Diego Puig: “la literatura de Buenos Aires es tan regional como la del Norte aunque se crea universal”

El autor tucumano presenta un libro de cuentos diversos entre sí, desde el erotismo causado por la visión de una momia hasta un superhéroe preocupado por su calvicie. Además, plantea que la Capital también es una particularidad. Y que las diferencias con las Letras de las provincias se están achicando.

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Diego Puig y su libro "El problema de la luz".
Diego Puig y su libro "El problema de la luz".

Hace unos meses nos encontramos con Diego Puig en Tucumán, la ciudad donde vive. Pasó a buscarme por el hotel y nos metimos en la noche cálida de principios de julio. Caminamos por la plaza principal donde un grupo de obreros montaba un escenario enorme, frente a la casa de gobierno. Dos días después, el 9, el Día de la Independencia, a ese escenario treparon gobernantes y músicos. Debajo la gente, los vendedores ambulantes.

La noche estaba animadísima por ser apenas miércoles. Y es que Tucumán es una ciudad universitaria: se nota en la cantidad de barcitos, hamburgueserías y quioscos con mesas de plástico en la vereda. En uno de esos quioscos tomamos las últimas cervezas a las dos de la mañana. San Miguel, la cerveza industrial local. Si voy a una ciudad que tiene cerveza propia, siempre la elijo por sobre el resto, aun si las demás son más ricas.

Diego volvió a Tucumán hace unos años. Allí nació aunque pasó su infancia en Termas de Río Hondo, Santiago del Estero, a 90 kilómetros. “Tucumán era el lugar donde se venía a nacer, a comprar ropa, los útiles de la escuela, al cine”. A los 15 se fue a Noruega a terminar el secundario en un colegio que pertenece a la red Colegios del Mundo Unido (UWC), un programa internacional que promueve la diversidad en sus estudiantes, no sólo de nacionalidad sino también socioeconómica. Lo recuerda como una experiencia buenísima y rara “entre el fiordo y la montaña”, conviviendo con doscientos chicos de cien países diferentes. De allí se fue a hacer la universidad a Maine (Estados Unidos); volvió a Buenos Aires, donde vivió cuatro años (“mi época dorada”), luego cuatro años en Tucumán, un periodo entre Mar del Plata, Buenos Aires y las Termas, yendo y viniendo. Y otra vez Tucumán.

Algo de ese espíritu errante se puede respirar en los cuentos de El problema de la luz (Gerania, 2022), su flamante quinto libro. Antes publicó Nadar sin luz (novela, 2013), Vírgenes infinitas (cuentos, 2018), It girl (novela, 2020) y Un enjambre de literaturas regionales: ni tan centrales, ni tan periféricas (ensayos y entrevistas, 2022). Errancia no porque los cuentos tengan el trazo de geografías diferentes, sino porque son en sí mismos, cada uno, una geografía diferente, un universo que se completa en cada relato, que se cierra y que nos empuja al abismo desconocido del siguiente.

Aunque siempre leo los libros de cuentos con el orden del antojo que me provoca el título, esta vez lo hago siguiendo el índice, el orden que les dio el autor o con el que, al menos, estuvo de acuerdo.

El problema de la luz

La niña del rayo, es el primero: un cuento largo donde la historia de una de las momias infantes de Llullaillaco se cruza con la de Esther, una mujer joven también con sangre y “cabello negro y sedoso de india”. La primera vez que Esther se topa con la niña del rayo, en la casa de un saqueador de tumbas “deseó que aquel hombre nefasto que volvía a observarla con intensidad le pusiera una mano en un pezón y se lo apretara fuerte como intentando desfigurarlo y la penetrara en aquel cuarto oscuro y frío embistiéndola, mientras ella fijaba la vista en la momia y abría la boca como devolviéndole un reflejo. Y un eco”. Años después, de viaje con su marido, unas vacaciones ensombrecidas por el duelo, vuelve a ver a la momia en un museo y aparece otra vez el deseo irrefrenable: “una urgencia sobrenatural por tenerlo adentro, como el mandato inequívoco del destino”.

