(Desde Washington) Michelle Obama parece cómoda en su rol de autora, el que cultiva desde que dejó de ser primera dama de los Estados Unidos en 2017 y desde el cual sigue manteniendo una presencia, discreta pero firme, en la discusión política estadounidense que en estos días, como ocurre desde que los Obama se fueron de la Casa Blanca, pasa por la referencia obligada a Donald Trump, el expresidente republicano que esta semana anunció que volverá a correr por la presidencia de los Estados Unidos.
Este 17 de noviembre, Michelle Obama concluyó una mini-gira de dos fechas en el Warner Theatre de Washington, DC, uno de los clásicos de la ciudad, ubicado a diez minutos andando de la Casa Blanca, que hizo para presentar Con luz propia, su nuevo libro.
Es, el de la presentación, un acto sin aspavientos escenográficos o tecnológicos; es una conversación más bien íntima en la que Michelle Obama se despliega en anécdotas de su tiempo en la residencia presidencial estadounidense, referencias a sus padres y abuelos y a sus años jóvenes en Chicago, la urbe en la que creció y a su barrio de clase trabajadora. En un par de momentos, al principio y al final de la charla, Michelle también habla de Trump, de la política, del legado de la presidencia Obama y del futuro inmediato.
“Les dije que no votaran por ese tipo”, suelta Michelle Obama en los primeros compases de su conversación, al enmarcar el momento en que Con luz propia se publica, el de un mundo que despierta de la pesadilla que supuso el encierro durante la pandemia de Covid-19, y que, en el caso de Estados Unidos, despierta a un país marcado por la radicalización política que personifica Trump.
Pero no es esta presentación de libro un acto político, no en el sentido más proselitista. Es, sí, la reflexión de una mujer que estuvo ocho años en el centro de la política estadounidense y mundial; una reflexión que, necesariamente, pasa por la política.
Ellen DeGeneres, la actriz nacida en Luisiana y hasta hace poco una de las figuras más relevantes de la televisión estadounidense, acompaña a Obama en la charla desde un lugar secundario; está ahí para reconducir el guion, alargar una anécdota y, las menos de las veces, para introducir algún chiste propio. Ellen entiende bien: aquí ella no es la protagonista.
A diferencia de Mi historia –“Becoming” es el título original en inglés-, que escribió y publicó poco después de salir de la Casa Blanca y que es más fácil leer desde la narrativa de la política estadounidense, Con luz propia se lee en gran parte como un libro de autoayuda, en el que Michelle Obama ofrece las “herramientas”, como las llama, que ella utilizó para sobreponerse a la soledad, la depresión y la ansiedad que le rondaron durante los largos meses de la pandemia.
Pero queda claro, al hojear el libro y luego de la presentación, que el lugar de sombras que Obama sugiere disipar con la luz interna es uno que no solo está marcado por el coronavirus, sino también por la oscuridad que se ha esparcido por esta nación alimentando males como el racismo, la xenofobia y la intolerancia.
Escribirse ella en este libro pasaba necesariamente por volver al tema racial. La Obama autora parece entenderlo bien, como lo entendió la Michelle primera dama, que hizo de ese uno de los ejes centrales de su persona política entre 2008 y 2017, y lo hizo con firmeza, pero desde el encanto político discreto que el sistema exige a la esposa del presidente.
En Con luz propia la raza está presente como un eje transversal. En la historia de los dos abuelos de Michelle Obama, hombres que escondían en la terquedad con la familia el miedo que le tenían a un mundo, el de los blancos, que los marginaba. En la historia Fraser, el padre, un hombre negro que sufría de cojera y, por ello, enfrentó su vida desde la doble marginación, la que llegaba por el color de la piel y la que traía su necesidad física especial. En su padre, a diferencia de lo que encontró en sus abuelos, Obama halló valor, el que nace del miedo. “Al otro lado del miedo siempre hay oportunidad”, parafrasea Michelle lo escrito en su libro.
