En los últimos días las redes de Banksy, el grafitero más famoso del mundo, volvieron a activarse. Lo hacen intermitentemente y se convirtieron en la forma de confirmar que en algún rincón del mundo el artista volvió a dejar una obra.
Este noviembre Banksy compartió un video en el que se lo ve trabajar en piezas que instaló entre los escombros de la ciudad de Horenka, en Ucrania, en plena guerra con Rusia. Pero a poco de esa publicación, otra sorprendió a sus casi 12 millones de seguidores.
Banksy publicó la foto de un local de ropa de la marca Guess sobre la calle Regent, en Londres, donde una vidriera exhibe modelos de camperas y remeras con sus diseños. Al post, el artista sumó este mensaje:
“Atención a todos los ladrones de tiendas. Por favor, vayan a Guess en la calle Regent. Se ayudaron a ellos mismos usando muchas de mis obras sin preguntar. ¿Cómo puede estar mal que ustedes hagan lo mismo con su ropa?”.
Es la primera vez que el inglés insta a una acción a sus followers. Pero no es la primera vez que “el grafitero más famoso del mundo” envía un mensaje a través de Internet, sugiriendo una “misión” para que sus seguidores salgan a la calle. Arturo Pérez-Reverte ya lo había imaginado y escrito en El francotirador paciente (Alfaguara), en 2013.
En la novela, el personaje Sniper, según el propio Pérez-Reverte “el artista más famoso y más buscado del arte urbano, a medio camino entre Banksy y Salman Rushdie”, pone retos a sus seguidores, con mensajes que va dejando en el mundo virtual. Así, los saca a la calle a cumplir con distintos objetivos:
“Una forma de resumirlo, concluí. Acontecimientos en toda regla que trascendían los límites del simple grafiti y y lanzaban a la calle, de forma automática, a una legión de chicos jóvenes y otros que no lo eran tanto, con aerosoles y rotuladores en las mochilas, dispuestos a quemar a toda costa el objetivo u objetivos, por difíciles que fuesen. Era precisamente el grado extremo de dificultad, o de riesgo, lo que convertía cada idea lanzada -Internet, pintadas callejeras, mensajes de móviles y boca a boca- en un acontecimiento que movilizaba a la comunidad internacional de escritores de paredes y ponía en estado de alerta a las autoridades”, escribe el español en su novela de 2013.
Durante una de esas pruebas lanzadas por el grafitero, un joven español, Daniel, muere al intentar escribir “Holden”, su tag (pseudónimo con el que firman los grafiteros), en lo alto de un edificio. A partir de eso, la periodista Alejandra Varela, una de las protagonistas de la historia, es contratada para buscar a Sniper, en un viaje que la llevará tras su rastro de pintura a lo largo de distintos países y que asoma en esta conversación, parte de El francotirador paciente:
—(…) De pronto se corría la voz: “Sniper propone la curva del kilómetro tal de la R-4, o el túnel de El Pardo, o la Torre Picasso”… Y allá íbamos como soldados. Los que se atrevían, claro. A merodear e intentarlo, por o menos. A comprobar quién le echaba huevos. Solían ser sitios peligrosos, por lo general. Cualquiera podría haberlo hecho, si no. Eso nos picaba, claro. A Dani, a mí. A todos.
—¿Y él?… ¿No aparecía por allí?
—Nunca. No tenía nada que demostrar, ¿comprendes?…. Lo había hecho todo, ya. O casi. Lo máximo. Ahora actúa muy de tarde en tarde. Sólo cosas especiales, que hacen flipar. A veces anda jodiendo en museos y sitios así. El resto del tiempo está callado, a lo suyo. Sin comerte la oreja. Y de pronto suelta ideas.
Aunque todo indica que Pérez-Reverte se inspiró en Banksy para crear a Sniper, el autor español hace que el artista británico de carne y hueso y el que él inventó en la ficción sean contemporáneos y hasta menciona al inglés en algunos pasajes. Son los dos parte de un multiverso literario. Comparten sin embargo la filosofía, el estilo, el anonimato y hasta sus primeras obras datan de las mismas fechas (mediados de los 70′s y 80′s). No es difícil descubrir que el Sniper del libro es el Banksy del mundo real.
Todo lo que genera Sniper en la historia, en los otros grafiteros, esa mezcla de admiración, fascinación y en muchos casos justificación, recuerda a debates que se volvieron muy comunes en los últimos años alrededor del oriundo de Bristol (de los pocos datos que se conocen de Banksy); la superestrella indiscutida del arte urbano.
Uno de esos ejemplos es esta charla entre la periodista Varela y un grafitero, SO4, tras la muerte de Daniel (Holden) y de otros grafiteros, mientras intentaban cumplir con las “misiones” de Sniper:
—Nadie puede cargarle a Sniper la responsabilidad—dijo SO4—él sólo dá ideas. Y cada quien es cada cual.
