan vergajo.
Entre chiste y chanza, Samper Pizano me habla sobre los libros que ha leído y los autores que le han mostrado el camino más puro del humor en la literatura y el periodismo. Menciona a Giovanni Guareschi y su ‘Don Camilo’, y obvio, al negro Fontanarrosa.
— He aprendido las técnicas del humor en la escritura sin tratar de desmontarlas. Ha sido casi por osmosis —dice.
— ¿En el humor reside un escape para la vida o es más una forma de hacerle frente? —le pregunto.
Se queda callado un momento. Son un par de segundos que me permiten captar la seriedad con la que se toma todo esto, la razón por la que es quien es y hace lo que hace. Samper Pizano es un mamagallista de la más profunda agudeza y, de repente, hablar con él te hace sentir que conoces muy poco, o simplemente no entiendes nada.
—Me parece que se dan las dos cosas al tiempo. Es asalto frontal y huida lateral —responde.
Le menciono una ocasión en que dio un discurso sobre la presencia del humor en el periodismo, en una ceremonia de graduandos en la Universidad Central, en Bogotá. El escritor Roberto Burgos Cantor, quien dirigía el departamento de Creación Literaria en la institución, estaba a la espalda de Samper Pizano cuando dio su discurso. Lo tituló “En defensa del humor”, en un momento en que el humor estaba atravesando una de sus crisis más duras durante el siglo XXI, tras la masacre en el semanario satírico francés Charlie Hebdo. ¿El humor tiene espacio en la sociedad después de algo como esto? Esa era la pregunta que se hacía. Samper Pizano defendió su idea de que el humor tiene el derecho, pero también el deber, de contaminar todas las páginas.
“Defiendo el humor porque consigue proveer de armas notables a los más débiles”, dijo entonces. Aún hoy la pregunta es la misma. ¿Hay espacio para el humor? “Donde aparece un resquicio, el poder asoma el hocico”, lo cito.
— El humor siempre va a encontrar la manera de proponer otro modo de ver las cosas, para que todo sea menos duro. Lo que sucede es que se toma su tiempo, lo necesita. No puede salir al tiempo que se están muriendo las personas en Ucrania. Eso ya no sería humor sino crueldad. Va a aparecer, sí, cuando en algunos meses todos entendamos que es graciosa la forma en que, no conformes con que el planeta nos esté matando, buscamos la forma de exterminarnos. El humor siempre va a sacar la cabeza.
Hablamos de fútbol, naturalmente. Cuando le confieso que soy seguidor del Real Madrid, me pregunta quién fue el responsable de hacerme ese mal. Me río y le respondo que mi padre. Hablamos del Barcelona, también, y del Mundial, que se escucha en un televisor encendido en el salón de al lado. Cuando termina la entrevista, los dos corremos a ver quién ha ganado el partido entre Portugal y Ghana. Ganaron los de Cristiano, pero yo siento que hemos ganado Daniel y yo, al menos un par de minutos extra.
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