¿De dónde viene la escritura? ¿Dónde nace el impulso creativo que mueve a escritores (profesionales o amateurs) a llenar páginas y páginas, pantallas infinitas también, de palabras que traman relatos o poemas que conmueven, interpelan, enojan o maravillan? Inspiración, impulso, necesidad de decir, aullido, trabajo: escribir es un ejercicio misterioso y posible, que tiene que ver con la lectura, pero también con la creatividad, la inventiva, el juego, el hambre de expresar.
Para escribir se necesita, sin duda, leer porque, ya sabemos, la literatura se escribe desde la literatura. Pero también, lo cierto es que para escribir se necesita escribir. Es decir, tomar la pluma, lapicera o birome, el cuadernito, compu o el celu y anotar ideas, frases, sensaciones, un verso, una imagen, palabras que traerán más palabras. Y entonces una voz, un recorrido, una mirada (desde la alcantarilla, diría Pizarnik); una peripecia, un tono, ciertos temas. Porque escritores profesionales o amateurs, de tiempo completo u ocasionales, de bares o de playa, ponen una palabra primero y otra, después y otra más, y así.
Pero ¿cómo empezar? ¿por dónde? Los libros de escribir traen propuestas, ideas, secretos de escritores, ejercicios, desafíos y enigmas, juegos lingüísticos, divertimento literario. Los libros de escribir son un género particular, y también un juguete para usar y usar hasta gastarlos. Son trampolines mágicos, incitadores de aventuras personalísimas, estimulantes e inquietantes, subversivos, seductores. Libros infaltables en la vida de muchos escritores. Y en la mesita de luz, para cada buenos días.
En tiempo potencial
La escritura de hoy es la literatura que vendrá, decían en Francia en los (dorados) años 60. “Literatura potencial”, dijeron entonces el escritor Raymond Queneau y el matemático François Le Lionnais y fundaron un grupo de trabajo, que aún sigue vigente y activo, bautizado Oulipo, (acrónimo de «Ouvroir de littérature potentielle», que quiere decir «Taller de literatura potencial»). El núcleo fundacional estaba integrado también por Georges Perec e Italo Calvino, entre otros que, a contrapelo de todo romanticismo expresivo, escribían a partir de juegos combinatorios, álgebra y una interesante variedad de procedimientos reglados.
En Oulipo. Ejercicios de literatura potencial (Caja Negra), que reúne manifiestos, propuestas, experiencias y reflexiones de Queneau, Perec, Le Loinnals, Calvino y otros, se puede abordar la experiencia y poner la cabeza a funcionar en plan oulipeano: “El proyecto consistirá en una tentativa de exploración metódica, sistemática, de las potencialidades de la literatura o, mejor dicho, de la lengua. Para llevar a cabo esta exploración, el Oulipo se asigna dos tipos de misiones. La primera es inventar estructuras, formas o nuevos desafíos que permitan la producción de obras originales. En esta búsqueda la importación de conceptos matemáticos y la utilización de recursos combinatorios son los principales instrumentos. (…) La segunda misión consiste en examinar antiguas obras literarias para encontrar huellas (a veces evidentes, a veces difíciles de develar) de la utilización de estructuras, formas o restricciones”, dice Marcel Benabou en la Introducción, de 2016, que se titula “Cincuenta siglos del Oulipo, más seis”.
También explicará en este texto que, para Oulipo, un año es un siglo: no olvidemos que se trata de matemática y literatura combinadas. La que brilla por su ausencia es la musa, porque los oulipianos sostienen que el poeta vive en la inspiración: lo demás es trabajo, es decir, búsqueda desde la forma y la estructura.
