Jorge Fernández Díaz explica por qué las novelas policiales son tan exitosas en un libro que se puede leer gratis

En “El género policial, nuestro retorno a los cazadores”, el reconocido escritor y periodista argentino plantea que ese tipo de relatos nos permiten volver al antiguo ritual de la caza. El texto se puede conseguir gratis en Bajalibros.

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Jorge Fernández Díaz y su ensayo "El género policial. Nuestro retorno a los cazadores".
Jorge Fernández Díaz y su ensayo "El género policial. Nuestro retorno a los cazadores".

¿De qué se trata, en el fondo, el género policial? ¿Qué intentan hacer esos relatos que han sido desde desafíos de la mente a duelos de la sangre? “Jugamos de vez en cuando a ser cazadores, a seguir pistas, huellas, encontrar nuestra presa apasionadamente a través del policial”, dijo el escritor y periodista Jorge Fernández Díaz en una entrevista con Infobae.

Esa es la hipótesis que sostiene, también, en El género policial, nuestro retorno a los cazadores —un ensayo exclusivo que puede descargarse gratis desde esta página o directamente en el sitio de Bajalibros— y pone el foco en uno de los géneros literarios más leídos para rastrear cuál es su origen y por qué se mantiene tan vital a lo largo del tiempo.

Fernández Díaz es uno de los autores más elegidos por los lectores en Argentina y España, además de ser el creador del célebre policía Remil, que inicia su historia en el bestseller El puñal y sigue en La herida y La traición. También su gran trayectoria de más de cuarenta años en redacciones y la infinidad de historias policiales con las que tuvo contacto lo posicionan como una de las voces autorizadas para reflexionar sobre este género de la literatura universal.

Incluso sus inicios en el diario La Razón cubriendo “el cadáver del día”, según define su trabajo de ese entonces, lo acercan al género como supieron transitarlo Jorge Luis Borges, Guillermo Martínez, Claudia Piñeiro, Pablo de Santis, Roberto Arlt, José Pablo Feinmann, Juan Sasturain, Osvaldo Soriano, Martín Caparrós y Rodolfo Walsh, entre otros. Fernández Díaz ofrece un ensayo inteligente y explosivo con gran vigencia.

La prosa policial dramatiza la caza”, escribe Fernández Díaz en El género policial, nuestro retorno a los cazadores, “actividad atávica del hombre que comenzó en la prehistoria y que, por lo tanto, se encuentra inscripta en nuestro genoma. El hombre civilizado lee acerca de peripecias y persecuciones porque tiene dentro de sí ese ímpetu dormido, ese ADN explorador y carnívoro”. Y continúa: “Resulta irresistible ‘revivir’ las múltiples experiencias del cazador primigenio: los detalles, la conjetura, el seguimiento, el acorralamiento y el asalto final”.

Esta vez, el periodista argentino y escritor argentino cuenta en primera persona su experiencia de escritura de El género policial, nuestro retorno a los cazadores, que se puede descargar gratis. Cómo surgió el ensayo, qué lecturas rastreó para pensarlo, qué revelaciones aparecieron en el proceso de escritura y qué sensaciones tuvo a medida que ese proceso ocurría son algunas claves de lectura.

Jorge Fernández Díaz en Infobae.
Jorge Fernández Díaz en Infobae.

Cómo escribí “El género policial, nuestro retorno a los cazadores”

Asegura Javier Cercas que todas las novelas tienen en su corazón una pregunta y que el libro al final es la laboriosa búsqueda de una posible respuesta. Es por eso que, como alguna vez insinuó Borges, quizá toda novela es una novela de enigma. Podría arriesgar entonces que también los ensayos que nos importan siguen la misma lógica. La pregunta suele ser simple de articular y muy difícil de resolver. La pregunta que disparó El género policial, nuestro retorno a los cazadores se lanzó una noche, en una cena regada con Malbec donde había editores y productores de cine y televisión. En esa larga sobremesa, alguien dejó caer una duda: “¿Por qué cada vez se leen y se ven más historias policiales, por qué los lectores y los espectadores siguen con voracidad esa clase de formatos?”.

Hubo aquella noche celebratoria muchas teorías acerca de esa necesidad y de esa vigencia, y yo acerqué modestamente la mía. Más adelante, releyendo a Piglia, me di cuenta de que su explicación era ingeniosa pero insuficiente: el detective es un lector. Para mí el detective es un cazador, y eso tiene una explicación psicológica y principalmente genética: el hombre primigenio cazaba para vivir, seguía huellas, desentrañaba misterios de la selva, sorteaba peligros y al final conseguía la preciada presa. La civilización y la cultura le arrebataron, muchos siglos después, esa pulsión esencial creada junto con la conciencia, esa vocación inscripta a fuego en su genoma. El lector vive hoy vicariamente esa experiencia renovada con los relatos policiales.

Ricardo Piglia.
Ricardo Piglia.

Me di cuenta de que allí había una tesis para desarrollar, y me propuse hacerlo revisando la profusa bibliografía teórica del género. Al final de ese largo pero gozoso camino, una tarde en la magnífica sala de la Biblioteca Jorge Luis Borges, leí en voz alta este ensayo ante mis camaradas de la Academia Argentina de Letras. Aproveché el texto para incorporar las novedades y metamorfosis que el género había experimentado en las últimas cinco décadas, y al final los académicos no pudieron resistir la tentación de entregarse un largo rato a una tertulia, en la que cada uno mencionaba sus autores policiales preferidos.

