“Existen cuatro clases de países: los desarrollados, los en vías de desarrollo, Japón, y Argentina”, establecía famosamente Simon Kuznets, Premio Nobel de Economía del año 1971. Su punto, por supuesto, no era que Japón y Argentina se parecieran, sino que eran casos virtualmente opuestos. El país asiático se presentaba como un ejemplo de país no desarrollado que logró desarrollarse, mientras que Argentina represtantaba el caso de uno que era (relativamente) desarrollado, pero se des-desarrolló.
Es difícil establecer el conjunto de razones que hicieron de la economía argentina lo que es en el presente. Es indudable que la inestabilidad macro que caracterizó y caracteriza a nuestro país ha sido una propiedad recurrente y problemática, pero entonces la pregunta da un paso hacia atrás, y debemos interrogarnos por el origen de esta inestabilidad en primera instancia. Quizás la mejor forma de evitar esta regresión infinita sea apartarse un poco de la pregunta original.
Eso es precisamente lo que hace Adrián Ravier en Raíces del Pensamiento Económico Argentino, un libro editado por Grupo Unión que recorre los encuentros de la intelectualidad y la política argentina con algunas de las teorías y escuelas que dominaron el pensamiento económico desde Adam Smith hasta nuestros días.
Junto a Ravier, otros diez economistas especializados escriben artículos que detallan las ideas de las diferentes escuelas, con el objetivo de conectarlas con los distintos actores de la realidad local. Es así que por momentos el análisis se concentra en la revisión y explicación de las doctrinas, mientras que en otros se estudian algunas de sus aplicaciones a las distintas políticas económicas llevadas adelante.
No es fácil organizar los vínculos entre las distintas escuelas analíticas y el derrotero de nuestro país. De hecho, el libro no privilegia la búsqueda de un recorrido histórico definido, sino que prefiere el camino menos ambicioso y más seguro de presentar diferentes grupos de teorías de manera selectiva y relativamente independiente. Pero el resultado es igual de efectivo, y lejos de dar lugar a confusiones, Raíces… permite una lectura amena de las ideas que representan a las escuelas de pensamiento, con anécdotas varias, y algunas sorpresas para quienes tienden a encasillar a ciertos autores en una única idea dogmática.
Hay de todos modos un mínimo intento en el estudio introductorio por parte del editor de asociar las influencias de ciertas teorías extranjeras con revoluciones científicas. Dados los éxitos y fracasos parciales de casi todas las teorías existentes y de sus aplicaciones, Ravier se ve obligado a determinar cuál es ese faro intelectual.
En esta búsqueda, su formación y convicciones lo llevan a ponderar con algún énfasis las ideas liberal-libertarias, y es claro en su análisis que considera a este contenido teórico como la referencia a seguir, presentando otras visiones como eventuales desvíos de este objetivo medular.
De algún modo, esta perspectiva no le deja a Ravier otra opción que alertar acerca de las peligrosas contrarrevoluciones en la teoría económica, que son las que presuntamente retrasarían la adopción de virtuosos principios liberales. En virtud de verdad, este parece un aspecto suficientemente controvertido, y no resulta obvio cómo dirimir a partir de la disección de las escuelas de pensamiento el carácter potencialmente científico de una disciplina que es esencialmente social.
Los primeros cuatro capítulos del libro recorren la tradición librecambista y sus orígenes en Argentina. Se arranca desde muy temprano identificando las raíces liberales en el pensamiento económico que rodeó la Revolución de Mayo, resaltando a través del trabajo de Ricardo Manuel Rojas algunas ideas de Manuel Belgrano (el “primer economista argentino”, curiosamente rescatado para sí por ambos lados del espectro ideológico) y de Juan Hipólito Vieytes.
Le sigue un análisis de Ricardo López Göttig de las nociones de economía predominantes en la llamada “generación de 1937″ que incluyó entre sus exponentes a algunos Presidentes de la Nación. El libro continúa luego evocando las concepciones liberales clásicas de Juan Bautista Alberdi, a través de un capítulo elaborado por Alejandro Gómez. La cuarta pata liberal de esta primera parte se completa con otro capítulo de Göttig acerca del socialismo librecambista en el Congreso Argentino entre 1912 y 1914.
A partir de allí, la obra se organiza presentando de manera algo más sistematizada por escuelas de pensamiento económico. Aún cuando las posturas librecambistas sobresalen, Raíces… está muy lejos de ser un panfleto. Los conceptos no estrictamente liberales se presentan con la dosis justa de presencia y objetividad, incluso escritas por autores que no necesariamente comulgan con las versiones libertarias que abriga el pensamiento de Ravier.
