Durante los últimos años, y medio del clamor de los movimientos feministas, las figuras de mujeres que participaron en la formación del pensamiento y contribuyeron con pequeños cambios en la reformación del paradigma de sus tiempos, han sido rescatadas en la literatura; nombres como el de la mexicana Leona Vicario, en la novela juvenil “Leona Vicario y el misterio de las medallas de plata”, escrita por Pedro J. Fernández, o Elena Garro, y su participación especial en las ficciones “El cazador de Secretos”, de Enrique Berruga, e “Isla partida”, de Daniela Tarazona (Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2022). Este también es el caso de la franco-peruana Flora Tristán, quien inspiró a Vargas Llosa.
Flora Tristán fue reconocida por intelectuales como Karl Marx, quien la calificó como una “precursora de altos ideales nobles”. Puede que no todo el mundo sepa quién es, pero es una figura que no debería pasar desapercibida. Después de desaparecer de la historia durante años, se han ido rescatando sus obras literarias y los artículos sobre ella. Francia y Perú homenajean su nombre en calles, escuelas y organizaciones. Tristán es, además, uno de los dos protagonistas de “El paraíso en la otra esquina”, escrita por el Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa.
“Flora Tristán es una personalidad excepcional del siglo XIX, no solo porque es una mujer, sino porque es una mujer que resume todas las dificultades vinculadas al destino de las mujeres en la primera mitad de ese siglo e incluso después. Al mismo tiempo, ejemplifica una capacidad inusual para superar esas dificultades”, aseguró Mario Vargas Llosa.
El paraíso en la otra esquina
El libro escrito por Vargas Llosa se compone de dos vidas: la de Flora Tristán, una mujer que pone todos sus esfuerzos en la lucha por los derechos de la mujer y de los obreros, y la de Paul Gauguin, el hombre que descubre su pasión por la pintura y abandona la existencia burguesa para viajar a Tahití en busca de un mundo sin contaminar por las convenciones.
“El paraíso en la otra esquina” presenta en sus páginas dos concepciones del sexo: la de Flora, que solo ve en él un instrumento de dominio masculino, mientras que Gauguin lo considera una fuerza vital imprescindible puesta al servicio de su creatividad.
Mario Vargas Llosa presenta lo que tienen en común estos dos personajes, de vidas desiguales y opuestas, a pesar de ser Flora la abuela materna de Gauguin. El autor pone estos dos mundos en el relieve de su novela rodeada de las utopías que se presentaron durante el siglo XIX. Un nexo de unión entre dos personajes que optan por dos modelos vitales opuestos que develan un deseo común, el de alcanzar un paraíso donde sea posible la felicidad para los seres humanos.
La vida de Flora Tristán
Nació un 7 de abril de 1803, en el seno de una familia de la aristocracia criolla en peruana, de parte de su padre y su madre, fue una mujer francesa que había huido a Bilbao, España durante la revolución. La casa de Tristán en Francia era frecuentada por personalidades como Simón Bolívar, Simón Rodríguez y Aimé Bonpland. Tras la muerte de su padre, devino el colapso de su estabilidad, las leyes francesas no reconocían el matrimonio de sus padres, así que no fue reconocida como heredera, en esa realidad como mujer, bastarda, huérfana y pobre, no tendría educación, pero adoptó un modelo autodidacta para educarse.
Con tan solo 17 años de edad se casó con su patrón, el grabador Andre-Francois Chazal, un violento hombre que la dejó cuatro años después, matrimonio del que resultaron tres hijos, entre ellos Alina, la madre del pintor posimpresionista Paul Gauguin. Después de un divorcio que se extendería por 14 años, se convirtió en fugitiva y tuvo que trabajar de lo primero que se presentará a la mano para mantener a sus hijos. Consiguió trabajo en una familia inglesa con la que viajó a Europa y visito Reino Unido por primera vez. Tiempo después publicaría “Paseos de Londres”, un texto lleno de denuncias sobre las desigualdades que vivió y culpaba a los aristócratas y el sistema capitalista, un texto que se convirtió en parte del movimiento socialista.
“Resolví ir al Perú y refugiarme en el seno de mi familia paterna, con la esperanza de encontrar allí una posición que me hiciese entrar de nuevo en la sociedad”, escribiría en “Peregrinaciones de una Paria” (1838).
Zacarías Chabrié, en sus viajes, conoció a la poderosa Familia Tristán, cuya cabeza era don Pío Tristán y Moscoso, el hermano menor del padre de Flora, y animó a la escritora a enviarle una carta; meses después recibió respuesta y el dinero para que fuera a visitarlos a Arequipa. Flora atravesó el océano en compañía de 18 hombres. Durante su estancia de 8 meses vivió de forma cómoda, pero su tío sofocó cualquier esperanza de rescatarla de su condición y entregarle su patrimonio.
Desde Francia, a partir de 1834, se convirtió en una revolucionaria, decidida a conquistar con su pluma y palabra un lugar justo para todos en la sociedad. Su primer libro, “De la necesidad de dar buena acogida a las mujeres extranjeras” (1835), en él reclamó el derecho de las mujeres de ser anónimas, de poder hacer aquello que no está prohibido, ir sola a un hotel, al banco o a un museo, sin ser juzgadas. En Arequipa, se suscitó la quema de su obra, pero años después fue revalorada por historiadores peruanos y ahora su obra mantiene resonancia en pleno siglo XXI.
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