Los argentinos hemos tenido suerte: Borges, Bioy Casares, Silvina Ocampo y el propio Ricardo Piglia defendieron a capa y espada la nobleza de la literatura policíaca. Aun así, muchos críticos posteriores y actuales han decidido excluirla de su cartografía por tratarse de un “género popular”. Ese increíble y vetusto prejuicio, basado en que los géneros merodean necesariamente el clisé y en que el gusto vulgar es sinónimo de mediocridad, no resulta solo una tara argentina.

Patricia Highsmith (Sophie Bassouls/Sygma/Sygma via Getty Images)
Patricia Highsmith (Sophie Bassouls/Sygma/Sygma via Getty Images)

La Academia Sueca es capaz de darle el Premio Nobel a un cantautor -Bob Dylan, que también lo merece-, pero jamás a un escritor policial. Nunca se les pasó ni siquiera por la cabeza que lo merecían en su tiempo Raymond Chandler, George Simenon o Patricia Highsmith, Ross MacDonald, John Le Carré o Elmore Leonard, y hoy brillan siempre por su ausencia en las listas de candidatos Pierre Lamaitre, Fred Vargas, John Banville o James Ellroy.

Ese texto académico, que reivindica a contracorriente la excelencia del género, se transformó en este libro cuando Patricia Kolesnicov me propuso publicarlo bajo el título que lleva: El género policial. Nuestro retorno a los cazadores. Espero haber respondido aquella pregunta original, y espero también que lo disfruten.

Así empieza “El género policial. Nuestro retorno a los cazadores”

En uno de sus últimos textos críticos, Ricardo Piglia sostiene que el detective es una de las mayores representaciones modernas de la figura del lector. Acude, para demostrarlo, al cuento que funda todo el género: Los crímenes de la calle Morgue, que comienza precisamente en una librería de Montmartre y que presenta en sociedad a Auguste Dupin, un bibliófilo incurable. Su autor, Edgar Allan Poe, que cultivaba a la vez el relato gótico y sobrenatural, inventa en ese texto positivista la ficción policial, y con ese simple movimiento tiende un puente simbólico y perfecto entre el fin de una era y el comienzo de otra.

Se ha escrito mucho acerca de que la novela criminal era hija del conservadurismo victoriano y de la burguesía moderna, donde el asesino rompía el orden establecido y el investigador lo restituía. Jorge Luis Borges no contradecía esta hipótesis, pero tenía sus propias ideas sobre el tema. En una conferencia de 1979, afirma: “Poe no quería que el género policial fuera un género realista, quería que fuera un género intelectual, un género fantástico si ustedes quieren, pero un género fantástico de la inteligencia”.

El orangután asesino de "Los crímenes de la calle Morgue"
El orangután asesino de "Los crímenes de la calle Morgue"

En efecto, las facultades razonadoras de esos primeros detectives eran tan portentosas, geniales y a menudo rebuscadas que resultaban sobrehumanas, increíbles, en el fondo fantásticas. Es curioso porque esta verdadera operación de superpoderes cuasi mágicos se hacía en nombre de la ciencia. Sherlock Holmes la llamaba, en concreto, “la ciencia del razonamiento deductivo”, algo que en ese momento también era una completa ficción, pero que le garantizaba verosimilitud literaria y anticipaba rudimentariamente la criminología.

Esta disciplina social contemporánea estudia las causas y circunstancias de los distintos delitos, la personalidad de los delincuentes y el tratamiento adecuado para su represión, pero poco se parece a aquella observación infalible, milagrosa y clarividente de los investigadores ficcionales del policial “blanco”, todos ellos héroes de una agudeza exagerada, claramente imposible.

La definición de Borges es muy poco citada por los críticos pero resulta crucial, puesto que explica muy bien la inminente derivación norteamericana, la llamada “novela negra”, que no es fruto entonces del género fantástico como su predecesora, sino del realismo. Esta diferencia radical explica en gran parte toda la genealogía de una literatura que ha mutado y ha encontrado nuevas formas híbridas, pero que no ha dejado de producir grandes escritores ni de multiplicar lectores en todas las épocas y en todas partes del mundo.

Su explosiva vigencia no se explica, a mi entender, en el hecho de que el detective sea efectivamente un lector, como prefiere Piglia, sino en que representaba entonces, y sigue encarnando ahora mismo, la figura del cazador. La prosa policial dramatiza la caza, actividad atávica del hombre que comenzó en la prehistoria y que, por lo tanto, se encuentra inscripta en nuestro genoma. El hombre civilizado lee acerca de peripecias y persecuciones porque tiene dentro de sí ese ímpetu dormido, ese ADN explorador y carnívoro, y porque le resulta irresistible “revivir” las múltiples experiencias del cazador primigenio: los detalles, la conjetura, el seguimiento, el acorralamiento y el asalto final.

Salvador Vázquez de Parga, tal vez el máximo especialista español de toda esta novelística, lo explica a su manera: “La novela policial es el relato de una persecución —escribe—. Hasta ahora los teóricos del tema han cifrado el corazón de la novela criminal en el enigma, y realmente en ningún caso puede carecer de él, pero su situación como punto álgido de la trama puede hallarse desplazada. La novela detectivesca pura hace efectivamente del problema el centro de gravedad alrededor del cual gira toda la narración. Las distintas transformaciones del género, sin embargo, han podido desplazar el punto vital al misterio, al suspenso, a la aventura, a la acción, al criminal, a la víctima, a la sociedad, al ambiente, etc., dando lugar a los distintos subgéneros de la literatura criminal”.

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