Quién fue Aldo Manucio, el “primer editor” literario e inventor de la letra cursiva

“De re impressoria” reúne por primera vez las cartas prologales del humanista e impresor italiano, uno de los editores más importantes e innovadores del Renacimiento. A más de 500 años de su muerte, este merecido rescate pone en valor la figura de uno de los responsables directos del libro como lo conocemos.

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"De re impressoria", editado por Ampersand, reúne las cartas prologales de Aldo Manucio, humanista italiano conocido como "el primer editor" y recordado por inventar la letra cursiva.
"De re impressoria", editado por Ampersand, reúne las cartas prologales de Aldo Manucio, humanista italiano conocido como "el primer editor" y recordado por inventar la letra cursiva.

Aunque es muy probable que el nombre de Aldo Manucio le resulte ajeno a la mayoría de los lectores, los libros tal y como los conocemos hoy en día no serían lo mismo sin la intervención de este italiano, uno de los editores más importantes e innovadores del Renacimiento, considerado por muchos como “el primer editor”.

Aldus Pius Manutius, conocido como Manucio o Aldo el Viejo, fue el responsable de un enorme proyecto editorial dirigido a un pequeño y refinado círculo de estudiosos, pero también a la gran masa de estudiantes. Con su Imprenta Aldina, el italiano editó e imprimió ejemplares bellísimos que, gracias a su reducido tamaño y la claridad de sus textos, fue posible que llegaran mayor público posible.

Esto terminaría siendo uno de los primeros pasos para la creación del libro moderno. Para eso, Manucio implementó con regularidad la numeración de las páginas y la utilización de índices, además de crear elegantes caracteres tipográficos que le permitían ahorrar espacio.

De re impressoria, editado por Ampersand, reúne por primera vez las cartas prologales con las que Manucio acompañaba los libros que editaba, trabajo que rescata el rol imprescindible del editor, además de las obsesiones, pesares, herramientas e impulso creativo propios de la labor editorial.

Escribió Manucio en una carta a Alberto Pio, príncipe de Carpi, fechada en 1495: “Caímos en estos tiempos turbulentos, tumultuosos y míseros, en los que se manejan más las armas que los libros, sin embargo no descansaré hasta que no se haya hecho una cantidad de buenos libros”.

De re impressoria (fragmento)

Constantino Láscaris, Gramática griega

8 de marzo de 1495

Constantino Láscaris (1434-1501), erudito griego que llegó a Italia luego de la caída de Constantinopla. Enseñó griego en la corte de los Sforza y luego en Mesina. Escribió su Gramática en Milán, donde se imprimió por primera vez; esa edición mencionaba lugar y fecha (Milán, 30/1/1476), el nombre del impresor, Dionisio Paravisino, y del curador de la edición, Demetrio de Creta.

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Aldo Manucio romano a los estudiantes, saludos.

Que los principios gramaticales de Constantino Láscaris, hombre doctísimo, muy útiles para introducir a los jóvenes en las letras griegas, sean casi como un preludio a todos nuestros afanes y gastos, y a tan grande preparación para imprimir volúmenes griegos de todo género, se debe, por un lado, a la multitud de los que desean aprender la literatura griega (pues no existían en el mercado copias impresas y nos las pedían frecuentemente), por otro, al estado y la condición de estos tiempos y a las grandes guerras que ahora infestan toda Italia, puesto que Dios está enojado por nuestros pecados, y que pronto según parece agitarán o mejor destrozarán todo el mundo, a causa de los crímenes de todo tipo de los hombres, mucho mayores que esos que fueron causa una vez de que Dios enojado sumergiera en las aguas y destruyera a todo el género humano.

Qué verdadera es, Valerio Máximo, aquella frase tuya, dorada y digna de ser recordada: “Con paso lento la ira divina avanza hacia su castigo, y compensa la tardanza con la gravedad del tormento”.

Hay un proverbio muy conocido en lengua vulgar: “Pecado antiguo, pena reciente”. A quien le vaya, que lo asuma, como dicen.

Mientras tanto, estudiosos de las bellas letras, reciban los rudimentos de gramática de Constantino Láscaris, en copias mucho más correctas que las que aparecen impresas. Pues a estas el propio Constantino las corrigió en alrededor de 150 pasajes, lo que reconocerá fácilmente cualquiera que compare aquellos ejemplares con estos. Verá que hay algunos pasajes borrados, muchos corregidos y muchos más agregados. El libro así corregido por la propia mano de Constantino nos lo dieron Pietro Bembo y Angelo Gabriele, patricios vénetos, jóvenes nobles de manifiesto talento, que hace poco en Sicilia aprendieron griego del propio Láscaris y ahora en Padua se dedican juntos a las artes liberales.

Agregamos por iniciativa nuestra en página enfrentada la traducción latina, pensando que sería más cómodo y útil para los que comienzan a aprender griego. Quisiera que me excusen quienes prefieran los textos sin la versión latina, pues preparamos la impresión de la Gramática de Láscaris para aquellos que no cultivan e ignoran profundamente las letras griegas. Pronto, si Jesucristo lo favorece, se imprimirán todos los mejores libros de los griegos para los eruditos y doctos. Adiós.