—¿Y qué opinas de él?… Al fin y al cabo murió tu compañero. Tu amigo.
—Lo de Dani no fue culpa de Sniper. Acusarlo es no entender el tema.
—Es triste, ¿no te parece?… Que se matara en una intervención sobre el edificio de la fundación que preside su padre.
—Es que ése era el punto, precisamente. Su motivo para hacerlo. Por eso no me dejó ir con él.
—¿Y qué se cuenta entre los escritores? ¿Dónde crees que Sniper se esconde ahora?
—Ni idea— de nuevo me observaba receloso—. Nunca da pistas sobre eso.
—Aún así, sigue siendo un superlíder.
—Él no quiere liderar una mierda. Sólo actúa.
Tras decir eso permaneció un momento callado, muy serio, contemplando sus zapatillas salpicadas de pintura. Al cabo movió la cabeza.
—Esté donde esté, escondido o no, sigue siendo un crack. Pocos le han visto la cara, nunca lo pillaron con una lata en la mano… Venían de fuera, los guiris, a fotografiar sus cosas antes de que las tacharan o quitaran de allí. Llegó un momento en que casi dejó de actuar en paredes, pero lo poco suyo que quedaba no lo tocaba ni Dios. Nadie se atrevía. Hasta que el ayuntamiento decidió, por presiones de críticos de arte, galeristas y esa gente que se embolsa los cheques, declararlas de interés cultural, o algo parecido.
Es por eso que el mensaje en la última publicación del inglés, hablándoles a sus seguidores, recuerda al Sniper de Pérez Reverte. Pero Banksy es humano. Algunas publicaciones aseguran que la marca de ropa Guess reforzó las medidas de seguridad en la tienda de Regent Street. Otros lo creen una estrategia de marketing de la que el artista es parte.
Desde hace tiempo distintas franquicias buscan hacerse de Banksy o, en su defecto, de su poder creativo. Pero es verdad que hacerlo deliberada y explícitamente traería una catarata de críticas contra él. Es que en parte es justamente reconocido por sus trabajos contra la sociedad de consumo, la propia industria del arte y el dinero que se invierte desmesuradamente en eso.
En el año 2012 el grafitero estadounidense Kidult pintó con letras rojas la palabra “ART” (arte) en el frente de la tienda que el diseñador Marc Jacobs tiene ubicada en el exclusivo barrio del SoHo neoyorquino. La respuesta de la marca fue una edición limitada de remeras con la imagen del local intervenido por el artista y la leyenda “Art by Art Jacobs”. Se vendieron a 686 dólares cada una y hay fuentes aseguran que fue ese el costo de volver a pintar la fachada. La historia siguió, pero lo que importa es que después de la ¿crítica? de Kidult, la marca estuvo en boca de todos.
Un año después el propio Banksy fue protagonista de una sucesión de hechos, al menos, llamativos. En febrero de 2013 parte de una pared en la que había una obra del artista que se llamó Slave labour desapareció en plena calle. En una ciudad vigilada y monitoreada como Londres, alguien logró picar el muro sobre la avenida Whymark, al norte de la capital inglesa, y fugarse con la pieza.
La obra había sido pintada por el artista apenas un año atrás para el “Queen´s Jubilee”, y mostraba una crítica al trabajo esclavo infantil en la que se veía a un niño coser banderas británicas en un cordel, una referencia a las típicas guirnaldas que para esa fecha decoran las calles londinenses. Su extraña desaparición no fue menos extraña que su aparición unos meses más tarde, en Miami, Estados Unidos, siendo subastada en Ebay.
Tras conocerse la noticia activistas ingleses reclamaron que la pared volviera a su país y llegaron a manifestarse con pancartas y mensajes en los que se leía “Devuelvan nuestro Banksy”. Lograron su objetivo, pero el final de la historia no fue del todo feliz. El muro no regresó a la pared en avenida Whymark, sino que fue subastado con una base de 900.000 libras en Inglaterra. Si alguien como Banksy quisiera poner precio a una de sus obras sin dañar su imagen, podría pensarse que fue una estrategia conveniente. Pero como muchas cosas sobre él, estas son especulaciones.
En este punto el llamado a la acción luego de que la tienda Guess le dedicara una vidriera entera (¿sin su permiso?) vuelve a llenarse de interrogantes y recuerda a los mensajes de Sniper en la novela de Pérez-Reverte. A ese pedido desde las sombras, a esa misión coordinada desde el anonimato por el grafitero más buscado. En todo caso, que el arte se vende no es novedad. Un cartel se repite a lo largo de museos y galerías alrededor del mundo, una misma leyenda que el propio Banksy eligió para dar nombre a su primer documental en 2010: “La salida es por la tienda de regalos”.
Seguir leyendo: