La escritora brasileña Ana Paula Maia se ha caracterizado por una narrativa situada en el presente; en ella, el papel de la mujer es un elemento circunstancial que permanece en el segundo plano. Su interés se centra en construir mundos masculinos, en su mayoría hombres reservados y solitarios. Ahora, en su más reciente título “De cada quinientos un alma”, estos arquetipos resurgen, la escritora rescata personajes de la serie compuesta por “De ganados y hombres”, “Así en la tierra como debajo de la tierra” y “Entierre a sus muertos”.
La novela “De cada quinientos un alma” da comienzo en un mundo sumido en el caos. Desde que la epidemia tomó lugar las rutas se encuentran desiertas, así como las calles, los parques y las plazas. Las fronteras permanecen cerradas y el abastecimiento se encuentra comprometido, en este mundo la escasez comienza a dar lugar a la desesperación. En las últimas tres semanas, raramente se ha visto un automóvil en circulación. Con la epidemia vino el aislamiento y, en compañía el silencio, el fin del mundo se hace presente o, al menos, el fin del mundo que habitamos.
Un extraño virus hizo que las personas se vieran obligadas a no salir de sus hogares, pero Édgar Wilson no puede abandonar su trabajo, los animales muertos a los costados de la ruta son cada vez más y su deber es recolectarlos. En un mundo, donde ya nada es como solía ser, el ambiente se vuelve cada vez más extraño y también los recorridos a los que Wilson está tan habituado. Un día se reencuentra con Bronco Gil y el exsacerdote Tomás, y una verdad devastadora, en la que están involucrados el Estado y las fuerzas militares, se les va a revelar.
Ana Paula Maia construye un relato sobre un mundo convulso, al borde de su fin, consecuencia de una voluntad divina o un destino producto de la violencia ecológica, una historia que nunca da nada por hecho, un escenario casi apocalíptico con imágenes profundas y situaciones tan impactantes como inolvidables. El encuentro de Bronco Gil y Édgar Wilson, se da en ruta, arrastrados por el cansancio y la desoladora realidad, un ciclo narrativo que parece cerrarse en esta cuarta entrega.
Antes de leer “De cada quinientos un alma”:
De ganados y de hombres
Édgar Wilson trabaja en un matadero como aturdidor, es el encargado de darle a los animales el golpe final, ese antes de que los degüellen y los faenen. Wilson hace su trabajo con pericia, él no hace sufrir a los animales, ya que eso endurece la carne, pero también es un hombre compasivo. Se ve involucrado en lo que a principio parece un robo, pero termina siendo un suicidio colectivo, algo difícil de creer porque los animales no cometen estos actos. Las conversaciones y la hipótesis dejarán al descubierto los límites entre lo humano y lo animal.
Así en la tierra como debajo de la tierra
Ana Paula Maia escribe sobre una colonia penal en vías de desactivación, emplazada en un terreno con un pasado de asesinatos y tortura de esclavos, construida para ser un modelo de detención, se convierte en un campo de exterminio. Melquíades, director y autoridad máxima, cazas reclusos por pura satisfacción personal. Pronto la cárcel se transforma en una arena donde los presos no hacen más que planear su propia fuga sin saber si van a acabar muertos por los guardias o por lo que los espera del lado de afuera de la colonia.
Entierre a sus muertos
Edgar Wilson ha dejado su trabajo como aturdidor. Ahora se dedica a recoger los cuerpos de los animales que mueren en la ruta y llevarlos a un depósito dónde los trituran en un molino, que los convierte en compost. Un día cualquiera, Wilson se encuentra con el cadáver de una mujer ahorcada al ser alarmado por los graznidos de los buitres. Sabe que no debe recoger un cuerpo humano, pero nada a su alrededor cumple la función que le fue asignada: ni la policía, ni el sistema sanitario tienen las herramientas necesarias para resolver la situación.
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