En el espacio “Cómo lo escribí” de Infobae Leamos autores y autoras cuentan el detrás de escena de los libros que acaban de publicar. Por qué eligieron los temas o historias que terminaron en sus páginas, cómo organizaron su trabajo, qué revelaciones aparecieron en el proceso de escritura, qué sensaciones hubo a medida que ese proceso ocurría.
Esta vez, quien cuenta en primera persona su experiencia de escritura es la escritora argentina Mariela Coronel Silva, que con su libro de cuentos Cornish Rex no sólo debuta como autora sino que también da inicio a un nuevo sello editorial: Astronauta Ruso. Se trata de un proyecto autogestivo -una de las vías más frecuentes por las que nacen los prolíficos sellos independientes- y se trata, en el caso particular del libro, de un conjunto de relatos que transitan climas a veces oscuros, a veces más tranquilos, pero siempre construidos desde la ternura, según dice la propia autora.
Coronel Silva nació en 1984 en el seno de una familia obrera de inmigrantes del Paraguay. Esa crianza, en barrios como La Boca y Boedo, constituye su educación sentimental. Rodeada de esa familia y también de amigos se convirtió en una gran oyente de anécdotas, que muchas veces le sirvieron de punto de partida para sus historias.
Cómo escribí “Cornish Rex”
La propuesta editorial, a primera vista, fue simple: un libro de entre diez y doce cuentos. Escribo desde hace mucho tiempo, desde mis doce años y esta es mi primera publicación. La adrenalina que me dio empezar ese libro -este libro- que tanto imaginé, no me dejó cordura para armar algo nuevo. Los cuentos que junté para Cornish Rex eran de los últimos años, pero no formaban ningún prototipo de libro. Algunos no habían pasado más que por una instancia de corrección.
Sin buscar algo conceptual, el índice está hilado, pero es pura casualidad. Hay una secuencia en la vida de una niña que va creciendo en esta ciudad, en los barrios obreros de La Boca y Boedo, dentro de una familia con madre y padre inmigrantes del Paraguay en los ´90. Esa niña y la adolescente comparten la curiosidad, el detalle minucioso y la memoria. Me basé en mis propios recuerdos, que luego modifiqué para que los recursos tengan el final esperado. El final buscado desde el principio, diría.
Soy una buena oyente de las anécdotas de otras personas. Soy mejor llevándomelas. También escribo desde la observación de esas pequeñas historias que hay en la ciudad, en mi barrio. Yo no viajé mucho, todo lo que consumo para hacer un cuento tiene que estar a mi alrededor.
Muchos personajes que son similares en los cuentos los armé como si dibujara una caricatura de personas que conocí o que fueron parte de mi vida. Otros personajes salen de las anécdotas que me impactaron de amistades y de familiares. Historias en las que podría sentirme identificada o no, participar como una actriz o turista. Lo bueno de poder inventar es que el popurrí de situaciones, entre las reales, las basadas en algunos hechos y las ficcionadas es interminable. Las combinaciones son infinitas.
De alguna manera, creo que mis influencias del realismo mágico se notan en muchos cuentos. También se mete el terror, aunque sea en una sola frase, pero aparece. Escribo en primera persona, y muchas veces eso puede prestarse a confusión, pero la realidad no es más que un manto para empezar a bordar las historias.
Cada cuento que empiezo a escribir lo hago sabiendo su final. Es una técnica o la forma que aprendí a cerrar historias y me la enseñaron en el primer taller de escritura al que fui. Cristian se llama el chico que daba el taller y le agradezco mucho porque él me dio la herramienta para visualizar esa palabra final que me lleva por el camino del relato. Lo que no puedo controlar es cómo será ese camino. No sé si va a ser largo o corto, enredado, sólido o de muchos giros. Solo sé cuál es la salida. Y escribo desde el punto de vista de una niña que creció entre muchas contradicciones ideológicas y choques culturales.
En el 2019 me anoté en el taller de Virginia Feinmann y volví a crear. La mitad de los cuentos en este libro empezaron en sus talleres. En mi biblioteca, que es voluminosa, había mucha literatura, pero poca de autoras argentinas. En Virginia vi que se puede escribir desde mundos pequeños. Me enseñó a ubicar bien los objetos y los lugares al momento de producir un texto. Logró conectar conmigo para que yo me moviera segura por ese camino con salida. Me hizo ver que de los recuerdos se puede extraer mucho material y usarse con brutalidad.
Fue al año siguiente, durante la pandemia, que me contacté con mi amigo Isaac Castro y él me contó que estaba pensando algo, pero no me anticipó más, solo me dijo que le vaya mandando mis cuentos. Y eso hice buscando una devolución, no sabía qué estaba tramando. Unos meses después, me dió la noticia de que iba a ser mi editor, que estaba gestando una editorial con un amigo suyo, Rodrigo Parada. El proyecto de ambos, Astronauta Ruso, ya estaba en pie cuando me pidió los cuentos que hoy terminaron siendo el libro.