Encontramos por ejemplo un capítulo de Saúl Keifman y Luis Blaum sobre el keynesianismo en Argentina, y otro de Daniel Heymann explorando la obra fundamental de Raúl Prebisch. La influencia de las ideas socialistas y marxistas, en cambio, están tamizadas por la visión de autores que no tienen ascendencia en esta tradición. A diferencia de otros ensayos en la dirección libertaria, en Raíces… hay un intento decidido y explícito de transparentar ideas propias, y abrir la discusión a visiones alternativas.
Varios de los artículos destilan un componente pedagógico que bien puede ser destinado a enseñar y aprender teoría económica. En esta línea educativa sobresale, como casi siempre, el aporte de Juan Carlos de Pablo, que explora el rol de la polémica Escuela de Chicago en Argentina (haciendo, de paso, énfasis en la versión “pendenciera” de Milton Friedman), y explicando con claridad los aportes de varios de sus principales exponentes.
Tras este capítulo, el libro se cierra con algunas perspectivas más modernas sobre Derecho y Economía, Elección Pública y Economía Institucional, que complementaron los desarrollos de la economía neoclásica, y que son presentados con detalle por Martín Krause. El resto de los capítulos que completan el libro recorren la Escuela Austríaca (Ravier y Benegas Lynch hijo) y la economía social de mercado (Marcelo Resico).
El resultado de todas estas influencias escolásticas en Argentina parece haber dejado un saldo negativo para el liberalismo. El propio Ravier reconoce que las ideas intervencionistas predominaron por sobre las de libre mercado, determinando una suerte de “triunfo keynesiano”. Este triunfo podría ser matizado por la clara dirección de los incentivos que guían a los hacedores de política, que obviamente encuentran más atractivas las ideas en las que la decisión central tiene un mayor protagonismo (y desde luego, un mayor financiamiento).
Al mismo tiempo, es difícil localizar en Raíces… los desengaños que también se produjeron a la hora de aplicar en el país diferentes planes con orientacion liberal. Aún sin ir demasiado a fondo en este tema, parece necesaria una explicación algo más precisa de las razones que llevaron a estas decepciones, para entender mejor si estas agendas tienen defectos profundos en sí mismas, o si sólo funcionan entregando los efectos prometidos bajo determinadas condiciones.
El caso argentino, con su historia de fracasos contundentes de casi todas la teorías económicas conocidas, invita a un conjunto de reflexiones interesantes. ¿Hasta dónde el problema es la pretendida pero errónea universalidad de las escuelas de pensamiento importadas? ¿Hasta dónde la dificultad reside en una errónea selección de las teorías disponibles? ¿Hasta dónde enfrentamos obstáculos para la aplicación de estas ideas específicas a nuestro entorno? Y si decidimos que la pregunta pertinente es esta última: ¿es ello consecuencia de quienes llevan adelante la política económica, o bien de las restricciones que imponen las propiedades estructurales que caracterizan a nuestra economía?
Y yendo a las dificultades más modernas que nos acosan, muchas discusiones coyunturales parecen carecer de fundamentos teóricos sólidos a los cuales recurrir. ¿Debe atacarse la inestabilidad nominal mediante un plan de shock o un plan gradualista? ¿Es la liberalización automática de la cuenta capital (el “cepo”) una solución sin costos en lo inmediato? ¿Quienes ganan y quienes pierden con un plan de austeridad destinado a estabilizar la economía? Quiero dejar sentada en esta reseña mi impresión de que el manual científico de la economía no alcanza para responder varios de estos interrogantes de una manera asertiva.
Desde luego, sería injusto culpar a Raíces… de no atacar directamente estas cuestiones o pretender tener todas las respuestas. De hecho, el libro aporta varias ideas útiles para orientar el debate. Escrito en un tono afable para el gran público, presenta al mismo tiempo con erudición a una cantidad enorme de economistas teóricos, y es esta la razón principal por la que se trata de una obra que contribuye a la historia del pensamiento económico.
En mi opinión, el libro se queda algo corto en la provisión de conclusiones generales, que el lector debe rescatar por sí mismo. La introducción de Ravier contiene en sus párrafos finales algunas ideas, pero podría haber sido útil contar con algunas frases e ideas conclusivas tras leer los artículos, a fin de dejar planteados cuestionamientos, interrogantes y nuevos desafíos.