Hijos rebeldes del surrealismo, los oulipianos dicen más. En el apartado Del buen uso de la restricción, Bernabeu explica: “En el corazón del proyecto oulipiano, como hemos visto, gobierna el principio de la restricción, una idea que no siempre tuvo buenas críticas. Todos aquellos que comulgan con las concepciones románticas del genio creador y de la inspiración (con frecuencia sin advertirlo), todos aquellos para quienes la calidad de un texto reside en su sinceridad o en su autenticidad, desconfían de Oulipo como si se tratara de un extraño delirio. Apenas lo reconocen como un juego, quizá ingenioso, pero que permite ocultar el hueco intelectual o la sequía sentimental de unos extravagantes acróbatas del lenguaje. (…) Sin embargo algunas restricciones (como palíndromos, lipogramas, anagramas, etc.) tienen un carácter universal que debería protegerlas de un juicio tan atrevido”. ¿Y el supuesto mensaje? ¿Y el sentido? Todo eso viene después y tiene más que ver con el lector que con la producción literaria. Después de todo (o antes) un texto sin lector ¿existe? Esta también es una pregunta de Oulipo.
“Todos los escritores, incluso aquellos que disimulan mejor su formalismo, admiten que siempre hay exigencias a las cuales su obra no puede sustraerse” dicen. Y el juego no se detiene: Oulipo sigue vigente y activo después de más de sesenta años de su fundación. El argentino Eduardo Berti participa actualmente del grupo. Mientras tanto, el libro de Oulipo incluye una Caja de herramientas con sugerentes propuestas: vayan dos de muestra. “Leiris: Consiste en definir una palabra apoyándose en las letras y sonoridades que la componen. Ejemplo: Glosario: Globo de Rosario”. Otra: “Poema fundido: Un poema fundido es un poema extraído de un poema mayor. Por ejemplo, de un soneto, extraer un haiku. No se deben utilizar en el poema menor palabras que no estén en el soneto, y tampoco se deben utilizar más de lo que lo están en el poema mayor. La puntuación y el orden de las palabras del texto base no tienen importancia.” ¡A jugar!
“Grafein” significa “yo escribo”
En la década del setenta y principios de los ochentas hubo un grupete local que, a la manera de Oulipo, investigó con pasión, puso cuerpo y palabras, al misterio de la escritura. Se llamó Grafein y dejó un legado de trabajo e investigación que tienen punto de anclaje en su libro Grafein. Teoría y práctica de un taller de escritura (Altalena).
“Este libro no es un ensayo, no es una crónica, no es un manifiesto.
Es un lugar de trabajo.
Para nosotros –para Grafein -, el resumen y la continuidad de un trabajo que lleva seis años.
Para usted, lector, una tarea a realizar.
Escribir.
O hacer escribir.
La consigna es fascinarlo con su propio trabajo.
Tómela o déjela. Si la toma, sepa que no está haciendo nada inocente.
Por algo hemos tenido adhesiones, detracciones, y, lo que es peor, imitaciones.
Usted sabrá.
Terminado el libro, sabrá que la escritura es un trabajo. Y que, cuando los libros se terminan, el trabajo de la escritura debe continuar”.
El prólogo de Grafein… es sucinto y potente. Desde el vamos pronuncia la palabra central: consigna. El libro reúne ochenta consignas: “No son todas, pero están las principales”, advierten los autores, Maite Alvarado, María del Carmen Rodríguez y Mario Tobelem (que pusieron la piedra fundacional) junto con Alcira Bas, María Trinidad Correa, Silvia Adela Kohan y Cristina Santiago. El grupo se multiplicó y se extendió por España: exilios, viajes, idas y vueltas. Hubo más gente, una revista, otras producciones, nuevos libros y muchas aventuras.
“¿Qué lugar tuvo en nuestro trabajo el discurso teórico? Un lugar de investigación. Textos tales como los de Barthes, Todorov, Derrida o Kristeva, compartían la mesa con Welleck y Warren, con la Poética aristotélica, con un cuento de Borges, que funcionaba como pretexto teórico. La discusión no tendía a lograr un acuerdo absoluto (jamás lo habríamos logrado) ni pretendía fundar una nueva teoría. No se trataba de tomar partido por tal o cual postura ya definida. Se trataba, más bien, de jugar también esta partida (como jugadores profesionales), y, haciéndola espejar con el total de la tarea, acordar los puntos básicos que fundamentarían (y en muchos casos ya estaban fundamentando) nuestra actividad”, dice el libro.
Otra de las tensiones de Grafein fue replantear el lugar de la escritura en la academia: ¿por qué en la Facultad de Letras no entra (o no entraba, porque el tiempo dio otras experiencias) el tema -ni mucho menos la práctica- de la escritura creativa? Con el tiempo, y con mucho trabajo, algunos de los integrantes de Grafein, como Maite Alvarado, Gloria Pampillo y Alcira Bas, lograron fundar en el ámbito de la Universidad de Buenos Aires la cátedra de Taller de Expresión de Escritura, en la carrera de Comunicación Social, de Ciencias Sociales, para que futuros periodistas y comunicadores tomaran contacto directo, desde la práctica y desde la reflexión teórica, con la escritura. Lejos del Olimpo y de los milagros inspiradores, sino muy por el contrario, frente a la máquina de escribir (que después fue la computadora) y entre libros, discusiones y muchos borradores, es decir, en el trabajo de escribir.
Trampolín y valla
Un párrafo aparte merece el trabajo de Maite Alvarado con la escritura en la escuela a través de sus libros El pequeño Escriturón y el Nuevo Escriturón (Editorial El Hacedor) en los que la autora –en coautoría con Gustavo Bombini, Istvansch y Daniel Feldman en éste último– propone deliciosas aventuras para escribir. El libro es una aventura sin freno para escritores nóveles y experimentados: las consignas son estimulantes y divertidas y apuntan a trabajar diversos aspectos de la escritura.
Alvarado, maestra de maestros, es autora además de diversos ensayos donde despliega sus ideas sobre “el poder de la consigna”. En Escritura e invención en la Escuela (Fondo de Cultura Económica) dice, por ejemplo: “Si la consigna es ambigua o muy general o incompleta, es decir, si no circunscribe correctamente el problema que el alumno deberá resolver escribiendo, este no podrá encauzar eficazmente su inventio (invención o búsqueda). Una consigna bien formulada no cierra, abre. Al acotar, permite que la imaginación se canalice y se concentre en una dirección, potenciando sus efectos. A veces, la consigna parece lindar con el juego; en otras ocasiones, con un problema matemático. Pero cualquiera sea la ecuación, siempre la consigna tiene algo de valla y algo de trampolín, algo de punto de partida y algo de llegada”. Impulso para siempre.
Del Taller de expresión escrita de la UBA salieron más experiencias y libros, como los de Irene Klein, Cuando escribir se hace cuento (Prometeo) y De la trama al relato. Teoría y práctica del taller de escritura (La parte maldita), en donde ejercicios como la observación, la construcción del verosímil, el extrañamiento, la creatividad, la planificación, la corrección, la investigación literaria son puestos en la mira para darle al escritor el control de su producción textual.
Escribir con los que escriben
Sin consignas o, mejor dicho, con enormes consignas auto-propuestas como “un cuento con …” o “una novela que…” (y estas líneas de puntos se pueden completar con una forma lingüística o un pariente, un recurso estilístico o una casualidad de la vida) algunas personas se largan a la escritura y ejercen el singular y maravilloso oficio de escribir. Muchos de ellos son publicados y leídos copiosamente (los llamamos escritores profesionales, otra nota dará para abrevar en este tema) y sus libros generan lecturas, nuevas ideas, más relatos y libros de crítica, y así el sistema literario crece, la literatura se retroalimenta.
Ocurre a veces que algunos de esos escritores cuentan en otros libros sus modos de trabajo, su aproximación a la página en blanco, y dan incluso algunas pistas, consejos, ideas para escribir.