Y en el momento final de las correcciones, me enteré de que mi libro de cuentos no sólo empezaría la línea narrativa, sino que conmigo inauguran la propia editorial. Ante esta noticia, experimenté un vértigo mucho mayor. Sentí una gran responsabilidad. No podía minimizar este libro. Ser la primera de una editorial que nace, con todo lo que eso implica y más aún en este contexto, debo reconocer que me dio un poco de miedo, por lo que me puse a corregir todo nuevamente.
Finalmente, quedaron los que más me gustaron y dejé afuera algunos que consideré muy oscuros. Quise manejar los climas de cada relato. Los más tensos y dramáticos los fui intercalando con los relajados y tiernos para dar aire al lector o lectora que gusta leer sin saltear cuentos, del primero al último.
Si los pienso en conjunto, todos se confeccionaron desde la ternura. Supongo que se debe a que son historias con mucha nostalgia. Algunas surgidas de partir de recuerdos de la niñez y adolescencia. Otras van a tener un acento porteño inevitable, personajes y calles de la ciudad en la que nací y crecí. Creo que será fácil meterse dentro de ellas.
Fragmento de “La muñeca de flores”, cuento de “Cornish Rex”
A la mañana siguiente, la muñeca deseada estaba sobre mis ojotas. Mi abuela me hizo el desayuno y me dijo que temprano mi mamá y mi tía se fueron al hospital. Van a buscar a tu primita, dijo mientras se metía un pan inflado de mate cocido en la boca. Pero por dos días no volvieron. Yo las esperaba en el sillón viendo telenovelas abrazada a mi muñeca y mi abuela iba y volvía del almacén donde averiguaba si había recibido algún llamado.
Ese mediodía, volvió directo para sacar la mesa al patio y guardar las hamacas. Puso velas y un mantel blanco. Ordenó las sillas en semicírculo. Me dijo que vea tele. Yo me quedé dormida a la hora de la siesta. Cuando desperté, toda la casa y todo el patio olían a flores. Además la mesa, los árboles y las vigas tenían luces.
Había gente saludando a mi abuela. Hacían una reverencia de respeto con las manos en el pecho diciendo señora. Mi abuela les ponía la mano en la cabeza como si fuera un cura dando la bendición. Yo estaba inquieta. Quería a mi mamá. Me mandó a sentarme al lado de mujeres que no conocía y que espere. Algunas lloraban, otras tenían un rosario en la mano. Todas me hablaban en guaraní. ¿Y mi mamá? Le pregunté de nuevo. Mi abuela siguió tocando cabezas.
Ya estaba oscureciendo y me acerqué a la muchedumbre que se agolpaba delante de la mesa. Creí que había comida. Levanté la cabeza y mis talones y la vi. Una bebita dormida con una corona de flores naranjas, rosadas y blancas en su cabeza. Sus manitos juntas en forma de rezo eran de un color que nunca más presencié en ninguna cosa o lugar. No eran marrones, ni azules, tampoco grises, ni moradas.
En el medio de la mesa, en una cuna de flores, la que estaba acostada era mi primita. Petunias, madreselvas, jazmines, margaritas. Brillaba con su vestido blanco de princesa. Un vestido de satén con encajes idéntico al de mi muñeca.
Mi tía Marga casi muere en el parto y tuvo que ser internada. Por eso no estuvo en el velatorio. No pudo decidir qué se hacía con su hija. Mi madre estuvo pendiente de ella desde que le dijeron que había complicaciones hasta que le pidieron muchas firmas para los trámites finales. El cajoncito con la beba lo dejó un señor. No sé quién era. Mi mamá nunca me explicó bien esa parte. Lo que sí me contó -años después- es que, antes de volver a la casa, ya de noche, ella se había quedado dormida en la parada de colectivo.
“Los más tensos y dramáticos los fui intercalando con los relajados y tiernos para dar aire al lector o lectora que gusta leer sin saltear cuentos”
No pudo controlar su cansancio, debilitada por esos días de guardia en el hospital. Ella no estaba de acuerdo con esas costumbres. A los muertos no se les tiene miedo y a los infantes no se los apartan de los funerales por más chiquitos que sean. Me pidió disculpas varias veces. Sobre todo después de ir a una reunión en la primera semana de mi preescolar cuando fue citada por mi maestra.
La seño Jime estaba preocupada por lo que le había contado esa tarde. Me recuerdo en medio de los ojos quietos e invasivos de mis compañeritos y la seño, obnubilada. Ella había preguntado qué habíamos hecho en nuestras vacaciones. Yo le dije que había ido a conocer a mi primita muerta y que parecía una muñequita.
Cornish Rex y el sello editorial Astronauta Ruso se presentan este viernes 18 de noviembre a las 20 en El Tipográfico Espacio Cultural (Av. San Juan 3246, Buenos Aires). Mariela Coronel Silva conversará con los escritores Isaac Castro y Gabi Luzzi. Entrada libre y gratuita.
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