El italiano Aldo Manucio fue uno de los responsables de la implementación regular de la numeración de las páginas, además de la utilización de los índices.
El italiano Aldo Manucio fue uno de los responsables de la implementación regular de la numeración de las páginas, además de la utilización de los índices.

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AM romano a los estudiosos, muchos saludos.

Es nuestra intención no omitir nada que creamos que pueda ser útil a quienes desean aprender las letras griegas y saber latín a la perfección. Por esta razón registramos todas las letras y diptongos griegos, su nombre, su pronunciación y de qué modo se transliteran al latín, con ejemplos adaptados para eso; agregamos también abreviaturas, que es muy bueno saber.

[...]

Hemos decidido emplear toda la vida para el beneficio de la humanidad. Dios es mi testigo de que nada deseo más que ser útil a los hombres, lo que no solo mostré en mi vida pasada, dondequiera que viví, sino que espero mostrar en la futura, porque eso es lo que quiero, cada día más, en tanto vivimos en este valle de lágrimas y lleno de miseria. En verdad trabajaré para que, en lo que depende de mí, pueda ser siempre útil. Pues aunque podría llevar una vida plácida y tranquila, sin embargo la elegí ocupada y llena de trabajos, pues el hombre nació no para placeres indignos del hombre probo y sabio, sino para el trabajo y para hacer siempre algo digno del ser humano.

Por lo tanto, no estemos inactivos, no pasemos nuestra vida en el ocio, apegados a la gula, al sueño y a los restantes gozos, como las ovejas. Pues, como dijo Catón: “La vida del hombre es casi como el hierro. Si lo usas, se gasta; si no lo usas, el óxido lo arruina. Así, si el hombre está ocupado, se deteriora; si no se ocupa, la inactividad le trae más detrimento que el trabajo”.

Pero, dejando estas cosas, comencemos a hablar del asunto que nos compete. Dije todas estas cosas incitado por mi extraordinario amor hacia todos los hombres.

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Nobles jóvenes y estudiosos de la literatura, tienen lo que les prometí en el frontispicio del libro. Permanece ahí para que ustedes nos muestren mucha gratitud, la que consideraré muy abundante si compran nuestras obras sin demora. Si, como lo espero, lo hacen, tendrán un doble beneficio, porque ahora ustedes aprenderán los rudimentos de las letras griegas, y luego me entusiasmarán para publicar los restantes textos, mucho más importantes y dignos que estos.

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No se pudo evitar que los impresores, como suelen, cambiaran y distorsionaran algunas cosas. Por lo que tuve la necesidad de recorrer todo el libro y de anotar aquellas erratas que parecían de alguna importancia. Hicimos esto para que el libro llegara perfectamente corregido a las manos de los estudiosos. Y para que más fácilmente cada uno pueda enmendar los errores, escribimos la letra del alfabeto con la que fue marcado el cuadernillo y ahí mismo el número de la página, y en la página el número de línea, y así.

Con su Imprenta Aldina, que volvió accesibles los libros para gran parte de la masa estudiantil gracias a sus novedosas implementaciones, Aldo Manucio se transformó en uno de los responsables del libro como lo conocemos.
Con su Imprenta Aldina, que volvió accesibles los libros para gran parte de la masa estudiantil gracias a sus novedosas implementaciones, Aldo Manucio se transformó en uno de los responsables del libro como lo conocemos.

Museo, Hero y Leandro

ca. 1495-1497

Museo el Gramático (siglo v o vi d. C.) es el autor de un poema mitológico que cuenta la historia de un amor prohibido entre dos jóvenes. En la época de Manucio se creía que el poema pertenecía a un poeta hómonimo anterior a Homero.

Aldo romano a los virtuosos que actúan bien.

Quise que el antiguo poeta Museo fuera un preámbulo para Aristóteles y para los otros sabios cuyas obras imprimiré inmediatamente, porque es muy placentero y a la vez muy elocuente, y sobre todo para que puedas saber qué cosas de este tomó prestadas Ovidio, de manera maravillosa y con talento, y cómo Ovidio lo imitó en las cartas intercambiadas entre Hero y Leandro.

Por lo tanto toma este libro, que no obstante no es gratuito: dame el dinero, para que yo lo administre y para que pueda obtener para ti todos los mejores libros de los griegos. Si me lo das, lo haré, porque no puedo imprimir si no tengo mucho dinero.

Confía en los experimentados aunque no sean infalibles, y más aún en Demóstenes, que dice: “Siempre es necesario el dinero, y sin él nada de lo que es esencial se puede hacer”. Y no lo digo como un amante del dinero, sino como alguien que detesta esa clase de personas. Sin embargo, sin dinero no es posible para ti tener lo que deseas; nosotros por nuestra parte continuamos trabajando con mucho esfuerzo y gasto. Adiós.

Aristóteles, Órganon

1 de noviembre de 1495

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Aldo Manucio de Bassiano a sus amigos.

Oh, amigos de las Musas y de la virtud, y amigos de Aldo, saludos.

