Samanta Schweblin: cinco definiciones sobre el libro que la hizo ganar el National Book Award

La escritora argentina acaba de obtener el prestigioso premio literario por “Siete casas vacías”. En 2015, en una entrevista con Infobae, habló de la obra que acababa de publicar: cómo construye sus personajes y cómo se volvió lectora.

Samantha Schweblin junto a Megan McDowell, que tradujo "Siete casas vacías" al inglés. Este miércoles recibieron la medalla del National Book Award.

Era 2015 y Samanta Schweblin, la escritora argentina de 44 años que hace más de una década sacude el escenario literario del país y también del mundo cada vez que publica un nuevo libro, editó Siete casas vacías, una obra hecha de cuentos. Ese libro, en su versión traducida al inglés que se titula Seven empty houses, acaba de convertirla en la ganadora del National Book Award 2022.

Schweblin, radicada en Alemania desde hace años, fue anunciada este miércoles como la ganadora del prestigioso certamen estadounidense en la categoría Literatura Traducida. Seven empty houses, que fue traducida por Megan McDowell y editada por el sello Riverhead Books de Penguin Random House. El anuncio fue en Nueva York, donde se lleva a cabo la ceremonia que cada año otorga los premios.

La autora acaba de convertirse en la segunda argentina en recibir la destacada distinción: en 1967, Julio Cortázar accedió al National Book Award por su obra cumbre, Rayuela, traducida al inglés como Hopscotch.

En 2015, cuando Schweblin publicó la versión original de Siete casas vacías, habló con el periodista Matías Méndez en una entrevista con Infobae TV. Infobae Leamos comparte algunas de las ideas más destacadas de aquella entrevista que, siete años después, sirve para reconstruir el primer impacto del libro que ahora llevó a la autora a ser reconocida con uno de los premios más destacados del mundo.

"Seven empty houses", la versión de "Siete casas vacías" al inglés, fue premiado en la categoría "Literatura traducida".

“En los cuentos que reúne este libro, Samanta retoma sus indagaciones en las relaciones filiales, piensa (y hace pensar) a la locura, manipula objetos que la ayudan a construir sus relatos y sitúa la ficción en casas. Quizás habría que decir que es en las periferias que rodea a las casas en donde se desencadena la acción de estos relatos, entre los que está el más extenso escrito por Schweblin, ‘La respiración cavernaria’”, que narra la historia de una mujer que desea una muerte que parece no llegar nunca”, describía Méndez en ese momento.

Schweblin acababa de ganar el Premio Ribera del Duero, en España, justamente por Siete casas vacías, y había publicado apenas unos meses atrás su novela Distancia de rescate, que luego fue adaptada al cine y en la que logró lo que logran los mejores escritores: poner en palabras eso que estaba ahí desde siempre. Es que llamó “distancia de rescate” a la distancia máxima a la que debe permanecer una madre para tener garantizada la posibilidad de salvar la vida de sus hijos. Nada menos. Nunca nadie lo había dicho tan bien. Pero volvamos a Siete casas vacías y a las ideas principales de la entrevista de 2015, hecha luego de la premiación en España.

Un halago es también un compromiso

-Leí lo que dijo Rodrigo Fresán cuando te entregaron el premio: “Los cuentos de Samanta podrían estar en la Antología del cuento extraño de Rodolfo Walsh”. Algunos de los autores que estaban ahí son Borges, Bioy, Guy de Maupassant y Tolstoi. ¿Como te sentís frente a ese elogio?

-Fue uno de los mejores halagos que me han hecho porque además esa antología fue uno de mis grandes descubrimientos del género. Me acuerdo de dos cosas: la revista El Péndulo y la Antología del cuento extraño de Rodolfo Walsh. Fue alucinante los autores que descubrí en esa antología. Tiene lo que tienen todos los halagos, por un lado te premian y por el otro te meten en un compromiso, pero fue un honor.

Para qué sirven los premios

-En una charla anterior me dijiste que te costaba mucho entregar los textos porque eras muy miedosa. ¿Los premios ayudan a mitigar ese temor?

-Ayuda, porque todos somos hijos del rigor y tener una fecha de cierre ayuda muchísimo a soltar un poco los cuentos, pero de todas maneras el temor con lo que va a pasar después con los textos siempre está porque tiene más que ver con los lectores que con un premio.

Cómo se construye un personaje

-En los relatos de esta Siete casas vacías, si de algo no están vacías es de sentido.

-Hay un recorrido en los siete cuentos por la locura, pero no la locura de los locos, sino que me interesaba la locura “sana”. Son personajes que están cansados de arrastrar siempre los mismos problemas, con los que han luchado y han probado miles de maneras de escapar y, de pronto, empiezan a probar nuevas alternativas: ¿Qué pasa si doy un poquito? ¿Qué pasa si doy un pasito a la derecha? ¿Qué pasa si digo menos? Tratar de encontrar nuevas maneras de desenredarse que quizás tiene que ver con una búsqueda que hice durante los años que escribí este libro.

Un objetivo literario

-Una característica de tu literatura es que tus relatos no son historias cerradas en la que se le revela todo al lector en el final y que incluso en algunos casos es un espacio abierto sin resolución. ¿Eso te lo planteás como escritora?

-Sí, me lo planteo porque es lo que me gusta encontrar como lectora, entonces le presto mucha atención a eso. Hay un doble juego: por un lado, soy muy controladora porque tengo una idea clara de lo que quiero contar y me gustaría que la travesía del lector por lo que cuento fuera muy cercana a lo que yo siento, entonces controlo mucho. Pero, por otro lado, un cuento exige un buen narrador pero también un muy buen lector. Es un trabajo a dos partes. Un buen lector lee el libro pero también lee al autor. Siempre hay algo de personaje ahí. Un autor no tiene toda la verdad, incluso no la tiene acerca de lo que está pasando en su propio texto y es increíble las cosas que descubro en los cuentos que escribo a través de la lectura de los lectores. Los cuentos tienen que tener cierta apertura. Para mí es bastante importante que no todo lo que escribo esté puesto en el texto, dejar que parte de lo que escribo se produzca en la cabeza del lector. Intentar controlar eso, es casi un imposible pero me gusta jugar con esa idea. Que algo no esté dicho no significa que no esté en el texto.

Hasta ahora, sólo un argentino había ganado el National Booker Prize: Julio Cortázar en 1967, por su monumental "Rayuela".

-El lector deberá encontrarlo.

-Exactamente.

-En este libro desarmás la familia tradicional con la que hemos crecido.

-Hay una crisis de la familia con la que nuestra generación creció. La familia es la primera gran tragedia con la que todos aprendemos a crecer y a empezar a entender el mundo. Ahí hay una cantidad de material enorme. Me interesa mucho todo lo que sea lo familiar, sobra material ahí para escribir muchos libros.

Historia de una lectora

-Has hablado de la biblioteca de tus padres, ¿tu primer acercamiento a la literatura son esos libros familiares?

-Era una biblioteca que me permitió leer desde muy muy chiquita porque mis papás tenían un jardín de infantes y mi mamá era maestra jardinera, y había una cantidad de bibliografía para chicos enorme. Nadaba en libros para chicos que además no eran míos, entonces tenía una fascinación porque quizás eran libros que venían uno o dos días y después volvían a la biblioteca del jardín. A los 11 o 12 empezó la incursión a la biblioteca de los adultos, que tenía muchos autores del boom, muchos clásicos como Dostoievski o Kafka. Vivía en Hurlingham y era muy lindo viajar al centro para comprar libros en las mesas de saldos de Corrientes con mis primeros dineritos. Además los libros que eran baratos, los que me podía comprar, eran los bodoques, los ladrillos de las colecciones de clásicos. Después, el descubrimiento de algunos autores que me alucinaron, como Cortázar o Boris Vian, que descubrí en la biblioteca de una amiga.

-¿Y mucha lectura en el tren?

-Leía muchísimo en el tren. Típico de la gente que vive en provincia y va a estudiar a Capital y que tiene una hora y media o dos de ida y lo mismo de vuelta. Tenía todo un sistema que me permitía bajar del colectivo leyendo y sacar el boleto del tren sin bajar la mirada, porque todo ese tramo del colectivo al tren, que eran como quince minutos, me parecía una pérdida de tiempo enorme. Había sacado la cuenta y a lo largo del mes eran como ocho libros que podía leerme si no bajaba la vista en ningún momento.

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