Si creemos que en el primer cuento está el tono, la clave de lectura del resto del libro, apenas comenzamos a leer el segundo, Superboy, sospechamos que ¡de ninguna manera! Porque al sino trágico que ronda el primer relato le sigue el absurdo, el humor y la frescura del segundo: un superhéroe preocupado por su calvicie incipiente, herencia del padre, que debe hacer frente a una manada de rinocerontes que invaden el microcentro porteño y que, en el medio de semejante faena, se enamora de un joven llamado Agustín Hermoso. Hay sesiones de espiritismo y una intervención desde el más allá de Agustín Magaldi, abuelo de Agustín Hermoso a quien no le tiene demasiada paciencia.

"El problema de la luz", de Diego Puig.
"El problema de la luz", de Diego Puig.

De nuevo en el relato siguiente cambia la dirección: Gran dama del cine nacional transcurre entre un motorhome, el set de rodaje y divismo clase B, con una escritura melodramática que les hace justicia a esos personajes exagerados en su sensibilidad y amor propio. Y la misma sensación de giro cuando entramos en Comerciantes, un relato extrañado que comienza con tres amigos yendo a comprar el féretro para el hijo de uno de ellos: “Lo encontramos fumando en un costado de la casa, parado junto a la parra que cuelga de las pérgolas, justo por encima de donde estacionan el auto. Estaba refregándose con dos dedos el costado de un ojo. Ninguna seña más que la mirada un poco triste y el corto movimiento de la mano izquierda de arriba abajo y de abajo a arriba sobre su cara”. Como sucede en los grandes relatos, este es de esos que están hablando de algo para hablar de otra cosa.

A esta altura del libro y aunque ni siquiera hayamos llegado a la mitad, sí podemos estar seguros de que El problema de la luz no sigue un itinerario prolijo del estilo Google Maps sino que elige la manera del flâneur. A este flâneurismo también me entrego en la lectura y lo celebro. Contrariamente a la tendencia de los libros de cuentos contemporáneos donde cada relato parece obedecer a un plan (un eje temático o una atmósfera compartida, por ejemplo), este no sigue ninguno, es un libro descarriado.

Le mando a Diego audios de WhatsApp con algunas preguntas generales sobre el libro. Me dice que a la mayoría de los cuentos los escribió entre 2014 y 2017 y que no hay ningún hilo conductor entre ellos, que lo que los une es “ese tiempo vivido”. Y que a él le gustan los libros a la vieja usanza, cuando el escritor decía: “acá hay un libro” y listo, lo daba por cerrado. Lo que no quiere decir: un rejunte de textos. Cada uno es una búsqueda, una exploración.

Cuando termino de leer Los problemas de la luz pienso en una fiesta donde nadie se conoce entre sí y todos los invitados sólo conocen al anfitrión. Todos fueron convidados por alguna razón que no es tan evidente a primera vista. Sin embargo, porque así somos las gentes: dios nos cría y el viento nos amontona, en el transcurso de la noche y el vino, los desconocidos se irán acercando y encontrando algunas afinidades… entonces habrá alguna conexión más o menos difusa entre La niña del rayo, Comerciantes y Canopia, otra entre Superboy y Un matrimonio gay peronista; o entre Gran dama del cine nacional, Casta divina y Ay, Inés… Quiero decir que eso que Diego llamó “compartir ese tiempo vivido”, funciona como una red sutil que contiene y sustenta los doce cuentos.

Aparte de ser una de las voces interesantes y talentosas de la narrativa argentina de los últimos años, a la que vale la pena acercarse y seguirle la pista, Diego Puig es un gran entrevistador (pueden leer sus colaboraciones en la revista tucumana La papa) y alguien que piensa la literatura argentina en su diversidad: geográfica, de registro, de circulación, de producción, etcétera.

De una selección de sus entrevistas en La papa y de una serie de ensayos escritos con el apoyo de una beca del Fondo Nacional de las Artes, surge el otro libro que Diego Puig publicó este año: Un enjambre de literaturas regionales: ni tan centrales, ni tan periféricas. Un libro que “busca ampliar una discusión, hacer un muestreo de la diversidad en la literatura argentina actual y plantear algunas ideas para seguir conversando y discutiendo”.

