¿Martín Fierro es un padre abandónico y machista?: qué dicen los adolescentes cuando leen en el aula

En las escuelas argentinas no siempre hay plata para comprar un libro. Los docentes cuentan cómo atraer a los alumnos para que lean, qué planteos hacen los estudiantes y qué temas los conmueven más.

El aula es muchas veces la única oportunidad de estar en contacto con el libro. (Getty)

“Es muy fácil decir que los chicos no leen. Y es mentira”, advierte Gabriela Ram, profesora de Literatura en colegios secundarios. Y habrá que creerle nomás, si se tienen en cuenta las respuestas de un puñado de docentes que, a pesar del final del ciclo lectivo –con el consecuente estrés por los famosos cierres de nota–, aceptaron dialogar con Infobae Leamos. Pero, claro, enseguida se ven los matices, los diferentes encares y por supuesto no todos están de acuerdo. ¿Qué se les enseña? ¿Es sólo manga lo que consumen? ¿Puede pensarse en hacerles leer una novela completa? ¿Cómo adaptarse a los tiempos de internet y los juegos?

Cada experiencia es bien distinta. Cada “profe” vive su curso, su material, de acuerdo a su formación y estilo y relatará lo que quiera de las a veces arduas experiencias al enfrentarse a un grupo de adolescentes. Pablo Javier Farías, licenciado en Letras, profesor y periodista, trabaja desde 2014 en colegios de la zona oeste del conurbano donde da Literatura en años superiores y Prácticas del Lenguaje –así se llama la vieja y querida “Castellano”– en los primeros años.

“En general, hay un desinterés generalizado, por la enseñanza, por la educación en sí y como en la pandemia pasaron sin haber estudiado, por ahí este año está más complicado porque hubo que volver a concientizarlos”, señala el docente. Y para describir su realidad suelta: “Borges decía que todo lo que se puede decir en una novela, se puede decir en un cuento y mis alumnos lo toman al pie de la letra: ¿para qué leer una novela si se puede leer un cuento? siempre me dicen”.

El género policial es una puerta de entrada a la lectura para muchos adolescentes.

–¿Puede pensarse en que lean una novela completa?

-No soy tan osado, podría ser una nouvelle, un cuento largo. Sin embargo, este año leímos una policial, me pasó en segundo, era un curso de chicos aplicados. Tienen 13 años y la leyeron completa: Octubre, un crimen de Norma Huidobro. Para ellos fue como un logro, se colgaron la cucarda de ‘ya leí mi primera novela’.

Farías es fan de la lectura en silencio, para sí: “Algunas cosas leo en clase, pero creo que la literatura es más de introspección. Generalmente, no tengo buenos resultados al leer en clase. También ya de por sí es difícil separarlos del celular y cuando leo, cuesta que presten atención. No obstante, a veces lo hago”.

En la otra punta, con una experiencia o enfoque muy distinto, Tamara Montenegro, docente en Fuerte Apache y en una escuela de arte porteña, pinta un cuadro diferente: “A mí lo que más me sorprende y emociona de leer con los pibes y las pibas es que siempre, siempre, cuando les presento una novela de más de 100 páginas, me dicen ‘ni a palos, no vamos a poder’, y después la terminamos y les digo, ‘¿vieron?’”.

Montenegro reivindica la lectura colectiva. “Para mí es una práctica social y cultural y no utilitarista –sostiene–. No leemos para responder preguntas. La idea es compartir. En general leo yo en clase en voz alta y si alguien quiere leer, lo hace. Por otro lado, para mí la pregunta no es qué leemos ni para qué sino cómo. A eso nos invita la Educación Sexual Integral. Leemos con una perspectiva de género y de derechos, atravesamos las lecturas, que no necesariamente deben ser de ESI –Camila Sosa Villada, La Chaco, por ejemplo–, sino que podemos leer El matadero o El Quijote con esa perspectiva”.

Al respecto, señala que “en el Martín Fierro pensamos hipótesis de lectura en relación al hombre; por supuesto, es el gaucho de otro siglo, pero los pibes dicen que es un padre abandónico, machista, anacrónico… Resulta muy interesante esa mirada”.

La idea es, sostiene Montenegro, “causar un efecto con la lectura”: “No digo cambiar el mundo, pero si vos lo que querés es que lean un texto y respondan preguntas, eso lo hace cualquiera”.

Qué leer

Sobre los contenidos, el programa es amplio y permite a los docentes adaptarlo a sus circunstancias: “En este año, irrumpió la estigmatización de los chicos del barrio y muchos comenzaron a contar que los paraba la Policía por portación de rostro –explica Montenegro–. Ahí se me vino a la cabeza una novela de Cristian Alarcón que se llama Cuando me muera quiero que me toquen cumbia. La leímos toda y la experiencia fue hermosa y súper impactante porque justo en el barrio este año hubo muchas peleas entre narcos y daba para reflexionar. Tampoco quiero que, porque es una zona de villa, leer cosas de villa. Esas problemáticas me las pregunto mucho”.

Por su escenario, "Cuando me muera quiero que me toquen cumbia" interpela a los estudiantes de barrios con menos recursos.

En esos últimos años, donde ya oficialmente la idea es meterse de lleno con la lectura, existen los llamados “ejes temáticos”. Se ven, por ejemplo, Mitología, tragedia y épica o realismo mágico: “Doce cuentos peregrinos de García Márquez nunca falla –dice Farías–. Además, siempre hay un Borges para cada tema. Les gusta La casa de Asterión cuando vemos el mito de Teseo y Ariadna, por ejemplo. En sexto año los ejes son alegoría, humor y vanguardias y una obra que gustó mucho -yo estoy en la búsqueda permanente de eso- fue El cuento de la criada de Margaret Atwood”.