Otra conclusión que no parece surgir con claridad de la obra es el tratamiento del desarrollo intelectual independiente de las ideas económicas por parte de los economistas locales. Hay más de un ejemplo de que los países no desarrollados debieron en algún momento apelar a sus propias teorías y modelos dada la insuficiencia de las teorías desarrolladas en otras latitudes para atender las patologías propias.
¿Sugiere la visión “cientificista” de la economía que Ravier parece privilegiar en Raíces… que las teorías propias se consideran más aventureras que virtuosas, y que conviene atenerse a los grandes pensadores de los países más desarrollados? Queda el interrogante.
Con todo, el trabajo deja un saldo más que positivo. Raíces… no oculta sus principios libertarios, pero su versión cordial y abierta deja la sensación de que los intercambios intelectuales pueden contribuir, no sé si a determinar los fundamentos conceptuales de la economía argentina y de sus exponentes, pero sí quizás a alcanzar consensos mínimos en los debates que nos permitan volver al camino del desarrollo perdido. O al menos para intentar desdecir un poco a Kuznets.
“Raíces del Pensamiento Económico Argentino” (fragmento)
En el siglo XIX las ideas del Laissez Faire y el pensamiento clásico de Adam Smith llegaron a la Argentina con Manuel Belgrano e Hipólito Vieytes, las que luego se expandieron con la generación del 37 y se plasmaron en la constitución que nos legó Juan Bautista Alberdi.
El abandono del proteccionismo español y el abrazo a la división internacional del trabajo y el libre comercio le permitió a Argentina iniciar un camino de desarrollo económico que nos convirtió en el granero del mundo. Incluso cierto socialismo librecambista parecía comprender hacia fines del siglo XIX las ventajas de la apertura económica, como fue el caso del pensamiento económico de Juan B. Justo.
En el siglo XX, sin embargo, golpes de estado y reformas constitucionales desde lo político, llevan a abandonar las bases fundacionales de la constitución argentina, provocando un retorno al proteccionismo mercantilista. Prevalece entonces un modelo hacia adentro basado en la sustitución de importaciones y el vivir de lo nuestro, lo que nos conduce a cierto aislamiento que poco a poco, de manera gradual, nos retira del lugar privilegiado que ocupábamos hasta la primera guerra mundial.
Ciertos autores como Jorge Schvarzer (2000), quien fuera profesor de Estructura Económica Argentina en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, señalan que tal modelo no fue adoptado por elección, sino que la Argentina fue forzada por la coyuntura global, mientras se cerraban los mercados y cambiaban los términos de intercambio.
Lo cierto es que la coyuntura global cambió muchas veces en las décadas siguientes, y con ello también lo hicieron los términos de intercambio, pero ya Argentina nunca más –o por períodos muy cortos de tiempo- se permitió recuperar el modelo de economía abierta que acompañó al modelo agro-exportador.
No sé si es correcto afirmar que ha prevalecido en el siglo XX cierta política económica keynesiana y estructuralista por sobre el resto. Un estudio detallado requiere concentrar la atención distinguiendo gobiernos, y quizás incluso diversas etapas dentro de cada gobierno. Pero sí parece ser cierto, como ocurre en muchos países, que el Estado argentino se ha expandido en el siglo XX, en línea con los argumentos que ofrecieron diversos investigadores en la materia (Ravier y Bolaños, 2015).
Ante este fenómeno global, que para muchos es un triunfo de cierto keynesianismo, los otros enfoques mencionados que surgen en el siglo XX exigen limitar esa expansión del estado e incluso retroceder. En Argentina numerosos economistas de diversos centros académicos exclaman ese pedido, aunque desde luego no hay un completo consenso sobre la necesidad del cambio.
Dejando de lado ahora la historia económica argentina, que no es objeto de estudio de este libro más que para acompañar y ofrecer un contexto a las preocupaciones de los economistas argentinos, nuestra intención es que el libro contribuya a rastrear el pensamiento económico de nuestros colegas.
Les hemos dado voz a los expertos de cada tradición de ideas para que ofrezcan su análisis respecto del origen y desarrollo de estas teorías en nuestro país. En cada capítulo pienso que hay aportes originales que merecen atención de parte de la profesión y que los economistas debiéramos conocer. Esperamos que los economistas que participaron del proyecto encuentren en alguno de los capítulos una representación adecuada.
Quién es Adrián Ravier
♦ Nació en Buenos Aires en 1978.
♦ Es economista especializado en teoría monetaria y ciclos económicos.
♦ Entre sus libros se cuentan La globalización como un orden espontáneo, Lecturas de Historia del Pensamiento Económico y Raíces del pensamiento económico argentino.
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