A jugar a la Casa Blanca
Danielle es amiga de Michelle Obama. Se conocieron en una reunión de padres de familia en Sidwell, la escuela privada en Washington de la que se graduaron Sasha y Malia, las hijas de la expareja presidencial. El martes 15, la noche de la primera presentación en el Warner Theatre, Danielle escuchó a su amiga contar una de tantas anécdotas sobre la Casa Blanca.
Un día, al principio de la presidencia Obama, Michelle llegó a Sidwell, seguida por media docena de carros de seguridad y decenas de guardaespaldas, a participar en una reunión con los profesores de sus hijas. Era, dice la exprimera dama, parte de un esfuerzo para mantener la normalidad en la vida de Sasha y Malia, algo que se pintaba cuesta arriba por los requerimientos políticos y de seguridad que rodean a la familia presidencial. El poder, reflexiona Michelle Obama al contar esta anécdota, es efímero y la burbuja de la Casa Blanca se reventaría un día. Vivir en esa burbuja, dice, la preparó para vivir, luego, la soledad de la pandemia.
Aquel día en Sidwell, Michelle se acercó a Danielle e invitó a su hija, compañera de Malia, a un playdate -una reunión de amigas- en el 16.00 de la Avenida Pennsylvania, la Casa Blanca. Sin aspavientos, Danielle aceptó. Llegó el día acordado a la mansión presidencial, no sin antes pasar por varias entrevistas con el Servicio Secreto y de haber recibido instrucciones precisas de dónde estacionarse, de que no podía bajarse del carro y de que tenía que tener las manos sobre el volante en todo momento… Todo el protocolo, para desmayo del Servicio Secreto, se fue al traste cuando Michelle Obama, al ver llegar a su amiga, le pidió bajarse del carro para, como madres normales de hijas normales, charlar un poco.
Pero nada era normal: Danielle, recuerda Obama, se había hecho el pelo y las uñas y había limpiado su coche minuciosamente. “Nadie iba a decir que llegó en fachas a la Casa Blanca”, recuerda Michelle antes de, sutil, lanzar el dato que es, al final, la moraleja de la historia: Danielle es también una mujer negra a la que la sociedad blanca de Estados Unidos siempre exigirá más.
Por eso también pasa el nuevo libro de Michelle Obama, por las formas en que enfrentó al poder político tradicional que la juzgó a ella cuando ocupó el lugar que una mujer negra nunca había ocupado en la historia de Estados Unidos, un país racista desde sus orígenes, el de primera dama y esposa del Comandante en Jefe. Fueron, se entiende al oírla leer pasajes del libro, tiempos duros, que, a juzgar por la familiaridad y la distensión con los que los recuerda ahora, Michelle Obama tuvo el temple de enfrentar.
Al recordar esas exigencias, Michelle Obama habla de su cabello. A la cita en el Warner Theatre llegó con un traje casual de dos piezas color azul claro, zapatos rojos y extensiones en la cabellara, braids que se les dice en inglés y de uso común entre mujeres afroamericanas. Cuando estuvo en la Casa Blanca Michelle nunca usó extensiones. Con risa desafiante explica la razón: la clase política tradicional de Washington, dominada por hombres blancos, viejos y llenos de prejuicios, podía atragantarse al ver a una primera dama con extensiones. “Pasemos primero la reforma de seguridad en salud y luego vemos lo de las extensiones”, bromea la exprimera dama al referirse al Obamacare, una de las políticas insignias de la Casa Blanca de Obama.
Con luz propia es una colección de reflexiones, consejos y anécdotas que Michelle Obama quiere dejar al mundo. A veces, lo dicho, el libro puede tener un tono de autoayuda, pero gracias el encanto de esta mujer que rompió tantos cánones y se ganó a propios y extraños con sus tonos firmes y carentes de bullicios innecesarios, es muy posible que quien lea se encuentre con la admiración y la complicidad.
“Cuando te caes, te recoges y sigues”, dice Michelle Obama en su libro. No es una frase vacía en estos tiempos.
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