Suele decirse que las bombas atómicas que los Estados Unidos tiraron sobre el Japón fueron, antes que una estrategia para apurar el final de la Segunda Guerra, la demostración del poderío bélico frente a sus todavía —pero cada vez menos— aliados soviéticos. El 6 de agosto de 1945, el Enola Gay pilotado por Paul Tibbets lanzó a “Little Boy” sobre Hiroshima. El 9 de agosto, “Fat Man” devastó Nagasaki. Una semana después, el ejército japonés firmaba la rendición y los norteamericanos dejaban bien en claro su mensaje: don’t mess with us.
Desde el preciso momento en que se lanzaron las bombas, empezó a operar la maquinaria propagandística norteamericana. Se filmó, se documentalizó, se escribieron artículos, se comentó en radio y televisión. Hay una infinidad de películas y libros sobre las bombas y sus consecuencias: Above and beyond, Hiroshima más allá de las cenizas, Hiroshima mon amour, Rapsodia en agosto, Pálida luz en las colinas, Primera luz, un largo etcétera.
Todo lo que se sabe de Hiroshima y Nagasaki encuentra su contracara en el bombardeo que estadounidenses y británicos descargaron sobre la ciudad alemana de Dresde. Entre el 13 y el 15 de febrero de 1945, tiraron unas cuatro mil toneladas de armamento que arrasaron la ciudad con una tormenta de fuego provocando la muerte de entre 25.000 y 40.000 personas. Es lógico que Dresde no tenga la publicidad de las bombas atómicas: todavía se discute si la incursión era necesaria o si fue, en realidad, un crimen de guerra.
La historia ha demostrado que el silencio puede mantenerse durante un tiempo, pero que al fin se quiebra. Kurt Vonnegut fue uno de los primeros en hablar. El escritor, que era veterano de guerra y estaba preso en Dresde durante el bombardeo, necesitó quince años para contar la historia. Lo hizo con una novela de ciencia ficción, pero con ciertos tintes autobiográficos.
Por falta de espacio, los nazis lo habían retenido en un matadero y, de hecho, así se llama la novela: Matadero 5. Para entender la relevancia del libro en términos de impacto y ventas, hay que considerar que la editorial Anagrama tuvo en su momento los derechos de buena parte de la obra de Vonnegut, y luego los fue abandonando, pero el único título que siempre mantuvo fue Matadero 5.
Si toda la novelística de Vonnegut es una declaración en contra de la guerra y la deshumanización de la tecnología, Matadero 5 lo lleva al extremo a partir de un planteo en el que el conflicto bélico es algo tan espantoso como lo es la esclavitud infantil. El libro lleva de subtítulo “La cruzada de los niños” en referencia a la venta de niños en el siglo XIII para prepararlos como soldados.
El protagonista de Matadero 5 se llama Pilgrim —como el espía de Terry Hayes— y es una especie de alter ego de Vonnegut que vive una experiencia entre delirante y mística al relacionarse con unos seres del plantea Tralfamadore —que aparece con distintos avatares en varias novelas de Vonnegut— capaces de vivir en varias temporalidades a la vez y responsables también de destruir el universo en el futuro, mientras buscaban desarrollar nuevas energías más potentes. El fatalismo de los tralfamadorianos no es nostalgia ni quietismo, sino un optimismo salvaje por vivir cada momento. Matadero 5 fue llevada al cine por George Roy Hill, que también dirigió El golpe (Oscar a la mejor película de 1973 y Butch Cassidy, pero el resultado no le hace justicia a un libro excelente. Se dice que hay un proyecto para llevarla a formato serie en una plataforma de streaming.
Germán García decía que Fogwill imitaba a Vonnegut hasta en el peinado. Podría ser, en la foto de Pájaros de la cabeza tiene un parecido: los bigotes, el pelo revuelto, los ojos desorbitados, la risa sarcástica. Pero Los pichiciegos no es Matadero 5.
Vonnegut encontró en la sátira el vehículo exacto para hablar de los excesos, las contradicciones, los despojos y el abuso de un poder que convierte a los hombres en máquinas o peones. El protagonista de Madre noche, por ejemplo, es un locutor que pasaba mensajes cifrados a la resistencia mientras leía la aparente propaganda de la ocupación, y, ante la inacción de sus superiores, termina siendo acusado de colaboracionista. Dicen —lo dice Ana Prieto en una reseña excelente— que Vonnegut había pedido para la tapa un esqueleto posando como una prostituta provocativa. El diseño que finalmente quedó muestra a un hombre tras las rejas con una expresión que podría ser tanto de dolor como de placer. Así se leen sus libros: con una sonrisa que está a punto de ser un gesto de crispación.
Hace dos años, Compañía Naviera Ilimitada publicó un volumen de ensayos y textos reunidos con el título Un hombre sin patria, que muestra la enorme inteligencia de Vonnegut. Entre respuestas a lectores, dibujos, chistes, consejos de escritura y críticas furibundas a la política de George Bush, Vonnegut muestra un sistema casi cartesiano de cómo interpretar una ficción. Con un eje del tiempo y otro de buena/mala suerte analiza Cenicienta, La metamorfosis y Hamlet.
Cenicienta: al comienzo el padre conoce a una madrastra malvada (mala suerte), pero avanza la narración y Cenicienta conoce al príncipe en una fiesta (buena suerte), luego vuelve a su vida de servidumbre (mala suerte) hasta que el príncipe la encuentra y se casan (infinita buena suerte). La metamorfosis: Samsa se despierta convertido en una cucaracha (mala suerte) y todo va de mal en peor (infinita mala suerte). En cambio, en Hamlet, es imposible determinar si la aparición del fantasma, el asesinato de Polonio, los piratas, el desenlace representan buena o mala suerte para el personaje.
“Acabo de demostrarles”, dice entonces Vonnegut, “que Shakespeare era tan mal narrador como cualquier indio arapahoe. Pero hay una razón por la que reconocemos Hamlet como una obra maestra: es que Shakespeare nos dijo la verdad, y la gente muy pocas veces nos dice la verdad en cuanto a estos auges y caídas. Y la verdad es que sabemos tan poco de la vida que en realidad no sabemos distinguir cuáles son las buenas noticias y cuáles las malas noticias”.
Uno no puede sino sentir que en esas palabras está la clave para leer Matadero 5. Vonnegut murió a los 84 años en Nueva York, el 11 de abril de 2007. Había nacido en Indianápolis el 19 de noviembre de 2022: por estos días se cumplen cien años.
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