Ya que acaba de terminar el Mundial, no resulta inadecuado utilizar metáforas futboleras para referirse a algunos escritores. No, no teman, el firmante todavía no incurre en desorientación témporo-espacial, como podría hacer temer su avanzada edad: estoy hablando del Mundial de Escritura, un inteligente invento del escritor y maestro argentino Santiago Llach, cuya octava edición finalizó el 7 de noviembre.
Según consigna la página web de este evento, se trata de “una competencia de escritura y una experiencia literaria que tiene como principal objetivo incentivar el hábito de la escritura y la edición entre pares. Se realiza tres veces por año y miles de escritores, periodistas, estudiantes, artistas y personas interesadas en la escritura se inscriben en cada edición. Durante la/s semana/s del Mundial, los participantes escriben 3.000 caracteres (1.500 en la categoría niños) cada día, siguiendo cada día un ejercicio sugerido”.
El rasgo distintivo en la competencia de este año, -en la que se inscribieron miles de participantes-, es que se entregó un premio de mil dólares al equipo ganador, elegido por un jurado respetable, así que se participó por algo más que amor al arte.
Pero en estos tiempo qatárticos, cuando el Mundial por antoniomasa (sic, como lo escribía Piolín de Macramé/Florencio Escardó)) está apenas comenzando, así como casi cada compatriota tiene su propia selección de jugadores, uno bien puede armar su Selección Nacional de escritores. Y en la mía, incluiría sin duda a Iosi Havilio, un nueve de área que no se cansa de hacer goles.
Es un argentino nacido en 1974, a quien vengo siguiendo (aunque él no lo sepa) desde su auspicioso debut con la novela Opendoor, publicada por Entropía en 2006 (y reeditada en España por el innovador sello Caballo de Troya), una historia fascinante ambientada en esa localidad bonaerense, sede de la colonia psiquiátrica que se hizo notoria por la desaparición de la médica Cecilia Giubileo en 1985.
Aunque la leí hace muchísimos años, todavía tengo muy presentes escenas de esrelato que trata de una veterinaria que va hasta la localidad vecina al asilo para curar a un caballo enfermo.
Havilio fue incluido luego en varias antologías, hasta la aparición en 2010 de Estocolmo, su segunda novela, cuyo protagonista es un chileno, exiliado en la capital sueca, que regresa a su país muchos años después. Y en 2012 aparece Paraísos, otra novela inolvidable para mí.
Pero hoy me referiré solamente a Pequeña flor, que publicó en 2015 el sello Random House y que fue llevada al cine este año, dirigida por Santiago Mitre (sí, el de El estudiante y, muy recientemente, de Argentina, 1985) en coproducción con Francia, en adaptación libérrima del director y de Mariano Llinás, con Daniel Hendler y Sergi López en los roles principales.
Volviendo al símil futbolero, en esta novela Havilio avanza directamente hacia la meta, el área rival, sin entretenerse en gambetas innecesarias, envolviendo al lector con el frenesí que suele desencadenarse cuando se trepa a un médano o se desciende por una pendiente nevada.
Una acotación al margen. Se cuenta que un corresponsal de The New York Times enviado al Líbano para cubrir el prolongado y cruento enfrentamiento entre grupos religioso-políticos comenzó su despacho por télex con la frase “Un día más en esta interminable guerra del Líbano”, lo que desencadenó la inmediata respuesta interjectiva de su jefe: “¡No editorialice!”. Y lo que hace Havilio en esta y otras de sus novelas es “no editorializar”: en casi cada frase, una información, una pincelada que agrega datos sin entretenerse en florituras de estilo. Y así atrapa. Debo confesar que rescaté el libro de mi biblioteca para darle una ojeada y refrescar el contenido para escribir esta columna, pero no pude dejarlo y volví a leerlo completo sin poder parar.
En un reportaje que le hicieron a propósito de Pequeña flor, el entrevistador cita la primera frase del libro, “Esta historia empieza cuando yo era otro”, relacionándola con el epígrafe de Fogwill: “Tal vez, la gente no se muera nunca”. Esto tiene que ver con el reiterado asesinato y resurrección del coprotagonista, un sujeto deleznable, fascinado por el jazz. Su pieza favorita, repetida hasta la exasperación, es el tema del título, famoso en las décadas del 50 y 60 del siglo pasado en la versión de su autor, Sidney Bechet, saxofonista y clarinetista norteamericano, que tuvo innumerables versiones, hasta una cantada en castellano por Estela Raval y Los 5 latinos. Como la columna no tiene sonido, traten de recordarla como “Tururú, tururú / tururú, tururú”.
El protagonista trae a colación los clásicos rusos que relee constantemente, y en los que busca una explicación a la trama que lo atrapa: Resurrección de Tolstoi, pero también Crimen y castigo de Dostoievski y otros.
Aunque no pueda decirse que su literatura sea experimental, Havilio es propenso a los experimentos. En el reciente FILBA, Festival Literario de Buenos Aires, protagonizó una inédita maratón de lectura en el Centro Cultural Recoleta: leyó, durante SIETE horas, ante un público sorprendido y fluctuante, su próxima novela, 1590. Que revienten los novelistas (esto último escrito en polaco como homenaje al “Que revienten los artistas” del dramaturgo Tadeusz Kantor).
El número corresponde al de capítulos de la novela, que pueden ser muy breves, incluso compuestos por pocas palabras. La novela se subtitula “¡Buuuh!”, como el grito que pretende asustar para cortar el hipo. Esta proeza no le garantiza estar en la lista corta de los precandidatos al Nobel de Literatura, pero sí, seguramente, ingresar al Libro Guinness de los Récords.
Por todo esto, en la selección argentina de escritores yo pondría a Havilio a jugar los noventa minutos. Tiene buena resistencia física, como vimos, además de mucho talento y una enorme originalidad en los temas que aborda.
Quién es Iosi Havilio
♦ Nació en Buenos Aires en 1974.
♦ Entre sus obras destacadas se cuentan Opendoor, Pequeña flor y Estocolmo.
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