La escritora Liliana Heker, por ejemplo, publicó en 2019 La trastienda de la escritura (Alfaguara) con el plan de “Indagar los móviles ocultos, las intervenciones del azar, las búsquedas, coartadas y manías que intervienen en la escritura de una ficción. En suma: ahondar en mi propio secreto y comunicárselo a otros”, dice Heker en las palabras preliminares de este libro generoso, en el que abre al lector las puertas a su cuartito de tesoros secretos. Están allí sus motivaciones, imágenes, algunas anécdotas, técnicas y reflexiones sobre esas técnicas.
“Las ganas de escribir vienen escribiendo”, dice Heker y ser escritor tiene que ver con “la búsqueda obsesiva de algo que se escapa pero que una se empecina con pasión en atrapar”. En sus páginas, también encara el tema de la tensión realidad - ficción: “Un escritor, en tanto autor de ficciones, no tiene la obligación moral de ser fiel a los hechos; lo único a lo que le debe fidelidad es a esa impresión compleja –y posiblemente difusa – que lo llevó a privilegiar ese incidente, entre los innumerables que lo vienen atravesando desde siempre. El solo hecho de tomar un segmento de ese continuo que es la realidad ya es intervenir en ella (...) La realidad no construye hechos estéticos; es el escritor quien dispone de esa realidad para construirlos”.
Heker cita ejemplos personales de vivencias que plasmó luego en cuentos (memorables), como el caso de “La sinfonía pastoral”. También contará la alquimia de uno de sus más potentes cuentos, “La fiesta ajena”, y algunos problemas formales. La trastienda de la escritura estimula y (des)orienta, abre posibilidades y nuevos horizontes para quienes busquen escribir, en un tono ameno y profundo, marca de estilo de esta autora.
Otra escritora argentina y contemporánea que decidió abrir la cocina de su escritura es Gabriela Bejerman en El libro de escribir (Rosa Iceberg), donde cuenta muchas de las consignas que despliega desde hace años en sus talleres de escritura. Vamos con una: “Abdominales: Acá hay que arremangarse, meterle todos los días. Son párrafos diarios de gimnasia. Te la digo puntual: Escribir un párrafo cada día describiendo una brevísima situación vista o vivida. El momento en que cambia el semáforo y la horda se manda a cruzar. Revolver la taza. Una pareja de mujeres que, corriendo juntas al pasar, te regalan un cacho de chisme. Visiones, retazos. Picar cebolla. Algo que solo pasó hoy. Algo que sentiste claramente en vos, el instante en que un chiste te anula el malhumor, el fuego de una reacción o el momento en que sube un climatérico calor. Evitar a conciencia toda interpretación, juicio de valor o análisis. Contar tal cual. Ah, por ultimo: describir no es tipear con desgano un informe policial. Ser precisos no es ser un plomazo. Valen la risa y la ironía, el ojo que sabe recortar justo donde se enciende la visión. Una lupa expone. Acá se juega el punto de vista, nuestra hendidura en la cosa contada, nuestra huella directo al corazón lector. Hacer el ejercicio siete días. Descansar tres. Volver a empezar. Y así”.
Los capítulos llevan títulos seductores: Revolver un cajón, A la cucha, 10 ideas para ser feliz este verano, Cómo fue que dejaste de ver a esa persona, Decir que no, Manos, Dedos de las manos, Besar, Sed, Todo lo que dejé, Cosas que nunca tuve… y más. Una caja de sorpresas infinita.
En esta línea de escritores que permiten entrar a su zona de pruebas o taller experimental, uno de los imperdibles es Las clases de Hebe Uhart (Blatt & Ríos), de Liliana Villanueva. El libro cuenta modos, ejercicios, tono y amor de los talleres que la escritora nacida en Moreno (y fallecida en 2018) dictaba en su departamento de Almagro.
Liliana Villanueva (que fue alumna de Hebe durante más de diez años) recopila y sistematiza lo que Uhart hizo desde la práctica: acompañar en la búsqueda de temas, tonos y modos de entrar y navegar en el mar de la escritura. Mientras “me acompaño”, como decía la escritora, “a media rienda”. Villanueva es autora también de Maestros de la escritura (Ediciones Godot), un libro que compila intensas investigaciones sobre el modo de trabajar con la escritura de Leila Guerriero, Alberto Laiseca, Mario Levrero, María Esther Giglio, entre otros. ¡Chapeau!
De colección
Pero aún hay más. Entre la trastienda del escritor y el taller de trabajo, algunas editoriales se animaron a armar colecciones de libros que ponen a la escritura en un lugar central. Libros infaltables en la mesa de luz, la cartera de la dama (o mochila), el bolsillo de todo aquel que quiera escribir.
Documenta/escéncias propone la colección Escribir, libros amorosamente cuidados en los que escritores diversos dirimen sus puntos sobre la escritura. Se trata de una “zona reflexiva” construida con obras que permiten cruzar experiencias en torno a la escritura. En esta colección, Inundación, de Eugenia Almeida, define la escritura como “Desfiladero”.
“La escritura como un entre: el espacio indefinido entre una cosa y otra. Una brecha. Un camino tan angosto que solo puede caminarse de a uno a la vez. Otro modo de nombrar un desfiladero es decir garganta. Ahí donde bulle lo que está por decirse. Lo que puede llegar a la voz o a la letra”. Otros escritores como Juan Forn (Cómo me hice viernes), Camila Sosa Villada (El viaje inútil) y el cronista chileno Leonardo Sanhueza (La partida fantasma) desplegaron sus ideas, propuestas, reflexiones sobre la escritura en esta serie, que sigue creciendo.
Y entonces, el taller hecho libro. Porque Factotum Ediciones se largó con su colección Tinta, libros totalmente experimentales que invitan al riesgo, al juego, a poner cuerpo y emociones en palabras. El último de la serie es (por ahora) Ahora escriba usted – 25 ejercicios de escritura, de Mariano Quirós, autor chaqueño súper premiado, que parte de un relato: “Como a todo el mundo, la pandemia me agarró desprevenido. También me agarro en plena crisis laboral. Un par de meses sin cobrar, el alquiler comiéndome los talones y el ánimo, como es de suponer, en picada. No soy un hombre que sepa hacer muchas cosas. En realidad, soy bastante inútil. Además, ya estoy grande y no es cuestión de improvisar. Desde el Paraná me llegaban los mensajes de whatsapp de Franco, que por su conexión endeble podrán caer a cualquier hora. De madrugada, por ejemplo, cuando las ideas y las lecturas suenan más atravesadas. Que no perdiera tiempo, decía Franco, que el taller ya lo tenía, que normas era cuestión de escribirlo”.
“Un cuento, una novela –intuyo que también un poema, pero yo no escribo poemas – surgen del deseo, de la pena, de la desesperación, quien sabe de dónde. Un taller también se escribe. Así que armé mi propio taller, La luz mala, y yo mismo me apunté”, dice el autor de Una casa junto al tragadero y Campo del cielo, entre otros títulos.
Quirós propone ejercicios que abrevan en la experiencia personal de quien se le anime: “Retorne usted a la niñez”, “Adolezca usted un poco”, “Altere usted su rutina”, “Saque el monstruo que hay en y usted”, “No se enferme, usted”, “Violéntese, usted” y más. A cada ejercicio, detalladamente propuesto, sigue el trabajo del primer integrante del taller, es decir, de Quirós. Un ejercicio de escritura con la escritura (y contra, y desde, y entre, para volver a las premisas de Grafein) pero que solo un escritor podía inventar, desplegar, y aceptar como auto-desafío.
Juego, pasión, modo de vida, fuente y remedio de ansiedades, preguntas e iluminaciones fugaces, pozo de hallazgos, alegrías, calenturas, llantos y risas locas, todo hecho de (desde, para, entre, hacia, por, entre) las palabras. Sólo se trata de elegir el juego y dejarse llevar.
Ahora, es su turno.
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