Lo que no se dice de la inseguridad: ¿qué queda después de la violencia?

En su novela “Rejas”, el escritor Walter Lezcano cuenta la historia de una familia del conurbano bonaerense que, tras sufrir un robo armado en su propia casa, deberá hacer todo lo posible por recomponer su tranquilidad perdida. ¿Se puede dejar atrás el rencor ante un hecho traumático?

En "Rejas", novela corta exclusiva de Indie Libros, el escritor argentino Walter Lezcano explora las consecuencias de la violencia y la inseguridad en los integrantes de una familia del conurbano bonaerense que, tras un robo armado en su propia casa, deberán recomponer sus vidas.

La inseguridad es uno de los problemas que más preocupa a los argentinos. Aunque, en su tratamiento, los medios de comunicación suelen poner el foco las pérdidas materiales y las vidas arrebatadas, en general omiten -tal vez por no ser esto tan impactante como la noticia misma- la violencia posterior que sufren las víctimas. ¿Cómo se vive después de presenciar un robo, una entradera, un asesinato?

En su novela corta Rejas, contenido exclusivo de IndieLibros, el escritor argentino Walter Lezcano se zambulle en aquello que los medios descartan: las consecuencias de la inseguridad. Sobre el título, el autor explicó en una entrevista con Infobae: “La reja como una suerte de elemento que puede llegar a resguardar a una familia, la ilusión de que poniendo algún elemento de fierro uno pueda poner un límite frente al mundo violento, esa seguridad que tiene que ver más con un negocio que con lo real”.

Con el robo en su propia casa a una familia del conurbano bonaerense como punto de partida, este libro traza un oscuro camino hacia el derrumbe y la desolación en un policial agresivo donde la valentía se mide con la propia sangre y es imposible mirar atrás sin rencor.

Sobre su incursión en el género, Lezcano dijo: “Me interesaba trabajar el policial porque estoy muy interesado en la violencia física y cómo eso va repercutiendo en la vida la gente y sobre todo la violencia vista en el aspecto social, que es el de la inseguridad. También pienso en las subjetividades y cómo nos relacionamos con esas ideas de seguridad y seguridad del Estado, la policía, la delincuencia, la idea de trabajo, la idea de honestidad”.

Así empieza “Rejas”

La madre y la hija habían quedado conmocionadas después del robo. No podían dormir. Vivían nerviosas por cualquier ruido de afuera y eso les impedía hacer sus cosas en la casa. Estudiar, limpiar la habitación, cocinar, doblar la ropa, tomar mate en el living, todo estaba bajo sospecha y era un recordatorio siniestro, un puente desolador e inevitable hacia una situación que no podían olvidar. La tranquilidad, para ellas, era cosa del pasado.

Eso era durante el día.

Por las noches, daban vueltas esas motos escandalosas que habían inundado el barrio y no paraban un segundo. Les habían modificado el caño de escape para que simulara una lluvia de disparos. Era demencial.

El problema, se dieron cuenta con el correr de los días, no era tanto lo que hacían, sino dónde estaban. Cada lugar de la casa les recordaba lo que había pasado esa madrugada en que entraron los ladrones.

Así que decidieron abandonarla para pasar una temporada en la casa de un matrimonio amigo de la madre. El padre y el hijo estuvieron de acuerdo con esa solución, en principio, transitoria. Y a pesar de que ellos tenían una sensación parecida con la casa, se quedaron.

Mariano, el hijo, estaba un poco cansado de recordarlo: escuchó un ruido en el pasillo, abrió la puerta de su pieza con un sueño descomunal encima del cuerpo y alguien lo apuntaba con un arma. Se despertó en un segundo. No pudo evitar mearse encima y el tipo se le rió en la cara.

El escritor, editor, docente y periodista argentino Walter Lezcano publicó libros como "Nunca seré policía", "Los wachos", "Un millón de latitas" y "El resplandor de la mugre". (Carlos Aletto)

Se preguntaba por qué no podía dominar ese miedo residual que lo asaltaba cuando descansaba en la cama y veía por la ventana que la luna parecía una bola de espejos sin vida, sin gracia, y todo estaba dispuesto como para pasar una noche relajada.

Ya se lo contaría a su novia.

A Raúl, el padre, le pasaba más o menos lo mismo. Recordaba ver a los ladrones metidos en su habitación con el arma en alto, apuntándoles a él y a su mujer, que se tapaba con la sábana porque dormía desnuda, y no podía entender qué había sucedido, cómo se había llegado a ese punto.

Al miedo le sumaba el remordimiento. Raúl no hablaba de estas cuestiones con nadie porque no quería mostrar fragilidad.

