En noviembre de este año, el escritor nigeriano habría cumplido noventa y dos primaveras. Le faltó muy poco para lograrlo. Se fue de este mundo en marzo de 2013, cuando tenía ochenta y dos y luchaba contra una larga enfermedad desde su domicilio en Boston.
Albert Chinualumogu Achebe era su nombre completo, pero quienes lo leyeron lo conocieron siempre como Chinua Achebe. Su obra, de lejos una de las más importantes de la literatura afro en el último tiempo, se abrió paso entre los lectores en Europa y parte de América, especialmente en la segunda década del dos mil, poco antes de su deceso y, aún más, desde su muerte, cosa lamentable pero siempre segura. Un escritor no necesita más que dejar de respirar para que todos quieran saber qué hacía.
En su momento, su novela “Todo se desmorona” fue una de las más transcendentales de la literatura nigeriana y uno de los libros escritos por un africano más leídos en la segunda mitad del siglo XX. Pensar que aquella era su primera obra de ficción publicada.
“Sus primeros textos conocidos fueron ensayos y cartas sobre la filosofía y la libertad en la academia. Para cuando escribió su primer cuento, In a Village Church, había leído tantos libros donde los negros son esclavos y los blancos buenos, que decidió marcar un estilo que se repetiría en sus obras posteriores. Combinar detalles de la vida rural de Nigeria con los íconos cristianos. Romperlo todo”, escribió Karen Viviana Rodríguez en un artículo publicado por El Espectador.
Achebe cultivó los géneros de la novela, el cuento, el ensayo y la poesía. Llegó a explorar, incluso, con la literatura infantil, y obtuvo varios reconocimientos a su carrera literaria a lo largo de su vida. Entre los galardones más recordados es posible nombrar el Premio Lotus, en 1975, y el Man Booker International Prize, en 2007.
Quienes conocen su obra afirman que siempre tuvo una gran inquietud por los conflictos existentes entre la tradición y la modernidad, y siempre estuvo interesado en exponer la necesidad de diálogo entre las culturas, teniendo como referencia la suya propia, la cultura igbo.
Para los igbo, la oscuridad significa la presencia del terror en el corazón de la gente. En las noches en que no se ve la luna, a los niños se les pide guardar silencio, que no hagan mucho ruido, por temor a despertar a los malos espíritus. Los igbo viven en la búsqueda constante del silencio, admirando la luz de la luna, mientras escuchan los sonidos del ogene, un instrumento de hierro con la forma de una campana que, según creen ellos, carga consigo el sonido de los pueblos al sudeste de Nigeria.
Parte de la esencia de sus personajes, en sus distintas obras de ficción, reúnen características de los igbo, y en Todo se desmorona sí que se puede ver evidenciado. Es la historia de su pueblo, en últimas, con la que se plantea el compromiso más importante: no perder la identidad.
Su compromiso como escritor, a lo largo de su recorrido, consistió en retratar las vidas de los nigerianos. Su pueblo no tenía voz que le permitiera disiparse. El sonido del ogene no alcanzaba a llegar tan lejos. Era preciso hablar de los suyos como si se tratara del resto del mundo, deshacerse de esa imagen vil que los disminuía a salvajes en medio de un desierto o de la selva más inclemente, lugares en la tierra en donde solo pueden vivir los animales.
Puede que allí radique la razón por la que muchos lectores no comprenden su obra. Se necesita saber que hubo alguna vez otros a los que su color de piel los condenó, su credo y su forma de hablar, de moverse y hasta de llorar a sus muertos. Achebe intenta en toda su obra reparar el daño causado por los colonizadores europeos en África, brindarle al lector la posibilidad de pensar un mundo como el que él tuvo alguna vez.
“No hay ninguna historia que no sea cierta… El mundo no tiene fin, y lo que a unos les parece bueno a otros les parece una abominación”, escribe en Todo se desmorona. “Sólo la historia… salva a nuestros descendientes de tropezar cual limosneros ciegos con las púas de la cerca de cactus. La historia es nuestra guía; sin ella, estamos ciegos”.
Junto a su obra cumbre, el nigeriano concibió varios libros de un alto valor estético y literario. Vale la pena recordarlos: Me alegraría de otra muerte (1960), La flecha del Dios (1964) y Un hombre del pueblo (1966), entre otros títulos.
Fue considerado el padre de la literatura africana moderna, escritor de cabecera de Nelson Mandela y pese a que fue Wole Soyinka quien consiguió convertirse en el primer escritor africano en obtener el Premio Nobel de Literatura, y hasta el momento sigue siendo el único, su relevancia es innegable. Es que es impensable que siendo sus libros tan buenos, pocos lo conozcan. A Achebe debe leersele en clave musical, como escuchando el jazz más triste de Billie Holiday, o el blues más nostálgico de Nina Simone. Solo cuando se siente desde adentro el dolor, se entiende.
“Decía que siempre que miraba la boca de un muerto comprendía que era un disparate no comer lo que tenías mientras estabas vivo” - (Todo se desmorona, Chinua Achebe).
SEGUIR LEYENDO: