Rara vez la primera novela de un escritor se presenta con tal grado de madurez literaria, al punto que pareciera que llevara años en el oficio y que su primera publicación no fuera realmente la primera sino la consolidación de una voz que ha sorprendido una y otra vez. Ese es el caso de la escritora catalana Natàlia Cerezo, quien recientemente ha publicado su novela Y pasaron tantos años.
Editada por el sello Rata Books, la novela se adentra en la vida de Caterina, una chica nacida en una masía aislada del interior de Catalunya. Inicia un nuevo camino en una ciudad industrial del Vallès y allí, entra la fábrica y un teatro de aficionados, irá descubriendo el sabor agridulce de sus días, se casará y vivirá en una casa modesta construida por su marido, un hombre sencillo y testarudo de nombre Gustau que despertará en ella los sentimientos más sombríos.
Un libro íntimo, señala la editorial, escrito con una prosa sencilla pero sugestiva, que nos narra la vida de una mujer humilde, aparentemente débil e ingenua, que no se deja derrotar ante nada.
Cerezo ya había escrito y publicado antes, pero esta es su primera novela. Se dio a conocer con su libro de relatos En las ciudades escondidas, con el que consiguió el premio de El Ojo Crítico de Narrativa en 2018. Ahora, con Y pasaron tantos años, parte de las historias que su abuela le contaba, intentando descifrar el personaje de Caterina. En una entrevista en un blog de literatura, la autora rememora un episodio en el que su abuela muere antes de poder ver el libro terminado y publicado.
“La yaya murió de neumonía el cinco de febrero de este año. Fue todo muy rápido. Ella estaba bien. Sabía que yo estaba haciendo el libro. Apenas el día antes, me mandaron la portada y me emocioné pensando que se la enseñaría, pero ya no pude. Cuando era pequeña me gustaba mucho ir a su casa, a escucharla contar historias, y le prometí que un día las escribiría. De hecho, siendo una niña, empecé a hacerlo y no hace mucho ella me devolvió aquellos escritos. Me dijo guárdalos, que un día me moriré, eso tan típico que dicen las abuelas y que al final siempre tienen razón”.
Con una prosa limpísima y extremadamente pulida, Cerezo consigue despertar imágenes muy poderosas en los lectores, a partir de una narración en primera persona que se funde en la voz de esta joven protagonista que, pese a todo, persiste.
“Y pasaron tantos años que perdí la cuenta, y la casa pasó de tener un piso a tener tres. Las habitaciones se multiplicaban como se multiplicaban nuestras semillas. Los niños se casaron y tuvieron a otros niños que también crecieron. Hubo Navidades felices y veranos tristes. Hubo niños que se escondían en el hueco de la escalera, que se mecían en las cuerdas de tender la ropa, que leían en el patio mientras se bañaban en un barreño. Cuando el agua estaba demasiado caliente se ponían en pie y corrían dejando huellas húmedas en las baldosas. A veces la rabia volvía, cuando la casa se quedaba sola y solo estábamos nosotros dos delante de la estufa, y entonces recordaba los libros de antes. Los nuevos ya no los escondía. Me negué, poco después de las riadas, y ahora los guardaba en un armario cuando terminaba de leerlos para que no se ensuciaran de polvo. La Moderna había cerrado, pero aquel armario todavía olía a la tienda, a papel y a chicle, a juguetes. Y un día salimos de la casa para siempre y fuimos a vivir a otra más pequeña, en una calle donde las casas tenían los patios delanteros llenos de flores. En el nuestro planté los esquejes de los geranios de mamá, que ya no estaba, y un limonero” - (Fragmento).
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