El primer día que pasaron solos fue extraño. Pero no se habló de eso porque era una sensación vaporosa que no podían articular. Ni esa sensación ni tampoco ninguna otra que les pasara entre la cabeza y el pecho. Nunca habían sido esa clase de familia que se contara las cosas en las sobremesas o hablara de los problemas para encontrarles una solución entre todos.

La casa parecía deshabitada por completo, pero de un modo perturbador. Era algo más que la ausencia de algunos muebles, electrodomésticos y dos familiares directos y amados, totalmente necesarios para que la vida tuviese algo de ternura. Como si fuera que en las cerámicas y las paredes, en todo eso que los ladrones habían dejado como si fueran cosas inservibles y sin ningún valor, hubiese quedado impregnado aquello que afloró y empezó a reptar por el hogar, y ya no se fue nunca más.

Cuando aún permanecían en la casa la madre y la hermana, Mariano podía sentir en la cercanía de sus cuerpos algo sobrecogedor. Ahora le parecía que con su padre solo en la habitación no alcanzaba para hacerle frente a cualquier eventualidad.

Antes creía que su padre era lo más parecido a un superhéroe que había sobre la faz de la tierra. Su madre se lo había repetido hasta el cansancio y él lo había aceptado como una verdad que no necesitaba ninguna comprobación. Pero ya no era así. Él había visto la forma en la que se había comportado su padre esa madrugada.

—Estoy bien, Raúl.

—¿Necesitás algo?

—No, estamos bien. Acá nos tratan bien…

—Esuchame, no llores. Voy para allá.

—No, no, ya está. Quedate tranquilo. Me agarra esta porquería y no sé cómo carajo manejarlo.

—Pero mirá cómo estás. Dejame que vaya.

—Hablame de Mariano.

—Ahí anda, en su pieza. Se siente perdido sin la tele ni la compu.

—Sí, Valeria con eso está tranquila. Parece que está de vacaciones.

—Controlale todo lo que hace en internet, que está lleno de enfermitos.

—Sí, yo me fijo. Igual ya no es una nena, sabe lo que hace. Bueno, Raúl. Me llaman para comer.

—Dale. Beso.

Raúl fue al kiosco frente a su casa. Miró el cielo mientras atendían a la única persona delante de él. Había una luna enorme sobre su cabeza.

Cuando le tocó el turno pidió dos cigarrillos sueltos y una cerveza negra. El kiosquero le dijo que no tenía cerveza negra. Entonces Raúl pidió la cerveza más fría que tuviera.

Volvió a su casa.

Prendió un cigarrillo después de mucho tiempo. Le dio la primera pitada y fue como cuando Ana le chupaba la pija en lugares públicos: algo deseado con mucha anticipación y que en el instante en el que ocurría tenía una materialidad muy difícil de soportar.

Abrió la cerveza con un cuchillo y tomó directamente del pico. Por un segundo se preguntó si convendría llamarlo a Mariano y convidarle.

Se dijo que no.

Miró los ventanales grandes. Esos que él había puesto por su claustrofobia. Por ahí entraron esos hijos de puta, se dijo.

Era su culpa. Eso lo pensó.

Miró largo rato la pared donde antes estaba el plasma. ¿Cuánto lo había disfrutado? No había llegado a las dos semanas. Ese espacio vacío era casi el mismo que Mariano tenía en su pieza donde apoyaba la netbook que le habían dado en el colegio y con la que le robaba el wifi al vecino.

Sin las redes sociales, el cable, internet, a Mariano los párpados le pesaban. Además estaba consumido porque finalmente, después de tanto hablar, había podido coger con Celeste. Pensar eso le dio una tranquilidad inagotable.

Ese placer será una fruta de la que no se desprenderá más. Y tendrá para su futuro consecuencias durísimas, ya que su desesperación por llevar a la cama a cualquier mina, esa fiebre deportiva y ética, lo arrastrará hacia la mujer de un amigo. Este amigo, que también será un compañero de trabajo que lo ayudará cuando todos le den la espalda, no va a tomar la traición de la mejor manera. Esperará a que ellos salgan del hotel alojamiento donde habrán agotado dos turnos, los encarará y, cuando lo vean, a Mariano se le ocurrirá decir una obviedad: “No es lo que estás pensando”. En ese momento, su amigo sacará un arma, casi con felicidad por sacarse de encima tanta duda y humillación, y le disparará seis veces a Mariano en la cara.

Pero para eso faltaba mucho todavía.

Quién es Walter Lezcano

♦ Nació en Goya, Argentina, en 1979.

♦ Es escritor, docente de Literatura, editor y periodista.

♦ Integra el colectivo de cine independiente Cine Guerrilla.

♦ Publicó libros como Nunca seré policía, Los wachos, Un millón de latitas y El resplandor de la mugre.

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