Sin embargo, cualquier lectura debe estar acompañada e incentivada por el docente. “No digo todos, pero el adolescente, en general, no lee por motu proprio. Las primeras lecturas siempre las tenés que hacer con ellos”, explica Anabel Agüero, profesora en un colegio de Morón y en otro de Villa Luzuriaga de adolescentes de 17 y 18, los que quedaron “colgados”. “Ahí los pibes tienen tobilleras, consumen. Hay otras lecturas con las que tenés que llegar; la idea es lograr que se sientan identificados, si no, no te van a leer nada. Ahí trabajamos Kryptonita de Leonardo Oyola, por ejemplo”.

–¿Cómo fue la dinámica en la clase?

–Son pibes que no tienen la plata para comprarse un libro. El único libro era el mío. Nos sentábamos en ronda, leía yo, y cuando me cansaba, leía otro. Tenía un ‘prece’ que se sentaba a leer conmigo. También así leímos Antígona o Edipo Rey y éramos nosotros los actores junto con los pibes. Nos fuimos al teatro con ellos este año. Y fue la primera vez: no sabían lo que era un teatro. En general, si están en el Estado, usamos los libros de la biblioteca y tenemos las netbook. Hay muchos materiales subidos al Classroom también. Incluso yo llevo mis propios libros.

A la hora de recolectar otra experiencia que dio resultado, Agüero recuerda que, para el 24 de marzo, les leyó la última página de El mar y la serpiente de Paula Bombara: “Es la narración de una nena que pierde a su papá, un desaparecido. Los pibes se pusieron a llorar; fue un grupo que sintió mucha empatía por esa nena. Ellos me pidieron leerla completa: de 30, 25 levantaron la mano. Se los puse en PDF en el Classroom y se lo comieron en dos semanas. Armaron carteles. Ahí empezaron a pedirme cada vez más. En general, son sumamente lectores”.

La clave

En tanto, Ram –quien además de docente es escritora y actriz y utiliza ambas herramientas en clase– enfatiza que resulta clave la identificación para lograr interés: “En la literatura infantil-juvenil es fundamental que el personaje principal siempre sea un adolescente, alguien que está en período de transformación, no por la edad. Ahí empatizan. De hecho, combatiría eso de que tal cosa es para tal curso o tal otro. O tal edad. La literatura es para todos. Obviamente que hay cosas que sabés que son efectistas y que van a funcionar”.

Al respecto, señala En la línea recta de Martín Blasco –”un texto hermoso”–. Pero también agrega autores que, advierte, no leerían si no fuera por la escuela: “Les llevo Mariana Enríquez o Juan Forn. Y los clásicos por supuesto: leyeron a Horacio Quiroga y quedaron enloquecidos. Y no hay que obligar a nadie a leer en voz alta. Hay técnicas para tratar de incentivarlos y está bien, pero no hay que obligarlos. Además, cada curso es distinto, incluso en la misma comunidad educativa, algo puede funcionar en una división de segundo año, por ejemplo, pero no en la otra, y es el mismo colegio”.

"El cuento de la criada" ha servido en las aulas para analizar la literatura desde una perspectiva de género.

¿En la época de los videojuegos hay espacio para la lectura?: “Claro que sí. Esos que dicen que los pibes están chupados por una computadora, un videojuego y no leen, mienten –dispara Ram–. Cuando vos lográs tocar de a poquito el espíritu, el alma, la cabeza de cada uno –no va a ser todos a la vez, y ocurrirá con un género o una temática–, después el pibe o la piba quiere leer”.

Montenegro acuerda: “Que no leen no es cierto. Leen otras cosas: Facebook, Instagram, Twitter, no es lo mismo que un libro, es cierto, pero también es una nueva forma de leer. Y leen otras cosas más. En la escuela de Floresta, cuatro, cinco o seis leían sagas de Los juegos del hambre o Eclipse. Es decir, que leen. También está la plataforma de Wattpad que es muy popular entre adolescentes y jóvenes”.

¿Sobre todo leen manga? Agüero dice que sí, pero no solamente: “Eso es algo que tuve que aprender de los más grandes. Cuando ellos pueden ponerse en los zapatos de los protagonistas se encariñan con la obra y les gusta. Utilizamos manga cuando trabajamos vanguardia, formas nuevas. Depende de la edad, es lo que les podés ofrecer. Romeo y Julieta la leímos con perspectiva de género. No podés no tener una obra de Shakespeare

Para muchos estudiantes, Martín Fierro es un personaje machista.

-¿Completa?

–Por supuesto. Leyeron Romeo y Julieta. También Distancia de rescate, la primera novela de la escritora argentina Samanta Schweblin Y trabajamos la novela gráfica Maus, prohibida en Estados Unidos, a partir de la cual armaron sus propios materiales.

Finalmente, Farías señala que, más allá de las lecturas, “es un desafío entrar en la mente de algún alumno y generar alguna inquietud. A veces se logra y en la mayoría de los casos no. El desafío es permanente y uno tiene que adaptarse a las herramientas de la tecnología, aggiornarse. Y siempre está la satisfacción de sembrar semillas: algunas crecerán y otras no”.

A modo de conclusión, Ram pone el acento en el impulso generado por el docente: “Uno como profesor arroja, pero una cosa es arrojar porque hay propuestas que circulan en el diseño curricular o en otros colegios y otra muy distinta es arrojar por pasión propia de lectura. Es clave el lugar de dónde apasionarse una para que después a los pibes les pase o no. Hagámonos cargo de que nosotros le tenemos que poner el cuerpo. Después, ellos empiezan a animarse a leer, sin dudas”.

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