Basándose en la famosa frase del presentador de televisión de “Trampolín a la fama”, Augusto Ferrando, Leonardo Aguirre recuerda al Perú con sus historias joviales, macabras y futboleras, partiendo desde la nostalgia en “Una cocina surge”.
Infobae conversó con el escritor peruano acerca de este híbrido —aunque prefiere que no se le etiquete— que está plagado de referencias a la historia peruana, aunque sobresale Lima, la capital peruana a la que el autor le ha dedicado sus tres últimos libros.
—¿Por qué siempre tienes como temática principal Lima?
—En realidad, no siempre. Yo diría que Lima resulta crucial o central o fundamental solamente en los últimos tres libros, y he publicado, fíjate, diez libros hasta la fecha. Tres de diez: ni siquiera es un tercio. Ahora bien, lo que sí es verdad es que se trata de una vieja obsesión mía. Obsesión o amor desmedido. Un amor que ha durado los casi cuarenta años que llevo viviendo en esta ciudad. Un amor incombustible: no me gusta menos hoy, pese a todos los estropicios del Castañeda Lossio, ni me gustará menos después, pese a las barbaridades que hará, seguro, López Aliaga, y es muy probable que las haga, puesto que ya destrozó la Casa Marsano para poner en su lugar esa mole horripilante llamada Compu Palace.
Y, a todo esto, también de horripilancias y estropicios nos habla “Una cocina surge”, que no por eso deja de ser una especie de carta de amor a Lima. Un amor incombustible, sí, pero también medio serrano. Medio tóxico. Muy en la línea de aquellos archisabidos versos de Borges: “no nos une el amor, sino el espanto, será por eso que la quiero tanto”. O muy en consonancia con lo dicho por Luis Alberto Sánchez: “una de esas urbes que ligan y repelen, es decir, que encadenan”. Una carta de amor, o quizás un canto de amor, quizá bolero corta-venas, no exento, se deduce, de crítica. De joda. De joda cariñosa, por supuesto. Como decía Oviedo de las “Tradiciones” de Ricardo Palma, las mías son “estampas suavemente burlonas”. Pero ya estoy citando mucho: qué pedante. Qué huachafo. Qué acomplejado. Mejor: qué limeño.
—“Una cocina surge” es una famosa frase del programa de los años noventa “Trampolín a la fama” que, prácticamente, te mandaba a encontrar lo imposible, y en este libro tú haces lo mismo. Pongo un ejemplo: el útero de Marita. ¿Cuál es la búsqueda principal en este libro?
—El útero de Marita, el martillo de Clímaco, el cuchillo de Giuliana Llamoja, la correa de Poggi que ahorcó a Díaz Balbín, la silla de ruedas de Eduardo Cesti, el sillón rojo de El Valor de la Verdad, la bota de Grau con el pie cercenado dentro, la caja negra del Fokker, la zapatilla de ballet de Maritza Garrido Lecca, la dentadura postiza de Peter Ferrari, las cenizas de Roberto Scarone… en fin, una cantidad apabullante de objetos acaso dignos de un Museo Limeño del Horror.
Pero, cuidado, no todo es horror en este libro. Hay también alegría. También hay melcochosa nostalgia. También hay juguetes descontinuados, chocolates, helados y caramelos fuera de circulación. Y hay mucho rock y criollismo. Y hay vedettes. Y hay, desde luego, mucho fútbol. Se trata, sí, de objetos a veces imposibles, o muy difíciles de conseguir, o de plano inexistentes. O simplemente absurdos. Ese, claro, era el único segmento de “Trampolín a la Fama” que yo de niño podía soportar. O incluso: celebrar. Y, por lo demás, esa frase de Ferrando la reconoce felizmente cualquiera, la paran todos, a todo el mundo le suena, porque ahora, si te fijas, hasta los adolescentes hacen memes con ella. Y esa frase me sirvió como pretexto, como principio organizador, para ordenar con gracia todo el material, todas las historias, todos los hitos en la historia de Lima. Un pretexto y una llave para el desván. Una vela en el sótano. Una fórmula mágica. Un ábrete, Sésamo, que destapa el mohoso y pestífero inconsciente colectivo limeño, muy pestífero, claro, pero no menos incitante: así como en el sexo, ciertas pestilencias excitan.
—¿Cómo se puede clasificar a “Una cocina surge”? Parece un poemario, sin embargo, en la presentación dijiste que no eran poemas. En tal caso, ¿es un un híbrido?
—Es que no son poemas en sentido estricto. O no solamente. Y no son cuentos. O no solamente. Y no es una novela. O no solamente. Puede ser todo eso al mismo tiempo. Todo eso y a la vez nada. Perdón: creo que no estoy respondiendo. El punto es que los rótulos, etiquetas, clasificaciones, pueden resultar muy pobres e insuficientes cuando se trata de libros como estos. Y confunden. Y yo no pienso nunca, cuando me siento a escribir, cómo se habrá de clasificar lo que me salga del forro. Nunca digo, pongamos, ahora me toca escribir una novela. O ahora me toca probar el cuento. O ahora escribiré poesía. No. Yo me siento a escribir y escribo. Punto. Y me sale literatura. Eso es todo.
Y en el caso específico de “Una cocina surge”, simplemente sucedió que la frase de Augusto Ferrando me andaba dando vueltas en la cabeza y quería jugar con eso. Y un buen día me senté a teclear y me salió así, como ves, todo en verso y en rima. Me salió tal cual, en primera, de golpe, muy natural y espontáneamente. Casi automáticamente. Y eso tal vez tenga mucho que ver, supongo, lo supongo ahora, lo deduzco ahora, porque no era muy consciente cuando tecleaba, tal vez tenga mucho que ver con las canciones que mi hermano y yo, mi hermano menor, que toca el bajo y canta y compone para una banda de punk, esa manera de escribir, entonces, acaso tenga mucho que ver con las canciones que improvisábamos los dos por aquellos días, días de pandemia, días en que todos, en la familia, buscábamos cualquier manera de alegrar un poco el jodido encierro, con las canciones, repito, que, para ser exactos, no eran otra cosa que obscenas versiones, o sea, perversiones, de populares himnos evangélicos, hechas a propósito para jorobar a mis viejos, muy evangélicos ellos, nosotros ya no, pero que tienen, a Dios gracias, mucha correa. Tienen mucho sentido del humor. No se ofenden. Así que yo estaba, digamos, con ese mood cuando me senté a escribir o a jugar con la frase de Augusto Ferrando, porque fue justo en esos días, en pandemia, encerrados, que tramé todo este libro. Y me salió así: como jugando. Mejor dicho: como cantando.
¿Y cómo diablos clasificarlo? No sé. Para mí la etiqueta es irrelevante. Y como es irrelevante, no defiendo ni rechazo ninguna opción, y creo que hay, por supuesto, motivos textuales que justifican cualquier alternativa: cuentario, novela, poemario, crónica, divertimento, juguete, todas las anteriores, ninguna de las anteriores.
—Ya desde tu otro libro, “Nueve vidas”, sigues esta línea narrativa, ¿es algo que siempre estás explorando?, ¿vas a seguir con ese tema?
—En realidad, estoy emperrado, encaprichado, encamotado, enchuchado con Lima desde “Interruptus” (su libro anterior a “Nueve vidas”). Lima es fundamental en “Interruptus”, en “Nueve vidas” y en “Una cocina surge”. Pero creo que no he logrado todavía, salvo mejor opinión, porque, al final, el autor no es precisamente el más autorizado para juzgar sus propios libros, me parece, digo, que no he conseguido hacer que Lima sea la gran protagonista. Subrayo: me parece. Acaso en este libro sí lo sea, no sé, vamos a ver qué piensan los críticos. Por lo demás, lo cierto es que ahora mismo, como he publicado tres libros en los últimos dos años, me estoy tomando un respiro. Un descanso. Solo estoy leyendo. Pero seguro muy pronto, ya me conozco, me sentiré culpable y volveré a teclear.