He aquí para ustedes el divino Aristóteles. Enseguida después de él estarán Alejandro y Amonio, y también Juan el Gramático.

Les daré a otros autores célebres, amigos, si Láquesis me reserva un largo hilo de oro. Adiós.

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Aldo Manucio romano a Alberto Pio, príncipe de Carpi.

Que el conocimiento del griego es necesario para nuestros hombres ya todos lo saben, pero no lo es solo para los jóvenes, de quienes hay un gran número, sino que, en nuestra época, también los viejos lo aprenden bien. En la Antigüedad romana, sabemos que solo Catón [el Viejo] aprendió griego en la vejez; como un hecho digno de ser conocido y recordado; esto lo transmitieron muchos eruditos en sus textos y Cicerón en su Catón, con estas palabras: “Si Catón parece argüir de forma más erudita de lo que él mismo acostumbra en sus libros, esto debe ser atribuido al griego pues consta que él lo estudió en profundidad durante su vejez”.

En los libros que editaba, Manucio incluía cartas prologales en las que comentaba el proceso de edición, además de acercar información sobre los autores y sus temáticas a un público no necesariamente erudito.
En los libros que editaba, Manucio incluía cartas prologales en las que comentaba el proceso de edición, además de acercar información sobre los autores y sus temáticas a un público no necesariamente erudito.

Y también dice ahí: “¿Y qué podemos decir del hecho de que también continúen aprendiendo? Vimos que Solón en sus textos se vanagloria y dice que se vuelve viejo aprendiendo algo cada día; como hice yo, que siendo anciano aprendí las letras griegas, y me las apropié con avidez, como deseando apagar una larga sed, hasta que me fueron conocidas, como ustedes ven por mis ejemplos”.

En verdad, en nuestra época podemos ver muchos Catones, esto es, ancianos que aprenden griego; asimismo, el número de adolescentes y jóvenes que se inclinan por las letras griegas es casi tan grande como el de los que se inclinan por las latinas. Y por esta razón los libros griegos son buscados con mayor vehemencia por todos, y puesto que hay pocos, si Jesucristo me ayuda yo espero pronto ocuparme de tan grande escasez –sin embargo, no sin considerables inconvenientes, fatigas y pérdida de tiempo por mi parte–; de todos modos, los estudiantes de las bellas letras deben ser apoyados. Y aunque caímos en estos tiempos turbulentos, tumultuosos y míseros, en los que se manejan más las armas que los libros, sin embargo no descansaré hasta que no se haya hecho una cantidad de buenos libros.

Aristóteles, entonces, incuestionablemente el primero entre los griegos –aunque dice Cicerón: “Exceptúo siempre a Platón”–, está en tus manos, ilustre príncipe, y en las del resto de los estudiosos; así como [Aristóteles] es el primero en doctrina, así se beneficia de un texto impreso libre de errores. Estos son los libros de Aristóteles sobre lógica y dialéctica que los griegos llaman órganon (lo que también se muestra en un epigrama griego que encontré en un antiguo ejemplar, que por esa razón me ocupé de imprimir en el frontispicio del libro).

En latín, la palabra organon se traduce por “instrumento”, pues se trata de un instrumento muy necesario para todas las ciencias; por medio de él discernimos el género de la especie, explicamos mediante definiciones, dividimos en partes, podemos juzgar las cosas verdaderas y las falsas, percibir las correspondencias, ver las contradicciones y distinguir las ambigüedades.

Te dedicamos estos libros, príncipe Alberto, porque eres un nuevo Mecenas de los eruditos de nuestra época (pues yo mismo te diría, por tus méritos, lo que Horacio Flaco le dijo a Mecenas: “¡Oh tú, protección y dulce honor mío!”): pues en este duro oficio mío fui defendido y auxiliado enormemente por tu riqueza. Así que, si me deben algo, a ti igualmente es necesario que te deban los estudiosos de las letras griegas, porque sé que eres muy aficionado de los libros griegos y que para procurártelos no ahorras ningún gasto, imitando a tu tío Pico della Mirandola, hombre de admirable ingenio y gran erudición, a quien hace poco la envidiosa muerte nos robó. Era compañero de Ermolao Bárbaro y de Angelo Poliziano, hombres muy sabios de nuestra época, quienes podrían competir como triunviros con los antiguos.

En tu imitación de ellos, docto joven, no dudo de que en breve progresarás mucho. Pues no te falta nada: ni ingenio, que tienes en abundancia; ni elocuencia, de la que estás dotado; ni libros, ni conocimiento del latín, del griego y del hebreo, que persigues con sumo afán y dedicación; no te faltan doctísimos maestros que contratas con mucho dinero. Por lo tanto, continúa tu estudio de las buenas artes, como lo haces. Yo nunca dejaré de asistirte, si puedo.

Quién fue Aldo Manucio

♦ Nació en Bassiano, Italia, en 1449. Falleció en Venecia en Venecia en 1515.

♦ Fue editor, humanista e impresor, además de fundador de la Imprenta Aldina.

♦ Se le adjudica la invención de la letra cursiva.

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