Una de las ideas fuertes que plantea el libro es que “todas las literaturas son regionales, incluida la de Buenos Aires: es tan regional como la del Norte, la de Cuyo o la de la Patagonia. La literatura del Río de la Plata tiene sus características propias pese a que haya una pretensión universalista: la literatura argentina es esto, cuando no deja de ser la literatura rioplatense es esto. También creo que desde cinco años hasta la fecha, la diferencia entre Buenos Aires (que por supuesto es el mayor mercado, tiene los mayores recursos) y el resto de las literaturas de las provincias se está achicando un poco gracias a que hay más proyectos editoriales y ferias de libros”.

"It", otro libro de Diego Puig.
"It", otro libro de Diego Puig.

Algo que le pareció curioso con respecto a las y los autores que participan del libro es “lo difícil, diría imposible, que les resultó pensarse a sí mismos atravesados por la geografía y por cierta materialidad: como si no tuvieran marcas idosincráticas, sociales, económicas del lugar donde nacieron y vivieron y se criaron; como si su escritura y su genialidad fueran sólo producto de sí mismos”. Ser del Norte, por ejemplo, tiene que ver con formas de pensar, de decir, de sentir… a veces, dice, es una pena que sólo se vea pasado por el filtro del costumbrismo y que si no es así haya que ir hacia algo más cosmopolita o universal.

La niña del rayo (fragmento)

Diez o tal vez quince años le llevaría a Esther volver a encontrarse con la Princesa del cerro. El folleto del museo frente a la plaza principal de Salta no mostraba fotos de ella, pero Esther tampoco pensaba mucho en la noche en casa del padrastro de aquel novio. El folleto sí indicaba algunas características de la momia. Tenía ocho años y medio cuando murió. Medía un metro y diez centímetros. Esther se miró en el vidrio de la puerta de la antesala cuando leyó esa información y trató de imaginarse a ella misma a esa edad, un poco más alta quizá. Entonces sí recordó la comida y la boca abierta de la momia y el deseo sexual que la había invadido entonces.

Miró a su alrededor buscando a Iván. Estaba casi a su lado, frente a una vitrina con pequeños objetos de un ajuar. Él le sonrió al sentirse observado y extendió un brazo, la acercó a su cuerpo y le besó el cuello. Esther siguió leyendo que la momia había muerto por un shock hemorrágico traumático. La habían herido en la espalda. Algo punzante en el hemitórax derecho. Antes de entrar en la sala donde estaba el cuerpo, Iván fue al baño y Esther aprovechó para sentarse y buscar en su teléfono una foto de la Princesa del Cerro. Era su momia.

Iván demoraba y el buscador de Internet le ofrecía más información sobre la muerte de la chiquita. Estudios sobre el pelo de la momia revelaban cambios de alimentación en los dos años antes de su muerte. Un año antes de ser sacrificada, su dieta había cambiado de alimentos simples a comida mucho más nutritiva y rica. No había restos de coca o alcohol en su pelo. Pero sí cortisol, la hormona del estrés. Esther se tocó la cabeza y frotó las raíces de su pelo siempre negro y suave. Iván volvió y entraron a ver la momia. Ahí estaba con la boca siempre abierta y una postura que ella no recordaba: arrodillada y levemente inclinada hacia adelante. Como si se arrastrara. Junto a ella había un tupido tocado de fantástica factura. Sedosas plumas verdes y rojas eran sostenidas por una vincha metálica que a Esther le pareció de excepcional belleza. Le hubiese gustado que le acariciaran la cabeza de la misma manera en la que quiso acariciar la cabecita mal conservada de esa niña, que frente a ella no era más que una viejita desfigurada, calva e indigente

Quién es Diego Puig

♦ Nació en Tucumán en 1982.

♦ Pasó gran parte de su vida fuera de la provincia.

♦ Es autor de las novelas Nadar sin luz (Ed. Milena Caserola, 2013) e It girl (Gerania Editora, 2020) y del libro de cuentos Vírgenes infinitas (Ed. Mulita, 2018). También de Un enjambre de literaturas regionales: ni tan centrales, ni tan periféricas.

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