—Siempre estás rompiendo las reglas canónicas de la literatura, es algo que usualmente no se hace, al menos en la literatura peruana, ¿por qué crees que eso sucede?
—Mira, lo mío no es algo premeditado. Yo escribo así porque soy así. Así es como funciona mi cerebro, y de mi cerebro, claro, de dónde más, incluyendo, sin duda, los cajones más apolillados, los rincones más tenebrosos, brota toda mi literatura. Pero también ocurre lo siguiente: tímido como soy, tan hongo, medio antisocial, muy bruto y muy bestia para relacionarme con mis semejantes, no hago, pues, literatura para comunicarme con la gente. No. Yo hago literatura para seguir monologando, monologando ahora por escrito, porque igual en voz alta lo hago siempre, siempre hablo solo en mi oficina. De manera que yo tecleo para seguir hablando conmigo mismo. Yo escribo para un único lector y ese lector soy yo. El único público soy yo. Sin embargo, fíjate, resulta que, una vez publicado el libro, de pronto aparecen algunos lectores, algunos, muy pocos, unos cuantos, que se conectan con mis textos, me comprenden, aprecian mis desvaríos. Pero esto, para serte sincero, no sé cómo diablos ocurre. Es casi un hecho milagroso. No los busco y aparecen. Y me sorprendo.
Ahora bien, para responder a tu pregunta, quizá por primera vez, porque ya vi que suelo desviarme y escurrir el bulto, la cuestión es acaso muy sencilla. ¿Por qué no prosperan actualmente los experimentos, las extravagancias, las osadías en la literatura peruana? Porque nuestro mercado lector es mínimo. Mínimo, ridículo, escaso, y entonces no hay suficientes lectores para todas las formas de hacer literatura. Tal escasez, tal aridez, dificulta la diversidad. No es un mercado rico, no es un suelo rico, no florecen muchas especies. Solo crece mala hierba: léase, literatura convencional.
—En alguna entrevista me mencionaste que tus libros siempre son un homenaje a Lima, pero diría que es un homenaje a los años 90, una época, se puede decir, olvidada en la literatura peruana porque no hay un representante recordado sino a partir del 2000. ¿Por qué crees que sucedió eso?
—A mí, la verdad, no me parece que “Una cocina surge” sea solamente un homenaje a la Lima noventera: yo creo que se suman, se funden, se confunden, varias épocas, y mira que hasta la Lima colonial también está representada y fíjate que hasta eventos muy recientes, ya pandémicos, también son versados y rimados. Pero, bueno, ya te dije que no soy muy capaz de juzgar mi propio libro con objetividad. Hay, sí, te lo concedo, pero no en la proporción que sugieres, una buena dosis de acontecimientos y personajes de los noventa, y esto se debe, supongo, a una razón elemental: los noventa coinciden con mi pubertad y adolescencia y aquellos años, por supuesto, fueron años muy felices y plenos de descubrimientos. Y tendré que citar de nuevo, lo siento, porque creo que Cărtărescu ya lo dijo con suficiencia: refiriéndose a Bucarest ha dicho el rumano que “se trata de mi propia ciudad, creada por mí a partir de los recuerdos de mi infancia y adolescencia, cuando sus calles, sus edificios, sus cines y sus mercados fueron tallados directamente en el blando mármol de mi cerebro. No existe Bucarest en el mundo: yo soy Bucarest, Bucarest solo vive en mis páginas.”
Y eso mismo vale, sin duda, para “Una cocina surge”: esta Lima, la Lima de este libro, no es, estrictamente, la Lima real. Es un una mezcla imposible de tiempos, un atroz contubernio de vivos y muertos, un sancochado de acontecimientos verificables y leyendas urbanas y rumores y trascendidos y también obvias mentiras. Es la Lima que yo he construido con mis obsesiones y tendencias. Es la Lima de mi cerebro, su mapa es el mapa de mis neuronas, y esa Lima, claro, siguiendo al rumano, esa Lima soy yo.
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